(APe).- -Diosito siempre ayuda…-dice José, remisero de San Salvador de
Jujuy, ex estudiante por cuatro años de derecho y ex director de un
instituto donde intentaba enseñar a bailar danza, entre otras tantas
gambetas que tiró a lo largo de su vida para empatarle al fin de mes.
Con suerte se queda con ciento cincuenta pesos después de una jornada de
doce horas de trabajo entre cerros de una belleza casi mística. Está
preocupado por la cuestión de la droga, especialmente por el paco y su
llegada a la “changada”, como ellos dicen.
En uno de los techos de la
Argentina, media docena de familias tienen la mitad de la tierra y los
pueblos originarios, los que realmente hicieron posible la
independencia, los que resistieron once invasiones y pusieron el cuerpo
en casi 130 batallas, siguen esperando que les entreguen lo prometido
por Belgrano, Güemes y Perón.
-¿Por qué tanta tierra y nada de lugar
para las familias? – pregunta Alejandra, una mamá de treinta y cuatro
años, ocupante de un lugarcito en la zona conocida como El Triángulo, en
Libertador General San Martín, ciudad que –en honor a la verdad-
debería llamarse como su omnipresente dueño, el Ingenio Ledesma.
Alejandra,
junto a centenares de vecinos, resistió las balas y los gases de la
policía, la gendarmería y la seguridad privada del ingenio durante siete
horas el 28 de julio pasado, cuando decidieron terminar con tanto
oprobio. “Tanta tierra y nada de lugar para las familias”, la síntesis
del oprobio en Ledesma.
“Vivo en la casa de mi mamá con mis dos
hermanos, sus familias y mi hija en un lugar muy chico. Es injusto. Por
eso yo y muchos más en la misma situación salimos a pelear. Gano
solamente lo de la asignación universal: 220 pesos mensuales. Por eso
quiero otro futuro para mi hija Belén. Que pueda estudiar y que pueda
salir de acá…”, dice esta madre coraje de Libertador General San Martín.
En
las oficinas del imperio, todavía están lustrosos y brillantes los
escritorios y puertas de la década del veinte del siglo anterior. Al
cronista le obligan a dejar la cámara afuera de la planta donde se
produce el azúcar y debe esperar para entrevistar a alguno de los
responsables de la empresa que, en realidad, son mucho más poderosos que
los intendentes y gobernadores de turno. Una prolija mujer dice que la
respuesta a los sucesos de julio las dará en Capital Federal, muy lejos
del territorio donde cuatro muchachos murieron como consecuencia de
alzarse en contra de los dueños de “tanta tierra” y a favor de una casa
más o menos digna.
Pero hay algo concreto y contundente: decenas y
decenas de familias ya están allí. Ganaron. A puro coraje, necesidad y
ganas de darle algo mejor a los hijos.
Los pequeños lotes sirven para
caminar entre los restos de la caña de azúcar, el fuerte y permanente
olor a bagazo, las montañas azules de testigos y las casillas que se
levantan con lonetas, sogas y cañas. Al fondo, sobre el río que divide
el latifundio, hay una pequeña bandera argentina que pusieron los
ocupantes del barrio. Está raída y sostenida por una caña que suele
estremecerse por el viento. Pero allí está, resiste, como cada uno de
los que vienen peleando hace siglos por la dignidad, por darle sentido
existencial a la palabra dignidad.
En la ciudad, en la geografía
interna del Ingenio, en realidad, hay, en cambio, dos enormes banderas
argentinas, más grande que tres de esos modestos lotes que ahora
aparecen en El Triángulo. Son propiedad de la empresa.
El cronista
sabe, entiende, siente que –más allá del tamaño- el sentido profundo del
sueño colectivo llamado Argentina está en la pequeña banderita de los
ocupantes. Porque en ella se ve la insistencia de los que, desde hace
más de dos siglos, siguen peleando para que la igualdad, algún día, esté
en el trono de la vida cotidiana.
En Humahuaca, entre calles e
iglesias que vienen del siglo diecisiete, hay un hombre sabio que
entreabre las ventanas para que el interior de la parroquia tenga un
ambiente amigable y casi cinematográfico.
-Hace 37 años que estoy acá
–comienza diciendo el obispo de Humahuaca, Pedro Olmedo- y el nudo del
problema sigue siendo la tierra. Te diría que solamente el tres por
ciento de las chicas y chicos apenas llega a conocer algo de la
educación universitaria. El resto la pelea para no caer en el alcohol
que es la droga más devastadora que existe en toda la zona.
-¿Y por dónde pasa la esperanza? – pregunta el cronista.
-Por
ellos, por el pueblo. Porque se siguen organizando y resistiendo y
siguen peleando por aquello que peleaban en tiempos de Belgrano y
Güemes…-dice el obispo Olmedo y el trabajador de prensa piensa, entiende
y siente que aquí, en este techo de la Argentina, hay algo muy profundo
que conmueve e insiste.
La resistencia y la lucha de los pueblos de
Jujuy forman parte de la esperanza concreta y casi desconocida para la
mayoría de los argentinos.
(*) Nota especial, desde Jujuy.
Fuente, vìa :
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=6337:jujuy&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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