(APe).-
Setenta y siete de cada cien secuestrados, torturados, masacrados y
desaparecidos en la noche más noche de esta tierra habían vivido entre
14 y 24 años. Setecientos setenta de cada mil. Siete mil setecientos de
cada diez mil. Veintitres mil cien entre treinta mil. Pibes, muchachos,
niños y seminiños que se habían atrevido a robarse el fuego sagrado de
los dioses. Y bajaban a la tristeza de los bajofondos y a las callecitas
suburbiales y les ponían en las manos, prometeicos, el fuego sagrado a
los confinados del mundo.
El sueño era ése. Poner el mundo patas
arriba. Y el fuego en las manos de aquellos a quienes se les había
arrancado todo. Y jamás, por disposición histórica y sistémica, se les
devolvería nada.
Casi tres de cada diez tenía entre 14 y 18.
Niños. Como Bettina Tarnopolsky, de 15 años, desmantelada su familia
entera y ella misma, militante secundaria. Como el Negrito Floreal
Avellaneda, de 14. Horriblemente torturado y asesinado –militante
chiquito de la Federación Juvenil Comunista- y caídos sus huesitos por
empuje de las corrientes en las playas de la tiranía de enfrente. Como
Inés Ortega, de 16. Dijo Adriana Calvo ante el Tribunal que juzgó a las
juntas que Inés parió a su primer hijo en la Comisaría 5° de La Plata.
En la misma mesa de las torturas. Jorge Antonio Bergés la llevó a los
golpes por las escaleras, la tiró al piso y le hizo “una revisión
ginecológica”. A Inés la ataron a la mesada y tuvo a Leonardo. La vida
le estalló en la cara, en los palacios fundacionales de la muerte. La
vida escupió las paredes, como una venganza. Ninguno de los dos apareció
jamás.
Niños y seminiños. Los vislumbres de la vida han sido
peligrosos y lo han seguido siendo para los guardianes de un pacto
social pensado y hecho para celebrar a los sectores dominantes y dejar
prolijamente fuera –con la lógica del mecanismo- a todo aquello que
intrínsecamente incluya la intención del des-orden.
Pibes,
muchachos, niños y seminiños, los mismos que han sido carne fresca y
tierna de las filosas picadoras del poder. En todos los tiempos.
Ya
se sabe cómo terminan los prometeos en este mundo. Con un águila
devorando sus entrañas que se reproducen infinitamente para que la
condena sea eterna.
Ese síntoma de la agitación que son los niños
en un mundo no dispuesto a alterar la lógica de sojuzgantes y
sojuzgados, ha ido perdiendo las chispas de aquel fuego robado y apenas
queda ya la fragilidad de una vela en el viento.
La más larga de
las noches, la noche de la sangre y de la muerte, se llevó a 23 mil
niños, seminiñas, pibes y muchachas que traían la semilla de la
transformación en la panza y en la lengua. Aniquilados, arrasados,
desaparecidos. El fuego apagado a mar, a océano, a hueso descarnado
asomando tímidamente en la arena de una dictadura o de la otra.
Pero los indicios de insurrección siguieron asomando, como axioma legal de la naturaleza.
Mientras
sigan naciendo niños habrá el ardor del fuego robado que renace. Del
Prometeo que aprieta el cuello del águila y salva sus entrañas por un
rato.
Aunque los esperen en las esquinas oscuras todos los
fantasmas y los monstruos y los asesinos. Los secuaces de aquellos de
los que las niñeces y los piberíos no pudieron recuperarse jamás.
Decenas de años pasaron naciendo infancias con rebeldías pequeñas en la frente, como lentejuelas.
Pero
los arrebatan los monstruos que no murieron nunca. Que no se apagan
jamás. Tanto más poderosos y resistentes que el fuego que aquellos otros
pibes les robaron.
El capitalismo voraz, que se quitó todos
los disfraces de humanidad y buenaventura, les cambió rebeldía por
desasosiego, les arrancó la insurgencia y les inoculó el desgano. Les
fue depilando la esperanza año tras año, como si fueran siglos. Les
acortó el futuro a cinco minutos después y los anestesió con alcohol y
le quitó valor a la vida propia y a la ajena y los mató por la espalda
con balas policiales y aniquiló a los sobrantes con fasos de paco.
7.579.138
potenciales transformadores de 14 a 24 años dijo el censo 2010 que van y
vienen de la cabeza a los pies del país. El paquete sistémico les
ofrece pan y paraíso y les publicita en pantalla gigante una ruta
individual pavimentada, bella y solitaria. No está en la agenda de nadie
que sean felices.
No está en la agenda de nadie la viabilidad
del sueño colectivo. Las instituciones funcionan eficazmente para
desactivar el contrabando de fuego desde los desvanes más luminosos de
la historia.
Y como la vida se escapa buscando quién sabe qué
libertades, habrá que apurarse. Habrá que parir Prometeos y niñas
robadoras del fuego de los poderosos para volver a encender las
antorchas que agonizan. Cada niño que nace cambiará el mundo si no lo
atropella el hambre, el desamparo y el futuro talado no bien llega a
estos mundos. Habrá que tatuarle la rebeldía en cada caricia. La
insurgencia en las piernas cuando empiece a caminar.
Y poder,
entre millones de miles, dar vuelta el mundo como una media, para que la
felicidad se vuelque como el agua de las palanganas, sobre las cabezas
de todos.
Vía:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7688:los-ninos-transformadores-y-prometeicos&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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