Por: Marco A. Gandásegui, h.
Artículo publicado en Amauta con permiso del autor
En una breve cita, el sociólogo kuna, Juan Pérez A., resumió la
esencia del diálogo entre gobierno nacional y pueblos ngobe y buglé en
torno a la construcción de hidroeléctricas en la comarca del occidente
panameño: “Este desarrollo me hace pobre”. Para algunos, la apropiación
(robo) de tierras ajenas contribuye al “progreso” económico y al mal
llamado crecimiento del producto interno bruto. Por lo tanto, si las
leyes acaban con comunidades y desintegran familias es aceptable porque
contribuye al “desarrollo”. Ese discurso gastado y mal concebido se
sigue aplicando en Panamá. En el caso de la Comarca Ngobe-Buglé, se ha
encontrado con el rechazo y la resistencia de los pueblos indígenas
organizados y decididos a no ceder.
En
todo proceso de negociaciones tienen que existir ciertas bases que son
respetadas por las distintas partes. Sobre todo, el mediador – si existe
– tiene que tener en sus manos estos lineamientos para asegurar la
claridad del proceso y el éxito de las negociaciones. En el caso del
“diálogo”, desde un principio el mediador debió haber identificado las
causas del conflicto y sentado las bases sobre las cuales se
“dialogaría”.
La falta de transparencia quizás fue un descuido por parte de la
mediación. El gobierno, por su lado, no tenía interés alguno en llegar a
un arreglo que beneficiara a todas las partes. En el caso de los
ngobe-buglé, llegaron a la mesa creyendo –equivocadamente– que las
reglas estaban claras.
Para comenzar, la causa del conflicto fue el desconocimiento por
parte del gobierno nacional del acuerdo suscrito en febrero de 2011 por
el cual se prohibiría la construcción de hidroeléctricas en la comarca
Ngobe-Bugle y sus territorios adyacentes. Las protestas y los dos
muertos (producto de la represión desmedida del gobierno) causados por
la introducción del proyecto de ley gubernamental en la Asamblea de
Diputados en enero de 2012, condujo a un nuevo acuerdo en San Lorenzo
mediante el cual se llevó el diferendo a una mesa de diálogo en la
Asamblea.
El “diálogo” se reduce, entonces, a un solo punto: ¿Está el gobierno
nacional dispuesto a cumplir con la palabra comprometida en febrero de
2011 de no permitir la realización de proyectos hidroeléctricos en la
Comarca? Veamos primero cuales son las bases sobre las cuales se debió
desarrollar el diálogo, antes de revisar el papel que han tenido la
parte mediadora y la posición de las partes.
¿Cuáles son las bases sobre la cuales debió proceder la mediación
para buscar una solución al conflicto entre las partes? A nuestro
entender, hay cuatro elementos esenciales que deben tenerse en cuenta
para que las partes juzguen la validez de la palabra dada por el
gobierno en febrero de 2011.
Por un lado, la Constitución Política de la República. Dice casi
textualmente que el gobierno respetará la propiedad colectiva de los
pueblos indígenas dentro de sus comarcas.
En segundo lugar, las leyes de la República, especialmente las que
tienen que ver con la figura de la Comarca. La ley que creó la Comarca
Ngobe Buglé estipula que todo proyecto originado desde fuera debe ser
objeto de consulta y aprobación por parte de las instancias
representativas del pueblo indígena.
Tercero, los acuerdos entre el gobierno y los pueblos ngobe y buglé.
En este caso habría que poner sobre la mesa los acuerdos de San Félix de
febrero de 2011 donde el presidente Ricardo Martinelli dio su palabra
de que no se realizarían proyectos en la Comarca.
Por último, cualquier otro aporte que la mediación considere
pertinente y que es aceptada por las partes. El padre Lacunza, de la
Iglesia católica, a nombre de la mediación considero oportuno –sin
razón– plantear que los indígenas tenían que someterse a las necesidades
del Estado panameño para que las negociaciones tuvieran éxito. Lacunza
es un excelente teólogo pero no tiene formación en ciencias políticas y
desconoce que el “diálogo” se produce a nivel de una instancia del
Estado. El gobierno (Ejecutivo) y la Asamblea (Legislativo) son, según
la Constitución, “órganos del Estado”. A su vez, los pueblos ngobe y
buglé también son reconocidos por la Carta magna como entes políticos y
deliberantes.
En la mesa de “diálogo” están las partes del Estado (según la
definición de la Constitución) negociando a nombre de sus intereses.
Obviamente, la negociación es asimétrica. El Ejecutivo (gobierno) tiene
en sus manos todo el poder material (recursos financieros, militares,
legales e, incluso, culturales) y no pretende ceder en sus intenciones.
En cambio, los indígenas sólo tienen su voluntad y determinación de
proteger su tierra, apoyado por su espíritu de lucha.
Debo señalar que me han hecho muchas observaciones y reclamos por los
escritos que le hemos dedicado a este crucial tema del “diálogo”.
Quiero destacar lo planteado por el ingeniero Oscar Sogandares, quien me
corrige con relación a la identidad de los propietarios del proyecto
para construir una hidroeléctrica en Barro Blanco sobre el río Tabasará
(en la comarca Ngobe – Buglé). La empresa dueña de la concesión para
construir una represa con capacidad para generar 28.8MW en Barro Blanco
es hondureña y presidida por el empresario Luis Kafie. Este dato merece
otro artículo aparte.
Marco A. Gandásegui, hijo, es docente de la Universidad de Panamá
e investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA)
Justo Arosemena.
Vìa,fuente :
http://revista-amauta.org/2012/03/panama-este-desarrollo-me-hace-pobre/
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