Había secuestros para cobrar rescate y, en ocasiones, aunque se pagara no se respetaba la vida de los plagiados; los índices de inseguridad eran alarmantes: inseguros los caminos carreteros, los asesinatos estaban a la orden del día y, en fin, al parecer seguíamos todavía en el siglo xix. Y conste que hace algunos años, cuando dicté la conferencia, la situación no se comparaba con la que estamos viviendo desde hace dos o tres años. Las decapitaciones no se habían presentado, ni existían las narcomantas, ni los sicarios se atrevían a desafiar abierta y descaradamente a las fuerzas policíacas, mucho menos a la milicia. En pocas y absurdas palabras: la inseguridad no había alcanzado el actual alto índice.
Lo interesante es que alguno de los presentes observó que los mexicanos éramos crueles por naturaleza, que teníamos el estigma de ser sanguinarios porque fue lo que nos heredaron los pueblos prehispánicos, que acostumbraban realizar sacrificios humanos, decapitaciones, desollamientos y barbaridades por el estilo. ¿Y de los conquistadores españoles heredamos cualidades angélicas?, le pregunté. Además, no había que ser tan deterministas como para pensar que todo lo que somos lo heredamos; porque esa es una forma muy cómoda de culpar a nuestros antepasados de los defectos y errores cometidos. Señalé que la explicación de aquella inseguridad del siglo xix se encontraba en ese mismo siglo y, en alguna medida, en los siglos anteriores. Y subrayé: explicación, no herencia.
Cada vez más me entra el “sospechosismo” de que estamos viendo lo mismo que le ocurrió al aprendiz de brujo, que comenzó algo que después no supo cómo detener.
Una inquietud más de las muchas que me agobian: ¿cuál es la verdad de lo que está ocurriendo? Son muchos los cadáveres y no pocos los jefes de los delincuentes que han sido atrapados o muertos. Esto es indicador, señalan fuentes oficiales, de que “vamos ganando”. Pero diariamente hay refriegas y muertos. Esto, me temo, revela que la lucha es algo superficial, que no se han tocado las verdaderas raíces de la delincuencia organizada. Si hubiera sido así, el flujo de dinero para abastecer de armas a los sicarios y pagarles sus emolumentos (se oye raro, pero si andan en eso no es por gusto, sino porque les es redituable) habría cesado; sin embargo, sigue fluyendo. Además, si todos los cabecillas fueran en verdad vitales para esas organizaciones, habrían localizado sus cuentas bancarias en el país y en los paraísos fiscales, y de eso nada informan. En el mejor de los casos, dicen haberles “asegurado” unos miles de dólares en efectivo, joyas y cosas por el estilo, que para nada, me imagino, equivale a los millones que calculan los especialistas que manejan los cárteles. Hay quienes suponen que tocar a los “capos de a de veras” sería un golpe muy serio a la economía mexicana. Y es que la “guerra”, según parece, es un jueguito que está costando muchas vidas pero se queda en lo epidérmico.
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