(APe).-
El colchón tiene de colchón sólo una gomaespuma poceada y dura. Se lo
ata a la espalda en su normalidad nómade y de vez en cuando encuentra un
resguardo. Que es ocasional. Nada más que ocasional. Y lo sabe, por eso
no atesora cosas. Toda su historia entera, su vida vieja de medio siglo
entra en una bolsa de frávega. Hoy tiró el colchón en la puerta del bar
karaoke que suele funcionar los fines de semana. Está justo en la
esquina de las dos avenidas, en Avellaneda: a la izquierda está la
capital. A la derecha Lanús este. Sabe que tiene tres o cuatro días de
tregua, si no aparece la bonaerense o los gendarmes o la camioneta
municipal.
Debajo de la Autopista, por 9 de Julio, el sistema
armó lofts para familias. La estadía puede durar una semana o un día.
Según el humor de la jefatura de Gobierno y las estrategias que inventen
para no permitir que los trashumantes instalen un sillón, un colchón de
dos plazas, un changuito de wall mart, una pila de tronquitos y una
olla marcada con lenguetazos negros. En Combate de los Pozos la vereda
larga y angosta techada por la Autopista instaló una vecindad. A veces
conviven con relativa armonía. Otras, la ausencia de una medianera y una
puerta con llaves inicia el roce por el espacio, por la zapatilla que
desapareció. O porque esta vez el alcohol se volcó como un baldazo en el
ánimo; mucha era la angustia a anestesiar, demasiado el frío que no
había que sentir.
Las posesiones del migrante son las del día. La
ropa puesta, la que se seca en las ramas de un árbol, unos cigarrillos,
una radio a pilas, un peluche sucio. Su intimidad es la de la
intemperie. Vaciará los intestinos detrás de un biombo de cartón que se
supo armar para preservarse. Hará el amor en el colchón de la vereda, si
es que hay amor. Será violento mientras lo miran los que pasan.
Llorará delante del mundo.
La Palma. Suele estar muy sucio y no tiene
alternativas. Con una gorra visera se lo vio en estos días (quién sabe
dónde lo estará llevando la vida en este minuto) en las plazoletas
centrales de la avenida Remedios de Escalada. Más específicamente, en
una esquina, al borde de un pozo mal tapado con huellas de Edesur. Hace
tres o cuatro días estaba sentado en su territorio elegido. Con cuatro
ladrillos armó una cocina y el fueguito ardía todavía. El tenía las
piernas estiradas y miraba atentamente dos veladores con pantallas que
alguna vez fueron blancas. Sobre las maderas con las que Edesur aísla
los restos del pozo, colgó una palma con gladiolos de rojo intenso,
todavía frescos. Una cinta suelta sugería que hubo allí una dedicatoria.
Era el día de Lanús y él se robó la ofrenda floral de quién sabe quién.
Del intendente, el Rotary, el Ejército Argentino, la Policía de la
Provincia. De las fuerzas vivas que dejan flores de muertos.
Por un día tuvo linda la casa.
Las Bolsas. Luis es corto de altura. Suele
parar en la esquina de Díaz Vélez y Bulnes para acomodarse las bolsas.
Se las ata a la cintura, cuidadosamente, una por una. Es que el cuerpo
chiquito y medio viejo ya no le da para cargarse un hato pesado en la
espalda. Ni para traccionar un carro que, además, no tiene. Le abulta la
cara una barba muy tupida y asoma un color de piel marrón dorado,
intenso. Tiene los ojos oscuros y mira arrugado, tanto que no se ve el
blanco de los laterales. Y varios dientes cesanteados por la mala vida.
Deja sus propiedades, escrituradas en el viento, guardadas en una caja
de terrabusi. Que sea lo que dios quiera, dice cuando con las bolsas a
la cintura, sale a juntar las sobras del mundo.
Si es que hay dios en alguna parte.
Escobas. Se llama Aquiles pero podría
llamarse Ulises. El perro –cruza con labrador, dice- es negro de toda
negritud. Y está atado con una tela roja al poste de alumbrado. Bobby,
se llama el perro. Aquiles se instaló hace una semana en una esquina
frente a una plazoleta en Lomas de Zamora. Un colchón, un par de
frazadas, dos o tres cajas de cartón, un changuito de supermercado, una
escoba y un rastrillo. Su patrimonio parece ser importante. Hasta una
radio tiene. A la silla se la llevaron cuando el mecánico de enfrente se
distrajo. El sale a cortar pasto como puede mientras la gente del
taller le vigila las cosas. Tiene unos ojos grandes y verdosos. una
dentadura que se ausentó sin esperanza y una soledad inmensa. Aquiles es
un presente terminante. Poco hay detrás y menos si mira hacia adelante.
Tiene 34 años y un trabajo municipal del que se tuvo que ir por un jefe
policía exonerado que aplicaba las lógicas de la bonaerense en parques y
paseos. Salió de la casita que tenía, se metió en una pocilga
desocupada y el dueño lo depositó con sus cuatro posesiones en la calle.
En su esquina no permite fumeríos y se espanta por
el tránsito desquiciado. Barre su vereda dos veces por día y junta las
hojas de la calle. El otoño tiene esas cosas. Ensucia dorado, como si
fuera una estación donde los reyes llegan y se van.
Aquiles no es un rey. Dice su nombre que es un héroe.
Pero es apenas un sobreviviente.
Vía,fuente:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7728:hay-vida-en-la-calle&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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