(APe).-
La harina y el agua mezclados naturalmente. El bollo sobre las piedras,
esperando que el sol conceda un calor que cinco mil años después sería
de horno y a gas. La masa descansando un par de días y una pancita que
creció como por magia y el levado natural del tiempo y la tibieza. Habrá
nacido el pan tan simplemente, en los tiempos primeros del hombre.
Cuando el hambre era hambre de las entrañas y no del capitalismo que
elige quién debe padecerlo y quién no. Habrán inventado el pan de pura
casualidad, con el cereal molido a talón y a piedra y el agua de los
arroyitos.
El pan, tan simple y llano, pasó de mano en
mano desde los confines del tiempo. Fue el símbolo del alimento, la
nave insignia contra las hambres más duras del mundo, fue médula y
esencia de ser compañero (cum pani, compartir el pan), fue ázimo para
los judíos, que en su éxodo eterno no tenían más que la harina y el
agua, fue definición cristiana: yo soy el pan de la vida, dijo. Y
multiplicó los panes ante la hambruna y dio de comer de su cuerpo en el
culto sacramental. Fue corteza crujiente y panza tierna en la comida de
los pobres, fue masa de rebelión, vigilante, cañón y genitales
sacerdotales cuando los anarquistas le agregaron azúcar, membrillo y
pastelera. Fue palabras célebres que acaso ni siquiera dijo la pobre
María Antonieta cuando vio a los pobres pidiendo pan. “Si no tienen pan
que coman tortas” (S’ils n’ont pas de pain, qu’ils mangent de la
brioche), dicen que dijo con la cabeza aún en su lugar.
Mientras el cristianismo dogmatizaba que no
sólo del pan vive el hombre, Marx coincidía desde la arrogancia de la
rebeldía: el obrero tiene más necesidad de respeto que de pan.
Es que en los banquetes se servía una
generosa rebanada de pan sin leudar, que actuaba resignadamente como
plato. Algunos se lo devoraban al final de la comida. Otros, los nobles
de toda nobleza, se lo daban a un mendigo. Que recibía un pan manoseado,
sin sabor y con los rastros de un banquete que siempre, siempre era de
otros.
El pan nació y se dispersó por el mundo
atravesando culturas y etnias. Fue democrático y revolucionario. Se
repartió para que uno solo alcanzara para todos, se entregó al mendigo
aun cuando la mesa quedara vacía para conmover al Brahma y que hiciera
nacer un árbol de pan, como en la leyenda hindú. Por él se encendieron
guerras y cayeron reyes. Y las espigas se diseminaron por la tierra como
cabelleras rubias creciendo apasionadamente en la piel negra del
planeta.
Crecieron y se hicieron grandes y bellas en una remota tierra de los pies del mundo.
En la Argentina crece el pan en las
espigas, la carne pace por los campos inmensos y la leche fluye
mansamente. No debería tener lugar el hambre en la tierra donde las
semillas brotan en las banquinas y en las macetas.
La riña de poder entre el gobierno y los
más poderosos sembradores replegó a las espigas. El gobierno les puso
límites a las exportaciones de trigo supuestamente para que el pan
estuviera a mano de todos. Pero la producción se mudó masivamente hacia
otras semillas. La soja invadió casi el 65% de la tierra cultivada del
país. Corrió a las vacas, taló los montes, postergó al trigo.
El negocio estaba en otro lado. En la soja
con transgénesis y menos riesgo, en el agrotóxico que la libera de toda
posibilidad viviente alrededor (incluidos pájaros y a veces niños), en
la semilla modificada que se devora como un pac man los árboles y las
nutrientes y vuelve loco al cielo que reparte, desquiciado, inundaciones
y sequías.
Pero ya no en el pan.
Nueve millones de toneladas de trigo se
cosecharon este año. Hace seis -y parece tan lejos- fue el record
histórico de 16 millones. Un 43% menos. La harina se esfumó y el pan, el
matador de todas las hambres, el democrático y el revolucionario, se
convirtió en una tajada del privilegio. A 18 pesos el kilo, es una
quimera en la mesa y un cuento mentiroso en la panza de los pibes.
En el país de los alimentos, el pan ya no
es ni democrático ni revolucionario. Se volvió una herramienta más del
capitalismo que decide el destino de las hambres y maneja la intemperie a
su placer. Se da y se quita, como una sortija.
Pero el pan tiene otra urdimbre. Otra vena, otra entraña.
Sabe que el hambre es criminal.
Y se difunde de a pellizcos por las vecindades de los arrabales. Desgarradas pero tercas en la esperanza.
Porque el pan es cum pani. Se comparte con. Es peleador y clandestino en los hornos de barro.
Es compañero.
Vía,fuente:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7844:silvana-melo&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7844:silvana-melo&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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