La respuesta del grupo dirigente
bolivariano a la asonada golpista lanzada por la derecha venezolana el
15 de abril fue rápida, contundente y masiva. El Presidente electo debió
en pocas horas decidir que no se puede dar el lujo de ser perdonavidas,
como muchas veces lo fue Chávez. Estados Unidos se quedó sólo pidiendo
desconocer a Nicolás Maduro.
Los tres hechos más notorios del triunfo de Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales extraordinarias de Venezuela son la sorpresivamente ajustada victoria bolivariana, que Maduro se afianzó en 24 horas, y que nadie en América Latina pareció tomar en cuenta a Estados Unidos
frente a la crisis. La frasecita despectiva se regó desde el día de la
muerte del Presidente bolivariano, el 5 de marzo: “Maduro no es Chávez”.
Como si existiese la posibilidad de clonar a un personaje como Hugo
Chávez.
Y hubo aparentemente estrategas
electorales chavistas que pensaron, por lo mismo, que no valía la pena
destacar más virtudes de Maduro que su lealtad inquebrantable al
Presidente, lealtad que daban ya por descontada en el pueblo. Asi, el
vibrante Nicolás Maduro que mostró sus dotes de estadista el 6 de marzo,
improvisando frente al féretro de su maestro, se convirtió súbitamente
en una especie de vocero póstumo, repitiendo por doquier que él, por sí
mismo, era apenas la expresión de la voluntad de Chávez, quien de algún
modo se le aparecía para darle instrucciones.
Todo eso cambió el 15 de abril ante la violencia desatada por la derecha, atizada personalmente por Capriles quien, como observó el sociólogo argentino Atilio Borón,
no percibió la magnitud del triunfo político que tenía en sus manos, y
que dilapidó al lanzarse por la vía golpista. El 15 de abril, Maduro
frenó en seco el plan, que comenzaba esa noche con los llamamientos de
Capriles a rodear las sedes del Consejo Nacional Electoral
para manifestar “nuestra arrechera” (bronca), y que culminaría el
miercoles 18 en la sede central del CNE con una gran marcha opositora
contra el “fraude”. “No llenarán los pinochetistas las
calles de Caracas con sangre y violencia”, dijo Maduro, recordando el 11
de abril de 2002, cuando una marcha similar sirvió de plataforma para
el golpe, y actualizó a todos acerca de uno de sus nuevos cargos como
Presidente: comandante en jefe de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana.
Maduro dejó entonces de ser apenas el
“hijo de Chávez”, sino el dirigente de un colectivo que se presentó
firme y unido. Frente a sí tenía el escenario de una asonada que cobró
nueve vidas -todos chavistas-, incendios de consultorios de “Barrio Adentro” y de sedes del PSUV,
y ataques a mercados populares y casas de funcionarios. Una sola
vacilación, y la situación podía salirse de las manos Es de suponer que
en este plan estaban incorporados eventuales oficiales reclutados, o
simplemente simpatizantes de la oposición dentro de la Fuerza Armada,
que también los hay. Y así como Maduro maduró, Capriles rápidamente se
hizo agua: al día siguiente renegó de sus llamamientos incendiarios,
comenzó a pedir “diálogo” y culpó al Gobierno de haber mandado a matar a
su propia gente y a incendiar sus propios edificios. El tipico ” yo no
fui”.
PENURIAS Y PROMESAS
Durante la campaña, Henrique Capriles se vistió de oveja; se declaró admirador de Nelson Mandela y Mahatma Ghandi, y seguidor de las estrategias sociales del ex presidente brasilero Luiz Inácio Lula da Silva,
y del propio Chávez. Comenzó Capriles a actuar como Chávez, a veces
hasta vestirse como Chávez, a usar el lenguaje
revolucionario, traspasándose a sí mismo todas las virtudes del amado
mandatario fallecido, y transfiriendo a Maduro todos los innumerables
defectos que poco antes le cargaban a Chávez. Capriles sería un
presidente firme, pero tolerante y abierto, que no sólo mantendría, sino
que era capaz incluso de mejorar los inmensos programas sociales
desarrollados por la Revolución, como Barrio Adentro (medicina gratuita y
rápida en cada comunidad).
Ofreció aumentos de sueldo, el fin de la
ineficiencia estatal y seguridad en las calles, todo inmediatamente.
Música para los oídos de un pueblo que está sufriendo problemas
derivados tanto de la campaña del terror “a la chilena” desatada tras la
muerte de Chávez -desabastecimiento, sabotajes, inseguridad- como de
innumerables desaciertos del propio Gobierno. En su último discurso, el 8
de diciembre, Chávez tenía todo esto muy claro. Junto con llamar a
pedir el voto por Maduro, aleccionó acerca de tres tareas inmediatas
para la Revolución: “Revisión, Rectificación y Reimpulso”. Tareas que
Maduro, al parecer, asumió con prisa y energía.
SORPRESAS DE LA VIDA
El resultado de los comicios cayó como
agua fría al campo chavista. No sólo por la confianza que daban las
masivas muestras de congoja por la muerte del Presidente, siempre
acompañadas de frases de apoyo al proceso revolucionario, sino porque la
encuestadora más tímida -la chavista Siglo XXI- daba una semana antes
una ventaja de 8 puntos a Maduro, en tanto que la más audaz, la
derechista Datanálisis, pronosticaba nada menos que 14 por ciento de
diferencia. La confianza triunfalista desplegada por el comando de
Maduro sin duda marginó de las urnas a muchos, que sintiendo seguro el
triunfo, prefirieron pasar el día tomando cerveza. Pero no explica la
deserción masiva. Por ello, han surgido voces escépticas, como la del
estadístico Sergio León: “Las encuestas de opinión
aplican técnicas avanzadas de la medición y análisis estadístico (…)
Pueden equivocarse pero nunca por un margen tan amplio, y menos todas
ellas, como en el caso de las elecciones presidenciales venezolanas del
14 de abril”. El gobierno chileno, al revés de lo que hizo frente a las
denuncias masivas de fraude en México, en 2012, se tomó su tiempo para
reconocer la victoria de Maduro.
Finalmente siguió la corriente regional,
pero también apoyó la demanda de Capriles del “recuento del 100 por
ciento de los votos”. Capriles no ha pedido recuento, ni tampoco ha
impugnado la elección, como es su derecho. Capriles pidió, y obtuvo, una
auditoría de las actas electrónicas no auditadas el mismo domingo. En
Venezuela se audita 54 por ciento de las actas, lo que es inusual (en
Estados Unidos no se audita ni siquiera una) y ahora se está auditando
el 46 por ciento restante. ¿Qué busca esta auditoría? No un fraude, que
como ha insistido varias veces el propio representante opositor en el
Consejo Electoral, Vicente Díaz, aparece como
imposible, sino posibles irregularidades en el número de votantes, que
el mismo Díaz considera improbables, y que no cambian el resultado de la
elección. Venezuela abandonó hace mucho el voto y el conteo manual de
votos en vista de los innumerables fraudes e imprecisiones que
posibilita este sistema, como quedó en evidencia en Chile en las
elecciones municipales. El sistema venezolano es posiblemente el más
avanzado del mundo, como destacó el año pasado el ex presidente
estadounidense James Carter. Además, si fuera posible revertir el desenlace, hubiera sido muy difícil que Unasur, la Celac, la UE, Rusia, China
y prácticamente todos los países -menos Estados Unidos- se apresuraran a
reconocer a Maduro antes de conocer los resultados de la auditoría.
Según la Constitución Bolivariana, a la mitad del período se puede
exigir, con firmas, un referendo revocatorio. Maduro y el colectivo
dirigente tienen entonces tres años para aplicar las “tres R” enunciadas
por Chávez en diciembre, y de las cuales dependen no sólo la Revolución
Bolivariana, sino gran parte del despertar latinoamericano de la última
década.
El Ciudadano
http://www.elciudadano.cl/2013/04/26/67056/maduro-no-es-chavez-derrotado-el-golpe-de-estado-en-venezuela-pero-la-conspiracion-sigue/
No hay comentarios:
Publicar un comentario