Juan Carlos Monedero – Consejo Científico de ATTAC España
Los
que conocen América Latina saben que la noticia en el continente no es
que los ciudadanos hagan cola en los supermercados para adquirir pollo o
azúcar y que la ausencia de papel higiénico no es un drama que convoque
a un concierto de solidaridad en Lima. Desgraciadamente, el problema es
que la gente no ha tenido nunca posibilidad siquiera de acercarse
masivamente a los supermercados. Una parte importante del continente
sabe de las compresas, a lo sumo, por los anuncios de las televisiones
privadas, no porque haya tenido nunca capacidad adquisitiva para
alcanzar ese espacio de comodidad y seguridad femeninas. Lo digo porque uno de los videos que airea la oposición ha
escogido el tema de la falta de compresas como señal evidente de los
males del “comunismo” (de dónde saca la oposición venezolana dinero para
hacer tantos anuncios tan caros, sigue siendo un misterio). Los
problemas en América Latina, aun siendo un avance sustancial tener
acceso a todos los productos de higiene necesarios, siguen siendo,
desgraciadamente, más urgentes. Como dijo en su día Lula, la revolución
en América Latina significa comer tres veces al día. Cuando tienes
resueltos los elementos esenciales de la supervivencia viene el resto.
Es una buena noticia que la ciudadanía venezolana proteste reclamando
los avances que va logrando.
Hoy, cuando los estudiantes de la Universidad Complutense de Madrid
están encerrados en el Rectorado porque van a ser expulsados por no
poder hacer frente al último pago de la matrícula, volvemos a
encontrarnos con noticias catastrofistas acerca del “desabastecimiento”
en Venezuela. Cierto que allí los estudiantes universitarios no
protestan (Venezuela tiene el segundo mayor número de estudiantes
universitarios de toda América Latina), pero a los medios españoles les
parece conveniente reseñar noticias de aquel país antes que del nuestro.
¿Acaso no es más relevante carecer de suficiente papel higiénico en
comparación con tener a uno de cada dos jóvenes en paro? ¿No es más
instructiva la foto de la gente haciendo cola en un supermercado
caraqueño que la de un nuevo desahuciado que se quita la vida en Murcia?
Pero que nadie se engañe: lo importante de que haya problemas con
algunos productos en Venezuela tiene sentido solo si los medios de
comunicación de Europa lo reseñan a bombo y platillo. Hay una parte de
todo esto que es una estrategia. Recuerda demasiado al desabastecimiento
en el Chile de Allende previo al golpe de Estado.
Que en el país caribeño y petrolero hay cuellos de botella puntuales
en el acceso a algunos bienes no es una novedad, especialmente cuando
una parte importante de la población ha subido de nivel social y tiene
la posibilidad de alimentarse como no lo había hecho en los últimos
cuarenta o cincuenta años. Dicho esto, es igualmente cierto que no hay
ninguna razón de peso para que determinados productos no estén en los
estantes de los supermercados de un país que no tiene problemas
económicos (recordemos que Venezuela tiene las reservas de petróleo más
grandes del mundo). ¿Qué está pasando entonces?
Tres asuntos están detrás de los problemas que ha habido estos días
con la harina, el aceite, el azúcar, el pollo o algunos productos
higiénicos. En primer lugar, es evidente que el desabastecimiento forma
parte de la estrategia de desconocimiento del resultado electoral del 14
de abril por parte de la derecha venezolana. Son los mismos que no
reconocen al Presidente Maduro –pese a que toda la comunidad
internacional, salvo EEUU, lo ha hecho, y pese a que la auditoría del CNE demuestra una coincidencia del 99,98% en los datos-
quienes están colaborando en crear esa ausencia de productos con una
triple intención: debilitar al gobierno, subir los precios regulados de
algunos bienes y arrancarle más dólares subvencionados que les permita
seguir importando bienes que luego ponen en el mercado venezolano a
precios desorbitados (estas dos últimas cosas ya las han conseguido en
estos dos últimos días). La condición importadora de Venezuela, herencia
de su condición de país rentista, sigue dando un peso desorbitado a los
grandes empresarios de la distribución.
En segundo lugar, el clima de zozobra creado por la oposición (que,
recordemos, ha sacado un altísimo resultado electoral), aireado hasta el
paroxismo por los medios de comunicación (más del 80% de los medios de
comunicación en Venezuela están en manos privadas), genera una situación
de inquietud que invita a compras muy por encima de las necesidades
incluso mensuales. Si mañana todos los españoles fuéramos a comprar la
leche que consumimos en un mes, es bastante probable que hubiera unos
días con desabastecimiento en las tiendas. Los medios llevan dos meses
creando un clima que pareciera de guerra civil –que en absoluto se
corresponde con la realidad- pero que lleva a mucha gente a acaparar por
culpa del miedo que se genera.
Hay una tercera razón, no menos relevante, cuya responsabilidad
corresponde enteramente al gobierno bolivariano. Es un problema
acumulado en los 14 años de “revolución” y que reclama una solución
urgente si no se quiere poner en peligro un proceso que se juega en cada
elección avanzar o fracasar. El aumento de la capacidad de consumo de
los venezolanos (en estos años, la pobreza se ha reducido a la mitad)
no ha venido acompañado del incremento de la capacidad productiva
interior suficiente para cubrirlo (pese a que se han intervenido 7
millones de hectáreas para hacerlas productivas). Esto ha determinado
que ese incremento del consumo ha sido en buena medida
importado. Mientras el consumo per cápita creció en promedio 3.7%, la
producción ha aumentado solamente el 0,8%. Igual ocurre con el
crecimiento de la agricultura, muy por debajo en su participación en el
PIB de lo que debiera (está en el 4’5% cuando debiera llegar, cuando
menos, al 12%).
Desde 2003 existe en Venezuela un control de cambios que lleva a que
sea el gobierno quien entregue los dólares necesarios para la
importación. Esta medida fue tomada por Chávez durante el paro patronal
debido a la salida masiva de capitales del país que lo amenazaban con su
hundimiento (los ricos siempre tienen esas herramientas al margen de
las urnas). Hay consenso en Venezuela de que el control de cambios ya no
es útil, entre otras razones porque el gobierno entrega dólares a 6,30
bolívares y los importadores luego etiquetan los productos importados
como si los hubieran pagado a 25 o 30 bolívares (el precio que alcanza
el dólar en el mercado negro). El precio del dólar oficial es papel
mojado para los especuladores en Venezuela. Al mismo tiempo, una
ineficiente burocracia es incapaz de frenar los abusos de los
especuladores, sin contar con que también existen sectores corruptos en
la administración contra los que no se termina de actuar
contundentemente.
Igualmente hay un control de precios finales, que ha intentado frenar
la inflación y la especulación, pero tampoco han funcionado pues de
nada sirve fijar el precio final de un producto si no se fijan también
los precios de las materias primas, de la maquinaria y demás insumos (lo
que puede desembocar, como ha ocurrido en no pocas ocasiones, en que no
era rentable producir, fomentándose las importaciones). La ineficiencia
no solamente es la que está detrás de la corrupción, sino también
detrás de comportamientos que a veces hacen inútil el esfuerzo económico
encaminado a pagar la deuda social que padeen aún los sectores más
humildes.
Los empresarios presionan para que la entrega de dólares que otorga
el gobierno fluya más deprisa (el negocio del siglo en Venezuela: aunque
importaran contenedores de piedras se enriquecerían desmesuradamente) y
para que desaparezcan los controles de precios (lo que dispararía la
inflación aún más). En definitiva, el gobierno “rumbo al socialismo”
está financiando a los empresarios importadores y a los especuladores,
es decir, está enriqueciendo al sector menos productivo de la economía
venezolana.
El apretado resultado que alcanzó el Presidente Maduro después del
duro golpe que supuso la desaparición de Hugo Chávez exige al gobierno
bolivariano respuestas decididas. Es difícil sentar las bases de la
transición al socialismo con las armas melladas de una economía rentista
y sometida a los estímulos desmesurados de la corrupción y la
especulación. En España, la disciplina fiscal empezó cuando apareció en
los periódicos Lola Flores esposada por defraudar a hacienda. Venezuela
necesita mano dura contra los acaparadores, contra los especuladores y
contra los corruptos. Necesita activar de manera más decidida los
controles populares para frenar los comportamientos económicos lesivos
para el conjunto, en primer lugar la inflación (mucho más problemática
que la ausencia de papel higiénico). Y necesita poner en marcha una
política económica que, al tiempo que garantiza el crecimiento del PIB
(como ha sido el caso de estos años), logra que ese crecimiento sea “de
calidad” (en expresión del economista Víctor Álvarez), fomentando la
producción interna y dejando de subsidiar las importaciones. Y para
ello, la política fiscal, estimulando un tipo de comportamientos y
castigando otros, es esencial, como bien sabemos para nuestra desgracia
en la Europa de la austeridad.
Todos los logros sociales que está alcanzando Venezuela, tanto dentro
del país como en forma de impulso político en el continente, no pueden
ponerse en almoneda por una mala gestión económica de no tan difícil
solución. La Venezuela bolivariana necesita una gestión más sensata.
Hace falta un esfuerzo decidido en la formación de servidores públicos
capaces, concienciados y estables (¿por qué sigue vigente en
“revolución” esa costumbre insalubre de cambiar todos los cuadros de una
institución cuando cambia el titular, aun siendo del mismo signo
político?). Un gobierno cohesionado y un cuerpo de funcionarios que
ejecuten ese Plan de la patria 2013-2019 aprobado en dos
elecciones. Venezuela sigue teniendo pendiente hacer gestores
socialistas y hacer socialistas a los gestores. El socialismo también
reclama eficiencia. Y la eficiencia hoy es tan revolucionaria como ayer
lo era el asalto al palacio de invierno. El socialismo del siglo XXI
necesita ser austero, pero no quiere tener nada que ver con ninguna
escasez que no decidan los pueblos. Y el pueblo de Venezuela, a día de
hoy, aún no ha decidido en esa dirección.
ATTAC España
http://www.attac.es/2013/05/20/desabastecimiento-en-venezuela-de-productos-ideas-o-decisiones/
No hay comentarios:
Publicar un comentario