Chile, el país donde nací -que llevo pegado a la piel y a la memoria-
me duele como un parto sin matrona ni anestesia. Me lacera las retinas y
estrangula mis amígdalas cada vez que aparece en la prensa, cada día
que suma heridas y apaleos a su prole.
Durante 17 años me vio
crecer entre militares, decretos dictatoriales y muerte adherida al aire
que respiraba. Lo obligaron a enseñarme un himno que hablaba de
valientes soldados, y de Carabineros que velaban por mi sueño de niña
inocente. Sin embargo, también me brindó la capacidad de rebelarme, de
condolerme frente a la injusticia y al sufrimiento ajeno. Me hizo
madurar al sonido de cacerolas y crepitar de barricadas. Me infundió esa
cuota necesaria de empatía para no dejarlo solo.
Una tarde me
contó que la alegría venía, que con una rayita él podía ser distinto,
que la paz volvería y el exilio acabaría. Entonces, le creí, lo adorné
con carteles, pinté sus muros, y cambié las piedras por un lápiz. Me
permitió soñar, imaginarlo sin presos políticos, sin amedrentamientos,
sin bombas lacrimógenas. Pero todo fue mentira, fue el engaño de un
amante que se va con otra mujer más bonita, o un cafiche que toma una
mina más adinerada.
Me habló de la “justicia en la medida de lo posible”,
mientras nuevamente castigaron a sus hijos con el destierro y en
cambio, trataron con dulzura a los que tanto lo habían torturado. Se
rieron de sus estudiantes, les ofrecieron acuerdos que no cumplieron;
repartieron sillones y carteras entre unos pocos; vendieron sus riquezas
a extranjeros y se olvidaron de sus herederos.
Chile me duele
porque todavía tiene bastardos en sus entrañas que lo siguen dañando,
que le insertan lanzas en sus aguas y en sus cerros. Me enfurece que su
savia financie aves de rapiña que ahogan a sus habitantes. La locura, la
indolencia y la desidia de sus autoridades me repugnan. El discurso
oportunista y el aprovechamiento mediático de las catástrofes me
revuelve las tripas.
No obstante, la pena y la rabia que
experimento, siento que el bálsamo juvenil -repartido a lo largo de la
Cordillera de los Andes- llegó para inundarnos de coraje y de
entusiasmo, para sacar de los armarios las banderas empolvadas y las
consignas aún no conseguidas. Podrán darles cientos de palos,
atemorizarlos, detenerlos, pero nosotros…, sus padres y abuelos, ya no
dejaremos las calles y estaremos con ellos, para que Chile empiece de
una vez por todas a sonreír y a ser feliz.
Fuente, vìa :
http://www.kaosenlared.net/noticia/hijos-chile-engendro-no-estan-solos
http://www.kaosenlared.net/noticia/hijos-chile-engendro-no-estan-solos
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