Esto hace parte de esa cultura mafiosa, de esa cultura de la muerte, que se ha consolidado desde el Estado colombiano
A raíz de un reciente artículo que escribí
sobre el asesinato de un guerrillero en el sur de Tolima [1], un
conocido que también trabaja en asuntos de derechos humanos, me
cuestionaba la utilización del término “ejecución extrajudicial” porque,
según él, estaba siendo incorrectamente utilizado. Decía que, dado que
la víctima era, efectivamente, un guerrillero, no había que utilizar ese
término, reservándolo exclusivamente para las víctimas civiles que son
hechas pasar por guerrilleros caídos en combate.
Esta interpretación confunde dos conceptos, que, aún estando íntimamente
ligados, son diferentes: ejecuciones extrajudiciales y falsos
positivos. La confusión nace del hecho que los falsos positivos que más
remecieron la conciencia de la opinión pública fueron ejecuciones
extrajudiciales. Pero no todos los falsos positivos son ejecuciones
extrajudiciales, ni todas las ejecuciones extrajudiciales son falsos
positivos –lo que no las hace menos condenables. Esta no es una mera
distinción técnica, sino que tiene importantes implicancia de carácter
social e incluso ético.
¿QUÉ ES UN FALSO POSITIVO? Es una amplia gama de prácticas por parte de
la fuerza pública para mostrar resultados en la guerra contrainsurgente
que son ficticios o inflados. Estas prácticas van desde los montajes
judiciales en contra de luchadores sociales haciéndolos pasar por
guerrilleros, hasta el secuestro e impune asesinato de jóvenes de las
clases populares para hacerlos para como milicianos o guerrilleros
caídos en combate.
Otras prácticas incluyen falsas desmovilizaciones y frustración de
falsos atentados. La idea de un falso positivo es mostrar golpes contra
la insurgencia que no son tales, como parte de la guerra mediática del
establecimiento. Aunque estos falsos positivos se realizan desde la
década del ‘60, el sistema de recompensas y estímulos al ejército en
base a “resultados” desarrollado bajo el Plan Colombia, siendo Álvaro
Uribe presidente y Juan Manuel Santos ministro de defensa, llevaron a la
multiplicación exponencial de éstos, llegándose a horrores
indescriptibles como el caso de los jóvenes de Soacha [2].
¿QUÉ ES UNA EJECUCIÓN EXTRAJUDICIAL? Pues bueno, eso: una ejecución
extrajudicial. Es decir, la ejecución de un ser humano por fuera del
debido proceso y del sistema jurídico. En Colombia esta expresión es
redundante porque no existe la pena de muerte, con lo cual no existe la
posibilidad de ejecuciones judiciales.
En Colombia el recurso a las armas por parte de la fuerza pública
debería ser una medida extrema y por guerrillero que usted sea, no se le
puede asesinar en estado de indefensión. Existen una serie de
normativas legales nacionales e internacionales que Colombia ha suscrito
en este sentido. Muchas ejecuciones extrajudiciales implican a civiles
que son hechos pasar como guerrilleros caídos en combate; pero también
hay guerrilleros que son ejecutados extrajudicialmente. Recordemos el
caso de Alfonso Cano, el cual fue asesinado bajo órdenes directas de
Juan Manuel Santos en circunstancias de total sometimiento, como criticó
valientemente el obispo de Cali, Monseñor Darío Monsalve [3].
GIOVANNI DÍAZ ERA, efectivamente, un guerrillero. En ese sentido no
puede decirse que fuera un civil muerto como parte de un “falso
positivo”. Pero fue asesinado en circunstancias de indefensión,
totalmente inerme, y aunque traía un arma, ésta estaba guardada. No hubo
el tal combate que informó, falsamente, el parte militar. Giovanni
podía haber sido capturado por la fuerza pública, pero se optó por el
asesinato a sangre fría. En las peores dictaduras, al menos existen
tribunales de opereta que dictan sentencia de muerte; en Colombia ni
siquiera eso existe –el soldado es juez y verdugo.
Que Giovanni Díaz fue ejecutado extrajudicialmente a la luz de toda la
evidencia de la que disponemos, es un hecho que en nada es menos grave
por tratarse efectivamente un guerrillero. De hecho, que se cuestione la
pertinencia del término no en base a las circunstancias del asesinato
sino que en base a la naturaleza de la víctima, es de por sí un hecho
preocupante que demuestra la degradación ética y moral del país, que
infecta aún a personas que están involucradas con la defensa de los
derechos humanos.
Nos preguntamos, ¿es que acaso un guerrillero deja de pertenecer al
género humano por unirse a las filas insurgentes?; ¿es que acaso se
suspenden los derechos humanos cuando se trata de un guerrillero?; ¿es
que no tienen derecho a la debida defensa, a la vida, o es que se les
puede asesinar a capricho, inermes, o arrancarles sus ojos con cucharas,
o descuartizarlos con motosierras?; ¿acaso estas prácticas sólo están
mal si se trata de “presos de conciencia”?; ¿acaso la tortura y la
vejación sexual están bien siempre y cuando la víctima sea de las
FARC-EP?
EL ABANDONO EN EL QUE LA COMUNIDAD de derechos humanos tiene a los
presos de guerra o la falta de reacción ante crímenes flagrantes como el
asesinato de Alfonso Cano, demuestran hasta qué punto se han llegado a
aceptar las peores abominaciones como naturales, siempre y cuando se den
en un marco contrainsurgente. O hasta qué punto la comunidad de
derechos humanos ha sido amedrentada por las frecuentes acusaciones de
ser “áulicos del terrorismo” proferidas por Uribe Vélez. ¿Por qué esa
obsesión de ciertos defensores de derechos humanos en demostrar, antes
que nada, que cualquier víctima de crímenes de Estado no era, en
realidad, miembro o simpatizante de la insurgencia? Y si lo fueran,
¿acaso eso invalida el derecho al debido proceso, el derecho a la vida,
la protección ante la tortura? ¿Debemos nosotros también convertirnos en
un aparato de la policía política, distinguiendo los asesinatos y las
torturas entre aceptables e inaceptables en base a la naturaleza de la
víctima, en vez de condenar las prácticas violatorias, independiente de
contra quién se cometan?
El asesinato a sangre fría, que en términos técnicos se conoce como
ejecución extrajudicial es inaceptable en términos jurídicos, pero ante
todo éticos. Esto hace parte de esa cultura mafiosa, de esa cultura de
la muerte, que se ha consolidado desde el Estado, en la cual un
presidente, como fue Uribe Vélez, podía ordenar en público a un general,
cual César romano: “Acábelos y por cuenta mía, no se preocupe mi
general” [4].
Como se ve, este debate está lejos de ser un debate meramente técnico.
Vía:
http://www.lahaine.org/index.php?p=69051
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