Durante más de un siglo la energía hídrica fue
considerada limpia y renovable y por ende era recomendada por los
expertos y aceptada por los ciudadanos. Pero, fue evidenciándose que ese
supuesto era apenas una media verdad y que, en realidad, todas las
centrales hidroeléctricas tienen impactos ambientales y sociales.
Esto se hizo más obvio en la medida que la demanda por energía
aumentó y que más y más cursos de agua eran represados. Hoy son pocos
los ríos del mundo que aún no tienen infraestructuras energéticas. Entre
estos están los de la Amazonia, pero en la últimas dos décadas eso ha
cambiado drásticamente, especialmente en el Brasil y, debido a la
rápidamente creciente demanda energética de ese país, también está
afectando al resto de la Amazonía, es decir a su cuenca alta.
Por ejemplo, en el Perú hay apenas tres o cuatro centrales
hidroeléctricas de medio porte en operación en la cuenca amazónica y
solo dos de ellas están localizadas propiamente en el bioma amazónico.
Este país genera su energía en otras vertientes o con otros recursos
(petróleo, gas). Pero, por razones obvias, su mayor potencial
hidroenergético (85%) está en la vertiente amazónica y eso ha despertado
el interés del Brasil, que ya casi agotó sus reservas.
Es así que actualmente existen 52 proyectos de construcción de
centrales hidroeléctricas en la cuenca amazónica, de las que las 15
mayores serían destinadas a proveer de energía al país vecino, que las
construiría y operaría. Esa situación, con variantes, se repite con la
porción amazónica de los demás países, especialmente en Bolivia. Al
mismo tiempo, el Brasil avanza rápidamente sobre sus últimos rios
amazónicos aún no represados. Ocurre que por ser el Brasil un país
plano, generar energía hídrica implica hacer enormes lagos artificiales.
En cambio, en la vertiente andino-amazónica, los embalses pueden ser
mucho menores y generar más energía, más barata.
Los impactos ambientales de las hidroeléctricas son directos e
indirectos y muy numerosos. Además son de gran complejidad, pues
interactúan entre sí: alteraciones del régimen hídrico, reducción de la
biodiversidad y productividad hidrobiológica (pesca), diversas formas de
contaminación de las aguas, aumento de riesgos de desastres “naturales”
(por ejemplo, en caso de sismos) y, obviamente, deforestación, caza
ilegal, etc. En el caso de los valles andinos-amazónicos esas obras
gigantes amenazan la extraordinaria diversidad biológica, llena de
endemismos, que allí ocurre. Además, siempre se olvida que la energía
debe ser transportada a grandes distancia y que pare ello se construyen
líneas de trasmisión sobre centenas o miles de kilómetros destruyendo
bosques y abriéndolos a usos inadecuados.
Los impactos sociales son igualmente grandes y variados, tanto en la
etapa de construcción como en la de operación, obligando a
reasentamientos forzados de millares de personas, inundando las tierras
más fértiles de los valles, facilitando nuevas ondas de deforestación,
propagando enfermedades y muchas veces, fomentando ocupaciones
irregulares de tierras indígenas o de áreas protegidas. Estos impactos,
en el caso del Brasil, han forzado a los ciudadanos perjudicados por
esas obras a formar una “federación de afectados por los grandes
embalses” que lucha por recibir un tratamiento justo de los gobiernos y
de las empresas.
Para hacer aún más dudoso el carácter “ecológico” y “sustentable” de
la generación de energía hidroeléctrica, estudios recientes demostraron
que los lagos artificiales tropicales generan a lo largo de su vida útil
un volumen de gases de efecto invernadero casi tan considerables como
lo sería usando energía fósil. Estos lagos emiten metano, dióxido de
carbono, dióxido de azufre y óxido nitroso. Se demostró que el lago de
la central Balbina, en Brasil, en sus primeros cuatro años de
funcionamiento, pudo haber emitido hasta veinte veces más gases de
efecto invernadero que generando la misma energía con petróleo. Peor,
dependiendo de los aportes de materia orgánica al lago, este problema
puede continuar durante toda su vida útil. Gran parte de esas emisiones
se producen en las turbinas y en el vertedero. Este hecho es tanto más
grave cuantos más sedimentos trae la cuenca y cuanto menos limpia de su
vegetación original queda el lecho del lago artificial.
El problema de fondo es que si la humanidad pretende mantener el
estilo de desarrollo consumista y cortoplacista actualmente dominante va
a requerir cada vez más energía pese a que ninguna fuente es ideal. Los
hidrocarburos aportan directamente a crear el efecto invernadero, la
energía nuclear crea un riesgo grande y tiene cada vez menos
simpatizantes. Las opciones de biomasa (alcohol y biodiesel) son una
farsa ya que cuando se contabilizan sus impactos desde la producción
hasta su uso, gastan más energía que la que producen. Las energías solar
y eólica son, sin duda, una promesa pero sus costos son aún excesivos.
Es decir que, mientras que la ciencia y la tecnología no resuelvan el
problema, hidrocarburos, hidroeléctricas y biocombustibles continuarán
apareciendo como las opciones menos malas.
La lucha por un desarrollo amazónico sensato debe enfocar cambiar el
estilo de vida dominante, rediseñando los principios de la economía y,
asimismo, revisando el concepto de “desarrollo sustentable”, que hace
creer que se puede crecer ilimitadamente sin destruir el entorno natural
que sustenta la humanidad. Mientras tanto, pues ese cambio llevará
mucho tiempo, la lucha debe orientarse a evitar lo peor. Los peruanos
consiguieron evitar la construcción de la central hidroeléctrica del
Inambari y los bolivianos revertieron la decisión del gobierno de
construir una peligrosa carretera en medio de su Amazonía, ambas obras
promovidas por el Brasil. Los movimientos sociales, cuando olvidan sus
rencillas, hacen milagros. Pero, al mismo tiempo, es preciso demandar
alternativas menos agresivas, por ejemplo, centrales hidroeléctricas del
tipo “de paso”, que dejan el agua fluir, en lugar de hacer las del tipo
“lago artificial” o; exigiendo manejo de las cuencas colectoras para
limitar la sedimentación de los embalses y aumentar su eficiencia y
duración. También es preciso que los estudios de impacto socioambiental
sean bien hechos, incluyendo los de tipo estratégico, y que sean
debidamente respetados por las autoridades, incluyendo la opción de “no
hacer”.
La sociedad de los países amazónicos debe estar muy atenta a las
propuestas de sus gobiernos detrás de las que siempre hay intereses
económicos que, muchas veces, no coinciden con las prioridades
nacionales. El agua es profusa en la Amazonia y ante la enorme demanda
energética que existe puede correrse el riesgo de olvidar que el agua es
la vida y que como tal es el bien más precioso que existe.
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*Marc Dourojeanni es ingeniero agrónomo, ingeniero forestal, doctor en ciencias. Profesor Emérito de la Universidad Nacional Agraria de La Molina, Lima, Perú.
*Marc Dourojeanni es ingeniero agrónomo, ingeniero forestal, doctor en ciencias. Profesor Emérito de la Universidad Nacional Agraria de La Molina, Lima, Perú.
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