El
gobierno, por “rigor ideológico”, reitera sus leseras. Incorporar en
los textos escolares el eufemismo “régimen militar”, en un intento por
edulcorar un pasado que involucra emocional y políticamente a muchos de
sus integrantes, es solo una más. Tal vez, lo innecesaria y vacía de la
medida, le hace más absurda. No conduce a nada que pueda durar, solo
separa. Tan así es, que incluso ha concitado las iras de líderes de su
propia coalición.Ríos de tinta han inundado los medios y las redes
sociales. En su mayoría satirizando una medida inconsulta en un área tan
sensible en la actual coyuntura política como lo es la educación.
Incluso la tinta ha llegado a medios internacionales, a quienes les
cuesta comprender las cosas que hacemos los chilenos.
Cristóbal
Bellolio, en una buena columna en El Mostrador, se equivoca y acierta.
Escribe: “¿Fue una dictadura? Evidente. ¿Fue un régimen militar? Por
supuesto. En estricto rigor, ambas categorías sirven para etiquetar el
período Chile 1973-1990. Lo que hoy está en discusión no es un asunto de
precisión conceptual sino un reconocimiento al poder simbólico de las
palabras. Y el término dictadura expresa una mayor carga de rechazo”.
Acierta Bellolio: aquí lo que importa es el enorme sentido de las
palabras, que tanto evocan, que construyen mundo, pues es el único reino
en que todos moramos. Y también se equivoca, porque no es tal que ambas
categorías sirvan para etiquetar lo que fue ese periodo.
Fue
una dictadura. Si. Pero necesita un apellido. Fue un régimen militar.
Si. Pero no lo fue exclusivamente. Digamos las cosas por su nombre: en
estricto rigor fue una Dictadura Cívico – Militar. Horrorosa en su
terrorismo de Estado, así como re-fundacional de una institucionalidad
económica, social y política, de signo neoliberal. En el horror, en
mayor medida, y en lo re-fundacional, en menor, comparte el tono con
otras dictaduras cívico-militares del cono sur de América a mediados del
segundo quinquenio del siglo XX.
Esto,
sin embargo, en las variopintas opiniones, en los medios y en las redes
sociales, suele soslayarse. Cuando traerlo a la mano es condición para
una sana memoria y una evocadora manera de dar a las palabras la
profundidad que merecen. Además, evocarlo, permite mejor comprender la
complejidad emocional de por qué la señora Fontaine y Cía. hacen lo que
hacen.
Vamos por parte. Un buen
diccionario de la lengua española nos ayuda a dotar de algunos atributos
al concepto. Dictadura: “gobierno que prescinde del ordenamiento
jurídico para ejercer la autoridad sin limitaciones en un país; tiempo
que dura este gobierno; fuerza dominante, concentración de la autoridad
en un individuo, un organismo, o una institución…” (http://www.elmundo.es/diccionarios/).
Concordaremos
sin mayor cuestión que en Chile hasta 1980 se prescindió del
ordenamiento jurídico pre-existente y a partir de ese año, hasta el
final del periodo de Pinochet, hubo un orden creado a imagen y semejanza
de los constitucionalistas del gobierno, liderados por civiles y
juristas del estilo Jaime Guzmán. De ahí que, guste o no, académicamente
ha sido mucha y pertinente la discusión sobre un eventual vicio de
génesis: el nuevo orden se hizo en dictadura en forma antidemocrática.
Aceptaremos
también que hubo fuerza dominante, concentración de la autoridad en un
individuo. Recuerdan la metáfora del patriarca y sus hojas inamovibles,
que a no ser por sus ecos trágicos, apenas daría para festín. Y, en una
convivencia que lindaba entre la idolatría, el miedo y el desprecio
hacia el patriarca solitario y refunfuñón, hubo también una
concentración de la autoridad en organismos e instituciones políticas,
sociales, económicas, cuyos sillones estaban ocupadas por una larga
lista de civiles que hicieron durante casi 20 años lo que quisieron en
el país, tanto que lo re-inventaron (en mi opinión en burda copia y de
mala manera).
Hechos. La ardiente
llama encendida en Chacarillas el año 77, donde 77 jóvenes expresaban a
la Junta de Gobierno, nos lleva directo a ministros y autoridades del
actual gobierno. En la organización del evento, hoy lo sabemos, entre
otros participó el militar de triste memoria, Krassnoff. Mientras, en El
Mercurio, el 9 de julio del 77, editorialistas civiles escribían: son
la “representación simbólica de la juventud chilena en su compromiso
permanente con la tradición y los valores fundamentales del país”.
Ahí
estuvieron: Andrés Chadwick, Ministro vocero del actual gobierno;
Cristián Larroulet, Ministro Secretario General de la Presidencia;
Joaquín Lavín, ayer Ministro de Educación, hoy de Planificación
Nacional; el actual Presidente de la Cámara de Diputados, Patricio
Melero, y el presidente del partido de gobierno (la UDI), Juan Antonio
Coloma. Eso entre las autoridades en ejercicio. Ahí estuvieron también,
exitosos empresarios de la educación, ex políticos de la UDI y RN, amén
del cantante Roberto Viking Valdés, profesionales como Fernando Barros y
el ex animador Antonio Vodanovic.
Por
otra parte, en un informado paper académico de Carlos Huneeus, de julio
del 2001, “La Derecha en el Chile después de Pinochet: El caso de la
UDI”, se expone con claridad meridiana la pertenencia activa y
comprometida de un contingente importante de actores de la UDI y RN
–partidos de la actual coalición de gobierno- en el régimen encabezado
por Pinochet. Un solo ejemplo: del total de los diputados de la UDI y RN
elegidos en las tres primeras elecciones en democracia, el 48% de los
de la UDI había sido alcalde y el 24% había ocupado otros cargos en el
régimen militar. Es decir, casi un 75%. En RN, la relación es apenas un
poco menor.
Desconozco el dato de la
cantidad de civiles –y su relación comparada con los uniformados- que
desde el 11 de septiembre de 1973 hasta marzo de 1990 participaron en
cargos de gobierno, ya sean políticos ó técnicos (si acaso es posible
esa diferencia). Pero todos los que estábamos atentos al país en esos
años, recordaremos que parte importante de las autoridades políticas en
Ministerios, subsecretarías, jefaturas de servicios, eran civiles. La
gran mayoría, además, provenían de los partidos políticos que
promovieron el “pronunciamiento” militar. Si, digámoslo con asertividad:
los civiles que políticamente eran partidarios y gestores del gobierno
de Pinochet y de sus reformas, eran muchos, y fueron el cerebro
constitutivo del mismo.
Por eso, se
equivoca Bellolio y se equivoca la señora Fontaine. Lo que encabezó el
caballero de triste memoria, no fue un régimen militar. Apenas, siendo
generosos, podríamos decir que fue un régimen cívico-militar. Sin
embargo, como veíamos, calza mejor el concepto dictadura cívico militar.
Cualquier persona mínimamente educada entiende que la palabra
dicta-dura se compone de dictar, de ordenar + dureza… dictados duros. Y
eso fue ese periodo en Chile: un tiempo de edictos, de bandos, de
decretos, en general muy duros, tanto que si no estabas de acuerdo con
ellos los caminos de la vida eran más dolorosos que lo acostumbrado.
Esos son hechos históricos.
Ahora,
acierta Bellolio en que en rigor asistimos a una disputa de sentidos. No
estamos ante un debate erudito acerca del concepto que mejor da cuenta
de la historia reciente del país. Es la razón del por qué la Sra.
Fontaine, con la anuencia del nuevo Ministro de Educación, han hecho lo
que han hecho. La pertenencia emocional de parte relevante del actual
gobierno, la UDI en pleno por lo pronto, con “la obra” refundacional de
la dictadura en que participaron, es lo que les lleva a hacer estas
“correcciones de sentido”. Tan simple como eso.
Incluso
en la defensa pública de la decisión que hizo la coordinadora nacional
de la Unidad de Curriculum y Evaluación del Mineduc, la Sra. Fontaine,
afirmó que optar por “régimen militar” apunta a mostrar que puede haber
diferentes “puntos de vista y experiencias”. Ella, discursivamente,
confunde el legitimo y necesario respeto a la diversidad de puntos de
vista y experiencias, con el uso de un eufemismo para ocultar lo
inocultable. En este caso, negar de manera conciente que lo que hubo en
Chile fue una Dictadura cívico – militar. Tal vez si ella y quienes
apoyan la decisión aceptarán su pertenencia emocional con el periodo en
cuestión, sería más digno y se podría conversar de mejor manera un
asunto tan difícil como relevante. Pero no lo hacen. Sin ninguna empatía
con la mayoría del país, solo cambian los textos.
La comunicadora Victoria Uranga, en una interesante columna (Palabras con Historia y Futuro, en www.sitiocero.net),
abordaba el asunto desde la profundidad del sentido que evocan las
palabras. “Mi abuela diseñaba, cortaba y cocía ropa con destreza
admirable. Mis primeras tenidas de niña, como casi todos los trabajos de
artes manuales del colegio, fueron siempre hechos con su aguja mágica.
Un día le dije que era una gran “costurera”, y se enojó muchísimo. Me
respondió que ella era “modista”. Para ella la diferencia era radical,
para mi inocua, pero cuando me metí en el significado que esas palabras
tenían para ella, entendí su molestia”.
Guardando
las debidas proporciones, algo así puede que ocurra a los nostálgicos
del periodo. Dictadura es una palabra fea, es dura en el imaginario
país. Connota todo aquello que los participes del periodo querrían dejar
atrás y solo bailar con lo que consideran digno. Régimen militar, en
cambio, es un concepto más blando (además que permite el lavado de manos
de los civiles, al menos en los aspectos más duros).
Pero
en ese terreno transitamos por el análisis comunicacional y de las
emociones tras las palabras. Y eso es lo que deberían discutir, en
respeto y en una empatía en la medida de lo posible –como lo quería
Aylwin-, lo alumnos en las aulas cuando traten las materias del periodo
de la Dictadura Cívico-Militar en Chile. Es la única manera de activar
una sana memoria, construir un país fundado en el respeto y hacer
historiografía seriamente.
Por Hernán Dinamarca
Vìa, fuente :
http://www.elciudadano.cl/2012/01/07/46747/las-cosas-por-su-nombre-%c2%a1fue-una-dictadura-civico-militar/
http://www.elciudadano.cl/2012/01/07/46747/las-cosas-por-su-nombre-%c2%a1fue-una-dictadura-civico-militar/
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