La
historia del país se une con eslabones tan firmes, que los hechos del
acontecer de estos días se relacionan a plenitud con 41 años de
trayectoria política. Chile vivía el año 70 un ambiente de
transformación social en medio del cual llegaba Salvador Allende a
convertirse en Presidente de la República. Aunque está totalmente claro
que no se alza al poder por medio de una mayoría de electores, también
algo que no se puede colocar en dudas es el rol que ejerce la derecha en
ese entonces, junto a la democracia cristiana, para propiciar una
campaña permanente de desestabilización del gobierno de la Unidad
Popular, recurriendo a una red de ayuda proveniente de los Estados
Unidos y a una variedad de métodos con violencia extrema, hasta que los
militares usurpan el poder. La Unidad Popular cae en la ingobernabilidad
provocada por la derecha, la población se va polarizando y recibe los
efectos de la política que aplican los sectores más reaccionarios
instaurando un ambiente de caos hasta que llega el 11 de septiembre del
73.
Con el golpe de Estado, se inicia un período en que se
implanta un modelo por la fuerza con resultado de una sistemática
violación a los derechos humanos y una forma de vida permanente entre el
miedo y el terror, efecto que lo expanden por largo tiempo. La
motivación principal de la intervención de militares y derecha, es que
esta última no es tolerante cuando se pone en riesgo sus intereses lo
cual se ha mantenido por siempre. Si el país llegará a avanzar en
sentido opuesto a la desigualdad, la derecha lo tomaría como amenaza.
Cuando
el Presidente Piñera se refiere a lo que costó construir la democracia,
no se expande en su punto de vista a la forma en que se determina la
institucionalidad del presente que tiene como base el autoritarismo y la
imposición. La parte más preponderante es la aprobación de una
Constitución en condiciones en que el pensar distinto al régimen
constituía peligro. Transcurría la vida en constante vigilancia y en un
clima de total inseguridad para el que era detractor de Pinochet. Es
decir esta primera componente de la democracia, la Constitución que
representa la base de la misma, se apoya en tejado de vidrio.
Luego,
con la llegada de la derecha y militares al poder, hay una segunda
componente esencial de la democracia que es condenar a la abolición la
participación ciudadana, manifestada en el término de la legalidad de
los partidos políticos y principalmente porque la ciudadanía deja de ser
tomada en cuenta excepto en las campañas electorales cuando se da el
pase para el término de la dictadura.
Una tercera
componente es que se ha querido hacer creer en forma permanente a la
población que lo máximo de una democracia es el acto de sufragar, y ello
también representa una institución viciada, por una parte el sistema
electoral también proveniente de la dictadura se encuentra diseñado a la
medida de la derecha, a eso se agrega que la inversión en gastos de
campaña se superpone a las ideas y la ética como forma de hacer campaña
no existe, ya que se fundan en promesas que después resultan ser
mentiras.
Una última componente de la
democracia es el peso natural que debe tener la mayoría por sobre la
minoría. En los últimos 23 años, las únicas ocasiones en que se ha
puesto en práctica el ejercicio de una mayoría que decide, es en el
plebiscito del 88, representado en el triunfo del NO a la dictadura; en
la elección de Patricio Aylwin y de Eduardo Frei. Estos pasajes
históricos correspondían a la manifestación de una ciudadanía que
apostaba a que el término de la dictadura significaba que la estructura
del país con todas las variantes que hoy son foco del movimiento
social, se transformarían, pero ello no fue así.
Algo que
se esgrime a menudo es que las democracias nunca son perfectas, pero en
este caso el problema es mayor, estamos en un país en que la democracia
tiene fallas por los cuatro costados (si es que existe): su base
proviene de la dictadura; el sufragio tiene un entorno de un sistema que
le otorga poco valor, una muestra de ello es los parlamentarios
designados que se instalan en el Congreso; la participación ciudadana
no ha sido política de los gobiernos, sino que es la ciudadanía la que
se abre paso por sus demandas; y algo de suma gravedad es que nos
encontramos al arbitrio de una minoría gobernante.
Imperó
durante los gobiernos de la Concertación la política de los acuerdos
pero en esos extrañamente la derecha siempre salía contenta, bajo un
punto de vista se podría pensar en forma muy liviana que en este
ambiente de escasa participación no habían otros interlocutores con los
cuales realizar acuerdos, pero obviamente ello no era así: los reajustes
del sector público eran tortuosos, el sueldo mínimo siempre en armonía
con el empresario, la ley General de Educación en vez de ser una
respuesta para el movimiento estudiantil del 2006 fue la plataforma
perfecta llevada al programa de gobierno de Piñera en materia de
Educación. De esta forma cómo no van a echar de menos los acuerdos para
gobernar.
Con este panorama más el paso de los años que
inevitablemente se abre a una juventud que creció no en dictadura pero
con los efectos del sistema que viene enraizado desde allí y ante el
cual se revelan, se instala en la sociedad algo muy importante, el
inicio de la construcción de un país diferente a partir de la savia
nueva, que reacciona frente a una convivencia que se encontraba
estancada.
Es obvio que esto provoca mucha
incomodidad en los gobernantes que se saben autores intelectuales y
materiales del modelo, además de precursores del golpe militar del 73.
Reaccionan enrabiados, pues su grado de intolerancia los lleva a pensar
que los métodos utilizados por ellos son privativos de ese sector y la
democracia tiene que armarse según sus criterios.
Es
indudable, que en esto hay dos sectores que tienen responsabilidad. Nos
han llevado a una crisis esencial pero que era totalmente predecible, y
ello es porque habiéndose agotado paulatinamente el arcoíris de
posibilidades vistas en los gobiernos anteriores, la crisis que quedó en
evidencia es la democracia y la institucionalidad.
En el
presente despertó la ciudadanía con alguna instancia de participación
aunque sea a través de la organización y la creatividad presentes en las
marchas, con un actuar que obligadamente va a ser parte de las páginas
de la historia y que se representa por el rol de los estudiantes; y
nadie puede negar que el movimiento social represente mayorías. Pero
está pendiente un sistema electoral distinto y algo aún más medular que
es una nueva Constitución. Estas cuestiones sólo como una parte de las
estructuras que hay que modificar, entre otras la desigualdad social que
ha ido al alza.
Estos son los elementos que están
presentes en el paro del día 24 y 25 de agosto que la derecha no quiere o
no logra comprender. Más allá del término del conflicto de la
educación, la crisis se torna mayor porque se concluye que hay una
dificultad histórica. Probablemente a Piñera le fue bonito celebrar su
triunfo y tuvo un período de gracia motivado por el terremoto, el
mundial de fútbol, el bicentenario y el rescate de los mineros, pero
todo eso ya pasó y la historia de este momento se fuerza por cambiar su
rumbo. Bien lo sabe la derecha que los hitos de cambio de rumbo no
esperan que se completen los períodos presidenciales, para que ser tan
esquemáticos si hay urgencias por atender.
Por
las características del momento actual y una salida adecuada para el
futuro, es necesaria la unidad y aunar fuerzas, aunque de todos modos se
observan actitudes que despiertan desconfianzas. La Concertación con
toda la responsabilidad que tiene en el estado de cosas producto de su
convivencia con la derecha durante 20 años, es sujeta de observarla bajo
los siguientes puntos de vista: uno es a través de la buena fe y pensar
que está viviendo un estado de arrepentimiento el cual trata de
remediarlo cueste lo que cueste aunque se expongan a ser abuchados;
otro, también de buena fe, puede que desde las bases surjan voces de
cambio; y algo menos alentador es que estemos nuevamente en presencia de
un acuerdo para salvar la situación del país, que pueda dar paso al
presidencial más prematuro que tiene la clase política, el señor Velasco
o que tengan la misión de “contener a la multitud”.
Ante
una situación tan delicada, prefiero optar por la visión de buena fe,
es decir, pensar en el arrepentimiento y en la fuerza de las bases. De
todos modos me parece indicado no mirarlos como bloque, sino que es
necesario que crezca en este movimiento cada partido con vida propia, ya
que un conglomerado distinto es imprescindible y claro está que no
puede articularse a partir de liderazgos del pasado, si los jóvenes son
los motores del cambio, ellos deben trazar las directrices del futuro y
en este momento ellos deben hacer las convocatorias e invitaciones
pertinentes. No hay que olvidar que las Federaciones estudiantiles en
tiempos de mayor democracia alimentaban al Parlamento.
En este
clima adverso, la derecha está mostrando sus dientes ya que tengo la
seguridad que este análisis es copia fiel de la realidad en todos sus
puntos. Aceptando que el gobierno de Allende no era de mayoría, tampoco
lo es el de Piñera. La diferencia radica, que en esos años la derecha
utilizaba la democracia a su favor para complotar hasta borrar de una
sola plumada toda la institucionalidad, hay episodios que seguramente en
algunos años más será oportuno comentarlos y que dan cuenta de una
derecha siniestra. La democracia ideal de estos tiempos para ellos es
aquella en que los ciudadanos no participan, concurren cada cierto
tiempo a las urnas, seguimos a perpetuidad con la Constitución, y la
ciudadanía permanece tranquila en sus casas.
Las
decisiones futuras y los pasos que se den no pueden ser al margen de
estos argumentos, la realidad del país es cruda y en el momento actual
el gobierno debe adoptar las acciones dentro de lo que se ha llamado el
cambio de paradigmas que remece la llamada democracia actual, a las
instituciones y las estructuras sociales. Aunque no creo que el gobierno
entienda este análisis, espero que en su monitoreo a las publicaciones
presentes en las redes de internet algo les quede, ya que la conclusión
es clara: es vital el paso al costado.
Por último, hay un
Ministro que pudiera apurarse en escribir una nueva versión de la teoría
del desalojo adaptada a estos tiempos, porque cuando asumieron el
gobierno nunca pensaron que había una presión social contenida, jóvenes
muy bien preparados y otros que van aprendiendo de manera rápida
lecciones ejemplares a partir del clamor ciudadano. El punto de
encuentro sigue siendo un NO a la dictadura de Pinochet reencarnada en
el gobierno de Piñera.
Vìa :
http://www.elciudadano.cl/2011/08/25/signos-de-un-gobierno-rabioso/
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