Hace poco, anunciaron nuevas movilizaciones para influir en la
agenda del sistema político que este año renueva sus alicaídas fuerzas.
Tal ejercicio de inocencia resultaría hasta tierno, si no fuera tan
dramático. Los únicos que han demostrado tener la fuerza necesaria para
impulsar cambios de verdad, intentan torcer la voluntad de quienes han
dicho hasta el cansancio que cambiar las cosas les interesa un huevo. A
menos que sea para fortalecer sus principios y príncipes.
Da la impresión que los dirigentes estudiantiles se olvidaron
que lidian con personas que no trepidan en ofrecer quimeras, encantar
serpientes, domar caballos y comprometerse con lo que sea necesario para
mantener a salvo el sistema. Con las movilizaciones estudiantiles, ese
contagioso estado de ánimo que logró hacer trastabillar al régimen,
proponen la misma receta que no fue suficiente, aunque siempre resulte
necesaria. Ha quedado demostrado que la única solución es desplazar a
los políticos, a los responsables de todos los males que aquejan a la
mayoría y avales de todos los bienes de que goza una minoría.
Los anuncios de gentes desfilando con banderas y pancartas en
este año electoral debieron ser recibidos con inmensa alegría por los
sostenedores del sistema, superado el susto que sintieron ante la
posibilidad que los estudiantes decidieran tomar el toro por las astas.
Es extraño que los únicos con la legitimidad, masividad y
extensión necesaria para cruzarse de verdad frente al sistema opten por
retroceder un par de años y actualizar sus ingeniosas consignas. Hasta
ahora, resulta notoria la ausencia de una conducción y proyecto
estratégicos. Con certeza, los dirigentes estudiantiles no han leído
bien lo ocurrido desde 2011 hasta la fecha. La crisis detonada en el
sistema educacional ha demostrado que el sistema se basa en una lógica
amparada por una muy poderosa legislación, producto del consenso de
todos los actores, que no tiene respuesta para sus exigencias. La
abolición del lucro es simplemente imposible, bajo las actuales
condiciones.
Y ante la amenaza sufrida, la posibilidad que los estudiantes
decidieran niveles superiores de enfrentamiento contra el modelo ha
hecho que sus sostenedores hayan tomado medidas para no permitir que el
exceso de codicia finalmente rompa el saco. A lo sumo, aplicarán
correcciones para evitar la existencia de malos ejemplo que arriesguen
el negocio, pero que no van a terminar con el sistema. Sólo lo
inmunizarán contra la torpeza de algunos de sus colegas. El régimen
tiene muy desarrollada su capacidad para autogenerar sus medicinas.
Es penoso que los estudiantes insistan en repetir lo que ya ha
quedado demostrado que tiene un alcance acotado, si se piensa en
soluciones de verdad. Las marchas jubilosas de los años precedentes
jugaron su rol. No se les puede pedir más de lo que ya dieron. Por muy
ingeniosas que sean las frases pintadas en los lienzos, por muy
llamativas que sean las formas que adquieran, y por muy masivas que
sean, si no pasan a otros niveles, estas formas de agitación se
institucionalizan y dejan de ser un seductor instrumento de
movilización.
Se está perdiendo una buena oportunidad para subir de niveles
la lucha del pueblo en contra de un sistema que no se suicidará. No
haber tenido la decisión suficiente para disputar espacios de poder
donde sí les duele es un error, que se pagará caro y pronto. Dejar que
las elecciones sigan su curso tal y como han venido siendo durante más
de veinte años, justo cuando se podía haber levantado candidaturas
nacidas de los estudiantes y sus aliados, es un retroceso que hará que
de aquí a poco, este tiempo se recuerde con la nostalgia de lo que pudo
haber sido y no fue.
En un momento muy preciso, los estudiantes dejaron sin habla al
régimen. Desnudaron sus mayores debilidades, lograron que una
increíble mayoría de habitantes simpatizara con sus causas, enrostraron
el descrédito de los partidos políticos y la inutilidad de las
instituciones del Estado para responder a las necesidades de la
mayoría. Pero de poco sirvió.
La movilización de la gente debe entenderse como un proceso
político capaz de enamorar a millones y de dotarlos de decisión de
lucha contra el sistema para cambiarlo por otro, usando las herramientas
precisas. No puede sólo reducirse a marchas, por multitudinarias que
sean, como cumpliendo un rito inofensivo. El movimiento estudiantil,
las expresiones ciudadanas locales y algunas organizaciones de
trabajadores, debieron tomar decisiones de mayor envergadura y haberse
lanzado a la aventura de disputar el poder donde éste se constituye.
Candidaturas de dirigentes sociales y estudiantiles aisladas,
sin un proyecto común, no sirven de nada si no son expresión, parte y
continuación de la movilización. Distinto habría sido un movimiento
político con una consigna que ordenara a la gente, con la clara
determinación de hacer de las elecciones la continuación necesaria de
todo aquello que aterra al sistema.
Ricardo Candia Cares
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 777, 22 de marzo, 2013)
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