Rubén y Neida noviaron por unos 3 años y finalmente, decidieron casarse.
Ambos vivían en New Jersey. Rubén Quinteros llegó a EEUU hace 10 años y
trabajaba como mecánico. Cuando se preparaba con mucho entusiasmo para
su boda con Neida Lavayén, una semana antes de la ceremonia, fue
detenido y apresado por los agentes del Servicio de Inmigración en el
taller donde trabajaba. ¿Su delito?: permanecer en el país sin visa.
Quinteros, de nacionalidad uruguaya y Lavayén -colombiana de origen,
ciudadana americana, madre de dos niños-, iban a formalizar su vida en
familia y también, de ese modo, regularizarían la residencia legal de
Rubén en EEUU. Y no pudo ser así: el sueño del matrimonio no se realizó
porque Rubén fue encarcelado en Delaney Hall de Newark, un centro de
detención privado, y luego deportado a Uruguay por no disponer de su
visa en regla (New York Times, 12/11/2011).
El caso de Rubén no
es atípico ni fortuito: en la actualidad existen cerca de 300.000 casos
de deportaciones pendientes en las cortes. En agosto de 2009, la
administración del presidente Obama, a través de su Secretaria Janet
Napolitano, sostuvo que reformarían las leyes migratorias, una promesa
de los tiempos electorales largamente esperada. Sin embargo, hasta ahora
hubo una ostensible reafirmación de políticas que criminalizan a los
inmigrantes quienes son tratados como delincuentes. La parte más
interesada en que esta situación continúe es la “industria” privada
carcelaria en cuyos establecimientos son predominantemente detenidos.
La
privatización de las cárceles en EEUU comenzó en los años ´80 cuando la
Corrections Corporation of America (CCA, tal su sigla en inglés;
www.cca.com) obtuvo un contrato para gestionar una unidad carcelaria en
Hamilton County (Tennesse). En la actualidad, las principales
“industrias” carcelarias líderes son corporaciones internacionales,
tales como: la mencionada CCA; G4s (www.G4s.us), una compañía
anglo-danesa, y SERCO (www.serco-na.com). En los Estados Unidos, las
compañías privadas controlan casi la mitad de los centros de detención,
como el caso del centro donde fuera encarcelado Rubén Quinteros (New
York Times, 28 Sept. 2011). Reiteradas denuncias de violación de
derechos humanos abundan en el currículum de estos centros de detención
(www.detentionwatchnetwork.org). Y cabe mencionar que dichas
corporaciones también operan en Latinoamérica, como es el caso de la
agencia G4s que opera en Argentina, gerenciada por el Capitán (R) del
Ejército Argentino, Jorge Aníbal Santiago Cadelago con contratos con la
ciudad de Buenos Aires, entre otros.
La principal fuente de
beneficios de las cárceles privadas es mantenerlas siempre al máximo (o
más) de su capacidad. La estadía por día (como en un hotel) tiene un
costo promedio por detenido de 78.88 dólares (Fuente: Correctional
Yearbook, 2008), unos 30.000 dólares por año. Los servicios de estas
compañías carceleras al Departamento de Seguridad Interna incluyen no
sólo la estadía sino también el viaje: ellos deportan a los inmigrantes a
sus países de origen a un costo promedio estimado de 23.000 dólares por
pasajero (New York Times, 27 oct. 2011). Se trata de un negocio
millonario para lo cual estas corporaciones realizan cuantiosas
inversiones en el lobby hacia legisladores y funcionarios para sostener y
acentuar políticas que los beneficien, tal como lo denuncia un
reciente informe de Justice Police Institute (www.justicepolicy.org).
¿Cómo
se garantizan el mayor lucro posible estas cárceles privadas?
Asegurándose una clientela “cautiva”: los inmigrantes, “garantidos” por
las políticas migratorias que el gobierno sostiene mediante leyes que
los criminalizan. Ellos “los ofrecen” como negocio a las corporaciones
carcelarias mediante diversos mecanismos, tales como: la seguridad
fronteriza, la seguridad de aeropuertos, la detención, y la deportación.
Según el último Censo poblacional (2010), 10.200.000 personas
son adultos inmigrantes sin autorización para residir en el país y, por
ende, potenciales “clientes” para los carceleros privados. Más de la
mitad de estos adultos tienen hijos menores de edad. El 58% de dicha
población inmigrante, o sea, 6 millones y medio de personas son
mejicanos. Si la acción del Servicio de Ciudadanía e Inmigración de
Estados Unidos sigue trabajando tan eficientemente, en unos años, habría
deportado la población equivalente a todo el país de Bolivia, dejando
en el país, más de 5 millones de niños sin uno (o ambos) padres
(www.pewhispanic.org).
La privatización de los servicios
públicos alcanza en EEUU niveles inverosímiles y la búsqueda de
beneficios como esencia del sistema que pregona, no se ahorra el
espanto. En el sistema educativo, los niños y los jóvenes no son
estudiantes y ciudadanos con derecho a aprender sino, en primer lugar,
clientes. En el sistema de salud, los enfermos no son pacientes a ser
curados, sino clientes cuyos bolsillos deben ser extirpados. En el
sistema de seguridad, el principal objetivo no es el bienestar de la
comunidad sino la búsqueda de lucro apresando la mayor cantidad de
“clientes” inmigrantes para satisfacer la necesidad de más y más
beneficios de sus carceleros llenando sus capacidad hotelera -perdón-,
carcelera al único costo de destrozar familias (ajenas) enteras.
(*) Escribe desde Estados Unidos - Periodista -
Ex Decana de la Facultad de Ciencias Sociales, UNICEN (Argentina)
Fuente, vìa :
http://www.pelotadetrapo.org.ar
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