Variación libre en mirada de infancia
nuestra del cuento “Ante la ley”, del
escritor checoslovaco Franz Kafka
(APe).- Ante las puertas de la ley hay un adulto que cumple
funciones de guardián. De pronto se le aparece un niño. Se trata de un
niño que se encuentra descalzo, ropas roídas, algo sucias; con bastante
hambre y frío como para que el señor adulto con funciones de guardián no
se apiade de él y lo deje entrar. El niño le ruega al adulto-guardián
que sea bueno y lo deje entrar, que mucha gente le contó que del otro
lado de la puerta es divertido y que tarde o temprano, si pasa, llegará a
ser un hombre feliz.
Pero como la función del adulto-guardián es,
justamente, controlar los deseos de los niños que como él, intentan
pasar por esa puerta, contesta que no puede dejarlo pasar por el
momento, que tiene órdenes estrictas "de arriba" de impedir su paso. El
niño pregunta entonces si más tarde podrá pasar. “Es posible”, contesta
el adulto-guardián, pero no por el momento.
Pero el niño, que además
de ser un niño curioso e insistente, se da cuenta que las puertas de la
ley están abiertas a espaldas del adulto-guardián, lo que le despierta
ganas de escabullirse sin que éste se entere. Pero enseguida el
adulto-guardián se da cuenta de las intenciones del niño, y, muerto de
risa, le dice: “Si tantas ganas tenés de entrar por esa puerta, intentá
entrar a pesar de mi prohibición y verás lo que te ocurre...”
El niño
se asusta de la amenaza del adulto-guardián, porque además de hablarle
entrecortado y serio, lo hace con palabras difíciles que apenas puede
entender. El adulto-guardián es alto y fornido, con nariz grande y
aguileña, usa bigotes ralos y uniforme marcial impecable. Todas esas
características son las que convencen al niño que es mejor esperar y no
escabullirse. No vaya a ser que el adulto-guardián se enoje con él, tan
chiquito e indefenso que es…
El adulto-guardián dice que ya no tiene
más banquitos para aguardar al lado de la puerta, que hoy los niños
como él se sientan sobre el asfalto, en la vereda, en la tierra o donde
pueden… Entonces el niño se acurruca como puede, a esa altura muerto de
frío y hambre, a esperar cerca del umbral. El adulto-guardián, a pesar
de su moral de hierro, asume cierta piedad por esos niños, por lo que le
arroja una frazada algo gastada y terrosa, seguro que usada por cientos
de niños como aquel.
El niño espera horas, días y años, pasa
tiritando dentro de la frazada. Pasa inviernos helados, lluvias
torrenciales que lo deja hecho sopa, calores intensos de verano que lo
deshidratan, mucha hambre, sed, enfermedades… Pero, con lo que le queda
aún de fuerzas, intenta todavía pararse y suplicar sin cesar al
adulto-guardián que lo deje entrar de una buena vez. Pero éste, siempre
abrigado bajo el dintel de la puerta, cómodo en un sillón de terciopelo
que se ha hecho llevar especialmente, con una buena vianda y una copa de
vino en la mano, con las cejas ceñidas hacia abajo le reprocha que no
insista, que todavía no ha llegado su momento para ingresar. Pero en ese
instante la imagen del niño hecho un ovillo en el suelo le da algo de
ternura y compasión, por lo que el adulto-guardián le arroja al piso
algunos restos de comida que le quedaron de la cena para que el niño se
alimente y sobreviva un poco más.
Con frecuencia, el adulto-guardián
busca mantener con el niño breves conversaciones. Le hace preguntas para
certificar si realmente tiene hambre, si tiene frío, si está cansado...
De paso también le pregunta sobre su barrio, si se acuerda de su mamá,
si tuvo alguna vez un papá, sobre el nombre de sus hermanos. Pero todas
son preguntas indiferentes, para distraer al niño del tiempo que pasa.
Ocurre que el adulto-guardián recibe una paga por hacer esos
cuestionarios, pero también hay veces que siente un poco de culpa ante
la ya evidente desnutrición del niño. Sabe que si lo entretiene con
preguntas, en una de esas soporta más tiempo que otros niños que ya ha
tenido ante su vista en igual situación y han durado menos… pero es
inútil, por más que el adulto-guardián tenga algo de cargo de
conciencia, sabe muy bien que tiene ordenes de que -por ahora- no puede
pasar...
Entonces el niño, al que aún le quedan algunas ganas de
jugar, le propone al adulto-guardián, llevarle algo a sus hijos, que por
culpa de ese pesado oficio, apenas tiene tiempo de ver. O a su señora
esposa, o a un amigo... En una de esas, usando esas tácticas el
adulto-guardián al final se apiada de él y lo deja entrar. Entonces, el
adulto-guardián, que gusta y conoce de sobornos de esa índole le
contesta: “Lo acepto para que no pienses que has omitido algún esfuerzo o
que te niegue las ganas de jugar, pero no creas que por eso te voy a
dejarte pasar. Es necesario que te esfuerces y me demuestres que eres un
buen chico, como esos otros que, a diferencia de ti, son tan buenos
niños y que no tienen que venir por acá a mendigar por pasar… Lo acepto
porque ya sabes que como en esta larga espera te has quedado muy solo,
no te queda otra que aceparme como alguien que te quiere…”
Pero pasan
largos años, el niño sentado en el suelo dentro de la frazada observa
continuamente al adulto-guardián, que ahora dice ser como su padre que
nunca tuvo. El niño se olvida de lo que era jugar con otros niños, se
olvida de su pasado, la piel se le pone blanca, con arrugas, le salen
manchas extrañas y de colores, los huesos le sobresalen, le crece una
barba blanca y se queda sin pelo, se arrastra, porque el niño ya no
tiene fuerzas para pararse; y entonces comienza a darse cuenta que de
tanto esperar se ha puesto viejito, muy viejito, más viejo incluso que
el propio adulto-guardián que lo mira acostumbrado a esas cosas que
suelen pasar ante su vista. El niño-viejo ya no articula palabras, sino
chillidos como los de un ratón desesperado cuando está en una situación
de peligro.
Al niño ya viejito le queda poco tiempo de vida. Antes
de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su
mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado al
adulto-guardián, por lo que se trata de su último ruego. El niño viejito
trata de hacer señas o chillidos para que el adulto-guardián se
acerque, ya que el rigor de la muerte cercana le comienza a endurecer su
cuerpo.
El adulto-guardián tiene que agacharse mucho para hablar con
el niño viejito, porque la diferencia de estatura entre ambos ha
aumentado con el tiempo. ¿Qué quieres ahora -pregunta el adulto-
guardián -. Eres insaciable… no escarmientan… todos los niños como tú se
esfuerzan por llegar y pasar por esta puerta… pero el niño ya viejito
lo interrumpe con un último esfuerzo en sus palabras: … Sr.
adulto-guardián… cómo se explica que durante tantos años yo haya sido el
único niño en intentar pasar por esa puerta que usted protege?
El
guardián comprende -ahora sí- que es lo último que va a escuchar, y,
para asegurarse de que oirá sus palabras, le dice al oído con voz
atronadora: Ningún niño como tú podría intentarlo, porque esta puerta
estaba reservada solamente para ti. Y ahora, voy a cerrarla.
*
Julián Axat; escribe poesía, ha publicado los libros. ALBAÑILES; Peso
formidable, servarios, medium, ylumynarya. Es también defensor oficial
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