(APe).- A fines de enero de 2013, dos pibes rosarinos fueron figuras excluyentes del mercado informativo internacional.
Lionel
Messi metió cuatro goles en el triunfo del Barcelona contra el Osasuna
por 5 a 1 y Mauro Icardi también hizo lo mismo en la victoria del
Sampdoria, de Italia, contra el Pescara.
Ninguno de los dos jugó en primera en alguno de los grandes clubes rosarinos.
Ni en Ñuls ni en Central.
Solamente los documentos de identidad recuerdan que son rosarinos.
La
misma ciudad que cuarenta años atrás era la capital nacional del fútbol
y hoy, ni siquiera, puede garantizar que el clásico entre leprosos y
canayas se pueda jugar con tranquilidad en un contexto de amistosos.
Cancha chica del fútbol, cancha grande de la vida, de la realidad.
Casi
una decena de hechos violentos precedieron al clásico suspendido el
domingo 20 de enero pasado. Crónica de una muerte anunciada, diría con
razón el lugar común. ¿Qué seguridad podía garantizarse si durante las
primeras tres semanas del año no hubo nada que impidiera la impunidad de
los sectores violentos vinculados a los grupos de tareas llamados,
eufemísticamente, barrabravas?
Las actuales dirigencias de Ñuls y
Central conviven con estos grupos de tareas y dependen de ellos.
Frankenstein volviéndose contra el creador. Les tienen miedo. No les da
para ser Canteros, el titular de Independiente.
Pero hoy esas
bandas son asociaciones ilícitas con muy buenas relaciones con la
policía provincial. Hay que recordar que el hijo del ex jefe de la
policía provincial, Hugo Tognoli, era representado por el otrora mítico
número de la barra de Ñuls, Roberto “Pimpi” Caminos. No en los papeles,
si en la realidad.
Tres horas antes del partido, negocio
empresarial que debió jugarse en invierno, comenzaron los intercambios
de piedrazos y balas entre policías y sectores de la barra en el Parque
Independencia, la geografía donde está enclavado el estadio rojinegro.
Un policía recibió un balazo que casi le perfora el cuello. Se salvó de
casualidad.
Después vino, hasta el presente, el juego hipócrita
del distraído. Nadie quiso asumir la suspensión del partido. En
Arroyito, mientras tanto, hubo invasión de la cancha y saqueo de pilchas
a los muchachos.
En la década del noventa, en forma paralela al
saqueo del perfil industrial, obrero, portuario y ferroviario de la
ciudad, los clubes rosarinos tuvieron deudas que rondaron en 150
millones de dólares y economías intervenidas por la justicia y
acusaciones de lavado de dinero. Desastres económicos, desastres
deportivos y barras cada vez más integradas a los nichos corruptos de La
Santafesina SA y cada vez más poderosas.
La suspensión del
clásico es la lógica consecuencia de la matriz de ferocidad que envuelve
los barrios y el centro rosarino desde hace rato.
No se trata de
un hecho más de “violencia en el fútbol”, se trata de la más elocuente
demostración que hace rato Rosario ha dejado de ser la que era.
Por
primera vez en su vida, este cronista –al borde del medio siglo-, ha
visto pintadas reclamando la muerte del canaya o del leproso. Algo
inimaginable una década atrás.
Las minorías del odio, socias de las
minorías lavadoras del dinero, delincuentes de guante blanco, les
volvieron a ganar a las mayorías rosarinas.
Las estúpidas peleas
entre dirigentes y funcionarios son el innecesario sainete que sufre un
pueblo que necesita cambiar las reglas de juego para que, alguna vez, el
partido de la historia lo encuentre ganador y no derrotado por la
violencia, la intolerancia, la hipocresía y el miedo.
Vía:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7625:pibes-exiliados-y-la-ciudad-goleada&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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