jueves, 29 de septiembre de 2011

Mèxico : Mediocridad teleinducida.......Luis Linares Zapata.....Enrique siguió, en su mediocre destape en Televisa, un guión bien machacado, simplón y de memoria. El tráfico de influencias y los negocios atados al poder público son los ingredientes principales de sus apoyadores. Con fingida naturalidad se describe a sí mismo como integrante de una generación que mira al futuro cuando, en realidad, atisba al pasado a cada paso.

Cobijado bajo la cariñosa pantalla de Televisa durante más de seis años, la carrera de Enrique Peña Nieto en pos de la Presidencia de la República está a un paso de trepar al primer escalón. La disciplina desplegada por dicho personaje tras su candidatura ha sido férrea. Se plegó, con gran despliegue de recursos, a una modalidad promocional que le ha dado resultado: tiene, según numerosas encuestas, las simpatías de buena parte del electorado. El costo de ello puede tasarse en miles de millones de pesos que han fluido sin cesar para sostener dicho esfuerzo publicitario. Los canales usados para encauzar los fondos han sido y siguen siendo por demás oscuros, repletos de complicidades. Ahora, la cargada es tan cierta como cotidiana para que su nominación no tenga obstáculo que la impida. El tesonero senador Manlio Fabio Beltrones, sin embargo, sigue interponiéndose en esta exitosa ruta y exige, antes que tal propósito se corone, que se cumplan algunos trámites que su partido todavía no define con exactitud.
 Enrique siguió, en su mediocre destape en Televisa, un guión bien machacado, simplón y de memoria. En su artificiosa presencia reveló tres de sus consecutivas aspiraciones. La primera, ser candidato de su partido, después competir y, al final de una bien planeada campaña, llegar a ser presidente de los mexicanos. Fue un momento que sus asesores hubieran querido estelar, de gran impacto. No lo fue y, para su contrariedad, resultó anticlimático. En tiempo estelar, Peña mostró varias de sus conocidas mediocridades: reiterativo en sus ademanes y gags, sin horizontes políticos y de seria pobreza conceptual. Pero el mensaje trasmitido en conjunto, y para cualquier efecto práctico, quedó bien arraigado en el espacio público. No cabe discusión alguna al respecto, él es el preferido de la pantalla chica y, en especial, de la empresa que lo ha sido todo para su confección como postulante.
La ruta marcada por sus muchos proponentes, y por él mismo, no ha tenido sino pequeños sobresaltos fáciles de superar. La distancia en simpatías electorales que registra hasta hoy en día respecto de sus rivales es mayúscula. Los miles de golpes de rating que acumuló en la larga y onerosa trayectoria no han sido en balde. Penetraron, con parsimonia rebuscada, una franja mayúscula del analfabetismo político y que ahora se dice partidaria de su empeño. Las desviaciones del guión trazado por expertos publicistas fueron mínimas. Siempre acicalado, bien encuadrado por las cámaras que lo persiguieron incansablemente para que las tomas no provocaran distorsiones en su joven perfil. Las escenas mostradas en innumerables noticiarios se repitieron una tras otra, aparentando ser parte de los sucesos del día y dignas, por peso propio, de ser destacadas. Peña apareció casi siempre protegido tras un atril, con movimientos de manos lentos, voz pausada para infundir dominio no sólo sobre el auditorio cautivo, sino extensivo a toda la teleaudiencia. Pero, y esto fue también una táctica efectiva, usando siempre frases positivas, matizadas con etéreas propuestas, incapaces de provocar controversia. Sus ánimos de colaboración entre los tres niveles de gobierno fueron una cantinela que le brotaba con estudiada naturalidad. Jamás abordó Peña, hasta recientes tiempos, algún asunto que lo adentrara en controversias con el auditorio o con sus muchos y crecientes detractores. Todo debía transcurrir con la suavidad y la generalidad suficiente para que se fuera asentando su intención constructiva, una que busca, a cada paso y en toda ocasión, la formación de supuestos consensos. El riesgo de la vacuidad no lo desalentó, al contrario: al asumirla casi como reflejo condicionado, la ha convertido en parte sustantiva de su imagen personal, o tal vez más que eso y sea, en verdad, parte integral de su identidad misma.
Mucho de lo anterior expuesto, sin embargo, bien puede catalogarse hasta como inertes y hasta torpes lugares comunes divisados por la crítica superficial. El atractivo ya desplegado en derredor de la imagen de Peña ha sido, qué duda, inmune a sus efectos negativos. Lo trascendente del empeño tras su candidatura deviene de las masivas intenciones continuistas de sus patrocinadores, asociados y dependientes. Los personajes y los grupos de poder que lo rodean forman un denso mazacote de intereses que han probado sus caras y hasta cruentas consecuencias para el país entero. El tráfico de influencias y los negocios atados al poder público son los ingredientes principales de sus apoyadores. Es el verdadero aderezo que los hace confluir tras su candidatura. La continuidad de lo establecido es el compromiso común para hacerlo presidente. De esa cercana y asequible posibilidad ellos secarán la mayor tajada, tal como lo han venido haciendo durante ya más de treinta años de ensayos y pruebas neoliberales. Pero, al mismo tiempo, tal certidumbre es también su talón de Aquiles. Los pies de apoyo que le surte el vigente modelo de gobierno, en plena crisis hasta mundial, son de sucio barro.
Enrique Peña Nieto saldrá, de aquí en adelante, a prometer el oro y el moro del cambio y la renovación de esperanzas. Presumirá una conducción impecable en su experiencia gubernativa. Con fingida naturalidad se describe a sí mismo como integrante de una generación que mira al futuro cuando, en realidad, atisba al pasado a cada paso. Se afiliará al combate a la pobreza, dirá que intentará, por todos los medios posibles, reducir las desigualdades y alentar el crecimiento económico. Todo ello lo enmarcará en una inmensa colección de espots prefabricados por sus publicistas. Nunca, sin embargo, prometerá cobrar los necesarios impuestos para salir del atolladero. Gravar a los que más tienen no estará incluido en su vocabulario. Su afán quedará agotado en la tranquilidad y en lo que repiten hasta la saciedad: tomar decisiones responsables. La austeridad quedará encerrada en el furgón de las cosas innecesarias y poquiteras. Él irá en pos del glamur y las poses para el recuerdo. En fin, estará presto para aliviar todas esas necesidades urgentes y olvidadas de los mexicanos, sobre todo de los que, desde abajo, las padecen a cuero limpio.

 Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/09/28/opinion/019a1pol

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