por: Gonzalo Peralta
1881 fue un año glorioso para los militares chilenos. En el norte derrotaron al ejército de Perú y Bolivia, y luego ocuparon Lima. En el sur aplastaron a sangre y fuego el último levantamiento general mapuche, procediendo a la “pacificación” de la Araucanía. Pero la tierra mapuche quedó muy lejos de ser “pacificada”. Según Encina, entonces la región “era un hervidero humano” con “los buhoneros que venían del norte con sus pacotillas, los chalanes y negociantes en animales, los aventureros en busca de fortuna, los abogados y tinteri-llos, los bandidos y cuatreros”.
En esta grotesca chusma de buscavidas, destacaban especialmente los veteranos de la Guerra del Pacífico, entre los que había algunos endiabladamente peligrosos. Chile había enviado al frente de batalla a un gran número de presidiarios enrolados bajo la promesa de concederles la libertad. Terminada la guerra, esta promesa no fue cumplida por el gobierno, y ellos, con entrenamiento y experiencia en combate, se refugiaron en la región de la Frontera, que por entonces comenzaba a ser colonizada, y la convirtieron en una copia austral del salvaje oeste.
China, Rusia, Chile
Los planes de explotación económica de la Araucanía se hundieron en una poza de sangre y el go-bierno, asustado, decidió imponer el orden a cualquier precio. Antes que nada necesitaban a un jefe con el suficiente estómago para librar una lucha irregular, un guerra sucia de tipo guerrillero. Entonces surgió la figura de un equívoco personaje que se ganó el mote, para unos dignísimo, para otros oprobioso, del “Búfalo Bill chileno”. Este individuo fue Hernán Trizano Avezzano, un italiano de baja estatura, bigote primorosamente bien cuidado y piernas tan curvadas que se acomodaban perfectamente al caballo, facilitándole las maniobras de disparo. Desde su juventud, Trizano mostró especiales aptitudes para la vida mercenaria.
Tras cortos estudios en la escuela naval de Génova, pasó a servir en una cañonera turca en la que recorrió el Mediterráneo; luego siguió a China, Rusia y de ahí pasó finalmente a América. Llegó a Argentina, dónde ofreció sus talentos al bando de Bartolomé Mitre, pero el cálculo le falló y tras la derrota del caudillo, debió escapar con lo puesto para salvar el pellejo.
Justo en esos momentos, comenzaba para Chile la Guerra del Pacífico, y Trizano, viendo vastas posibilidades de utilizar sus dotes mercenarias, cruzó la cordillera y se alistó en el ejército chileno.
A sangre y fuego por Perú
Partió al norte con el resto del ejército y participó, como soldado regular, en la mayoría de los hechos de armas, pero sólo poco antes del avance final hacia Lima, Trizano pudo demostrar sus habilidades especiales para la guerra sucia. El italiano formó parte de la división al mando del general Lynch que pasó a sangre y fuego por la costa peruana hasta llegar a Paita, haciéndose célebre por sus iniquidades. Manuel Bulnes señala que los chilenos “desembarcaban por sorpresa sin encontrar resistencia y se dedicaban a imponer cupos en especies y dinero sobre los indefensos habitantes, los cuales, cuando no eran pagados, acarreaban la destrucción de las propiedades afectadas. En total, esta expedición de pillaje robó 29 mil libras esterlinas”.
A la vuelta de estas depredaciones, Trizano hizo la campaña de Lima y en Miraflores fue el infame que disparó el primer balazo que precipitó la batalla y la masacre, cuando aún regía un armisticio y se negociaba la entrega de la ciudad.
Tras la derrota peruana, acompañó a Cornelio Saavedra en la toma de posesión de Lima, el 17 de enero de 1881, y en la entrada a la ciudad cometió el ridículo chauvinismo de arrancar con sus manos los letreros de las calles para sustituirlos por nombres chilenos.
Según Enrique Bunster, durante la ocupación, Trizano se quedó en el Perú practicando su afición favorita: la guerra sucia. Comandó partidas de soldados que exterminaron a los guerrilleros peruanos en la sierra; esta campaña irregular fue sin duda la más brutal y sanguinaria de toda la contienda.
Los temibles trizanos
Ante tan brillantes servicios, fue ascendido a oficial y el gobierno le encargó la misión que lo llenaría de oprobio: Organizar y comandar lo que fue la primera fuerza policial de la Araucanía: los “Gendarmes de las Colonias”, tristemente conocidos como “los trizanos”, por el apellido de su diminuto jefe, quien cayó en la contradictoria coquetería de exigir que todos sus integrantes midieran por sobre el metro ochenta de estatura.
Pero este cuerpo no era tan gallardo como Trizano hubiese querido. Jorge Pinto cita el siguiente relato de un observador de la época: “…la policía de ese tiempo era una docena de seres andrajosos, sin uniforme, solamente reconocibles por su aire insolente y un quepi blanco, azul, rojo o negro… Su sueldo era de 17 pesos al mes, que rara vez se les pagaba. Por esto, buscaban la forma de subsistir por sus propios medios. Cuando uno se retrasaba en la noche al volver a su casa, debía preparar el revólver y cambiar de acera cuando divisaba a un policía”.
El grupo armado estaba compuesto por agricultores y ex militares y sirvió como policía rural en los vastos territorios de Arauco, Cautín, Valdivia y Llanquihue.
En palabras de Jorge Pinto, “el primer impacto de esta ocupación recayó en las comunidades mapu-ches. Detrás de este objetivo, hasta cierto punto comprensible en el esquema de una táctica militar, se escondía, sin embargo, otro propósito. Se trataba de obligar a los indios a llevar una vida errante y, en lo posible, desplazarlos hacia las pampas argentinas con el objeto que dejaran sus tierras en manos del Estado”.
Los trizanos se convirtieron en una especie de ejército al margen de las fuerzas armadas, con mucho poder y atribuciones. Sus fusilamientos legales se sucedieron a un ritmo de 50 personas al año, pero las ejecuciones sin proceso fueron bastante más numerosas. Para el año 1891, cuando José Manuel Balmaceda hacía regir la ley marcial por motivos de la guerra civil, Trizano aprovechó la impunidad que le brindaba, para masacrar a 30 reos cerca de Temuco, con el expediente de la “ley de fuga”.
Así se fue abriendo paso la civilización en la Araucanía. Trizano continuó sus abusos durante quince años, hasta que el gobierno, presionado por la escandalosa reputación de arbitrario y tiránico de Trizano, resolvió removerlo del cargo y deshacer a los “Gendarmes de las Colonias”.
Nuestro Búfalo Bill criollo murió plácidamente, de muerte natural, a los 66 años en Temuco. Hasta ese día recibió una pensión del gobierno de 400 pesos mensuales.
¿Nuevos trizanos?
Actualmente existe un monolito levantado a la memoria de Trizano en la Avenida Balmaceda de Angol. Pero sus admiradores mantienen vivo su recuerdo más allá de los monumentos.
Para muestra, varios botones: Trizano se llamó el departamento de la DINA, y luego de la CNI, co-rrespondiente a la zona de Temuco.
Terminada la dictadura y disueltos los cuerpos de seguridad del régimen, a más de cien años de la “pacificación de la Araucanía”, más precisamente el 9 de marzo de 2002, una llamada anónima al diario “Las Últimas Noticias” amenazó con el debut de un hasta entonces desconocido “Comando Hernán Trizano”, declarando lo siguiente: “…estamos dispuestos a empezar una represalia contra los señores indígenas, en defensa de los agricultores, los fo-restales y de las hidroeléctricas… frente a todas las tropelías que no son del pueblo mapuche, sino de estos seudo dirigentes que justifican así el poder continuar recibiendo dinero del extranjero, desa-fiamos a Huilcamán y a sus dirigentes que encabecen las próximas tomas, ahí nos veremos las caras…”
Fuente, vìa :
http://www.theclinic.cl/2011/09/25/el-bufalo-bill-chileno/
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