El
supuestamente democrático y antibelicista Barack Obama, incluso –y
cínicamente– premio Nobel de la Paz, está pataleando en el pantano de la
crisis del sistema capitalista y se está hundiendo sin remedio. Obama
disfraza con minimpuestos a los ricos la concesión de cientos de miles
de millones de dólares a los multimillonarios y banqueros y a los
grandes industriales, mientras sus soldados siguen en Afganistán a pesar
del desastre político y militar que allí (y en Irak) están sufriendo.
Siendo negro deja morir en el caos y de hambre –pero ocupada por sus
tropas– la primera república negra independiente, la patria de Toussaint
L’Ouverture; mantiene a uno de cada cinco afroamericanos en la
desocupación, y uno de cada tres pasa por la cárcel. Últimamente intentó
mantener las dictaduras de Ben Ali en Túnez y la de Mubarak en Egipto,
sostiene a la de Yemen y a la de Bahrein, indirectamente lo hace con
Bashir el Assad en Siria para no desestabilizar más a Israel, bombardea
Libia para tratar de mantener un pie en el norte de África y el Medio
Oriente, apoya a los fascistas de Tel Aviv en su agresión continua
contra los palestinos y en la colonización del territorio de éstos, y
ahora se traga sus promesas de hace un año de apoyar la creación de un
Estado palestino independiente…
¿Qué cambió en este último año para que Obama tuviese que desdecirse
de un modo tan brutal en la cuestión medioriental y Sarkozy tuviera que
rasgar el velo de su hipócrita política pretendidamente pro árabe y pro
africana? No fueron Abbas y la Autoridad Nacional Palestina, que siguen
siendo tan moderados y ultraflexibles ante las indicaciones de
Washington como siempre.
Pero la rebelión de los pueblos árabes derribó uno por uno los
sostenes del equilibrio de la fuerza instaurado por Israel al barrer a
los regímenes tunecino, egipcio, libio y poner sobre la defensiva a los
emires árabes y al romper los pactos de alianza política y militar de
Israel con Turquía, vieja potencia colonialista de los pueblos árabes y
ahora pilar del intento de constituir en esos países en rebelión
gobiernos islámicos moderados que, forzosamente, serán antisraelíes.
El fracaso yanqui en Irak y en Afganistán por otra parte alienta a
Irán, que tiene fronteras con ambos, fortalece la oposición
antimperialista e islámica paquistaní, refuerza indirectamente a China
como potencia asiática y le permite incluso a Rusia volver a poner el
pie en esa región tan vital. Además, dado que en Europa los trabajadores
árabes y musulmanes son numerosísimos, son discriminados y carecen de
derecho pero forman parte ya de la sociedad, el derrumbe del
colonialismo entra a formar parte de la lucha política europea, tanto
bajo la forma de los motines sociales como mediante el racismo fascista
de las derechas antinmigrantes.
Todo este panorama, y sobre todo la influencia de la rebelión en el
mundo árabe, impuso en Palestina misma la alianza entre Hamas y Al
Fattah y entre musulmanes y laicos o de otras religiones y repercutió en
Israel bajo la forma de los indignados y de la movilización de los que
temen que Netanyahu lleve a Israel a una guerra más del apartheid, perdida de antemano.
Abbas y la Autoridad Nacional Palestina, por su parte, sienten
que la crisis capitalista mundial, por un lado, y la rebelión árabe por
el otro, han cambiado las relaciones de fuerza globales. Por eso
presentan una reivindicación simbólica y moderadísima: el reconocimiento
de Palestina como Estado miembro de la ONU con los límites de 1967 (es
decir, de los existentes después del despojo de los territorios
palestinos y la expulsión de cientos de miles de éstos en la guerra de
1947). Esos límites, anteriores a la Guerra de los Seis Días,
implicarían retirar a los colonos israelíes ultraderechistas de
Cisjordania, respetar Gaza y devolver las alturas del Golán a Siria, así
como Jerusalén a los árabes, cosa que, a pesar de ser justa, el
fascismo de Israel jamás puede aceptar, como tampoco la pueden aceptar
los partidos religiosos extremistas que son la base del gobierno de
Netanyahu. Los palestinos aspiran a tener, sin embargo, un Estado
viable, y no solamente la escasísima compensación moral del
reconocimiento como
Estado observador, similar al seudo Estado pontificio, que podría derivar del veto estadunidense a un voto de la Asamblea General a favor de un Estado palestino independiente. Pero Israel no puede aceptar ni siquiera eso, porque sería un precedente para la aceptación posterior como Estado con todas las garantías, lo cual haría imposible su política colonialista y de apartheid. De ahí que Estados Unidos deba tragarse sus palabras anteriores y llegar al veto a favor de Israel, al igual que Francia (la cual espera que Washington vete para evitar que París deba vetar). Los palestinos deben obtener nueve votos en el Consejo de Seguridad y no deben enfrentar ningún veto para que se resuelva favorablemente su caso.
Ahora bien, además de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Rusia y
China, que son miembros permanentes, están los miembros no permanentes
(Alemania, Bosnia Herzegovina, Colombia, Gabón, India, Líbano, Níger,
Portugal y Serbia). China y Rusia votarán presumiblemente a favor de los
palestinos, para obligar a Washington a poner su veto, perdiendo aún
más el poco apoyo que tiene en el mundo ex colonial. Colombia votará en
contra, siguiendo la voz del amo estadunidense, y Francia está
presionando a los países africanos para que voten en contra o se
abstengan. Las grandes potencias, por lo tanto, están divididas también
en el problema medioriental y nuevamente se formó un bloque entre los
llamados
emergentes(Argentina, Brasil, China, India, Rusia, Turquía) contra Estados Unidos e Israel. Mientras tanto, se profundiza la revolución árabe. Y, como se recordará, en Israel hay un 20 por ciento de población árabe –1.5 millones sobre 7 millones de habitantes–, la cual tiene casi cuatro hijos por cada 2.5 de los judíos. Los racistas están condenados.
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