Antonio
Gramsci, el gran revolucionario italiano, apuntaba que un partido
político debe ser un intelectual colectivo, con una visión de la
sociedad que es y tiene que ser fruto del estudio y del análisis
profundo y pormenorizado de la misma. No se trataba de un ente abstracto
o figurado, sino del concepto que debe definir la organización
partidista como elaboradora de conceptos que sean el resultado de la
discusión de todos sus miembros y del acuerdo de los mismos, para
empezar, en el conocimiento que entre todos deben producir. El partido
no es sólo un órgano para la acción, sino, en primer lugar, para el
conocimiento del entorno en el que debe actuar.
Si vemos lo que es hoy el PRD (en realidad siempre lo ha sido),
sumido en una profunda miseria intelectual, por falta de cuadros que lo
cultiven y lo desarrollen como una organización del talento y del
conocimiento, lo que encontramos es la corrupción que el dinero público
ha llevado a sus entrañas y la conversión de sus dirigentes en
auténticos cazadores de fortuna, logreros y corrompidos que han hecho su
modo de vida ocupando toda clase de puestos burocráticos o de elección,
activistas ignorantes y pragmáticos que, por ejemplo, cuando llegan a
ser diputados o senadores, no pueden hacer otra cosa que calentar la
curul. Su tarea más frecuente es la de bloquear o anular a otros cuadros
mejor preparados.
El partido gramsciano es también una organización colectiva que busca
su perfeccionamiento a través del análisis y el debate. Desde luego, se
trata de un partido democrático que permite la circulación de ideas y
también de los oficios y los quehaceres; todo ello debe traducirse en un
recambio oportuno de sus cuadros dirigentes o su sustitución cuando
cometen faltas graves contra la legalidad y la vida interna del partido
o, incluso, cuando se destacan nuevos cuadros. Se trata, también, por
supuesto, de un partido de izquierda cuya existencia está cifrada en el
debate y la discusión. Sólo así puede concebirse la vida interna y el
desarrollo institucional de un partido.
El PRD es un partido que no sabe discutir, en gran medida, por una
enorme ignorancia de sus cuadros, casi todos ellos activistas que sólo
son duchos en la grilla y la cosecha de prebendas, pero carentes de
ideas y de cultura. Y no estoy pensando en un partido ideal. A pesar de
todos sus defectos, ese era el credo de los antiguos partidos de
izquierda y, sobre todo, comunistas. Eran partidos de cuadros. El PRD es
un partido de masas, pero con una dirección sumamente burocratizada y
oportunista.
Es verdad que ningún partido puede ser en realidad democrático, como
lo demostró Robert Michels, uno de los pioneros en el estudio de los
partidos políticos, porque en ellos siempre se encumbran oligarquías
partidistas que muchas veces es imposible cambiar o derrocar. Gramsci lo
sabía y de seguro había observado lo mismo en los partidos comunistas
de su época. Pero él postulaba un nuevo tipo de partido en el que,
precisamente, el debate y la participación activa de sus militantes
pusieran al descubierto y pudieran conjurar cualquier intento de
oligarquía partidista.
El PRD ha sido un partido oligárquico desde su fundación. Los
cardenistas, acostumbrados al tipo de liderazgo que conocieron en el PRI
y, siendo mayoría en la nueva organización, impusieron ese tipo de
liderazgo, el cual ha acabado por degenerar en dirigencias corruptas y
entreguistas que buscan la liquidación del partido (como solía decirse
en lenguaje leninista), entregándolo a la derecha más reaccionaria y
pasando sobre toda clase de principios que el PRD haya podido enarbolar.
La esencia de un verdadero partido consiste en el debate hacia
adentro y hacia afuera, no la componenda de intereses mezquinos. A
través del debate se traza la línea política del partido y su táctica en
el campo de la lucha política. El debate ayuda a mantener la identidad
política del partido; la componenda y el oportunismo aniquilan toda
formación partidista, al grado de que ve como muy natural aliarse con
los peores enemigos. Resulta ridículo y grotesco, como hacen los chuchos, alegar que eso es hacer política
modernay superar el primitivismo de la izquierda. Aliarse con el PAN es ir al extremo del espectro político y entregarse sin ninguna ventaja a la extrema derecha.
Un partido es un ente colectivo que envuelve intereses
superiores a sí mismo. Los intereses partidistas son, por su naturaleza,
intereses parciales que no alcanzan para dar su verdadera identidad.
Los verdaderos intereses de un partido democrático y de izquierda son
los que identifica, siempre desde su particular punto de vista, como los
intereses de la nación; puede estar equivocado, pero en todo caso es
algo que lo debe caracterizar: su identidad con la nación, con la
sociedad. Se trata de su respuesta particular a los grandes problemas
nacionales. Un partido sin una visión fundada y legitimada de los
intereses nacionales, es una pandilla de vividores sin más intereses que
sus muy particulares, tal y como ocurre hoy en el PRD.
Un partido forma sus direcciones a través de una selección rigurosa
de sus capacidades y talentos y, aunque la lucha interna, característica
de todo verdadero partido, puede adolecer de una cierta ferocidad,
siempre versa sobre lo más adecuado para la solución de todos los
problemas, propios y de la nación. Jamás premia la corrupción ni la
ineptitud, a riesgo siempre de sufrir derrotas y descalabros sin fin.
Cada elección de dirigentes y de candidatos debe estar precedida de un
amplio debate sobre la calidad moral y política de quienes aspiran a
esos puestos. En ello no pueden permitirse sorpresas ni prácticas
corruptas.
En el PRD no hay nada de eso. Anclado en la existencia de tribus y
sectas cuyos intereses definen los del partido, sus debates son
únicamente para fijar las cuotas que a cada grupo corresponden en los
puestos o, como los animales, los mojones de sus territorios. El
espectáculo que ha dado hace unos días lo descubre una vez más como una
masa informe de gandallas de la peor ralea a los que la idea misma del
partido les es totalmente extraña, ya no digamos los pálidos principios
inscritos en sus documentos básicos de los que ninguno se acuerda, como
no sea para reivindicar sus cuotas de poder y los centavos que les
tocan.
Un partido que tiene como uno de sus principales campos de acción la
lucha parlamentaria, busca siempre llevar sus mejores cuadros
intelectuales y políticos a los órganos legislativos. En un partido
enrevesado como lo es el PRD, eso es una vana ilusión. Se ha podido ver a
la luz del sol en días recientes. Las dentelladas y los gruñidos son
por los huesos. En ningún caso se ha visto que alguien quiera poner un
poco de orden en ese panorama desolador que ofrecen las corrientes en
contienda. La mayoría de los cuadros perredistas son viejos activistas
que no tienen idea de lo que debe ser el partido ni mucho menos del
papel que debe desempeñar en el Legislativo.
Un verdadero partido se define por su responsabilidad frente a la
sociedad. Un partido así se postula como servidor de esa sociedad;
existe para ser instrumento de las aspiraciones sociales y su prestigio
en el seno de la misma debe depender del modo en que se ligue a ella y
participe activamente en la solución de sus problemas. El PRD existe
para sí mismo, lo que quiere decir para satisfacer las ambiciones de sus
dirigentes. La sociedad viene a ser sólo la arena en que los
perredistas se destrozan por sus mezquindades. Eso es el PRD.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/10/30/opinion/015a1pol
http://www.jornada.unam.mx/2011/10/30/opinion/015a1pol
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