Andrey Pineda Sancho
Artículo publicado en Amauta con permiso de Revista Paquidermo
Fuente: Revista Paquidermo
Algunas pistas para entender la incursión del movimiento Evangélico en la política electoral costarricense
El presente artículo surge como reacción a la nota publicada en Diario Extra, donde se reproduce una entrevista realizada por el diario a dos pastores de la Alianza Evangélica. La
mentada entrevista brinda algunas pistas para al menos comenzar a
entender el movimiento evangélico (pentecostal y neopentecostal),
particularmente en lo que tiene que ver con su inmersión y creciente
influencia en la “esfera pública” costarricense.
Las
preguntas empiezan a brotar cuando uno observa que desde 1998 hasta la
actualidad el movimiento evangélico logró posicionar al menos un
diputado auto-asumidamente “evangélico” en la Asamblea Legislativa
(Justo Orozco, de 1998 a 2002 por el partido Renovación Costarricense; Carlos Luis Avendaño, de 2002 a 2006 por el mismo partido; Guyón Masey, de 2006 a 2010 por Restauración Nacional; y en el período actual, Carlos Luis Avendaño, ahora por Restauración Nacional y Justo Orozco por Renovación Costarricense).
En mi caso particular quisiera encontrar respuesta, al menos, a dos
de esas preguntas: ¿Qué motivó en primera instancia a estos grupos a
incursionar en política? Y ¿en virtud de qué han alcanzado relativo
éxito en su empresa?
Según los pastores consultados por el diario, en Costa Rica existen
alrededor de 3.000 iglesias, templos o locales de culto de corte
evangélico que, según afirman, están presentes nada menos que en los 81
cantones del país.
Dando crédito a las palabras de los distinguidos pastores, durante el
último medio siglo, el crecimiento de dichos movimientos ha debido ser
exponencial, si tenemos en cuenta el hallazgo de Bastian,
quien muestra que para la década de 1950 los movimientos religiosos de
tipo protestante no alcanzaban, en términos de adscripción, ni siquiera
el 1% de la población total del país.
Esto se confirma en los resultados de las diferentes, si bien
limitadas, encuestas sobre religión que se realizan en el país, como por
ejemplo, en la encuesta Estructuras de Opinión Pública del CIMPA-CR,
que mostró que para el año 2009, cerca de 17% de los y las
costarricenses se ubicaba dentro del espectro religioso protestante.
A través de estas cifras se constata un fenómeno fundamental para
entender la actual participación política de los grupos evangélicos: que
el campo religioso, entendido como aquella porción del espacio social
constituida por el conjunto de instituciones y de actores religiosos en
interacción, se ha reconfigurado durante los últimos años.
¿Costa Rica, la Católica?
Al tratarse de un campo religioso como el costarricense,
prácticamente monopolizado por el catolicismo durante décadas, la
aludida reconfiguración deviene en un proceso insólito. Éste trae como
consecuencia directa una nueva distribución del poder religioso en
sus dos vertientes: aquella que tiene que ver con la capacidad de
influir en la vida de las personas, o como diría Bourdieu, de inculcar
determinados habitus religiosos en los laicos, mismos que nunca
se agotan en lo estrictamente religioso sino que constituyen guías
generales para la acción; y en segundo lugar, en clara relación con la
primera, aquella que tiene que ver con la capacidad de influir en la
“vida pública”, o bien, de interactuar con el poder político (estatal,
gubernamental, partidario, etc.).
Inicialmente cabe sospechar que cuantos más adeptos tenga una
determinada religión, mejor posición ocupará dentro del campo religioso
y, paulatinamente, dentro del conjunto de la vida social. La política,
de hecho, constituye un trampolín idóneo para aquellos grupos religiosos
interesados en hacerse con el poder religioso, tanto a nivel particular
como a nivel global. Este punto resulta particularmente cierto en el
contexto de un país con religión oficial como Costa Rica, ya que los
“nuevos” movimientos religiosos se han visto forzados a luchar para
obtener reconocimiento jurídico, legitimidad social, etc.,
reivindicaciones que les han permitido acumular poder tanto a nivel del
campo religioso como en el conjunto de la vida social del país.
A medida que el movimiento evangélico gana adeptos, obtiene también
potenciales votantes, ya que de seguro son personas evangélicas quienes
votan por Partidos Políticos de la misma naturaleza. De hecho, los
partidos políticos evangélicos que se han formado en el país no han
tenido ningún reparo en confesionalizar la política, es decir, en utilizar su doctrina religiosa como su principal bandera política.
Los evangélicos que han logrado llegar con discursos expresamente
religiosos a la Asamblea Legislativa, han mantenido posturas
recalcitrantemente conservadoras (en el nivel político-social), con
efectos de aislamiento sobre todo en el ámbito cultural, completamente
acordes con sus principios doctrinarios de carácter fundamentalista.
Se han posicionado, por ejemplo, en contra de la Fecundación In Vitro
(FIV), en contra de movimientos feministas que reivindican derechos
básicos de las mujeres, en contra de los distintos proyectos de
Sociedades de Convivencia, en contra del Estado Laico, y con ellos ni
hablar del aborto o de cualquier otra reivindicación que suponga un
ejercicio de inclusividad cultural y social para personas en condición
de desigualdad: obsérvese que en la nota del Diario Extra los pastores
denominan “Combo de la Muerte” a los proyectos de ley que pretenden
conseguir reivindicaciones culturales de este tipo. A ellos se oponen en
nombre de Dios, de Jesús y del Evangelio. Con ese discurso alcanzan la
curul legislativa, y una vez sentados en ella, lo continúan
reproduciendo. Llama la atención que, aunque el artículo 28 de la
Constitución Política de Costa Rica prohíbe expresamente la propaganda
política que invoca motivos religiosos, estos Partidos operan de manera
religiosa bajo la vista y paciencia del Tribunal Supremo de Elecciones.
En suma, es posible identificar como el principal y primer detonante
de la incursión del movimiento evangélico en la política costarricense,
un interés plenamente corporativo, enfocado en acrecentar su capital
(estatus, legitimidad, recursos materiales, seguidores, etc.), y por
ende, en mejorar su posición social en el conjunto de la vida social
costarricense, y dentro del campo religioso en particular.
En un país donde la Iglesia Católica ha sido históricamente el
interlocutor religioso del Estado, no sorprende la conformación de
partidos evangélicos que representan el intento formal de acabar (o al
menos compartir) con las prebendas políticas de las que goza el
catolicismo. No obstante este interés corporativo fundamental, los
grupos evangélicos también han colocado en su agenda intereses de orden
cultural, en lo que sería un intento por extender su visión de mundo
fundamentalista al conjunto de la sociedad costarricense; interés que,
de llevarse a cabo con éxito, pone en peligro la reivindicación de
derechos fundamentales, sobre todo de grupos o porciones de la sociedad
que aún se encuentran luchando por obtener respeto y reconocimiento. En
este sentido, baste con mencionar que, a finales del año pasado, el
diputado Justo Orozco afirmó que la aprobación de una ley que reconozca y
regule las uniones entre personas del mismo sexo “legalizaría el pecado”.
Vìa,fuente :
http://revista-amauta.org/2012/02/movimiento-evangelico-en-la-politica-tica/
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