Este ensayo esboza los aspectos centrales para comprender la importancia geopolítica del territorio colombiano
en la guerra mundial por los recursos, y las guerras de agresión contra
los pueblos que hoy adelantan las potencias imperialistas, encabezadas
por los Estados Unidos.
Las siete bases militares adicionales de Estados Unidos en
Colombia elevarán su total planetario a 872, lo cual no tiene
equivalente con ninguna potencia pasada o presente: ¡Estados
Unidos invadió literalmente al Mundo!
Alfredo Jalife-Rahme, La Jornada, 10/8/2009
En este ensayo se esbozan los aspectos centrales que pueden ayudar a comprender la importancia geopolítica del territorio colombiano
en la guerra mundial por los recursos, el punto de partida
indispensable para entender las guerras de agresión contra los pueblos
que hoy adelantan las potencias imperialistas, encabezadas por los
Estados Unidos. En este texto se consideran cuatro cuestiones: en primer
lugar, se indica cuales son las características de la guerra mundial
por los recursos y su influencia directa en América Latina; en segundo
lugar, se subrayan los aspectos medulares de la estrategia
contrainsurgente de los Estados Unidos en el continente latinoamericano;
en tercer lugar, se considera la importancia geoestratégica de las
bases militares de Estados Unidos en el mundo y particularmente en
nuestros territorios; y en cuarto lugar, se señalan en forma breve los
objetivos de Estados Unidos al convertir al territorio colombiano en uno de sus principales centros de operaciones militares.
I. El imperialismo y la guerra mundial por los recursos
El capitalismo de nuestros días
requiere materiales y energía más que en cualquier otro momento de su
historia, como resultado del aumento del consumo a nivel mundial, a
medida que se extiende la lógica capitalista de producción y derroche,
porque la generalización del american way of life requiere de un
flujo constante de petróleo y materiales, para asegurar la producción de
mercancías que satisfagan los deseos hedonistas, artificialmente
creados, de cientos de millones de seres humanos en todo el planeta.
Para producir automóviles, aviones,
tanques de guerra, computadores, celulares, neveras, televisores y miles
de mercancías se precisa de una cantidad ingente de metales y otros
recursos minerales. Entre estos se incluyen los metales corrientes y
conocidos, así como los metales raros. Hierro, cobre, zinc, plata,
cromo, cobalto, berilio, manganeso, litio, molibdeno, platino titanio,
tungsteno, son algunos de los metales más importantes en la producción
capitalista de hoy. Un ejemplo ayuda a visualizar la importancia de esos
metales: para producir el turborreactor de un avión se usa un 39 % de
metales corrientes y el resto consta de titanio (35 %), cromo (13 %),
cobalto (11%), niobio (1%) y tántalo (1%)[1].
Para mantener el nivel de producción y
consumo del capitalismo se requiere asegurar fuentes de abastecimiento
de recursos materiales y energéticos, los cuales se encuentran
concentrados en unas pocas zonas del planeta, y no precisamente en los
Estados Unidos, Japón o la Unión Europea, que tienen déficits
estructurales tanto en petróleo como en minerales estratégicos. En
términos de minerales, algunos datos ilustran la dependencia externa de
los Estados Unidos: “Entre el 100 y el 90 % del manganeso, cromo y
cobalto, 75 % del estaño, y 61 % del cobre, níquel y zinc que consumen,
35 % de hierro y entre 16 y 12 % de la bauxita y plomo que requieren.
Europa depende en un 99 a 85 % de la importación de estos minerales, con
excepción del zinc, del que depende en un 74 % de importaciones del
extranjero”. Lo significativo estriba en que en conjunto América Latina y
el Caribe suministran a los Estados Unidos el 66 % de aluminio, el 40 %
del cobre, el 50 % del níquel (Diez Canseco, 2007).
1. La importancia estratégica de América Latina
En el escenario de esa guerra mundial
por los recursos, América Latina es uno de los principales campos de
batalla, porque suministra el 25 % de todos los recursos naturales y
energéticos que necesitan los Estados Unidos. Además, los pueblos de la
América Latina y caribeña habitan un territorio en el que se encuentra
el 25 % de los bosques y el 40 % de la biodiversidad del globo. Casi un
tercio de las reservas mundiales de cobre, bauxita y plata son parte de
sus riquezas, y guarda en sus entrañas el 27 % del carbón, el 24 % del
petróleo, el 8 % del gas y el 5 % del uranio. Y sus cuencas acuíferas
contienen el 35 % de la potencia hidroenergética mundial.
En estos momentos ha vuelto a cobrar importancia el esquema colonial de división internacional
del trabajo, que se basa en la explotación minera, de tipo intensivo y
depredador, de los países de América Latina. Esto ha implicado que
compañías multinacionales provenientes de Canadá, Europa, China, se
hayan apoderado, como en los viejos tiempos de la colonia, de grandes
porciones territoriales del continente, donde se encuentran yacimientos
minerales. La búsqueda insaciable de minerales metálicos y no metálicos
ha llevado a que en estos países se implanten multinacionales
extractivas, lo que ha generado un boom coyuntural que ha elevado los precios de esos minerales.
Incluso, se están explotando minerales
que no tienen mucha utilidad práctica en términos productivos, como el
oro, en torno al cual se ha desatado también otro boom inesperado.
Esto está relacionado con la inestabilidad del dólar y la búsqueda de
sucedáneos seguros, y qué mejor que el oro, aunque su explotación tenga
consecuencias funestas para los países de América Latina, que lo poseen
en las entrañas de sus cordilleras o de sus ríos.
En ese contexto geopolítico, Colombia
desempeña un papel crucial: por su privilegiada ubicación espacial,
situada entre el sur y el centro de América; por ser el único país
sudamericano que tiene costas en dos océanos; por su extraordinaria
biodiversidad y fuentes de agua dulce; por sus riquezas forestales y
minerales, aunque estas últimas no sean tan abundantes y variadas como
las de Perú; porque en ese territorio se pueden implantar sistemas
aéreos y satelitales de control militar para vigilar y agredir a
cualquier país de la región. Además, las clases dominantes de Colombia han mostrado históricamente su condición de cipayos baratos del imperialismo estadounidense y, para completar, en territorio colombiano
se libra una guerra desde hace más de medio siglo, como expresión de
una permanente rebelión campesina contra el poder de gamonales y
terratenientes. Estas razones explican por qué en las actuales
circunstancias Colombia es tan importante para los Estados Unidos.
2. América Latina en la doctrina militar del Pentágono
Cuando se habla de la importancia
geopolítica y geoeconómica de Sudamérica, no hay que perder de vista que
el imperialismo estadounidense está pensando en términos mundiales al
considerar las reservas de recursos naturales y energéticos. Así, en el
2003, el llamado Informe Cheney, o Política Nacional de Energía
(NEP),postuló la obligatoriedad de dominar las fuentes más importantes
de petróleo en todo el mundo y recalcó como prelación estratégica el
control del petróleo que se encuentra fuera del Golfo Pérsico, en
particular en tres zonas: la región andina (Colombia
y Venezuela, en especial), la costa occidental del continente africano
(Angola, Guinea Ecuatorial, Malí y Nigeria) y la cuenca del Mar Caspio
(Azerbaiján y Kazajistán).
En la actualidad, cuando Estados
Unidos libra lo que denomina la “guerra contra el terrorismo”, un
eufemismo para ocultar la guerra mundial por los recursos, existe una
integración plena entre la política contrainsurgente y la protección del
petróleo, como sucede de manera concreta en Colombia. En 2002, el Departamento de Estado había dicho al respecto:
La pérdida de ganancias, debido a ataques guerrilleros, obstaculiza seriamente al gobierno de Colombia
en la satisfacción de las necesidades sociales, políticas y de
seguridad nacionales”. Por ello, determinó apoyar la seguridad de los
oleoductos, principalmente el de Caño Limón-Coveñas y para eso Estados
Unidos “fortalecerá al gobierno de Colombia en su capacidad para proteger una parte vital de su infraestructura energética” (Klare, 2004).
El analista Michael Klare decía en
forma premonitoria en el 2004 al comentar el involucramiento petrolero
militar de Estados Unidos en Colombia:
Se
supone que los instructores estadounidenses asignados a esta misión se
atienen a su papel de entrenamiento y apoyo. Pero hay indicios de que el
personal militar estadounidense ha acompañado a las tropas colombianas
en operaciones de combate contra las guerrillas. El entrenamiento
ocurre “durante misiones militares y de inteligencia reales”, reveló el
US News and World Report en febrero de 2003. Lentamente, Estados Unidos se convierte en parte de la principal campaña contrainsurgente en Colombia, con todos los signos de una guerra prolongada (ibíd.).
En ese mismo sentido, el Plan Cheney
enfatizaba la importancia del petróleo de América Latina, puesto que
Venezuela es el tercer proveedor Mundial, México el cuarto y Colombia el séptimo, recomendando incluso la ampliación del suministro de México y Venezuela (Klare, 2013).
Las declaraciones de políticos,
militares y empresarios de los Estados Unidos sirven para sopesar la
magnitud de la guerra por el control de los recursos. Sólo a manera de
ilustración, Ralph Peters, mayor retirado del ejército de los Estados
Unidos, afirmó en Armed Forces Journal, (una revista mensual para oficiales y dirigentes de la comunidad militar de EE.UU.) en agosto de 2006:
No
habrá paz. En cualquier momento dado durante el resto de nuestras vidas,
habrá múltiples conflictos en formas mutantes en todo el globo. Los
conflictos violentos dominarán los titulares, pero las luchas culturales
y económicas serán más constantes y, en última instancia, más
decisivas. El rol de facto de las fuerzas armadas de USA será
mantener la seguridad del mundo para nuestra economía y que se mantenga
abierta a nuestro ataque cultural. Con esos objetivos, mataremos una cantidad considerable de gente (Mosaddeq Ahmed, 2006).
3. El puño de hierro militar para imponer el neoliberalismo y la globalización
Estados Unidos, como potencia
hegemónica a nivel mundial, aprovechó su triunfo en la Guerra Fría para
reforzar su poder militar, valiéndose de los desarrollos científicos y
tecnológicos, con el fin de aterrorizar y aplastar a sus eventuales
adversarios en el caso de que se desencadenara una guerra formal o
surgieran posibles competidores. Esto quedó plasmado en un documento de
1992, titulado “Guía para la Planificación de Defensa”, en el cual se
indicaba como prioridad que “Estados Unidos debía impedir la competencia
de quienes aspiren a jugar un papel preponderante en el ámbito regional
o global” y contemplaba incluso el uso de armas nucleares, biológicas y
químicas de manera preventiva, “aún en conflictos en los que los
intereses estadounidenses no estén directamente amenazados” (García
Cuñarro, s/a).
Los estrategas del imperialismo
estadounidense implementaron una visión del mundo que se basa en
determinar si los países son o no obedientes a los dictados de
Washington y a su proyecto de dominación mundial, presentado en público
con el nombre de globalización. Uno de estos estrategas, Thomas Barnett,
diseñó el Nuevo Mapa del Pentágono, en el cual se divide al
mundo en tres regiones, aunque de ellas en verdad importen dos. Por una
parte está el centro, conformado por los países capitalistas
desarrollados, con Estados fuertes; luego están los países eslabón, que
se constituyen en zonas de amortiguamiento y de disciplinamiento del
tercer grupo, los países “brecha”, donde se encuentran los Estados fallidos y
las zonas de peligro para el nuevo orden mundial y sobre los cuales se
debe desplegar una labor de vigilancia y control por parte de los
Estados Unidos, con el fin de consolidar un sistema verdaderamente
globalizado, incondicional y proclive a la dominación y explotación
abanderadas por Washington y sus compañías multinacionales (cf. Ceceña,
2004). Dicho de otra forma, el mundo está dividido en dos bandos: un
sector crítico, conformado por Estados fallidos que amenazan la seguridad internacional
a la que se denomina la “brecha no integrada”, la cual está conformada
por países de Centro América y el Caribe, la región andina de
Sudamérica, que se extiende por casi todo África (menos Sudáfrica),
Europa oriental, el Medio Oriente (excluyendo a Israel), Asia Central,
Indochina, Indonesia y Filipinas; la otra zona, formada por lo que se
denomina el “núcleo operante de la globalización”, del que forman parte
Estados Unidos, Canadá, Chile, Europa Occidental, China, Japón, India,
Australia. Los territorios no enganchados se convierten en un peligro,
deben ser sujetos por los primeros, y ponen en cuestión la seguridad del
Occidente. Por ello, tienen que ser integrados a la fuerza, porque “si
un país pierde ante la globalización o si rechaza buena parte de los
beneficios que esta ofrece, existe una probabilidad considerablemente
alta de que en algún momento los Estados Unidos enviarán sus tropas a
intervenir en este país” (Schmitt, 2009).
La "brecha" crítica del "Nuevo Mapa del Pentagono"
Llama la atención que esta gran zona
de conflictos y turbulencias corresponda a los lugares donde se
encuentran las mayores reservas de recursos materiales y energéticos. La
intervención de Estados Unidos en esta gran zona del mundo se hace a
nombre de mantener la gobernabilidad, con lo cual se oculta el interés
estratégico de asegurarse el dominio de esos recursos naturales,
imprescindibles para el funcionamiento del capitalismo, así como el
mantenimiento de la explotación de importantes contingentes de fuerza de
trabajo, a bajo costo o en términos casi gratuitos: una condición
indispensable para el mantenimiento y la reproducción del capitalismo a
escala mundial. Adicionalmente, esos territorios no solamente se deben
dominar por sus recursos, sino también porque allí también existen
movimientos de resistencia y rebelión, donde se esbozan otras propuestas
alternativas al capitalismo, que en el “nuevo orden mundial” no se
pueden tolerar (cf. Ceceña, 2004).
Este mapa, que es crucial para
entender lo que ha pasado en el mundo en las dos últimas décadas, no
puede considerarse como algo fijo e inmutable. Por el contrario, es
dinámico en concordancia con las modificaciones presentadas en la
periferia, en la medida en que en uno u otro país desaparecen los
Estados fallidos y canallas, no porque se hayan superado las condiciones
de pobreza y desigualdad –algo que le tiene sin cuidado a los Estados
Unidos–, sino porque se han realizado los “milagros” del neoliberalismo y
la globalización, y se han integrado perfectamente al mercado
capitalista mundial. En algunos casos de nuestra América, en pocos años
puede observarse que algún país ingresa en este amplio círculo de
inestabilidad, como hoy le ocurre a México, que ya está siendo
presentado como un Estado fallido, o también acontece, en sentido
inverso, que un territorio considerado ingobernable, como Colombia,
hoy es mostrado como ejemplo de “avance democrático” y consolidación de
una “economía prospera”, y por ello ha llegado la inversión extranjera,
aprovechando las bondades de la seguridad que se le brinda al
capitalismo.
II. Estados Unidos y la guerra irregular en Nuestra América
Estados Unidos, como un imperialismo
en crisis, apuesta a la guerra como una forma de mantener su debilitada
hegemonía. Esa guerra combina las acciones bélicas convencionales, como
se ha mostrado en Iraq y Afganistán, con el combate irregular, sobre
todo en aquellos lugares donde su objetivo es derribar a los que concibe
como enemigos de su seguridad nacional, porque impulsan proyectos
independientes y porque poseen recursos estratégicos que necesita con
urgencia para mantener su despilfarrador modo de vida. Por eso, en el
presupuesto del Pentágono para el 2010 se impulsa la guerra irregular, y
se señala que se deben seguir apoyando, lo que no es nuevo en el caso
de Estados Unidos, el “contraterrorismo, las tácticas de guerra no
convencional, la defensa interna en países extranjeros, la
contrainsurgencia y las operaciones de estabilidad” y por lo mismo el
Pentágono debe “institucionalizar las capacidades necesarias para
conducir la Guerra Irregular… desarrollar nuevas capacidades para
enfrentar el rango de desafíos irregulares” (Golinger, 2010).
Se anuncia la continuación de la
guerra sin fin “contra el terrorismo” como un enfrentamiento más
prolongado que el de la Guerra Fría, pues sus principales ideólogos han
sostenido que la guerra actual se extenderá por lo menos durante un
siglo (cf. Dieterich, 2003: 127ss.). En estas circunstancias, el de
ahora es un conflicto persistente de largo plazo y de carácter total,
que involucra a las poblaciones de los diversos países que se incluyen
en el enfrentamiento. El manual sostiene que las operaciones en esta
guerra son de “espectro completo”, en las que se incluyen acciones
ofensivas, defensivas y de naturaleza militar y civil, todas de manera
simultánea. Por ello, se recalca la importancia de las operaciones
psicológicas, en las cuales sobresalen la propaganda y la
desinformación, al mismo tiempo que las tareas cívicas deben ser
desempeñadas, junto con las acciones militares, por el ejército de los
Estados Unidos. En concordancia, se plantea que en los conflictos está
incluida de manera forzosa la población civil (cit. en Golinger, 2010).
En la práctica, es el reconocimiento
de que la doctrina militar imperante en las fuerzas armadas de los
Estados Unidos es la de la cuarta generación, porque ya no existen
campos de batalla claramente definidos, ni combatientes, ni armas
convencionales, porque finalmente “todos somos guerreros y guerreras en
una guerra sin fin y sin fronteras”, como dice Eva Golinger.
1. Estrategia militar de los Estados Unidos en América Latina
El despliegue de la IV Flota, el
establecimiento de bases militares en varios países, la intervención en
Haití en enero de 2010, el despliegue de la guerra de cuarta generación
en varios países de la región forman parte de una estrategia global del
imperialismo estadounidense con la intención de retomar el dominio pleno
de los territorios del Caribe y de toda nuestra América. Eso aparece
claro en el informe del Comando Sur de los Estados Unidos (USSOUTHCOM,
por su sigla en inglés) titulado La “Estrategia del Comando Sur de los
Estados Unidos 2018 Amistad y Cooperación por las Américas”, en el que
se revela la estrategia de este país para toda América Latina y el
Caribe.[2] El Comando Sur es el organismo militar encargado de toda
América Latina, desde el sur de México hasta la Patagonia, incluyendo el
Caribe. Su sede está en Miami y cuenta con un personal permanente de
1200 efectivos militares y funcionarios civiles (cf. Chiani, 2009). En
este documento se enuncian como objetivos prioritarios asegurar la
defensa de los Estados Unidos, fomentar la estabilidad del continente e
impulsar su prosperidad. Para que eso sea posible, hay que enfrentar las
amenazas y desafíos, entre los que menciona la pobreza, la inequidad
social, la corrupción, el terrorismo, el tráfico de drogas, la
criminalidad y los desastres naturales, todos los cuales, desde luego,
plantea combatir con el fin de alcanzar “los objetivos estratégicos de
los Estados Unidos” (ibíd.).
El Comando Sur está presente en la
mayor parte de América Latina, a través de las bases militares y de
acuerdos con diversos gobiernos de la región que les permiten participar
en maniobras conjuntas y en otras actividades de patrullaje,
entrenamiento y ejercicios navales, aéreos y terrestres con los
ejércitos que participan en esos acuerdos con el imperialismo
estadounidense. Esto lo menciona sin titubeos este documento del Comando
Sur: “la misión más importante que tenemos es proteger nuestra patria.
Garantizamos la defensa avanzada de los Estados Unidos al defender los
accesos del sur. Debemos mantener nuestra capacidad de operar en los
espacios, aguas internacionales, aire y ciberespacio comunes mundiales y desde ellos”.
En este documento se expresan con
claridad los verdaderos objetivos estratégicos del imperialismo
estadounidense, obviamente encubiertos con la retórica típica del libre
mercado y la seguridad, como cuando se señala que “mientras se lleven a
cabo operaciones militares y haya cooperación de seguridad con los
países de la región, se logrará una organización líder que constituya la
defensa avanzada de los Estados Unidos”. Esta puede considerarse como
una declaración similar a la del Destino Manifiesto del siglo
XIX, con la cual Estados Unidos reclamaba para sí el dominio de todo el
territorio que se encuentra al sur del Río Bravo.
2. Plan Colombia
El acuerdo militar firmado en octubre de 2009 entre el gobierno colombiano y los Estados Unidos fue la continuación del mal llamado Plan Colombia,
que se inició hace un poco más de una década. Este fue escrito
originalmente en inglés en los Estados Unidos y luego se dio a conocer
en Colombia. Fue presentado como un acuerdo encaminado a luchar contra el narcotráfico, puesto que desde hace varias décadas Colombia
es el primer productor mundial de cocaína y produce en menor escala
marihuana y amapola, a partir de la cual se fabrica la heroína. Este
plan fue concebido desde un principio con un doble propósito
estratégico: como un proyecto contrainsurgente encaminado a fortalecer
el aparato bélico del Estado colombiano,
el cual había recibido duros golpes militares de la guerrilla; y
controlar la región amazónica, una zona geopolítica esencial para los
Estados Unidos. Tanto el gobierno colombiano como el de Estados Unidos reafirmaron de manera reiterada que el Plan Colombia
era un proyecto para luchar de manera exclusiva contra la producción de
narcóticos, pero era evidente, como se ha demostrado después, que su
finalidad era contrainsurgente y para eso se necesitaba financiar y
rearmar al Ejército. En ese contexto, mientras el gobierno de Andrés
Pastrana desarrollaba unos diálogos de paz con las FARC, Estados Unidos
financiaba y reorganizaba a las Fuerzas Armadas mediante el Plan Colombia.
El gobierno de los Estados Unidos se
presentaba con ese plan como un adalid de la lucha contra los narcóticos
en las zonas de producción, pero sin enfrentar el problema del consumo
doméstico, privilegiando la militarización de Colombia
como forma de combatir la generación de cocaína, fórmula compartida por
la oligarquía de este país. Para ello nada mejor que poner en práctica
una política de tierra arrasada en las regiones productoras de hoja de
coca, mediante la realización de costosas e infructuosas fumigaciones
aéreas, que han devastado miles de hectáreas de pequeños campesinos en
diversas regiones del país, en especial en las zonas selváticas del Sur,
lo que también ha afectado a países fronterizos, como Ecuador. Pese a
eso, la lucha contra las “drogas ilícitas” solo era un pretexto para
afianzar la presencia directa de Estados Unidos en la región
andino-amazónica, como ha quedado suficientemente claro en los últimos
años.
Hoy puede apreciarse con claridad que uno de los objetivos del plan Colombia era el de fortalecer la capacidad bélica del Estado colombiano,
no solo para enfrentar al movimiento insurgente, sino también para
contar con uno de los ejércitos mejor armados del continente, como lo es
en la actualidad. Eso se puede mostrar con unos pocos datos, de por sí
muy reveladores: entre 1998 y 2008, unos 72.000 militares y policías de Colombia fueron adiestrados por personal de los Estados Unidos, lo que hace que Colombia
sea el segundo país del mundo, después de Corea del Sur, en recibir
este tipo de entrenamiento; a fines de la primera década del siglo XXI,
se encontraban operando en territorio colombiano 1.400 militares y contratistas (un eufemismo de mercenarios) de los Estados Unidos, cuando a comienzos del Plan Colombia
se había dicho que solamente iban a operar unos 400; la Embajada de los
Estados Unidos ha crecido de tal manera en cantidad de personal
administrativo, militar y de espionaje que es la quinta más grande del
mundo; el Plan Colombia ha costado, hasta 2008, 66.126 millones de dólares, incluyendo el aporte de Estados Unidos y el dinero dado por el gobierno de Colombia (cf. Otero Prada, 2010: 129ss.).
Bases militares de Estados Unidos en Colombia según
el acuerdo de 2009
Esa fue la primera fase, el Plan Colombia propiamente dicho. La segunda fase consistió en llevar la guerra interna de Colombia más allá de sus fronteras para involucrar a los países vecinos, como en efecto ha sucedido. Y la tercera fase es la de la guerra preventiva,
la típica doctrina nazi-estadounidense posterior al 11 de septiembre,
que se ha puesto en práctica en los últimos años, y cuyo hecho más
resonante fue el ataque aleve y criminal en el Ecuador en marzo de 2008
por parte de Fuerzas Armadas de Colombia.
Algunas cifras ayudan a sopesar la magnitud de la transformación militar que ha significado el Plan Colombia: el gasto militar de Colombia
representa el 6,5 del PIB, una de las cifras más altas del mundo,
mientras el de los países de Sudamérica oscila entre el 1,5 % y el 2 %;
las Fuerzas Armadas de Colombia son las
que más han crecido en el continente, y quizá en el mundo, en la última
década, pues hoy ya tienen cerca de medio millón de efectivos, contando
todos los contingentes de aire, mar y tierra, así como la policía, que
en Colombia es un cuerpo armado y
depende directamente del Ministerio de Defensa; en el 2008, el ejército
de tierra tenía 210.000 miembros, mientras que el de Brasil contaba con
190.000, el de Francia con 137.000, el de Israel con 125.000; la
relación de efectivos del ejército colombiano
está en proporción de seis a uno con Venezuela y de once a uno con
Ecuador (cf. Isaza Delgado/Campos Romero, 2008: 3 ss.; Calle, 2008;
Zibechi, 2008).
Como contraprestación a esta “ayuda
militar” de los Estados Unidos, estimada en 5.525 millones de dólares
entre 2001 y 2008 –que convierte a Colombia el tercer país del mundo en recibir asistencia militar de los Estados Unidos, después de Israel y Egipto–, el Estado colombiano
ha respaldado cuanta aventura bélica o agresión realiza el imperialismo
estadounidense: fue el único de América del Sur que apoyó abiertamente
la criminal guerra y ocupación de Iraq, llegando hasta el extremo de
felicitar a George Bush por su “éxito” y solicitar que, tras el
proclamado fin de la guerra en mayo de 2003, fueran enviados los
bombarderos yanquis a Colombia a
combatir a las organizaciones guerrilleras; de este país han salido
contingentes militares para participar como miembros de las tropas de
ocupación en Afganistán, o como mercenarios privados en Iraq; el régimen
de Uribe apoyó el golpe de Estado en Honduras (junio del 2009) y fue el
primer presidente en visitar al ilegítimo Porfirio Lobo, quien
sustituyó al gobierno de facto. Más recientemente, el
régimen de Juan Manuel Santos ha sido el único de Sudamérica en negarse a
apoyar el reconocimiento del Estado Palestino y respaldar en la
práctica al sionismo genocida, con el pueril argumento de que solo
apoyaría la creación de dicho Estado cuando se reanuden los diálogos
entre Israel y la autoridad Palestina.
En conclusión, “el Plan Colombia,
y sus otros anexos, es el mayor proyecto geoestratégico que se haya
trazado para recolonizar América Latina” y la militarización ha sido “el
mecanismo prioritario de Estados Unidos para ejercer su dominio
económico y geopolítico” (Calloni, 2009).
III. Las bases militares de los Estados Unidos: los eslabones de una red mundial de terror
Estados Unidos tiene regadas bases
militares por los cinco continentes. Con exactitud no se conoce la
cantidad de bases que posee, aunque según un inventario oficial
elaborado por el Pentágono, en el 2008 Estados Unidos tenía 865 bases en
46 países, en los cuales desplegaba unos 200 mil soldados. Sin embargo,
algunos de los que han estudiado con detalle el asunto sostienen que el
número total de bases es de unas 1.250, distribuidas en más de 100
países del mundo. La dificultar para precisar su número estriba en que
en las cifras oficiales no se consideran las bases que se han instalado
en Afganistán e Iraq, territorios actualmente invadidos por los Estados
Unidos.
En América Latina, Estados Unidos cuenta en estos momentos con un total de 27 bases oficialmente reconocidas, incluyendo a las colombianas,
y a las cuales deben agregarse otras que nunca se mencionan, pero que
en la práctica operan, como tres que hay en el Perú. Esas bases son las
siguientes: en América Central, se encuentran la base de Comalapa en el
Salvador, la de Soto-Cano (o Palmerola) en Honduras, desde donde se
planeó el golpe contra el presidente Zelalla, en Costa Rica está la base
de Liberia, que dejo de funcionar un tiempo pero que volvió a operar
recientemente. En América del Sur operan en Perú tres bases de las que
poco se habla; en Paraguay está la base militar Mariscal Estigarribia,
localizada en el Chaco, con capacidad para alojar a 20 mil soldados y se
encuentra situada en un lugar estratégico, cerca de la triple frontera y
al acuífero Guaraní, la reserva de agua dulce más grande del mundo; en
el Caribe, existen bases en Cuba, la de Guantánamo, usada como centro de
tortura; en Aruba, la base militar Reina Beatriz y en Curaçao la de
Hatos. A este listado deben agregarse las 7 bases reconocidas en Colombia, cifra que es mayor, y las que se instalaran en Panamá (cf. Modak, 2009).
¿Cómo podría definirse una base
militar? De manera simple puede decirse que es un lugar en donde un
ejército entrena, prepara y almacena sus maquinarías de guerra. Se puede
hablar, según sus funciones específicas, de cuatro tipos de bases
militares: aéreas, terrestres, navales y de comunicación y vigilancia.
Como el imperialismo estadounidense ve a la superficie terrestre como un
inmenso campo de batalla,
las
bases o instalaciones militares de diversa naturaleza están repartidas
en una rejilla de mando dividida en cinco unidades espaciales y cuatro
unidades especiales (Comandos Combatientes Unificados). Cada unidad está
situada bajo el mando de un general. La superficie terrestre está
entonces considerada como un vasto campo de batalla que puede ser
patrullado o vigilado constantemente a partir de estas bases (Dufour,
2007).
Chalmers Johnson señaló que, durante
el gobierno de Bush, se diseñó la estrategia de actuar contra los
“Estados Canalla”, que forman un arco de inestabilidad mundial que va
desde la zona andina (Colombia,
Venezuela, Ecuador, Bolivia), atraviesa el norte de África, pasando por
el oriente próximo hasta llegar a Filipinas e Indonesia. Este arco de
inestabilidad coincide con lo que se denomina el “anillo del petróleo”,
que se encuentra en gran medida en lo que antes se conocía como Tercer
Mundo. Según Johnson, “el militarismo y el imperialismo son hermanos
siameses unidos por la cadera… Cada uno se desarrolla con el otro. En
otro tiempo, se podía trazar la extensión del imperio contando las
colonias. La versión estadounidense de las colonias son las bases
militares…” (Johnson, 2004).
Comandos militares de Estados Unidos en el mundo
El establecimiento de bases militares
en todo el mundo, en zonas vitales desde el punto de vista económico y
político, demuestra que se han ampliado las estrategias, porque ya no se
trata solamente de las clásicas intervenciones que operan desde afuera
para derrocar a un régimen considerado enemigo por parte de los Estados
Unidos, como ha sucedido en Iraq y Afganistán. Ahora se trata de tomar
posesión del territorio de un país de manera directa para contar con una
fuerza militar activa que funciona en forma autónoma y con una gran
capacidad operativa y en el ramo de la inteligencia. Para hacerlo
posible, Estados Unidos usa sofisticada tecnología y despliega una
impresionante capacidad de hacer daño a países y a territorios
localizados en cualquier lugar del planeta (cf. Ruiz Tirado, 2009).
La difusión de los intereses
económicos y financieros del imperialismo hasta el último rincón del
planeta requiere de un respaldo militar, que se expresa en poder de
fuego y en movilidad. Poder de fuego para doblegar brutalmente a sus
oponentes, como Estados Unidos lo viene haciendo desde la invasión a
Panamá en diciembre de 1989, y a la que han seguido las apocalípticas
guerras en el Golfo Pérsico, en la antigua Yugoslavia, en Afganistán. No
es casual el mismo nombre que se le ha dado a algunas de esas campañas
(Conmoción y Pavor, Tormenta del Desierto) y que los voceros más cínicos
de los Estados Unidos hayan dicho que cada una de esas guerras tenía la
finalidad de hacer regresar a los países agredidos a la edad de piedra.
Movilidad para poderse desplazar de manera rápida de las bases
militares hacia los teatros de guerra, o en otros términos, desplegar la
potencia militar sin restricciones en cualquier lugar de la tierra.
En este sentido, Estados Unidos
dispone en la actualidad del más sofisticado y terrorífico poderío
militar que se ha erigido en la historia de la humanidad, que se
despliega por mar, aire y tierra. Tiene barcos de guerra, portaaviones y
submarinos en todos los océanos del mundo, desde donde despegan cientos
de aviones para bombardear objetivos situados a cientos e incluso miles
de kilómetros de distancia. Para que todo esto sea posible es
indispensable contar con una red mundial de bases militares, distribuida
en todos los continentes. Esas bases se encuentran desplegadas en zonas
en las que hay ejes de transporte rápido, en donde se recoge
información mundial, para espiar y vigilar a sus adversarios. Esto
permite disponer de una red comunicacional interconectada con aviones,
ferrocarriles, carros de combate, barcos, submarinos, que cuentan con
una infraestructura física vital para su funcionamiento, mediante el
control de aeropuertos, puertos fluviales y marítimos, carreteras,
autopistas y centrales de telecomunicaciones.
De una importancia similar a las bases
militares son los portaaviones, desde donde se realizan intervenciones
rápidas. Estados Unidos cuenta en la actualidad con 12 portaaviones
desplegados por todos los mares del mundo. En torno a cada portaviones
se constituye un grupo, esto es, una flota en la que van buques y
submarinos, que lo protegen de eventuales ataques aéreos y submarinos:
“Los portaviones forman la base de una enorme capacidad ofensiva aérea
sin equivalente. Cada portaviones transporta 50 aviones capaces de
llevar a cabo entre 90 y 170 ataques al día en función de la misión.
Cada grupo contiene también 2 cruceros lanza misiles. Para tener
capacidad de ataque terrestre, estos grupos son completados con tropas y
vehículos anfibios” (McEjércitos, 2007).
En estas condiciones, la importancia militar de las bases instaladas en Colombia
–de hecho, todo su territorio– está relacionada con la estrategia de
movilidad de las fuerzas armadas de los Estados Unidos en el centro, el
sur de América y en el Caribe. De manera un poco más precisa, el
imperialismo estadounidense ha propuesto cuatro modelos de
posicionamiento militar en nuestro continente: bases de gran tamaño,tipo
Guantánamo, en donde hay instalaciones militares completas, ocupadas en
forma permanente por efectivos militares y sus familias; bases de tamaño medio, como la de Palmerola, que cuenta con amplias instalaciones que están ocupadas por un personal que se renueva cada semestre; bases pequeñas, bautizadas
con el eufemismo de Cooperative Security Locations (CSL), “localidades
de seguridad cooperativa”, como las de Curaçao o Comalapa, en donde hay
poco personal, pero tienen una importante capacidad operativa en materia
de telecomunicaciones y de información, la cual es transmitida a
territorio de los Estados Unidos; las bases micro, son sitios de
transito que se usan para permitir el avituallamiento de los aviones,
los que luego despegan hacia sus objetivos, como ejemplo de lo cual
puede mencionarse la base de Iquitos, en el Perú (cf. Herren, 2009).
3. Colombia, un portaaviones terrestre de los Estados Unidos
Colombia
pasó a convertirse oficialmente en un portaviones terrestre de los
Estados Unidos en octubre de 2009, cuando se firmó un “acuerdo” entre
los dos países, mediante el cual se establecieron 7 bases militares en
el territorio. Aunque, meses después, tribunales colombianos
hayan declarado la nulidad del tratado, en la práctica este ha seguido
operando como si nada hubiera pasado. Por ello, es necesario recordar
los elementos básicos de ese tratado, para sopesar el papel que
desempeña el Estado colombiano como servidor incondicional del imperialismo estadounidense.
En ese ignominioso “acuerdo”, Colombia le conceden a Estados Unidos siete bases, distribuidas a lo largo y ancho de la geografía de Colombia,
junto con otras prerrogativas que convierten a este país en un
protectorado yanqui. En la práctica, hemos regresado a formas de
sujeción cuasi coloniales, propias de un distante pasado, tan lejano
como el que se quiso superar con las guerras de la independencia hace
dos siglos.[3]
En el artículo III se detalla el alcance real de la ignominiosa entrega cuando se señala que las partes
acuerdan
profundizar su cooperación en áreas tales como interoperabilidad,
procedimientos conjuntos, logística y equipo, entrenamiento e
instrucción, intercambio de inteligencia, capacidades de vigilancia y
reconocimiento, ejercicios combinados, y otras actividades acordadas mutuamente, y para enfrentar amenazas comunes a la paz, la estabilidad, la libertad y la democracia.
Así mismo,”se comprometen a fortalecer y apoyar iniciativas de cooperación regionales y globales para el cumplimiento de los fines del presente Acuerdo”.
Es necesario subrayar que está incluido prácticamente todo con esa
afirmación tan etérea de “otras actividades acordadas mutuamente”, entre
las cuales podían incluirse acciones como las de bombardear otro país,
como le sucedió a Ecuador el primero de marzo de 2008, lo cual se
reafirma con aquello de “fortalecer y apoyar iniciativas de cooperación
regionales”, entre las que pueden involucrarse todos los hechos ilegales
que se libran en estos momentos desde Colombia contra países.
Desde hace ya varios años, mucho antes
del acuerdo formal de 2009, venían operando bases militares de los
Estados Unidos en diversos lugares de la geografía colombiana,
entre las que cabe recordar las de Tres Esquinas y Larandia en el sur
del país. Y eso sin contar con que militares y mercenarios de los
Estados Unidos hacia presencia en gran parte de las instalaciones
militares del Ejército colombiano, como en las de Tolemaida y Palanquero.
• bases militares de EE.UU • metales estratégicos
Al observar el mapa, se constata que estas bases se encuentran distribuidas en puntos estratégicos del territorio colombiano,
tanto en las dos costas como en zonas selváticas y en pleno centro del
país. Dados la velocidad de los aviones militares de los Estados Unidos y
el radio de acción de la tecnología satelital empleada para espiar a
miles de kilómetros de distancia, puede concluirse, sin mucho esfuerzo,
por qué se dice que Colombia se ha
convertido en el portaaviones terrestre del imperialismo estadounidense.
Esto, por desgracia, no es una figura retórica, sino que es una
terrible realidad, máxime si se añade que existen otras instalaciones
militares que desde hace tiempo son manejadas por los Estados Unidos,
como acontece con la base de Marandua, cerca de la frontera venezolana.
Algo similar ocurre con las bases de Tres Esquinas y Larandia, ubicadas
en el Departamento de Caquetá, que han sido utilizadas para operaciones
aéreas y de inteligencia de las fuerzas armadas de los Estados Unidos y
desde donde salen los aviones que fumigan con glisfosato las parcelas de
indígenas y campesinos en el sur del país.
El pretexto estadounidense de que las bases militares en Colombia
no van a ser usadas para agredir, espiar y atacar a otros países de la
región, sino que su objetivo es combatir el narcotráfico no resiste la
menor prueba empírica, como lo demuestra el Plan Colombia.
Este, en apariencia diseñado para combatir el narcotráfico, tras una
década de operación y con unos gastos de miles de millones de dólares,
no ha logrado disminuir el cultivo de hoja de coca, sino que la ha
expandido y llevado a sitios en donde hace 10 años no se daba. Hoy Colombia cuenta con más de 100 mil hectáreas sembradas de hoja de coca y desde aquí se exportan unas 900 toneladas de cocaína cada año.
En cuanto a la importancia estratégica
de estas bases para los Estados Unidos, el mejor ejemplo es el de
Palanquero. Esta “base expedicionaria, tiene la capacidad de albergar
C-17, aviones de transportes, y para 2025 se prevé que esta base tenga
la capacidad de movilizar a 175.000 militares con sus pertrechos en
apenas 72 horas” (cit. en Machado, 2009). Palanquero posee una pista de 3
kilómetros de largo, de la que pueden despegar de manera simultánea
tres aviones cada dos minutos; cuenta con hangares para una centena de
aviones y puede albergar hasta 2000 militares. El llamado Libro Blanco
del año 2009, sin ambigüedades afirma sobre Palanquero:
Recientemente,
el Comando Sur (USSOUTHCOM) ha tomado interés en establecer una
localidad en el continente suramericano que pudiera utilizarse tanto
para las operaciones antidroga como para operaciones de movilidad. En
consecuencia, con la ayuda del AMC y el Comando de Transporte, el
Comando Sur ha identificado Palanquero, Colombia
(base aérea Germán Olano, (SKPQ)) como una localidad de seguridad de
cooperación (CSL). A partir de esta localidad cerca de la mitad del
continente puede cubrirse con un C17 sin reabastecimiento.
De
haber suministro adecuado de combustible en el destino, un C17 puede
abarcar todo el continente exceptuando la región de Cabo de Hornos en
Chile y Argentina. Mientras el Comando Sur defina un sólido plan de
compromiso de teatro, la estrategia de establecer una localidad de
cooperación en Palanquero debería ser suficiente para el alcance de
movilidad aérea en el continente suramericano[4].
IV. Algunas razones que explican la implantación de bases de Estados Unidos en Colombia
Para terminar, vale la pena indagar las razones que explican la implantación de bases militares de Estados Unidos en territorio colombiano.
Hay por lo menos tres hechos básicos: el interés de Estados Unidos en
apoderarse del petróleo de Venezuela y de los recursos naturales de la
región Andino-Amazónica; la pretensión de sabotear los intentos de
unidad de América Latina, en especial el ALBA; y el interés en impedir
la consolidación de procesos nacionalistas en ciertos países de la
región. Por supuesto, estos hechos no operan en forma aislada, sino que
se encuentran entrelazados, porque uno no se entiende sin el otro. En
pocas palabras, no pueden verse de manera separada, puesto que para
conseguir uno de ellos se precisa, en el caso de la estrategia de los
Estados Unidos, de la consecución de los otros dos. Así, por ejemplo,
volver a controlar de manera plena el petróleo de Venezuela requiere
revertir la revolución bolivariana, encabezada por Hugo Chávez, y de eso
se desprende liquidar los proyectos de integración, como el ALBA.
1. El petróleo de Venezuela y otros recursos naturales de la región
La imposición de las bases en una zona estratégica como Colombia
apunta al control, por parte de los Estados Unidos, de importantes
recursos naturales que se encuentran en la zona andino-amazónica,
empezando por el petróleo. Al respecto sobresale Venezuela, que cuenta
con importantes reservas de crudo, que lo ubican entre los primeros
productores a nivel mundial. Aunque Venezuela no ha suspendido la venta
de petróleo a Estados Unidos, el gobierno de Hugo Chávez ha desempeñado
un importante papel en diversos planos, tanto a nivel local como
mundial, en el manejo del recurso petrolero a favor de la población
venezolana. En ese sentido, se destaca su activo papel en revivir a la
OPEP, lo que ha incido en el mejoramiento del precio del barril de
petróleo en el mercado mundial, su exigencia a las empresas
multinacionales para que paguen mejores regalías y respeten las leyes
nacionales de Venezuela y la venta de petróleo a precios subsidiados a
Cuba, Haití y otros países de la región. Estas determinaciones han
chocado a Estados Unidos, por el nivel de independencia y soberanía que
representan si se les compara con la política de sumisión petrolera de
gobiernos como los de México o Colombia.
Además, debe tenerse en cuenta que, en
estos momentos de agotamiento del petróleo a nivel mundial, Estados
Unidos, el principal consumidor de hidrocarburos, depende en gran medida
de los recursos materiales y energéticos que se encuentran fuera de su
territorio. Como, al mismo tiempo, no está dispuesto a modificar su
nivel de vida, basado en el consumo intensivo de energía fósil, libra en
la práctica una guerra mundial por el control de los recursos del
mundo. Y en esa guerra no declarada ni reconocida, Venezuela juega un
papel de primer orden, por la magnitud de sus reservas. Al respecto, en
un estudio reciente del Servicio Geológico de los Estados Unidos, se
calcula que la franja del Orinoco tiene unos 513.000 millones de
barriles, casi el doble de reservas de petróleo que Arabia Saudita, el
primer productor mundial de crudo en la actualidad y hasta ahora
poseedor de las que se consideraban las reservas más grandes del mundo,
con 266.000 millones de barriles. Resulta significativo que la
evaluación de un organismo de los Estados Unidos concluya que en
Venezuela se encuentran las reservas más grandes de petróleo del mundo y
que, además, sea la mayor estimación que hasta la fecha se ha hecho
sobre cualquier lugar del mundo.[5]
Esto pone de relieve la importancia
estratégica de Venezuela para los Estados Unidos, como lo vienen
manifestando desde hace algún tiempo diversos ideólogos y portavoces del
complejo militar-industrial-petrolero de la primera potencia mundial.
Las afirmaciones más enfáticas las hizo el senador republicano Paul
Coverdale, primer ponente del Plan Colombia, quien aseguró en 1998 que “para controlar a Venezuela es necesario ocupar militarmente a Colombia”. En 2000, este mismo personaje reafirmó con más detalles:
Aunque
muchos ciudadanos teman otro Vietnam, resulta necesario, porque
Venezuela tiene petróleo. Venezuela tiene animadversión por Estados
Unidos, éste debe intervenir en Colombia
para dominar a Venezuela. Y puesto, que Ecuador también resulta vital, y
los indios de allí son peligrosos, los Estados Unidos, también tienen
que intervenir ese país. [...] Si mi país está librando una guerra civilizadora en el remoto Iraq, seguro estoy que también puede hacerlo en Colombia, y dominarla a ella y a sus vecinos: Venezuela y Ecuador (cit. en Pereyra, 2009).
Esto mismo ha sido ratificado en forma
más reciente en un documento redactado por el Comando Sur del Pentágono
en el que se indica sin muchos rodeos:
De
acuerdo con el Departamento de Energía, tres naciones, Canadá, México y
Venezuela, forman parte del grupo de los cuatro principales
suministradores de energía a EEUU, los tres localizados dentro del hemisferio occidental. De acuerdo con la Coalition for Affordable and Reliable Energy,
en las próximas dos décadas EEUU requerirá 31 % más producción de
petróleo y 62 % más de gas natural, y América Latina se está
transformando en un líder mundial energético con sus vastas reservas
petroleras y de producción de gas y petróleo (cit. en Saxe-Fernández,
2009).
Por supuesto, no solo está en la mira
el petróleo de Venezuela, sino que Estados Unidos también desea
controlar y apoderarse de otros recursos naturales que se encuentran en
los países de la región andino-amazónica, entre los que pueden
mencionarse el gas de Bolivia, el petróleo de Ecuador, el agua, la
biodiversidad y los recursos forestales de Colombia
y Brasil y todo aquello que sea susceptible de extraerse y
mercantilizarse para provecho del imperialismo y sus empresas, como los
saberes indígenas de los milenarios habitantes de selvas y bosques de
América Central y Sudamérica.
2. Destruir los proyectos de unidad regional
Laconstrucción de una nación que
integraría los antiguos territorios del imperio español, como forma de
asegurar su prosperidad y enfrentar y resistir las ambiciones
expansionistas de diversos imperios, de Europa y de los nacientes
Estados Unidos, se constituyó en uno de los sueños más anhelados de los
más preclaros líderes de la independencia en nuestro continente. Desde
un primer momento, esos intentos de unidad naufragaron por diversas
razones, entre ellas la constitución de poderes locales de tipo
caudillista y la acción soterrada o abierta de grandes potencias que
siempre se han basado en la lógica de “dividir para reinar”. En tiempos
recientes, y con un gran empuje del gobierno bolivariano de Venezuela,
se ha hecho revivir un proyecto de integración que se ha plasmado en la
Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), que
representa el proyecto de unidad económica, política y cultural más
importante de todos los que se han realizado en nuestra América desde
los tiempos de la Gran Colombia. Así
mismo, en estos momentos también existen otras propuestas de unidad,
como la de El Mercado Común del Sur (MERCOSUR), la Unión de Naciones
Suramericanas (UNASUR) y últimamente la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Como es de suponer, estos procesos de
integración, surcados por múltiples dificultades y contradicciones
internas, no son muy bien recibidos por Washington y sus socios más
arrodillados, como lo demuestra el caso de Honduras, donde se perpetró
un golpe contra su presidente constitucional, que tenía entre sus
objetivos principales impedir la vinculación efectiva de ese país al
ALBA, como lo lograron porque el régimen golpista, formado por
servidores incondicionales de Estados Unidos, retiró a Honduras de ese
acuerdo meses después. Esto indica, a través del caso de un país cuyos
gobernantes siempre han sido incondicionales a los Estados Unidos, que
para el imperialismo y sus multinacionales la existencia del ALBA es un
trago amargo difícil de digerir y están dispuestos a realizar todo tipo
de maniobras para sabotear este proyecto de integración.
En ese propósito de torpedear dicha
integración, en la que participan países de la zona andina como
Venezuela, Ecuador y Bolivia, el régimen colombiano
juega un papel de primer orden, como ya lo ha demostrado
fehacientemente. Esto se evidencia con algunos hechos que vale la pena
recordar: la atomización de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), que
obligó a Venezuela a retirarse de este acuerdo, cuando Colombia,
junto con Perú, decidieron impulsar Tratados de Libre Comercio con
Estados Unidos en 2006, negociando de manera bilateral, sin consultar a
los otros miembros, y violando en la práctica los compromisos contraídos
con antelación de no entablar acuerdos en forma separada; el bombardeo a
territorio ecuatoriano el primer día de marzo de 2008 y la campaña de
calumnias e infundios que desde entonces se ha propagado desde las altas
esferas del gobierno, del ejército y de la “gran prensa” de Colombia,
no solo para justificar ese hecho ilegal y criminal, sino para enlodar a
los gobiernos de Ecuador y de Venezuela, además del anuncio reiterado
que se volverían a realizar agresiones similares cuando lo consideren
necesario; las reiteradas incursiones de grupos paramilitares,
procedentes de Colombia, en los territorios de otros países con el fin de causar pánico y aterrorizar a los ciudadanos colombianos
que huyeron de nuestro país o de advertir sobre lo que están dispuestos
a hacer con los vecinos; el racismo contra la población humilde de
Ecuador y Venezuela (indígenas, afrodescendientes y mulatos) que
destilan representantes de las clases dominantes de Colombia y que reproducen sus medios de comunicación.
3. Saboteo a los procesos nacionalistas en marcha
La implantación de las bases militares en Colombia
también está relacionada de manera directa con la decisión del gobierno
de los Estados Unidos, y de sus lacayos de América del Sur, de oponerse
a los gobiernos nacionalistas que han surgido en varios países de la
región en los últimos años. Sobre el particular, un documento de mayo de
2009 de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos enfatiza la importancia
de la base de Palanquero, en el centro de Colombia, al recalcar que
nos da
una oportunidad única para las operaciones de espectro completo en una
subregión crítica en nuestro hemisferio, donde la seguridad y
estabilidad están bajo amenaza constante por las insurgencias
terroristas financiadas con el narcotráfico, los gobiernos antiestadounidenses, la pobreza endémica y los frecuentes desastres naturales (Blair, s/a).
Se agrega en este mismo documento que
la base de Palanquero, por su capacidad, excelente ubicación y buena
pista, significa ahorrar costos, y su aislamiento relativo “minimizará
el perfil de la presencia militar estadounidense”. Con ello, se mejorará
la capacidad de EEUU para responder
rápidamente a una crisis, y asegurar el acceso regional y la presencia
estadounidense con un costo mínimo. Palanquero ayuda con la misión de
movilidad porque garantiza el acceso a todo el continente de Suramérica
con la excepción de Cabo de Hornos, si el combustible está disponible, y
más de la mitad del continente sin tener que reabastecer (Golinger, 2009).
En cuanto a las cuatro razones
mencionadas por las cuales se justifica el establecimiento de la base de
Palanquero (lucha contra lo que Estados Unidos denomina “terrorismo” y
narcotráfico, gobiernos antiestadounidenses, pobreza y desastres
naturales) en muy poco tiempo la ocupación armada de Haití por los
Estados Unidos ha saldado cualquier discusión, pues los hechos han
venido a mostrar el verdadero alcance del intervencionismo de los
Estados Unidos, aunque éste no haya sido hecho desde Palanquero, pero si
indica lo que les espera a los países de la región en un futuro
inmediato. En efecto, después del devastador terremoto natural que asoló
a la empobrecida isla caribeña, que se sumó al terremoto social y
económico provocado por el capitalismo y el imperialismo desde hace
décadas, Estados Unidos, en lugar de enviar ayuda sanitaria, alimenticia
o económica para socorrer a los millones de damnificados, desembarcó
más de 20 mil marines, y se convirtió en una fuerzade facto con
el pretexto de mantener el orden. En realidad, esa ocupación está
relacionada con otras razones de tipo estratégico: convertir a Haití en
otro portaviones terrestre para desde allí espiar y preparar agresiones
contra los países de la región; asegurarse el control de posibles
yacimientos de minerales y de petróleo que pudieran encontrarse en el
subsuelo de ese país; evitar la migración masiva hacia los Estados
Unidos de los haitianos que tratan de huir de la miseria y la
desolación; y, facilitar el establecimiento de maquilas para las
multinacionales, aprovechando una fuerza de trabajo casi gratuita. Estas
son algunas de las consecuencias que se desprenden de las
intervenciones imperialistas que se justifican a partir de lo que los
Estados Unidos denominan, en forma eufemística, “desastres naturales”.
Por otro lado, en documentos oficiales
de diversas instancias del gobierno de los Estados Unidos, que son
reproducidos de forma inmediata por las clases dominantes de Colombia
y por la prensa del país y del continente, se acusa a los gobiernos de
Venezuela, Ecuador y Bolivia de múltiples delitos: entorpecer la lucha
contra las drogas, que supuestamente llevaría a cabo Estados Unidos;
haberse convertido en refugio de “terroristas” de toda laya, llegando
incluso a fabricar mentiras sobre la supuesta presencia de grupos
terroristas procedentes del Medio Oriente en la Guajira venezolana o
asegurar que en Venezuela se estarían preparando armas nucleares y mil
embustes por el estilo; en esos países no se respetaría la libertad de
prensa y se habrían convertido en regímenes dictatoriales, que se oponen
a la libre empresa y a la propiedad privada. Para citar solo un ejemplo
reciente, recordemos que en febrero de 2010 Denis Blair, Director
Nacional de Inteligencia de Estados Unidos, señaló en forma
irresponsable que el presidente venezolano y sus aliados, y menciona en
forma concreta a Cuba, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, se opondrán “a toda
iniciativa estadounidense en la región, entre ellas, la expansión del
libre comercio, el entrenamiento militar, la cooperación antidrogas y
antinarcóticos, iniciativas de seguridad e incluso programas de
asistencia”. Dicha oposición, según el vocero de los Estados Unidos, se
explica porque el presidente Hugo Chávez ha impuesto “un modelo político
populista y autoritario en Venezuela que mina las instituciones
democráticas” (cf. Blair, s/a).
Todas estas mentiras están inscritas en la llamada guerra de cuarta generación que en estos momentos Estados Unidos, vía el gobierno colombiano,
libra de manera directa contra Venezuela y Ecuador. En este tipo de
guerra, el gobierno de Estados Unidos pretende mantenerse al margen para
dar la impresión que no está involucrado, recurriendo a gobiernos
títeres, como el de Colombia, para
adelantar todas las acciones criminales de saboteo y desestabilización
interna en los países que han adoptado proyectos revolucionarios o
nacionalistas. Por eso, no resulta extraño que desde el mismo momento de
implantación de esos gobiernos, Estados Unidos esté operando desde Colombia,
y con la directa participación de la oligarquía de este país para
impedir la consolidación de los procesos revolucionarios en marcha.
Desde luego, que esa oligarquía tiene sus propios intereses porque
considera como un muy mal ejemplo que se llegaran a fortalecer gobiernos
nacionalistas, que pudieran convertirse en un incentivo para los
sectores populares de Colombia, y para
ello han librado con toda la premeditación y mentira del caso una
campaña mediática de infundios y mentiras entre la población pobre, en
la que se recurre a las calumnias racistas contra los presidentes de
varios países de la región, entre ellos Venezuela, Ecuador y Bolivia.
En este tipo de guerra irregular, no
reconocida ni declarada nunca, pero tan mortífera como las guerras
convencionales, la oligarquía colombiana
se ha valido de todas las armas, que van desde la calumnia y la amenaza
pública contra los gobiernos de la región, pasando por su intento, por
lo demás risible, de acusar a Hugo Chávez y Rafael Correa como
terroristas ante la ONU u otras instancias internacionales,
hasta llegar a la organización y financiación de grupos de
paramilitares que han incursionado en territorio venezolano y que
incluso han participado en acciones criminales en ese país, incluyendo
un intento de atentar contra el presidente venezolano en 2005.
Que Estados Unidos sigue pensando en términos de guerra irregular ha quedado demostrado con la publicación de un Manual de Contrainsurgencia en
2009. El título podría verse a primera vista como desfasado, puesto que
este tipo de manuales eran propios de la época de la Guerra Fría. Pero
no hay tal desfase. Ese manual apunta a reforzar la idea que Estados
Unidos se tiene que seguir enfrentando a enemigos irregulares, y lo más
preocupante para Colombia y América
Latina estriba en que a todos los mete en un mismo saco. En efecto, en
ese texto se sostiene que no hay diferencias entre narcotráfico,
terrorismo y movimientos guerrilleros; afirmación que se sustenta en el
hecho de que todas las organizaciones irregulares comparten las mismas
tácticas y estrategias y mecanismos de financiación. Este nuevo rostro
que la contrainsurgencia tiene un terrible impacto, porque en esa lógica
predomina una visión exclusivamente militar y se renuncia a reformas
sociales, económicas y políticas, todo lo cual está inscrito en la
lógica de guerra permanente y preventiva. Pero, además, al identificar
como similares a grupos guerrilleros con terroristas y narcotraficantes,
lo que Estados Unidos justifica es su involucramiento directo en las
luchas internas, que responden a condiciones política, que libran grupos
que tienen sus propios presupuestos ideológicos. Eso, sencillamente, es
echarle leña al fuego, porque una cosa es financiar, preparar y armar
al ejército de un Estado, lo que Estados Unidos viene haciendo desde
hace 60 años, a intervenir militarmente en forma abierta en un
territorio extranjero, en un país al cual no se le ha declarado la
guerra. Desde luego, que Estados Unidos ha intervenido de esta forma,
pero eso se hacía en forma soterrada y clandestina; lo que ahora se
plantea es hacerlo de manera directa, lo que supone ampliar la noción de
campo de batalla a todo el mundo (cf. Egremy, 2009). Esto quiere decir
que Estados Unidos ha decidido considerar que la guerra irregular
adquiera tanta importancia como la guerra convencional, y por ello
deberá identificar sus potenciales enemigos no estatales y estatales que
se conviertan en peligros para la seguridad de los Estados Unidos y
atacarlos en sus propios territorios. Con esto tenemos que a un país
como Colombia ya no solo van a venir
mercenarios y asesores que, formalmente no intervienen en las batallas,
sino que en determinados momentos pueden llegar a desembarcar marines.
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Vega Cantor, Renán. Historiador. Profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá, Colombia.
Doctor de la Universidad de París VIII. Diplomado de la Universidad de
París I, en Historia de América Latina. Autor y compilador de los libros
Marx y el siglo XXI (2 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico,
Bogotá, 1998-1999; El Caos Planetario, Ediciones Herramienta, 1999;
Gente muy Rebelde (4 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá,
2002; Neoliberalismo: mito y realidad; Entre sus últimos trabajos
podemos mencionar: Los economistas neoliberales, nuevos criminales de
guerra: El genocidio económico y social del capitalismo contemporáneo
(2010). La República Bolivariana de Venezuela le entregó en 2008 el
Premio Libertador por su obra Un mundo incierto, un mundo para aprender y
enseñar. Dirige la revista CEPA (Centro Estratégico de Pensamiento
Alternativo). Es integrante del Consejo Asesor de la Revista
Herramienta, en la que ha publicado varios de sus trabajos.
Vía:
http://www.kaosenlared.net/america-latina/item/60637-las-bases-militares-en-am%C3%A9rica-latina-colombia-en-la-geopol%C3%ADtica-imperialista.html
http://www.kaosenlared.net/america-latina/item/60637-las-bases-militares-en-am%C3%A9rica-latina-colombia-en-la-geopol%C3%ADtica-imperialista.html
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