Cobijado bajo la cariñosa pantalla de
Televisa durante más de seis años, la carrera de Enrique Peña Nieto en
pos de la Presidencia de la República está a un paso de trepar al primer
escalón. La disciplina desplegada por dicho personaje tras su
candidatura ha sido férrea. Se plegó, con gran despliegue de recursos, a
una modalidad promocional que le ha dado resultado: tiene, según
numerosas encuestas, las simpatías de buena parte del electorado. El
costo de ello puede tasarse en miles de millones de pesos que han fluido
sin cesar para sostener dicho esfuerzo publicitario. Los canales usados
para encauzar los fondos han sido y siguen siendo por demás oscuros,
repletos de complicidades. Ahora, la cargada es tan cierta como
cotidiana para que su nominación no tenga obstáculo que la impida. El
tesonero senador Manlio Fabio Beltrones, sin embargo, sigue
interponiéndose en esta exitosa ruta y exige, antes que tal propósito se
corone, que se cumplan algunos trámites que su partido todavía no
define con exactitud.
Enrique siguió, en su mediocre destape en Televisa, un guión bien
machacado, simplón y de memoria. En su artificiosa presencia reveló
tres de sus consecutivas aspiraciones. La primera, ser candidato de su
partido, después competir y, al final de una bien planeada campaña,
llegar a ser presidente de los mexicanos. Fue un momento que sus
asesores hubieran querido estelar, de gran impacto. No lo fue y, para su
contrariedad, resultó anticlimático. En tiempo estelar, Peña mostró
varias de sus conocidas mediocridades: reiterativo en sus ademanes y gags,
sin horizontes políticos y de seria pobreza conceptual. Pero el mensaje
trasmitido en conjunto, y para cualquier efecto práctico, quedó bien
arraigado en el espacio público. No cabe discusión alguna al respecto,
él es el preferido de la pantalla chica y, en especial, de la empresa
que lo ha sido todo para su confección como postulante.
La ruta marcada por sus muchos proponentes, y por él mismo, no ha
tenido sino pequeños sobresaltos fáciles de superar. La distancia en
simpatías electorales que registra hasta hoy en día respecto de sus
rivales es mayúscula. Los miles de golpes de rating que acumuló
en la larga y onerosa trayectoria no han sido en balde. Penetraron, con
parsimonia rebuscada, una franja mayúscula del analfabetismo político y
que ahora se dice partidaria de su empeño. Las desviaciones del guión
trazado por expertos publicistas fueron mínimas. Siempre acicalado, bien
encuadrado por las cámaras que lo persiguieron incansablemente para que
las tomas no provocaran distorsiones en su joven perfil. Las escenas
mostradas en innumerables noticiarios se repitieron una tras otra,
aparentando ser parte de los sucesos del día y dignas, por peso propio,
de ser destacadas. Peña apareció casi siempre protegido tras un atril,
con movimientos de manos lentos, voz pausada para infundir dominio no
sólo sobre el auditorio cautivo, sino extensivo a toda la teleaudiencia.
Pero, y esto fue también una táctica efectiva, usando siempre frases
positivas, matizadas con etéreas propuestas, incapaces de provocar
controversia. Sus ánimos de colaboración entre
los tres niveles de gobiernofueron una cantinela que le brotaba con estudiada naturalidad. Jamás abordó Peña, hasta recientes tiempos, algún asunto que lo adentrara en controversias con el auditorio o con sus muchos y crecientes detractores. Todo debía transcurrir con la suavidad y la generalidad suficiente para que se fuera asentando su intención constructiva, una que busca, a cada paso y en toda ocasión, la formación de supuestos consensos. El riesgo de la vacuidad no lo desalentó, al contrario: al asumirla casi como reflejo condicionado, la ha convertido en parte sustantiva de su imagen personal, o tal vez más que eso y sea, en verdad, parte integral de su identidad misma.
Mucho de lo anterior expuesto, sin embargo, bien puede
catalogarse hasta como inertes y hasta torpes lugares comunes divisados
por la crítica superficial. El atractivo ya desplegado en derredor de la
imagen de Peña ha sido, qué duda, inmune a sus efectos negativos. Lo
trascendente del empeño tras su candidatura deviene de las masivas
intenciones continuistas de sus patrocinadores, asociados y
dependientes. Los personajes y los grupos de poder que lo rodean forman
un denso mazacote de intereses que han probado sus caras y hasta
cruentas consecuencias para el país entero. El tráfico de influencias y
los negocios atados al poder público son los ingredientes principales de
sus apoyadores. Es el verdadero aderezo que los hace confluir tras su
candidatura. La continuidad de lo establecido es el compromiso común
para hacerlo presidente. De esa cercana y asequible posibilidad ellos
secarán la mayor tajada, tal como lo han venido haciendo durante ya más
de treinta años de ensayos y pruebas neoliberales. Pero, al mismo
tiempo, tal certidumbre es también su talón de Aquiles. Los pies de
apoyo que le surte el vigente modelo de gobierno, en plena crisis hasta
mundial, son de sucio barro.
Enrique Peña Nieto saldrá, de aquí en adelante, a prometer el oro
y el moro del cambio y la renovación de esperanzas. Presumirá una
conducción impecable en su experiencia gubernativa. Con fingida
naturalidad se describe a sí mismo como integrante de una generación que
mira al futuro cuando, en realidad, atisba al pasado a cada paso. Se
afiliará al combate a la pobreza, dirá que intentará, por todos los
medios posibles, reducir las desigualdades y alentar el crecimiento
económico. Todo ello lo enmarcará en una inmensa colección de espots
prefabricados por sus publicistas. Nunca, sin embargo, prometerá cobrar
los necesarios impuestos para salir del atolladero. Gravar a los que más
tienen no estará incluido en su vocabulario. Su afán quedará agotado en
la tranquilidad y en lo que repiten hasta la saciedad: tomar decisiones
responsables. La austeridad quedará encerrada en el furgón de las cosas
innecesarias y poquiteras. Él irá en pos del glamur y las poses para el
recuerdo. En fin, estará presto para aliviar todas esas necesidades
urgentes y olvidadas de los mexicanos, sobre todo de los que, desde
abajo, las padecen a cuero limpio.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/09/28/opinion/019a1pol
http://www.jornada.unam.mx/2011/09/28/opinion/019a1pol
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