España en crisis: espejo
España en crisis: espejo
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Xabier F. Coronado
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A ritmo de cangrejo avanza el porvenir
mirándose al espejo de esta España cañí.
Joaquín Sabina, “Crisis”
mirándose al espejo de esta España cañí.
Joaquín Sabina, “Crisis”
En los últimos años
las noticias que nos llegan de Europa reflejan un proceso de crisis que
ha ido en aumento. Algunos países se han visto inmersos en
situaciones financieras sin precedentes: Irlanda, Grecia y Portugal se
han declarado prácticamente en bancarrota y tuvieron que solicitar el
rescate económico a la Comunidad Europea. Otros países, como España e
Italia, están al borde de ese precipicio que supone la intervención de
Bruselas en sus finanzas internas. Los préstamos de rescate se vuelven
un arma de doble filo y obligan a los países solicitantes a cumplir una
serie de ajustes drásticos en sus economías. Las medidas dictadas por
sus socios comunitarios no están demostrando, hasta el momento, ser la
solución a la crisis que padecen. Por el contrario, producen un
deterioro palpable en las condiciones de vida de los ciudadanos y los
índices macroeconómicos no se recuperan.
Son muchos los factores que llevaron a esta
situación y la fórmula para resolver la crisis –ya demasiado larga y
desgastante–, se resiste a los expertos que rigen la otrora floreciente
economía europea. La búsqueda de esa solución hace de los países con
problemas un campo de pruebas para economistas empeñados en salvar un
sistema que parece haber llegado a su límite. Los gobiernos de turno
se ven obligados a ser meros ejecutores de las directrices marcadas por
Alemania, el socio más poderoso de la comunidad europea.
Por una cuestión de cercanía histórica trataremos
de analizar la evolución de esta crisis en España. El país ibérico ha
pasado de una aparente bonanza económica a meterse de lleno en un túnel
que, a pesar del tiempo transcurrido y las medidas tomadas para salir
de él, parece no tener luz al otro lado. Las evidencias constatan que
no se trata de un túnel sino de un hoyo, ya que los ajustes económicos
dictaminados ahondan todavía más los problemas existentes.
De la cultura del pelotazo a la burbuja inmobiliaria
¿Cómo se fue cayendo en ese agujero del que cuesta
tanto salir? Al abordar cualquier tema es imprescindible hacer una
recapitulación de hechos. Las crisis no son consecuencia de una
calamidad repentina: tienen causas que evolucionan hasta hacerlas
realidad; por eso mismo pueden ser previsibles.
La actual situación española es producto de casi
medio siglo de errores. En pocos años se pasó del franquismo al
europeísmo, tras una transición a la democracia, ponderada por todos,
que fue un cierre en falso de la ominosa etapa anterior. Hay temas que
aún están pendientes e impiden sanar definitivamente las heridas.
Marcha contra los desahucios Foto: desmotivar.com |
La fiebre europeísta contagió a todos los partidos políticos. En 1982, la socialdemocracia llega al poder y se engendra la cultura del pelotazo:
“España es el país donde es más fácil enriquecerse en menor tiempo”,
frase histórica de Carlos Solchaga, ministro de Economía. En esta
etapa también surgió el terrorismo de estado (gal): “No existen pruebas
ni existirán”, declaró Felipe González, presidente del gobierno; se
consumó el engaño de la otan: “De entrada: No”, rezaba la consigna de
campaña; y se realizó el desmantelamiento industrial.
Con el ingreso a la Comunidad Europea en 1985
llegaron años de bonanza a base de fondos de desarrollo europeo (feder).
Fue el comienzo del espejismo y sus reflejos más deslumbrantes fueron
los fastos del ‘92: el v Centenario del Descubrimiento de América –que
pretendía conmemorar la barbarie–; la Exposición Universal de Sevilla
–dos décadas después el abandono es patente en gran parte del recinto–;
y la Olimpiada de Barcelona.
En el período de 1984 a 1996 se realizaron en
España unas setenta operaciones de venta de participaciones públicas. En
términos monetarios, el Estado ingresó más de 13 mil millones de euros
por concepto de privatizaciones. Durante estos años se creó la burbuja
inmobiliaria gracias a una dinámica especulativa en el mercado de
bienes inmuebles.
En 1997, con el regreso de la derecha al poder,
comienza la era de Aznar, un dirigente que, gracias a la foto de las
Azores, pasó a la historia como comparsa del terrorismo bélico
occidental. En el plano económico continuaron las privatizaciones, se
incrementó la burbuja y se propició un neoimperialismo empresarial en
Latinoamérica.
Otra de las causas de la crisis actual fue la
implantación del euro (2002). En la práctica, se devaluó la moneda un
sesenta por ciento porque se redondearon los precios al alza y lo que
antes costaba veinte duros (100 pesetas) pasó a costar un euro (160
pesetas). Se imponía el artificio pero nadie decía nada, porque
funcionaba la máquina de hacer dinero y se concedían créditos
indiscriminadamente.
En 2004, los atentados del 11-M propiciaron el
gobierno continuista de Zapatero, que no supo ver el problema que se
avecinaba: “España está totalmente a salvo de la crisis financiera”
(21/08/07), y fue incapaz de reconocer su gravedad: “Los efectos de la
crisis hipotecaria estadunidense tendrán un impacto relativamente
pequeño en la economía española”, dijo Pedro Solbes, ministro de
Economía. Después comienza la disminución del flujo monetario de los
feder; desde 1987, España es el país comunitario que más fondos recibe,
recursos que siempre han sido gestionados con opacidad.
A partir de 2008, la denominada “crisis de los
países desarrollados” dejó en evidencia la realidad del sistema
económico neoliberal. Como consecuencia, en España explota la burbuja
inmobiliaria. Paul Krugman, Nobel de Economía, declaró: “Las
perspectivas económicas de España son aterradoras” (16/03/09).
El momento actual: la cruda realidad
“¿Estás en el paro?” es la pregunta que sustituye
al “¿estudias o trabajas?” que durante años se usó para entablar
conversación con la desconocida pareja de baile en fiestas y guateques.
Ahora la mayoría ni estudian ni trabajan: forman parte de ese grupo
social, cada vez menos joven, de los llamados ninis. La cima del paro
juvenil –más del 50%–, el abismo del desempleo generalizado –más de 6
millones–, el torrente de las pensiones –dos cotizantes por cada
pensionista– y las ciénagas de la corrupción institucional, son
accidentes geográficos que forman parte del mapa actualizado de la
realidad española.
Pancarta contra la crisis en España |
Se esfumó el espejismo y lo real son los
desahucios y el paro incontenible. Hay más de dos millones de pisos sin
vender o sin terminar y proliferan los negocios cerrados o los
traspasos. Queda la sensación de que todo fue mentira, que todo era
construir en el aire con el aval irresponsable del sector bancario.
Al visitar España, resulta evidente que hay una
crisis social de múltiples consecuencias: se incrementó la pobreza –hay
largas filas en los comedores sociales–, bajó el poder adquisitivo de
los trabajadores y la depresión además de económica es psicológica; hay
suicidios por desalojo o por desesperación y es una causa creciente de
muerte.
La cultura también resulta afectada: cine,
literatura y cualquier producto cultural están sometidos a un impuesto
específico, el más alto de Europa. Son horas bajas para la creación y el
arte; se cayeron los presupuestos culturales –cero euros para libros
en bibliotecas públicas en 2013–, disminuyeron los apoyos y se
retiraron las subvenciones.
Al final, es más que evidente que todo aquel boato
era ficticio. La cruda realidad se hizo presente al desaparecer los
parámetros del pelotazo y la burbuja. La losa que amenazaba con
caer sobre la economía familiar es una certeza. Muy pocos salen a
divertirse, no hay ambiente en las calles porque no sobra dinero para
gastar, la gente se reúne en casa, a la europea. Las consecuencias: más
locales cerrados y más desempleo.
Hay crisis de valores y la corrupción
institucionalizada es un virus que afecta a la monarquía, la Iglesia,
los partidos políticos y a todos los poderes fácticos. La foto del
elefante “cazado” por el rey es una ilustración más de ese cuento de
príncipes e infantas escrito para adultos nacidos bajo una dictadura.
La corrupción es el siguiente capítulo de esta fábula que tendrá final
con moraleja. En el debate sobre la cuestión monárquica ya no va a
pesar tanto el oscuro aval del 23-F o el bochornoso aplauso general del
“¡por qué no te callas!”. La crisis evidencia la categoría real de los
personajes. La depresión es nacional porque no hay motivos para la
alegría o la celebración; por mucho que se intente desde el poder, no
alcanza con el deporte ni con la orgullosa “Marca España”.
Otra de las consecuencias es la nueva corriente de
emigración económica, sobre todo hacia América. Hasta el 70% de los
menores de treinta años admiten esa posibilidad como una salida a su
precaria situación. A México está llegando otra oleada de personas
procedente de la madre patria. Ya no vienen, como en los últimos años,
al “zapatour” o a colaborar en una ONG o a tumbarse en Cancún: buscan trabajo en esta inagotable Nueva España.
La situación actual, con un gobierno conservador
sin brújula que rescata bancos con dinero público y está totalmente
sometido a las directrices marcadas por sus socios comunitarios, es
grave. Las previsiones de Paul Krugman lo dejan claro: “El camino de
salida de la crisis para España será extremadamente doloroso.”
Un niño porta una pancarta en Madrid, durante protesta por los recortes. Foto: www.lahora.com |
¿Hay soluciones?
La crisis no sólo afecta a Europa, es generalizada
porque ya todo es global en la época de la postglobalización. Muchos
temen que lleguen los trancazos, y no se dan cuenta de que
empezaron hace tiempo. La violencia es una de las realidades de este
mundo, como la injusticia, el sufrimiento, la ignorancia o la miseria.
No se sabe bien dónde está el error pero es evidente que existe, se
nota que algo no funciona en esta civilización. Mientras que para
muchos en su realidad cotidiana se está acabando el mundo, otros esperan
el apocalipsis sentados ante una pantalla, sin ser plenamente
conscientes de lo que pasa. La vida se les ha convertido en algo virtual.
El hoyo debe tener fondo. Quizá estemos viviendo lo
que Gramsci describe como una “crisis orgánica”, que trae la
emergencia de fuerzas y ordenaciones sociales nuevas que lleven a una
reestructuración de los discursos ideológicos. Tal vez se trate de
aguantar el tirón y, después, vuelta a la calma. Un amigo en Asturias
decía que la única solución era salir a la calle a facer fogueres en les esquines,
para asegurarse de que todo va arder; a veces eso sucede, la historia
lo muestra. De momento, no se sabe nada y lo malo es que parece no
haber opciones cabales; hasta ahora no surgen.
En estos últimos años, en las plazas de Grecia,
Portugal y España, los parias de Europa se manifiestan, se sienten
conejillos de indias en el laboratorio de la economía neoliberal, y
algunos hacen hogueras como el amigo asturiano, pero no sirve de nada:
los reprimen y ellos se cansan de protestar. La acción no es continuada
porque no se plantean alternativas claras. A veces, parece que se
indignan porque se añora el despilfarro y el consumismo compulsivo de
esa “sociedad del bienestar” tan poco solidaria. Quizás sea la rabieta
por sentirse engañados ante la evidencia de que ese modelo de sociedad
que les vendieron era inviable, estaba pensado para gente que firmaba
créditos e hipotecas a pagar en veinticinco años: un mundo previsible y
seguro donde la muerte no acampaba. Pero el tiempo es implacable, casi
nada se puede prever y la muerte es nuestro único seguro de vida.
Los momentos de crisis siempre traen oportunidades.
Tenemos que confiar en nosotros mismos pues, como afirma el sociólogo
Richard Sennett en La cultura del nuevo capitalismo: “Lo normal
es que la máscara que presentamos a los demás oculte lo fiables que
podemos ser en un momento de crisis” (2006). La clave es reconocer la
situación para poder solucionarla, aprender de los errores y buscar
alternativas. Tener miedo a los cambios lleva al fatal “ni modo”, que es
la aceptación de lo malo conocido; como consecuencia, se impone el
estancamiento, una sociedad ahogada por la abulia y el totalitarismo.
Foto: Erubicon/Flickr |
Hay que actuar primero en nosotros, para superar
el miedo y la anuencia individualista, después unirse para levantar
algo nuevo, una labor de muchos. No podemos pensar que no hay
alternativas pero, si de verdad las hay, deberán plantear soluciones
integrales, no reformas o parches que deriven en más de lo mismo. Hay
que ser optimistas, aunque ya son muchos a los que sus circunstancias
les llevaron a perder lo último que se pierde: la esperanza.
Vía,fuente:
http://www.jornada.unam.mx/2013/03/24/sem-xabier.html
http://www.jornada.unam.mx/2013/03/24/sem-xabier.html
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