Alejandro Dausá
Indígenas amazónicos se integran a la marcha desde Trinidad a La Paz
Foto Reuters
La IX Marcha Indígena
ha comenzado. ¿Funcionará como catalizador del descontento social que se
viene expresando de múltiples modos? Según la Fundación Unir, en 2011
se contabilizaron alrededor de mil 300 conflictos en el país.
A riesgo de simplificar, se puede afirmar que prácticamente todos
fueron y son sectoriales y parciales. Sectoriales porque se trata de
reivindicaciones de tipo salarial, tarifario, limítrofe o relacionadas
con actividades económicas informales, pago de bonos a sectores
vulnerables, etcétera. Parciales, porque son escasísimas las que
proponen cambios estructurales.Según la politóloga cruceña Helena Argirakis, el conflicto interhegemónico (sectores subalternos versus grupos tradicionales de poder) que caracterizó el panorama hasta 2009, se trasladó al interior del campo popular (lucha intrahegemónica). Es lo que el vicepresidente ha calificado con cierto candor como
tensiones creativas.
Una administración responsable, prudente pero conservadora en lo macroeconómico, excelentes precios de productos primarios como soya, minerales e hidrocarburos, reservas inéditas en la historia del país (más de 12 millones de dólares) atizan en el imaginario de algunos sectores la idea de que es hora de reclamar la parte que consideran suya. Ciertas señales públicas del gobierno han operado como aceleradores de demandas. Aunque se trata de un ejemplo extremo, la reciente legalización de 120 mil vehículos introducidos vía contrabando funcionó como guiño cómplice para casi cualquier reclamo.
El ex ministro Alfredo Rada, que suele hacer reflexiones agudas dentro de la apuesta por profundizar el proceso de cambio, indica que una de las fallas del gobierno es el cortoplacismo en la resolución de conflictos, abandonando el análisis estratégico y las grandes pautas planteadas en la Constitución y el Plan Nacional de Desarrollo de 2006. Una muestra de lo anterior es la variedad de posiciones y estrategias gubernamentales contradictorias y erráticas en torno al conflicto por el Tramo II de la carretera por el Tipnis.
A diferencia de la VIII Marcha Indígena, la que se inicia ahora encabezada por la Cidob no cuenta con el respaldo de algunas de sus propias afiliadas. Esa merma se puede explicar, entre otros fenómenos, por su propia situación de crisis interna, y paralelamente por el despliegue de una estrategia más avispada del gobierno, que ha venido estableciendo convenios bilaterales con sectores indígenas de tierras bajas, condicionando su participación activa en la novena marcha. Otro elemento es el desprestigio de los dirigentes de la Cidob, que han firmado acuerdos con sectores de la derecha del departamento de Santa Cruz. Incluso una connotada lideresa, ex ejecutiva de la Confederación Nacional de Mujeres Indígenas, aceptó un cargo de subalcaldesa del burgomaestre de la ciudad de Santa Cruz, personaje conocido por su gestión favorecedora de los grupos de poder, y una administración muy poco transparente.
Fracasados los variados intentos para derrocar al gobierno en años anteriores, todo indica que la derecha apuesta ahora al desgaste desde varios frentes. Recurrir a la memoria histórica es arribar necesariamente a los tiempos del gobierno popular de la UPD (1982-1985) cuando las constantes presiones y demandas acabaron echando por la borda más de 25 años de acumulación política, abriendo paso al neoliberalismo.
El tiempo que el Movimiento al Socialismo ha perdido descuidando el fortalecimiento del instrumento político, obviando planes para la formación de la conciencia crítica informada y confundiendo participación con masividad, pudiera comenzar a pasarle factura.
* Publicado originalmente en Alainet
Vìa:
http://www.jornada.unam.mx/2012/04/28/opinion/022a1mun
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