Recién ahora se reconoció la existencia de un centro de exterminio
de la dictadura pinochetista donde fueron torturados y ejecutados, entre
otros, los dirigentes del Partido Comunista de Chile y los militantes
del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).
Un libro de reciente aparición (La danza
de los cuervos. El destino final de los detenidos-desaparecidos, de
Javier Rebolledo) revela un hecho que se mantuvo en secreto durante más
de 30 años y que se conoció hace un lustro, aunque sólo en el ámbito
judicial chileno: la existencia de un centro de exterminio de la
dictadura pinochetista donde fueron torturados y ejecutados, entre
otros, los dirigentes del Partido Comunista de Chile y los militantes
del MIR; un sitio donde ocurrieron tragedias que evocan las de los
campos de concentración del régimen nazi.
Poco más de 30 años duró el pacto de
silencio sellado por asesinos y encubridores que guardaron uno de los
mayores secretos de la dictadura pinochetista. Jorgelino Vergara, El
Mocito, fue quien descorrió el velo: En la comuna de La Reina –en la
capital chilena– funcionó el cuartel Simón Bolívar, un centro de
exterminio de la Dirección Nacional de Inteligencia (Dina).
Allí operó la Brigada Lautaro, unidad
creada en abril de 1974 para dar protección al jefe de la Dina, el
coronel Manuel Contreras.
A las órdenes de éste la Brigada Lautaro –comandada por el coronel Juan Morales Salgado– asesinó a cientos de personas con métodos en extremo crueles, algunos de ellos experimentales. No se conoce la cifra exacta de muertos, pero sí se tiene la certeza de que ninguno de los que ingresaron como prisioneros al cuartel Simón Bolívar vivió para contarla. Todos desaparecieron.
A las órdenes de éste la Brigada Lautaro –comandada por el coronel Juan Morales Salgado– asesinó a cientos de personas con métodos en extremo crueles, algunos de ellos experimentales. No se conoce la cifra exacta de muertos, pero sí se tiene la certeza de que ninguno de los que ingresaron como prisioneros al cuartel Simón Bolívar vivió para contarla. Todos desaparecieron.
En enero de 2007 Vergara fue localizado
por agentes de la Brigada de Derechos Humanos de la Policía de
Investigaciones (PDI) que indagaban la desaparición de la cúpula del
Partido Comunista de Chile, ocurrida en mayo de 1976.
Vergara cooperó con la justicia. Como
consecuencia de sus declaraciones se produciría el mayor número de
procesamientos en la historia de los juicios por violaciones a los
derechos humanos ocurridos en la dictadura militar (1973-1990).
Pero casi nada de esta historia se había
publicado. Las declaraciones del Mocito estaban protegidas por el
secreto del sumario de esta causa (número 2182-98). Cuando ocurrieron
los procesamientos se supo de la existencia del cuartel Simón Bolívar y
de la Brigada Lautaro pero no se conocieron los detalles de lo que allí
sucedió: sólo retazos.
De ahí la importancia de la reciente
publicación del libro La danza de los cuervos. El destino final de los
detenidos-desaparecidos (Ceibo Ediciones, 2012), del periodista Javier
Rebolledo.
En entrevista con Proceso el autor
señala que “no hay registro hasta ahora en nuestro país, en ningún libro
de historia ni en ningún libro de periodismo, de un episodio tan crudo
como este”.
El ventilador
La historia de las revelaciones del
Mocito comienza el 19 de enero de 2007. Ese día el inspector de la PDI,
Claudio Pérez, lo encontró en una aldea en medio de un bosque de la
Cordillera de la Costa, en la región del Maule.
Pérez había seguido su pista durante
seis meses debido a que un agente de la Dina acusó a Vergara de haber
asesinado en 1976, con sus propias manos, al subsecretario general del
Partido Comunista, Víctor Díaz López.
Pérez le explicó a Vergara el motivo de su visita y le pidió que lo acompañara para rendir una declaración.
–Los estaba esperando hace mucho tiempo – respondió El Mocito, consigna el libro.
El inspector le tomó la declaración en una comisaría de la PDI en Curicó. De entrada El Mocito se mostró indignado por haber sido inculpado en la muerte de Díaz y no se anduvo por las ramas: dijo que sabía quién lo había matado.
El inspector le tomó la declaración en una comisaría de la PDI en Curicó. De entrada El Mocito se mostró indignado por haber sido inculpado en la muerte de Díaz y no se anduvo por las ramas: dijo que sabía quién lo había matado.
“Esa noche la historia desconocida de
Chile, la del único cuartel dedicado de modo expreso al exterminio,
donde se decidió el destino final de los detenidos, las matanzas y lo
que debieron sufrir los secuestrados antes de ser asesinados comenzaba a
fluir por boca de quien decía no haber tenido poder alguno dentro de la
estructura de la Dina ni de la Brigada Lautaro.
“Dueño de una memoria fotográfica,
Jorgelino recordaba decenas y decenas de nombres, sus chapas (nombres en
clave), los cargos y funciones que desempeñaba cada uno en la Brigada
Lautaro, las instituciones a las que pertenecían y la crueldad que los
caracterizaba (…) nunca algún agente de la Dina se había prestado para
describir, desde las entrañas de la estructura misma, algo así de
explícito y violento”.
Después de firmar la declaración,
Jorgelino Vergara fue trasladado al Palacio de Tribunales en Santiago.
Allí lo esperaba el ministro Víctor Montiglio quien, alertado por los
policías de la trascendental información proporcionada por Vergara,
quiso tomar personalmente una nueva declaración.
Hasta ese momento Montiglio era conocido
por haber aplicado sistemáticamente la Ley de Amnistía de 1978 en casos
de crímenes de lesa humanidad. “Por su postura se había granjeado el
odio y desprecio de numerosos familiares de detenidos-desaparecidos”,
afirma Rebolledo en su libro. Sin embargo, el conocimiento de los
horrores de la Brigada Lautaro lo sensibilizó. Sus resoluciones lo
evidencian.
En marzo de 2007 Montiglio dictaría el
mayor procesamiento en la historia de los juicios por crímenes cometidos
durante el periodo más cruel de la dictadura. “74 agentes
pertenecientes a la Brigada Lautaro de la Dina, procedentes de todas las
ramas y rangos de las fuerzas armadas y de orden, estaban tras las
rejas gracias a la memoria fotográfica y a la revancha del Mocito.
“Fueron detenidos en distintos puntos
del país en el más absoluto sigilo, sin darles tiempo ni posibilidad de
ponerse de acuerdo entre ellos para coordinar el contenido de sus
declaraciones. Debido al bajo perfil y al evasivo estilo de vida que
suelen llevar, a muchos costó rastrearlos. Además un número importante
de ellos jamás habían sido nombrados previamente en un proceso judicial,
por lo que prácticamente no existían. A la larga todos cayeron y los
penales destinados a este tipo de criminales debieron duplicar y
triplicar sus esfuerzos para darles ‘alojamiento’”.
A pesar de su valiosa colaboración,
Vergara también fue detenido e incomunicado en la Cárcel Pública de
Santiago. Permaneció ahí dos meses.
Fueron numerosos los careos en los que
Jorgelino Vergara se vio enfrentado a los agentes que él acusó de
participar en los crímenes de la Brigada Lautaro. “Frente a frente y en
presencia del ministro, todos lo negaron. Nunca lo habían visto,
decían”.
Pero el jefe de la brigada, Morales
Salgado, no pudo negarlo: lo reconoció e incluso lo definió como “un
cabro (muchacho) muy esforzado”.
Luego otro agente de la brigada, Jorge Pichunmán Curiqueo, también lo reconocería. “Así, poco a poco al comienzo y luego con velocidad pasmosa, el castillo de mentiras y el pacto de silencio se fueron resquebrajando y convirtiéndose en una avalancha de recriminaciones y acusaciones cruzadas. ‘Yo no fui, él fue’, se repitió tantas veces que pronto los agentes de la Dina ya no pudieron ponerse de acuerdo.
Luego otro agente de la brigada, Jorge Pichunmán Curiqueo, también lo reconocería. “Así, poco a poco al comienzo y luego con velocidad pasmosa, el castillo de mentiras y el pacto de silencio se fueron resquebrajando y convirtiéndose en una avalancha de recriminaciones y acusaciones cruzadas. ‘Yo no fui, él fue’, se repitió tantas veces que pronto los agentes de la Dina ya no pudieron ponerse de acuerdo.
“Las traiciones parecían venir de todos
lados y algunos de ellos comenzaron a confesar más y más y así entraron
en detalles tan escabrosos o más que los narrados por el propio
Jorgelino. Montiglio, desde el otro lado de la mesa, no perdonaba;
interrogaba y volvía a interrogar minuciosamente a todos los agentes,
hasta que casi cuatro años más tarde recibió una noticia inesperada:
había contraído un cáncer que resultaba tan fulminante como mortal.
Apenas alcanzó a solicitar su jubilación antes de ser internado en el
hospital. Murió el 30 de marzo de 2011”.
El caso sigue abierto, al parecer sin
diligencias pendientes, esperándose en breve la sentencia. Todos los
agentes de la Dina que han sido procesados en esta causa contra los
dirigentes del Partido Comunista desaparecidos en 1976, esperan en
libertad el veredicto.
“El Mocito”
Jorgelino Vergara nació en una familia
muy pobre de la región del Maule. Su madre murió cuando él era casi un
bebé. En 1974 –cuando tenía 14 años– sus hermanos José Vicente y Rosamel
lo fueron a buscar al fundo donde trabajaba casi como esclavo, en el
sector Los Niches, del Maule. Ellos vivían en Santiago donde trabajaban
para el director de la Empresa de Correos y Telégrafos, el general
Galvarino Mandujano, compadre de Contreras.
Recomendado por aquél, Jorgelino ingresó
como asistente de mozo en la casa del coronel. Allí conoció a otros de
los capos de la dictadura: Miguel Krassnoff, jefe de la Brigada
Caupolicán (la encargada de eliminar al Movimiento de Izquierda
Revolucionaria, tarea que realizó entre 1974 y 1975); Marcelo Moren
Brito, jefe del centro de tortura Villa Grimaldi; Burgos de Beer,
ayudante personal de Contreras.
“Le quedó registrado de aquellos
encuentros que hablaban de ‘paquetes’ (…) de cuántos habían sido dados
de baja. A personas eliminadas se referían. Y el coronel (Contreras) al
otro lado, inmutable. Firmaba todos los documentos, porque todo quedaba
documentado”. El Mocito escuchaba y retenía todo lo que podía. Le
gustaba saber.
En el invierno de 1976, a los 16 años,
Jorgelino Vergara fue contratado para trabajar en la Dina. La chapa que
eligió fue Alejandro dal Pozzo Ferreti. Después de firmar un contrato y
hacer el juramento de confidencialidad fue llevado por dos agentes de la
Dina al ultrasecreto cuartel de la Brigada Lautaro. El coronel Morales
lo recibió y le mostró el recinto.
Auschwitz en pequeño
Un día Jorgelino estaba de guardia en la
garita ubicada al lado del portón de entrada cuando llegaron unos
extranjeros. Eran peruanos o bolivianos.
“Casi de inmediato llegó caminando el
capitán Morales Salgado junto al capitán Germán Barriga y el teniente
Ricardo Lawrence. Entre los tres los empezaron a interrogar ahí mismo.
Gritos, golpes. El más loco esa vez era sin duda el capitán Morales. La
cabeza se azotaba y volvía a levantarse. Todo el rostro roto. Una mezcla
de sangre, tierra y los granos de maicillo incrustados en la piel. ¿Qué
iban a responder si esos peruanos no sabían nada? Seguro cayeron
detenidos por equivocación. O tal vez eran parte de un plan. Conejillos
de Indias.
“Dos agentes pusieron a los peruanos
contra uno de los muros del lugar (…) El Gringo (Michael) Townley sacó
entonces un aparatito. Era como un control remoto con unas antenitas
pequeñas y le comenzó a mostrar al coronel (Morales) la forma de
utilizarlo. El coronel lo agarró entre sus manos y apuntó. En un
instante salió volando el dardo.
Antes de siquiera verlo ya estaba pegado
sobre la boca del estómago de uno de los detenidos. El coronel movió la
palanquita del control remoto y el peruano cayó de inmediato al piso,
fulminado, contorsionándose en un millón de contracciones musculares, de
un lado para otro durante un rato. (…) Más de 200 voltios y un alcance
de 50 metros”.
Días después los peruanos murieron
cuando les aplicaron gas sarín en la cara. Fallecieron instantáneamente.
Los agentes de la Dina estaban poniendo a prueba la efectividad de esa
arma, que se barajó como una de las posibles a utilizar para asesinar al
excanciller Orlando Letelier.
“Townley viajaría a Estados Unidos, a
Washington concretamente, con pasaporte falso; se reuniría con Armando
Fernández Larios y recibiría de él información acerca de los movimientos
de Orlando Letelier en esa ciudad. Su misión era asesinarlo. A ese
viaje llevó un frasco de perfume Chanel número 5 lleno de gas sarín. Era
una de las posibilidades para eliminar a Letelier. Finalmente, por
razones logísticas, se decidió matarlo por medio de una bomba a control
remoto”.
A medida que pasaba el tiempo Jorgelino
se endurecía al punto de lograr despreciar a los comunistas y asumirlos
como “destruye-patrias”. En cierta forma –pensaba– se lo tenían merecido
“por intentar acabar con el país”.
Pero El Mocito reconoce haber sentido
especial aprecio por Víctor Díaz, ejecutado por Juvenal Piña Garrido, El
Elefante, quien confesó cómo lo hizo. Dijo que entró al calabozo de
este prisionero y lo vio: estaba amarrado de pies y manos.
“En ese mismo momento le manifiesto a
Díaz que me perdonara por la acción que iba a llevar a cabo, es decir su
posterior muerte. En ese instante un agente, no recuerdo quién, me
entregó una bolsa de nylon de supermercado, la que utilicé para
introducir la cabeza de Díaz, momento en el que presioné esta bolsa a su
cuello con el fin de impedir el paso de oxígeno a su cuerpo. Al cabo de
unos tres minutos observé que ya no tenía signos vitales, instante en
que terminé de presionar la bolsa, para salir del dormitorio
inmediatamente, por cuanto me encontraba choqueado por la acción que
había ejecutado”.
El cuerpo de Díaz fue trasladado al
Regimiento Peldehue donde fue subido a un helicóptero y arrojado al mar,
como se hizo con muchos otros detenidos asesinados. Otros fueron
enterrados en recintos militares o en lugares alejados de la ciudad.
Consultado respecto de qué conclusiones
saca de lo relatado por El Mocito, Rebolledo señala que el cuartel Simón
Bolívar “es un mini-Auschwitz; por ende tenemos que reconocer, aceptar,
estudiar y hacer todo lo que sea necesario para entender lo que pasó.
Porque si caímos tan bajo, es porque algo pasa… algo pasó con la
identidad, con el ser de Chile que, a mi parecer, no ha cambiado mucho”.
Rebolledo expresa: “Me encantaría que se
comprendiera la importancia de preservar la memoria de este lugar, y
que se reconstruya una réplica exacta de lo que aquí hubo”.
Vìa,fuente:
http://www.kaosenlared.net/america-latina/item/23538-chile-el-auschwitz-de-pinochet.html
http://www.kaosenlared.net/america-latina/item/23538-chile-el-auschwitz-de-pinochet.html
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