La
ciencia goza de un merecido respeto debido a que nos proporciona
conocimiento confiable y útil. Este respeto muchas veces se refleja en
los científicos mismos: se los ve como fuente de autoridad, personajes a
quienes hay que escuchar con atención.
Pero hasta el científico más respetable puede decir grandes tonterías. Y decirlas muy en serio.
El famoso físico William Thomson, Lord
Kelvin, por ejemplo, profetizó en 1902 —sólo un año antes del primer
vuelo motorizado de los hermanos Wright— que "ningún globo ni aeroplano
llegaría jamás a tener éxito". Habló prematuramente.
Pero a veces los yerros de los
científicos no se deben sólo a falta de información o imaginación.
Algunos, habiendo logrado descubrimientos importantes, y habiendo
recibido honores por ello, llegan a convencerse, por alguna razón, de
ideas evidentemente absurdas.
Un caso es el virólogo francés Luc
Montagnier, famoso por haber aislado en 1983 el virus de la
inmunodeficiencia humana (VIH), causante del síndrome de
inmunodeficiencia adquirida (sida), trabajo por el que recibió el premio
Nobel en 2008. En 2009 este brillante científico publicó un artículo
donde afirma que el ADN de las bacterias y los virus que causan
enfermedades en humanos emite radiación electromagnética (hecho para el
cual no hay evidencia fiable, ni mecanismo razonable que pudiera
explicarlo). Y aún más: sostiene enfáticamente que si se diluye una
solución que contenga este ADN, la radiación permanece aunque la
concentración de ADN sea indetectable (tesis sospechosamente similar a
lo que afirman los homeópatas, que pretenden falsamente que una solución
aumenta su "potencia" conforme esté más diluida).
La comunidad científica se halla entre
avergonzada e incrédula; es triste que un científico brillante se
obsesione con ideas absurdas. Pero hay casos peores.
El brillante biólogo molecular Peter Duesberg, que descubrió los primeros oncogenes
(genes de virus que causan cáncer), se convenció, durante los primeros
años de la epidemia de sida, de que este síndrome no era causado por el
VIH. Se concentró, sin éxito, en reunir evidencia de que el sida era en
realidad causado por el consumo de drogas o la desnutrición (y por tanto
no sería contagioso). Una idea tan evidentemente errónea como
peligrosa, pero que se ha convertido en su obsesión. Por ello, Duesberg
ha sido desacreditado por la comunidad científica.
¿Cómo puede gente tan ilustre caer en
errores tan burdos, y persistir en ellos? Al menos, estos casos nos
recuerdan dos hechos importantes. Uno, que la psicología humana es muy
compleja. Y otro, que en ciencia las afirmaciones valen no por la
autoridad de quien las dice, sino por la evidencia que las respalda.
comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx
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