Un esfuerzo por deconstruir y
fundamentar el paradigma del Vivir Bien y el socialismo comunitario,
entendiendo que los mismos constituyen la base y rescatan precisamente
aquellas prácticas, los principios y valores de nuestros ancestros, así
como el pensamiento y los postulados que responden a la dinámica propia
de nuestra realidad."
Introducción
Tres razones y un propósito orientarán el desarrollo del trabajo que se
presenta a continuación. De partida seguramente todos coincidiremos que
la complejidad, abigarramiento y condensación social latinoamericana[1]/
(y específicamente boliviana), no solo da lugar a un innumerable
conjunto de contradicciones y antagonismos que generalmente se traducen
como conflictos y disputas (algunas de las cuales se traducen en
momentos de crisis y revueltas sociales), sino que también provocan un
estado permanente de interpelación sobre el futuro y el destino de
nuestros países, donde se plantean asuntos de fondo y disyuntivas como
por ejemplo: desarrollismo extractivista o armonía con la naturaleza
para Vivir Bien; neoliberalismo o descolonización; capitalismo salvaje o
socialismo comunitario, etc.
Esta expresión del abigarramiento de las sociedades latinoamericanas,
también ha despertado desafíos y una permanente inquietud (tanto en los
movimientos y organizaciones sociales que buscan respuestas y soluciones
a sus demandas, como a nivel intelectual), acerca de la alternativa o
el modelo (al o de desarrollo) que debería seguirse para abordar y
resolver los problemas y conflictos históricos y actuales que presentan
nuestras sociedades, las cuáles además en la última década, hemos
emprendido procesos de renovación, cambio y transformación, como
consecuencia de la crisis y el agotamiento del modelo neoliberal que se
había impuesto desde los años 80 del siglo pasado.
Una tercera fuente de origen a las inquietudes sobre el futuro de
nuestras sociedades y por encontrar nuevas vías para resolver los
problemas históricos y recientes, emerge de la dinámica misma de los
procesos emprendidos por buena parte de los países latinoamericanos que,
en la generalidad de los casos, tiene que ver con el mismo tipo de
dilemas planteados más arriba.
Junto a estas tres razones que han promovido innumerables debates sobre
los caminos y alternativas que deberían seguirse para continuar
avanzando en cada uno de los procesos iniciados, y asumiendo aquel
propósito planteado por José Carlos Mariátegui[2]/ por el cual un
correcto abordaje y solución a los problemas comunes que nos aquejan,
pasan por adoptar un tipo de socialismo acorde a nuestra realidad “que
no sea calco y copia” (pero que adicionalmente tenga la virtud de
rescatar las prácticas ancestrales de los pueblos indígenas que
persisten a pesar del sistemático asedio (neo)colonial y occidental), se
efectuará un esfuerzo por deconstruir y fundamentar el paradigma del
Vivir Bien y el socialismo comunitario, entendiendo que los mismos
constituyen la base y rescatan precisamente aquellas prácticas, los
principios y valores de nuestros ancestros, así como el pensamiento y
los postulados que responden a la dinámica propia de nuestra realidad.
Bajo esas premisas será posible entender con mayor claridad por qué por
ejemplo el socialismo comunitario para Vivir Bien no se limita a superar
la lucha de clases y plantea el establecimiento de una relación
armoniosa con la naturaleza; o por qué no se limita a la lucha
anticapitalista y antineoliberal, y proyecta la descolonización y el
antiimperialismo. O que frente a los valores capitalistas, burgueses y
neoliberales del individualismo, la competencia y la explotación salvaje
de la fuerza de trabajo y la naturaleza, el paradigma del Vivir Bien y
el socialismo comunitario plantean la lucha por alcanzar la igualdad, al
mismo tiempo de recuperar las prácticas comunitarias y los principios
de solidaridad, reciprocidad, intercambio y complementariedad de los
pueblos indígenas. Que frente a la explotación clasista, el dominio
imperialista y el sometimiento étnico cultural y neocolonial; se plantea
la superación de las condiciones de explotación del hombre y la
naturaleza, la liberación nacional del imperialismo, y la
descolonización interna y externa. Es decir, que los postulados que
sustentan el paradigma del Vivir Bien y el socialismo comunitario, no se
basan exclusivamente en la lucha contra la explotación capitalista y la
disputa de las clases sociales por la apropiación del excedente y de
los recursos naturales disponibles (que corresponden al enfoque y la
visión clásica del marxismo); sino que también aborda la lucha por la
recuperación del comunitarismo y las prácticas de solidaridad de los
pueblos indígenas, a pesar de la permanente y sistemática presión
externa de la sociedad, el mercado y el capital.
De esa manera, el presente artículo efectuará un esfuerzo por
desentrañar y analizar las fuerzas y las tendencias más sobresalientes
en el proceso de construcción del paradigma del Vivir Bien y el
socialismo comunitario, entendidas éstas como el impulso social y el
tipo de pensamiento o las ideas que sustentan el accionar de diversos
agentes sociales, para materializar aquello que podría denominarse como
su destino nacional u horizonte de visibilidad, a decir de Michel
Foucault.
El punto de partida histórico y las condiciones impuestas.
Es un hecho incontrovertible que la persistencia del dominio capitalista
y el (neo)colonialismo se explican porque el bienestar y la riqueza de
los países capitalistas desarrollados, se subvenciona con la pobreza y
el sometimiento de los países marginales. La única forma de garantizar
la expansión de la economía y garantizar la obtención del lucro y la
ganancia que constituyen el fin último del sistema capitalista, no es
únicamente explotar la naturaleza y la fuerza de trabajo del hombre,
sino acceder, someter y dominar al conjunto de los países y las
economías del mundo, a fin de imponer su modelo y su lógica de
explotación.
El origen de este planteamiento no es producto de la imaginación o de un
esfuerzo intelectual desconectado de la realidad; sino que proviene de
la forma cómo se fueron construyendo los acontecimientos y la propia
historia.
De esa manera se explica por ejemplo que el dominio colonial español que
se caracterizó por el saqueo y la apropiación de la riqueza explotada
en las minas, la encomienda, la mita, la imposición de tributos, los
obrajes, etc.; ha heredado a su vez el colonialismo interno que se
traduce principalmente en el racismo, la discriminación, el
patriarcalismo, el prebendalismo y otra serie de prácticas que aún
persisten en el cotidiano desenvolvimiento de los pueblos
latinoamericanos.
Nuestros países sometidos históricamente a la condición de semicolonias
dependientes, han sido forzados a transferir riqueza primero, y
posteriormente proveer de materias primas a las grandes industrias
transnacionales, a costa de su soberanía y de su hambre. El imperialismo
no es un adjetivo resultante de un esfuerzo intelectual, sino de aquel
inicial crecimiento de la gran industria que provocó el agotamiento de
mercados nacionales, para dar lugar al expansionismo y la
internacionalización de la economía capitalista. Debe recordarse que
aquella segunda ola de dominio neocolonial (que corresponde a la fase de
expansión industrial del capitalismo y el periodo republicano de los
países latinoamericanos), se caracterizó por el reordenamiento de la
economía mundial en favor del imperialismo y de las grandes empresas
transnacionales.
De esta fase, la más importante característica a destacar es la división
internacional del trabajo y el sometimiento a la condición de meros
proveedores de materias primas que se impone sobre los países llamados
subdesarrollados, que terminan perdiendo la libertad y la soberanía
nacionales, para ser sometidos a la condición de países dependientes y
semicoloniales, a pesar de contar con Declaraciones y Proclamas de
Independencia de las antiguas monarquías dominantes. Se trata del
establecimiento de Estados aparentes, excluyentes y monoculturales
organizados según la visión occidental desarrollista, pero sometidos a
la condición de dependientes del interés imperialista que, como se puede
deducir claramente, dan lugar y explican las luchas antiimperialistas
de liberación nacional y descolonización externa que se han emprendido
desde entonces.
Por otra parte, también resulta importante destacar que a su turno, la
explotación capitalista y el dominio colonial que se impusieron sobre
nuestras sociedades, no lograron hacer desaparecer ( en una buena parte
de los países de Latinoamérica), las formas comunitarias de organización
social y productiva, donde prevalece una lógica diferente de producción
y reproducción de la vida, cuyos principios son la solidaridad, el
intercambio, la reciprocidad y una relación armoniosa con la naturaleza,
que constituyen la base fundamental del nuevo paradigma alternativo al
capitalismo y que los pueblos indígenas de Latinoamérica plantean como
Vivir Bien, Suma Qamaña o Sumaj Kausay.
Por estas razones se explica el por qué a los países dependientes y
subdesarrollados no solo les queda la alternativa de someterse a la
condición de semicolonias del imperialismo, o luchar por la soberanía y
la liberación nacional; sino también el de discutir y definir el tipo
(modelo) de desarrollo que se empleará para la construcción del Estado
nacional (como podremos apreciar más adelante).
En el caso de la condición (neo)colonial y a pesar de lo que pudiera
pensarse de manera superficial, la descolonización no es (exclusiva ni
principalmente) una tarea para deshacerse de taras y prácticas heredadas
del pasado en diversas esferas, como si esta condición solo fuese un
resabio y una herencia del pasado histórico que se ha quedado arraigado
en múltiples prácticas individuales y colectivas, que se las entiende
como una especie de resabio por superar. En realidad y quizás constituya
lo más importante de este fenómeno que suele ser muy complejo y esquivo
a la comprensión ciudadana, la descolonización consiste en romper la
condición de país penetrado, ocupado y acosado, en diferentes niveles y
grados, por el sistema imperialista predominante. Se trata por tanto de
una tarea de liberación nacional, de recuperación de la soberanía y la
dignidad nacional, que se traduce en la conformación de un Estado
nacional independiente, pero ya no de los estados monárquicos de los
siglos XVII y XVIII, sino del imperialismo capitalista predominante.
Para avanzar en este propósito, se han puesto en marcha diverso tipo de
iniciativas y acciones para luchar contra este resabio que se expresa
por medio de innumerables prácticas individuales, institucionales,
organizativas y estatales. Se trata de una lucha contra el señorialismo,
el prebendalismo, el machismo patriarcal, el patrimonialismo, el
caudillismo, etc. Es decir, de una lucha para romper con prácticas
tradicionales heredadas, para deshacerse y desembarazarse de aquellos
simbolismos que corresponden a estructuras y conductas que el sistema
reproduce, a pesar de su agotamiento y crisis.
Al respecto, evidentemente no se pueden descuidar las tareas que hacen
al desmontaje del colonialismo interno, a la lucha contra el racismo y
toda forma de discriminación, a trabajar en la educación y la
construcción de nuevas prácticas y de una nueva forma de encarar y
pensar el futuro de nuestros países, a la recuperación de aquellas
prácticas y manifestaciones culturales e identitarias que nos permitirán
construir la interculturalidad, la igualdad y el respeto por la
diversidad y la diferencia. En fin, a deconstruir y reconstruir la
identidad nacional y la nueva forma del sujeto (ser) nacional. Pero ello
no es suficiente y aun siendo encomiable puede resultar estéril.
No hay que olvidar que no es posible separar el proceso de
descolonización nacional de la lucha contra el imperialismo, porque al
hacerlo no solo se truncarían los logros para alcanzar la igualdad entre
todos los ciudadanos y superar las condiciones de explotación y
sometimiento étnicocultural y clasista que han sido impuestos, sino que
se condenaría al Estado y al conjunto de la sociedad, a permanecer en
condición de semicolonia, resignando su libertad, su soberanía y su
independencia nacionales, en favor de los intereses capitalistas y el
modelo de desarrollo occidental que se encuentra en crisis.
Por esta razón, la descolonización y la liberación nacional del
imperialismo son impensables sin una propuesta y un proyecto
alternativos al sistema capitalista y neoliberal imperantes. No es
posible hablar de liberación nacional y recuperar la soberanía económica
y política, sino nos planteamos la construcción de un modelo
alternativo al capitalismo salvaje, el extractivismo y la condición de
productores de materias primas. Es decir, sino echamos a andar ya el
paradigma del Vivir Bien en armonía con la naturaleza y la construcción
del socialismo comunitario.
No basta superar la opresión clasista y étnico-cultural que se traduce
en el colonialismo interno y da cuenta de las desigualdades y la
explotación que aún sufren las mayorías populares dentro del país; debe
emprenderse la lucha contra la opresión imperialista, debe encararse la
lucha por la liberación nacional y la soberanía económica y política del
Estado y la sociedad.
Encarar las tareas de la descolonización bajo la perspectiva de la
liberación nacional (y no solo como descolonización interna), tiene dos
virtudes importantes. Primero, que contribuye a otorgar un sentimiento y
una conciencia de liberación a las clases y sectores populares, lo que
les otorga la fuerza y el impulso necesario para profundizar los cambios
y transformaciones, y emprender tareas de esa envergadura. De esa
forma, no solo se favorecen condiciones para avanzar en el proceso de
cambio, sino que al contar y compartir un mismo objetivo e identificar
un enemigo común, las clases populares tienden a unirse y se movilizan
aliadas. Al asumir en carne propia la explotación, el dominio y el
sometimiento que ejerce el imperialismo y los intereses transnacionales
sobre la soberanía nacional, los sectores populares tienden a aliarse y
emprender una lucha conjunta.
En otras palabras, cuando los procesos revolucionarios y/o sus
conductores (en tanto líderes y sujetos colectivos más esclarecidos)
dejan pasar la oportunidad, o lo que es peor, alientan el faccionalismo
de las clases para promover o consentir que los sectores sociales actúen
por su cuenta, con liderazgos e intereses corporativos y egoístas que
pugnan únicamente por resolver sus problemas más inmediatos y
sectoriales; entonces no solo se pierde la ocasión de profundizar las
transformaciones, sino que se convierten en artífices de la división, el
conflicto, el enfrentamiento y la confrontación por intereses mezquinos
y excluyentes. Aunque evidentemente no se puede negar la justeza que
pudieran expresar sus demandas, resulta claro que se ha perdido el
horizonte de transformaciones mayores, para reducir el proceso de cambio
y transformación, a un escenario de apaga incendios de conflictos y
demandas que, dependiendo de su violencia y radicalidad, inclusive
pueden poner en jaque la propia gobernabilidad y la estabilidad
democrática.
Segundo, al encarar de manera simultánea la resolución de las
contradicciones internas y las tareas de liberación nacional, no solo se
evita el riesgo de que las (nuevas) clases dominantes tiendan a
realizarse plenamente y organizar la sociedad de acuerdo a sus intereses
y, por tanto, mantener la condición dependiente y semicolonial del país
frente al imperialismo y los intereses transnacionales; sino que se
contribuye a establecer condiciones para que los sectores populares y
las organizaciones revolucionarias avancen más allá, hacia el
cumplimiento de la liberación nacional y el establecimiento de una
sociedad socialista. Por esta razón se dice que los países dependientes y
semicoloniales para liberarse deben cumplir simultáneamente la tarea de
vencer y superar el dominio burgués nacional, y al mismo tiempo encarar
la lucha por la liberación nacional contra el imperialismo y la
descolonización.
Estas son las razones y el fundamento principal que sostienen la
necesidad de no desvincular las tareas de la descolonización con la
lucha contra el imperialismo, pero a condición de que ellas, al mismo
tiempo y juntas, articulen la construcción y puesta en marcha del
paradigma del Vivir Bien en armonía con la naturaleza, como instrumento
de liberación nacional y construcción del socialismo comunitario. A
pesar del riesgo de la redundancia, la descolonización interna es un
desafío irrenunciable, pero será inútil y estéril si paralelamente no se
aborda la lucha por la liberación nacional con base en los principios
del Vivir Bien, que constituye al paradigma alternativo al capitalismo y
el neoliberalismo.
El escenario de la planificación y el desarrollo
Un segundo escenario fundamental en el proceso de construcción de vías
alternativas al capitalismo, se da en el ámbito de la planificación
nacional.
En este ámbito, las preocupaciones fundamentales están centradas en la
forma de cómo resolver los problemas de hambre, pobreza, desigualdad, el
acceso a servicios, etc., que casi siempre va unida al tipo o modelo
económico y productivo que se decide llevar adelante. Ello ha sucedido
en situaciones donde el antiguo sistema neoliberal imperante ha sido
sustituido y se plantean nuevas alternativas (de o al) desarrollo, como
es el caso por ejemplo de Ecuador y Bolivia, que expresa y
constitucionalmente han formulado el paradigma del Vivir Bien (Sumak
Kausay y Suma Qamaña), como aquel horizonte de posibilidad y objetivo
estratégico que emerge de las luchas y el mandato popular. Este desafío
para diseñar y construir una nueva forma de concebir y planificar el
desarrollo, así como de incorporar las tareas de transformación y cambio
del antiguo modelo, también contrae diverso tipo de opciones y maneras
para encarar y resolver aquellas deudas históricas y sociales heredadas.
De esa manera, siendo que la lucha contra la pobreza, el hambre
(seguridad y soberanía alimentaria), la provisión de servicios básicos,
etc., son objetivos irrenunciables y pendientes que no pueden ser
dejados de lado; la pregunta principal tiene que ver con el método y la
forma de conseguir erradicar estos males y no solamente combatirlos para
reducir su incidencia. Surge el dilema entonces acerca del tipo o
modelo de desarrollo que se requiere para afrontar y resolver
adecuadamente los problemas nacionales. De esta forma se explica por qué
por ejemplo los países dependientes y subdesarrollados se plantean la
alternativa de someterse a la condición de semicolonias del
imperialismo, o luchar por la soberanía y la liberación nacional; así
como el de discutir y definir el tipo de desarrollo que se empleará para
la construcción del Estado nacional. En virtud a ello se puede afirmar
que no todos los tipos de desarrollo liberan, sino que inclusive
dependiendo del modelo y el contenido del desarrollo que se adopte, bien
puede favorecerse la condición colonial o semicolonial y la dependencia
de un país.
Bajo dicha perspectiva, una agenda de desarrollo con enfoque capitalista
y neoliberal como es la de los Objetivos del Milenio[3]/, no se plantea
en ningún caso atacar las causas que originan la pobreza, el hambre, la
falta de acceso a los servicios básicos, etc., sino únicamente para
reducir su incidencia y aplacar los efectos que sufre la mayoría de la
población. Una agenda de desarrollo de ese tipo, solo busca combatir los
efectos perniciosos de la explotación del hombre y la naturaleza, pero
nunca para resolver y erradicar las causas que los originan. En otras
palabras, debería considerarse que al no atacar las causas que originan
los males, en realidad lo que se hace es contribuir a perpetuar el
sistema y la lógica de desarrollo extractivista que constituye su base
de sustento.
Desde esa perspectiva, puede afirmarse que los objetivos del Milenio
acordados en el marco de la ONU, constituyen el instrumento (sutil y
perverso) que el sistema capitalista y neoliberal ha creado para
perpetuar la lógica de desarrollo extractivista del capitalismo salvaje,
porque si bien muestra una voluntad para mejorar y reducir la
incidencia de los males que aquejan al mundo, en realidad anulan toda
posibilidad de atacar y resolver las causas que los originan y, mucho
menos, cambiar y transformar el sistema de explotación que da lugar al
hambre, la pobreza y la desigualdad que supuestamente se combate.
Habrá resultado un esfuerzo descomunal equiparable al parto de los
montes si, a título de superar las desigualdades y lograr el desarrollo,
fortalecer la economía, luchar contra la pobreza y el hambre pero sin
afectar las causas originadas en la explotación desmedida de la
naturaleza y la fuerza de trabajo, y adoptando el modelo occidental
capitalista de desarrollo; terminamos embargando el futuro de igualdad,
libertad, independencia y soberanía nacionales que, ellos sí,
constituyen los objetivos irrenunciables.
Persistir en la repetición y reproducción del antiguo modo de
planificación y desarrollo, entrañaría adoptar una nueva contradicción
entre el discurso anticapitalista y antiimperialista que se utiliza, al
mismo tiempo de impulsar en la práctica el modelo que se basa en la idea
de impulsar el crecimiento económico, pero sobre la base del
extractivismo y la explotación de los recursos naturales, el impulso a
las inversiones que nos harán cada vez más dependientes de los intereses
transnacionales y la construcción de mega obras que favorecerán a las
empresas capitalistas que se dice combatir, pero que además contribuirán
a someter la soberanía nacional.
Encarar una opción del tipo mencionado anteriormente, donde lo que
importa es expandir la economía del consumo y la explotación
extractivista de los recursos naturales, importaría favorecer el proceso
de extinción y genocidio de los pueblos y las culturas originarias que
todavía persisten y continúan utilizando el sistema de intercambio, la
solidaridad, la reciprocidad y la complementariedad, que al mismo tiempo
de constituir la base fundamental de su economía y del modo de
relacionarse e interactuar socialmente, también (y principalmente) son
la base del paradigma alternativo del Vivir Bien en armonía con la
naturaleza. Es decir, implicaría favorecer la destrucción y el
exterminio del instrumento fundamental de la lucha contra el
imperialismo y de la propuesta de alternativa civilizatoria al
capitalismo salvaje y el neoliberalismo, que los pueblos oprimidos y
dependientes todavía disponen.
En países como Bolivia donde no se ha logrado establecer y desarrollar
una burguesía nacional y un sistema capitalista de corte industrial (que
se entendía era la base para establecimiento de una sociedad de
bienestar), parece como si hubiésemos asimilado tan profundamente
aquella idea por la que al permanecer como proveedores de materias
primas, íbamos a perpetuar la subordinación y dependencias tan
características de nuestra pobreza y subdesarrollo, que hemos perdido de
vista que aquella industrialización y sustitución de la matriz primario
exportadora que tanto se desea, bien podría constituir la nueva y
moderna forma de reforzar al capitalismo y los lazos de dependencia y
subordinación al capital transnacional que debería constituir, ese sí,
el eslabón de la cadena de opresión y colonialismo por romper. En otras
palabras, parecería como si no existiese capacidad para imaginar
proyectos de desarrollo alternativos al extractivismo y la
industrialización a ultranza. Parecería como si estuviésemos condenados,
una vez más, a reproducir aquella “paradoja señorial” a la que hacía
referencia René Zavaleta Mercado, por la cual estamos destinados a
retornar y repetir los antiguos y despreciados modos de hacer las cosas,
como reflejo instintivo y mecánico de la condición colonial impuesta.
La disputa por los recursos naturales
Se trata de un antiguo escenario histórico pero que ha cobrado
actualidad, en vista de que los países latinoamericanos, unos más que
otros, desde siempre hemos sufrido la ambición de los países del norte,
porque nos convirtieron en una especie de botín y fuente para cubrir sus
necesidades de acumulación y/o enriquecimiento, casi siempre por medio
de la extracción y explotación de los recursos minerales,
hidrocarburiferos, forestales y de la fuerza de trabajo disponible.
En la actualidad y teniendo como telón de fondo el mismo tipo de
recursos naturales como el agua, los bosques, los hidrocarburos y los
minerales de diverso tipo, a los que se incluye la construcción de mega
obras de infraestructura que facilitan la explotación de los mismos;
solo ha variado el contenido de la disputa que actualmente adopta la
denominación de medio ambiental, en vista de que más allá del propósito y
los términos de la explotación y extracción de los recursos naturales,
lo que se discute son los temas de la contaminación, los daños socio
ambientales y la violación de los derechos de los pueblos y comunidades
indígena originario campesinas, que se han constituido en una especie de
última frontera contra la codicia capitalista extractiva y, al mismo
tiempo, portadora y protagonista de la construcción del paradigma
alternativo a ese capitalismo salvaje que no solo los amenaza, sino que
pone en riesgo al conjunto de la humanidad y el equilibrio natural de la
biodiversidad del mundo.
En este contexto se ha planteado un debate global que aunque surge como
respuesta a la crisis climática y medio ambiental que se viene
discutiendo desde hace algunas décadas a nivel de los foros mundiales,
para los países latinoamericanos tiene además un fuerte contenido
prospectivo acerca del tipo de sociedad a construir, en vista del
surgimiento de procesos populares de cambio que han puesto sobre la mesa
de discusión de nuestros pueblos, el futuro y la vocación económica y
productiva que busca compatibilizarse con el discurso de la defensa de
los derechos de la madre naturaleza, así como de la construcción del
paradigma alternativo del Vivir Bien, frente al capitalismo decadente,
Esta disputa que pone en juego el tipo de acceso, uso, propiedad y forma
de explotación de los recursos naturales, se expresa a través del
posicionamiento medioambiental que se adopta.
Una de las vertientes de dicha discusión plantea que “el ambientalismo
es una nueva forma de colonialismo (…)”[4]/. Esta definición tan corta,
pero al mismo tiempo tan precisa y de profunda significación;
ciertamente entraña no solamente los nuevos desafíos que se plantean en
el mundo moderno sobre la forma cómo debe encararse el desarrollo, la
forma de relacionamiento del hombre con la naturaleza y las nuevas
formas que adquiere la dominación y explotación capitalista, sino que
también contiene los dilemas y encrucijadas a las que se enfrentan
procesos de cambio y transformación como el de Bolivia, en un escenario
en el que aún predominan visiones y enfoques neoliberales y
proimperialistas.
El ambientalismo al que hace referencia la afirmación citada, no puede
ser otra que la que corresponde a aquella lógica mercantil que propone
la denominada economía verde. Es decir, hace referencia a un enfoque
(método) para establecer una forma de relacionamiento con la naturaleza,
que no es precisamente de armonía para Vivir Bien. En realidad el
ambientalismo como nueva forma de colonialismo, corresponde al enfoque
del desarrollismo extractivista que, arguyendo razones de un supuesto
manejo responsable de los recursos naturales, pretende mantener la
lógica de explotación y mercantilización de los mismos, en
correspondencia a los intereses transnacionales capitalistas. Es más, el
ambientalismo de la economía verde actúa hipócritamente, porque al
mismo tiempo de preocuparse por impulsar campañas nacionales (e
inclusive mundiales) para cambiar focos de luz, apagarla por unas horas,
o dejar de utilizar envases y bolsas de plástico; se rasga las
vestiduras cuando se trata de cumplir los controles ambientales sobre
las inversiones o los proyectos de explotación que pretende llevar
adelante, o cuando debe dar cumplimiento y garantizar el ejercicio del
derecho de consulta y participación de los pueblos indígenas.
Este tipo de ambientalismo hipócrita, está estrechamente asociado al
desarrollismo neoliberal y extractivista que impulsa y promueve el
emprendimiento de mega obras de ingeniería hidráulica, de transporte,
comunicaciones y de explotación de recursos naturales hidrocarburíferos y
mineros. Fomenta el desarrollismo basado en la inversión de capitales
transnacionales y la construcción de obras de envergadura elefanteásica,
sobre la base del ofrecimiento de facilidades a la inversión, pero que
implican reducir (o inclusive anular) las exigencias ambientales y
conculcar los derechos socioambientales y de los pueblos indígenas. Es
decir, que al mismo tiempo de adoptar como panacea el desarrollismo y la
industrialización a ultranza, como supuesto paso indispensable para
lograr el desarrollo y la viabilidad nacional, en realidad lo que hace
es favorecer el extractivismo (vía el ofrecimiento de facilidades a la
inversión) y, lo que es mucho peor, hipotecar la soberanía nacional y
acrecentar los lazos de dependencia del capital transnacional.
Parece olvidarse que esta nueva “panacea del desarrollismo y la
industrialización” corresponden a una tarea de aquel nacionalismo
populista de los años 50 o del nacionalismo dictatorial de los años 70 y
80, que actualmente (dadas las circunstancias internacionales y el
escenario mundial de la economía y las finanzas) tendría una muy dudosa
ventaja económica sobre las supuestas ganancias y divisas que podría
conseguirse, que puede ser claramente cuestionable y demostrable si se
toma en cuenta los graves y profundos daños sociales, ambientales y
políticos (dependencia de las transnacionales y pérdida de soberanía),
que se pueden advertir cuando se emprenden este tipo de iniciativas.
Es claro que este tipo de ambientalismo se encuentra en la antípoda del
posicionamiento global de los movimientos sociales y las organizaciones
populares que han planteado la construcción de un nuevo paradigma
alternativo al capitalismo basado en una relación armoniosa con la
naturaleza para Vivir Bien, y han emprendido luchas por la defensa de la
Madre Tierra (Pachamama) y los derechos de los pueblos indígenas.
A modo de conclusión
Según la tercera ley física de Newton, a toda acción le corresponde una
reacción igual y de sentido contrario que contiene a su interior la
misma fuerza y la misma potencia reactiva. Este principio aplicado a la
realidad social, puede traducirse en el hecho de que los procesos de
cambio y transformación contienen a su interior fuerzas reactivas
(reaccionarias) que tienden a retornarlo al punto de inicio; es decir,
devolverlo al estado conservador previo. Por eso se explica en muchos
casos el retorno, la traición o la degeneración de los procesos de
cambio a su condición original pre o contrarrevolucionaria. Por eso se
dice que los procesos que no avanzan, se estancan y retroceden. Así, la
revolución se hace contrarrevolución y la izquierda se reconstituye como
la nueva derecha.
De esa forma, al adoptar vías desarrollistas y extractivistas a nombre
de la necesidad de luchar contra la pobreza y reducir las desigualdades,
o de cambiar la matriz productiva y el patrón de acumulación sin
asegurar la soberanía nacional; lo que se hace no es cambiar el modelo
establecido, sino reafirmarlo de un modo más contundente, pero a costa
del pueblo y en contra de su voluntad, que suele ser usurpada por un
grupo dirigencial y/o un sector social que raptan y sustituyen el
liderazgo nacional, para imponer intereses antinacionales y sectarios, y
apostar por el cálculo político, la conveniencia coyuntural o la
componenda.
Debe reiterarse que la construcción de un nuevo poder y de una nueva
hegemonía (aun cuando en principio suponga la sustitución de las viejas
élites conservadoras y la emergencia de un nuevo protagonismo social en
base a los sectores histórica y tradicionalmente excluidos como ha
sucedido en el caso de Bolivia); contiene el germen de una nueva
dominación, cuyo contenido no siempre es revolucionario, puesto que
puede estar permeado por la persistencia y no destrucción de antiguos
gérmenes coloniales, racistas o liberales, que han sido asimilados en el
antiguo estado capitalista y neoliberal. El dominado espera ser el
nuevo dominador.
Por estas razones, el desafío de todo proceso de transformación y cambio
(si efectivamente se plantea ese horizonte) consiste en deshacerse y
superar las relaciones sociales y de producción prevalecientes, lo que
supone superar la lógica de explotación capitalista y neoliberal, el
colonialismo y las prácticas de sometimiento y explotación que de ellas
se derivan.
Las acciones de un proceso de ese tipo, no deberían limitarse al
cumplimiento de las tareas democrático burguesas y nacionalistas que no
fueron cumplidas durante todo el periodo histórico previo, sino que
debería encarar al mismo tiempo las tareas de liberación nacional, para
recuperar la soberanía económica y política (que no es lo mismo que la
sola recuperación de los recursos naturales al patrimonio nacional, sino
que implica capacidad de control y decisión sobre el tipo de producción
y la economía). Es decir, que al mismo tiempo de realizar las tareas
rezagadas correspondientes al Estado capitalista y monocultural que se
busca superar, también debería emprenderse la lucha contra el
imperialismo, para liberarse de las condiciones de dependencia económica
y el sometimiento neocolonial, donde la recuperación de la identidad
nacional está estrechamente relacionada con la recuperación de las
prácticas culturales basadas en la solidaridad, la reciprocidad y la
complementariedad que constituyen la base principal del paradigma
alternativo del Vivir Bien en armonía con la naturaleza.
En fin, lo que se busca es sustituir aquella forma de organizar la vida
social basada en la ley del valor y la competencia, por otra forma de
vida basada en la armonía entre los hombres y con la naturaleza para
Vivir Bien.
Cochabamba, Bolivia; Abril de 2013.
Arturo D. Villanueva I.
Sociólogo, boliviano
Notas
[1]/ Para una mejor comprensión de lo señalado, se adopta aquí el
concepto de “formación social abigarrada” que plantea René Zavaleta
Mercado, “porque en ella no solo se han superpuesto las épocas
económicas” sino donde lo múltiple y diverso conviven en “verdaderas
densidades temporales mezcladas no obstante no solo entre sí del modo
más variado, sino que también con el particularismo de cada región
porque aquí cada valle es una patria, en un compuesto en el que cada
pueblo viste, canta, come y produce de un modo particular y habla todas
las lenguas y acentos diferentes sin que unos ni otros puedan llamarse
por un instante la lengua universal de todos”. (Ver: René Zavaleta
Mercado (comp.)., Las Masas en Noviembre. En: Bolivia, hoy. Ed. Siglo
XXI; México, diciembre 1983).
[2]/ “…no queremos ciertamente que el socialismo sea en América calco y
copia. Debe ser una creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra
propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo
indoamericano". José Carlos Mariátegui., 7 Ensayos de interpretación de
la realidad peruana. Impacto Cultural Editores AC. Perú, Abril 2010.
[3]/ No debe olvidarse que los compromisos mundiales de la Agenda del
Milenio acordados en el seno de la ONU, fueron establecidos precisamente
en el apogeo del neoliberalismo, a finales de los años 90, como un
“esfuerzo” para reducir las enormes brechas y desigualdades que se
habían evidenciado ya en esos años entre el cada vez más reducido y
selecto grupo de ricos y la inmensa mayoría de pobres y excluidos que
resultaban y continúan siendo producidos por el modelo neoliberal
imperante.
[4]/ La afirmación corresponde al Presidente Evo Morales de Bolivia, que
reproduce una declaración efectuada en visita realizada al Presidente
Manuel Santos de Colombia, de fecha 16 de marzo de 2012.
Fuente: ALAI
Vía:
http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Documentos/Bolivia_Deconstruccion_del_paradigma_del_vivir_bien_y_el_socialismo_comunitario
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