He
aquí un libro muy interesante sobre un tema que, si no me equivoco, los
autores marxistas han tratado poco: el origen de la guerra (1).
Nuestros primos los grandes primates no montan guerras, así que cabe
preguntarse si la guerra es una característica peculiar del género
humano. Si no lo es, ¿cuándo y cómo apareció? Salta a la vista que el
interés de la cuestión no es únicamente académico, sino también político
y programático. En efecto, si es posible identificar los factores que
han permitido que la guerra aparezca en un determinado momento de la
historia de la humanidad, es probable que se puedan sacar lecciones de
cara a avanzar hacia una sociedad sin guerra.
Se
puede establecer un paralelismo con el comunismo: del mismo modo que la
existencia en el pasado de sociedades sin clases muestra una serie de
condiciones para la realización del proyecto comunista (la abolición de
la división social del trabajo, por ejemplo), la existencia en el pasado
de sociedades sin guerras ayudaría a marcar la perspectiva de una
sociedad sin enfrentamientos colectivos organizados. Algunos replican
que el comunismo será por fuerza una sociedad sin guerra… Por desgracia,
nada es menos cierto: en todo caso, según los antropólogos, muchos
grupos humanos que vivían en el estadio del comunismo “primitivo”
guerreaban. No cabe duda de que la guerra existía antes de la división
de la sociedad en clases. Las dos cuestiones –la abolición de las clases
y la desaparición de la guerra– son por tanto relativamente distintas.
GUERRA Y VIOLENCIA
Así pues, ¿qué nos enseña la obra de Raymond Kelly?
Que las sociedades sin guerra existen, que no son excepcionales en la
muestra de sociedades estudiadas por los antropólogos modernos, pero que
no por ello son pacíficas. Las sociedades sin guerra tienen, desde
luego, dos características “no violentas”: su organización es no
coercitiva y la educación de los niños es permisiva, pero por lo demás
no son sociedades sin violencia. En este sentido, los elementos
recopilados por Kelly son ilustrativos. Los porcentajes de homicidios en
las sociedades sin guerra son relativamente elevados (más altos, en
algunos casos, que en algunas sociedades guerreras); en ellas, la
violencia entre cónyuges es frecuente (a iniciativa de los hombres); la
mayor parte de los homicidios los comete un hombre contra un hombre; la
violencia entre mujeres apenas es menos frecuente que la violencia entre
hombres y, si no es letal, es proporcionalmente más grave que esta
última; los conflictos entre hombres se originan más bien por motivos
económicos, y los conflictos entre mujeres más bien por causas
relacionadas con el adulterio (aunque el adulterio también tiene una
dimensión económica);… En suma, estamos lejos de las visiones
paradisiacas del “buen salvaje”.
La
conclusión que se desprende de este examen es que la guerra no es, como
se imagina a menudo, fruto de una acumulación de violencia social
creciente (violencia contra los niños, conflictos entre hombres por el
control de las mujeres, violencia de los hombres contra las mujeres,
etc.). Es por tanto esencial definir bien qué es la guerra y no
confundirla con otras formas de violencia, como el homicidio. Frente a
estas otras formas, la guerra se caracteriza por ser una actividad
colectiva preparada a partir de una concepción compartida que pretende
que el mal hecho a un individuo del grupo afecta al conjunto del grupo y
puede repararse legítimamente mediante un acto de violencia contra
cualquier individuo del otro grupo.
Según Kelly, es este principio de sustitución social en la reparación
el que determina la existencia de la guerra como forma específica de
violencia. “La guerra se basa en la aplicación de un mecanismo de
sustitución social en casos de conflicto, de manera que estos se
conciben como asuntos que atañen a todo el grupo. […] Lo que caracteriza
a las sociedades sin guerra no es la ausencia de homicidios, sino más
bien una respuesta al homicidio en la que no se plantea la noción de
sustitución social. [En estas sociedades, en caso de homicidio] no se
atribuye la responsabilidad a alguien que no sea la persona que ha
perpetrado el homicidio y no se pretende hacer pagar el precio de sangre
a ninguna otra persona.” (p. 41) La ejecución de un criminal es
legítima, incluso a los ojos de su propia familia. Ocurre a menudo que
los parientes de la víctima renuncian a aplicar la pena, pero si no
renuncian, no por ello se desencadena la venganza de la otra parte. Y la
venganza es la forma elemental de la guerra, según Kelly.
GUERRA, MATRIMONIO Y SEGMENTACIÓN SOCIAL
El
autor trata entonces de identificar los mecanismos que explican la
aparición del concepto de sustitución social. Puesto que la gran mayoría
de sociedades sin guerra son sociedades de cazadores-recolectores,
compara las tribus de cazadores-recolectores que hacen la guerra con las
que no la hacen. Observa de entrada que estas últimas no tienen ningún
mecanismo común de gestión o resolución no violenta de los conflictos
(al contrario, los conflictos se resuelven mediante actos de violencia
interpersonal que, en algunos casos, se canalizan a través de duelos
organizados por el grupo). Por tanto, no es en este plano donde se
encuentra la clave del enigma. En cambio, las sociedades sin guerra se
distinguen claramente por su organización: son sociedades “no
segmentadas”, es decir, formaciones carentes de cualquier otra
estructuración distinta del grupo local, que no se compone más que de
familias (nucleares o poligámicas), sin que esta composición familiar
sea rígida. Por otro lado, las sociedades segmentadas se caracterizan
por el hecho de que el grupo abarca familias bien delimitadas que
comprenden una serie de patrilinajes inclusivos, de los que algunos
constituyen un clan, un subclan, etc. La segmentación y la sustitución
social suelen ir de la mano, señala Kelly, porque “las familias
específicas que forman un patrilinaje (la descendencia de un ancestro
masculino a través de sus hijos) son las que están dirigidas por los
hijos y los hijos de los hijos de una serie de hermanos, de modo que la
equivalencia entre niños del mismo sexo está codificada” (p. 46). De
este modo surgió el espíritu de grupo sin el cual no habría ni
responsabilidad de grupo ni venganza de grupo, y por consiguiente
tampoco habría guerra.
La forma del
matrimonio es determinante para la diferencia entre estos dos tipos de
organización. En las sociedades no segmentadas, el matrimonio vincula al
hombre con la familia de su esposa, y viceversa, y existen uniones
matrimoniales entre individuos de distintos grupos locales, que crean
lazos y afinidades. Sin embargo, el matrimonio no se conceptualiza como
una transacción entre grupos y no viene acompañado de ninguna
transmisión de bienes. La esposa y el esposo no aparecen como
representantes de una colectividad. Prácticas típicas del matrimonio
concebido como un intercambio entre grupos o un medio para consolidar un
grupo, como las uniones preferentes entre primos, el pago de dotes,
etc., no existen en las sociedades no segmentadas. En cambio, en ellas
está muy extendido el “servicio de la casada”. Kelly señala que a menudo
el marido se instala en casa de la familia de su mujer, donde la nueva
pareja permanece durante varios años. En este periodo, el joven ofrece a
su nueva familia servicios, una parte de lo que caza, objetos que
fabrica, etc. Este es un aspecto importante, porque como indica el
autor, “el ‘servicio de la casada’ suele separar a los hermanos, ya que
cada uno entra en la órbita de la familia de su esposa durante cierto
tiempo, lo que interrumpe la cohabitación entre hermanos en los primeros
años de la edad adulta. De este modo, la relación que encarna la
sustitución social en las sociedades en que esta está muy desarrollada
se ve socavada por las prácticas matrimoniales en las sociedades no
segmentadas o una parte significativa de las mismas.” (p. 48)
GUERRA Y EXCEDENTE SOCIAL
Los
estudios recopilados por Kelly muestran una correlación muy fuerte
entre la ausencia de segmentación de las sociedades de
cazadores-recolectores y la escasa frecuencia (o inexistencia) de
guerras. Otra correlación fuerte aparece entre la práctica de la dote
matrimonial y la responsabilidad del grupo sobre la venganza, condición
necesaria para que se desarrolle la guerra. Otro dato interesante
refleja la importancia de las formas de unión: la frecuencia de las
guerras es inversamente proporcional a la proporción de matrimonios
fuera del grupo local (exogamia).
En
cambio, en estas sociedades no se observa ninguna correlación entre la
frecuencia de la guerra, por un lado, y la densidad de la población o su
carácter sedentario, por otro. Esto desmiente las teorías que hacen
coincidir el origen de la guerra con cierto umbral de población o con el
fin del nomadismo. Kelly observa a este respecto que ciertas tribus
enteramente nómadas figuran entre las más guerreras de las sociedades de
cazadores-recolectores; se trata precisamente de grupos segmentados. No
cabe duda, por tanto, que es en esta segmentación, y no en la
sedentarización, donde hay que buscar la causa determinante de la
aparición de la guerra.
Como buen
materialista, uno se pregunta por el posible lazo entre el cambio de las
formas de organización social (no segmentada/segmentada) y el
desarrollo de las fuerzas productivas, en particular la aparición de un
excedente social. “Ninguna de las sociedades no segmentadas de
cazadores-recolectores (conocida) ha desarrollado una capacidad de
acumulación de reservas”, señala Kelly. Pero algunas de esas sociedades
se han segmentado y, de este modo, se han vuelto guerreras. ¿Por qué?
¿Debido a qué cambios de sus condiciones materiales de existencia? El
libro de Kelly no responde a esta pregunta, pero una cosa es cierta: en
su forma elemental, la guerra existía antes de que se produjeran
excedentes sociales estables.
Sin
embargo, Kelly explica que el desarrollo de una capacidad de acumulación
de reservas de alimentos parece haber favorecido la segmentación
social, y por tanto la guerra, modificando al mismo tiempo las formas de
esta (ya que las reservas de alimentos pasaron a ser evidentemente un
objetivo estratégico). “El almacenamiento de alimentos y la segmentación
organizativa van de la mano, escribe. Es probable que el almacenamiento
sustancial de alimentos haya aparecido en un contexto en que la guerra
era poco frecuente y por tanto en un sistema regional de sociedades no
segmentadas de cazadores-recolectores, pero que haya originado cambios
en materia de economía política, lo que a fin de cuentas comportaría un
cambio de organización, particularmente en un contexto en que aumentó la
frecuencia de la guerra. Es muy posible que la transformación del
carácter de la guerra causada por la existencia de reservas de alimentos
haya influido en estos cambios.”
LA GUERRA, INVENCIÓN RECIENTE
Kelly
deduce de sus investigaciones que la humanidad ha vivido sin guerras
durante la mayor parte de su historia. En particular, la colonización
del planeta en el paleolítico superior la llevaron a cabo sociedades no
segmentadas y por tanto pacíficas. En determinadas circunstancias de
escasez, estas sociedades pudieron conocer conflictos espontáneos en
torno al acceso a los recursos. Los antropólogos han observado fenómenos
de este tipo en ciertos pueblos de cazadores-recolectores de la época
moderna, pero por lo general la precariedad de la existencia favoreció
más bien la cooperación entre grupos.
Kelly calcula que la transición a las sociedades segmentadas comenzó no antes de hace 10.000 años (salvo en el valle del Nilo,
sin duda). Previamente, la humanidad, según él, desconocía la guerra.
Conocía la violencia interpersonal, pero el cuadro que pinta el autor no
tiene nada que ver con lo que experimentamos en la sociedad
capitalista. Sobre la base del estudio de los grupos de
cazadores-recolectores que existen actualmente, Kelley estima que “el
homicidio, la ejecución de un asesino (la pena capital) y los conflictos
espontáneos, potencialmente mortales, en torno a los recursos eran
sucesos raros desde el punto de vista de un individuo, en el sentido de
que la violencia letal probablemente solo aparecía una vez cada cien
años en el seno de su propio grupo (o cada veinte años en una franja
territorial de cinco grupos vecinos)”.
El
autor no deja de subrayar que la imagen que describe es diametralmente
opuesta a la visión difundida por la clase dominante, según la cual la
guerra es una tendencia de la naturaleza humana que requiere, para
contrarrestarla, la formación de un Estado y un gobierno imparciales.
Cita el Leviatán de Hobbes: “La naturaleza
humana fue el origen de una propensión generalizada a la guerra que
generó la necesidad de una forma de gobierno global para garantizar la
paz, e hizo comprender que este gobierno era realizable mediante la
aplicación de la Razón.” Está claro que esa “pesadilla en que se cree
que los individuos (de las sociedades llamadas ‘primitivas’) convivieron
permanentemente con la obsesión de una muerte violenta no existió
jamás”, concluye Kelly. Los marxistas no se sorprenderán ante esta
afirmación, pues saben que esta manera de presentar el Estado como un
progreso de la humanidad solo sirve para justificar el monopolio de la
violencia por parte de la clase dominante al servicio de sus intereses.
DIEZ MIL AÑOS DESPUÉS
En
la perspectiva de una sociedad sin guerra, cabe destacar dos
observaciones importantes del autor. La primera: desde que existe, la
guerra es episódica. La capacidad del ser humano de hacer las paces es
por tanto igual de grande que la de hacer la guerra… La segunda: “El
tipo estructural de las sociedades no segmentadas encierra posibles
extrapolaciones que van más allá de las sociedades de subsistencia como
las de los cazadores-recolectores. Nada indica que hubiera una evolución
lineal de las sociedades no segmentadas a las sociedades segmentadas.
Es posible que sociedades segmentadas hayan evolucionado para
convertirse en sociedades no segmentadas porque estas mostraban una
mayor capacidad de adaptación.”
Diez
mil años después, todavía nos queda algo por aprender de la organización
social de los cazadores-recolectores, en particular de su organización
familiar. Es una cuestión que abre la puerta a una reflexión
estratégica, ya que el autor insiste en el tema: “El matrimonio es el
factor más potente de esta transformación social [por la que se
establece la obligación de vengar a un miembro del grupo matando a
cualquier otro miembro del grupo del asesino], porque el intercambio de
mujeres entre los grupos codifica directamente los conceptos de la
sustituibilidad social, de la persona como representante del grupo y de
los intereses y proyectos colectivos, y de la ‘pérdida’ de un miembro
del grupo como merma de la colectividad.” En el camino hacia una
sociedad comunista sin guerra, la humanidad todavía tendrá que ajustar
las antiguas cuentas con la familia patriarcal.
NOTA
1) Raymond C. Kelly, “Warless Societies and the Origin of war “, The University of Michigan Press, 2000.
Por Daniel Tanuro
Traducción al castellano de Viento Sur.
Publicado en www.rebelion.org
Texto -de origen externo- incorporado a este medio por (no es el autor):
Cristián Andrés Sotomayor DemuthVìa:
http://www.elciudadano.cl/2012/05/16/52800/sobre-el-origen-de-las-guerras-y-las-sociedades-sin-guerra/
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