resolver en el plano personal.” “Usted se deprime tanto porque
es joven y no se fogueó en la experiencia de los 18 años que pasó River
sin mojar un título.” “Usted, como un niño, está viendo caer su fantasía
mítica de que ‘los grandes’ nunca pueden caer.” “A usted le gustaría
que a River no le descontaran puntos como a los demás equipos, porque
eso lo ratificaría en su fantasía de que ‘los grandes’ son intocables:
pero no es ésa la verdadera grandeza.” “Aquí en el consultorio, usted
dice que los barrabravas son delincuentes, pero, en la tribuna, se
identifica con ellos y los recibe con cantitos: es porque usted, aunque
crea ser libre, se sumerge en la masa.” Estas son algunas de las
respuestas que Página/12, en auxilio de sus lectores afectados por la
caída de River, obtuvo de psicólogos y psicoanalistas dedicados a la
investigación y la clínica del deporte. Según los especialistas,
convendría que el ciudadano afectado discerniera si él es un mero
simpatizante –en cuyo caso podrá recuperarse con facilidad– o bien un
hincha con todas las letras –y entonces, “usted es un homenaje al
sufrimiento”– o, peor aún, un fanático, ya irredimible. Pero no todas
las interpretaciones son negativas: “Esta situación puede llegar a ser
una oportunidad para que se saneen las instituciones del fútbol
argentino”. Y, como no podía ser de otro modo, todas las lecturas se
resumen en una fórmula tanguera: la vergüenza de haber sido y el dolor
de ya no ser.
Marcelo Halfon, integrante del Capítulo “Psicoanálisis y Deporte” de
la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), destacó que “al ser River
uno de los equipos llamados grandes que nunca habían descendido, su
caída es la caída de una fantasía acerca de ‘los grandes’: sobre todo
para el niño y a riesgo de una gran angustia, ‘los grandes’ nunca deben
caer. Para más, se trata en este caso de ‘los Millonarios’, aunque su
realidad actual diste de ser millonaria en términos económicos.
Entonces, no sólo se trata del descenso a la B, sino de que es una
institución vaciada y éste es quizá el más fuerte golpe a la fantasía
mítica que sostiene el lugar de ‘los grandes’”.Para entender mejor lo que pasa en cada caso, Halfon distingue entre simpatizantes, hinchas y fanáticos: “El simpatizante es el hincha circunstancial, contingente; el que probablemente no vaya a la cancha pero sigue cómo va el equipo. En otro escalón está el hincha promedio, que en el caso de River es hoy, digamos, un homenaje al sufrimiento. Y, todavía, el fanático: su grado de identificación con la divisa es tan intenso que en estos días no comió ni durmió ni pensó ni trabajó: se deprimió, sigue deprimido y se llenó de odio, tristeza, angustia y bronca. Claro que hay toda una gama de matices; algunos presentarán ciertas características del hincha y otras del fanático”.
Y cualquiera de estas categorías puede alterarse cuando el sujeto está en la cancha, rodeado de otros en su misma situación: “Hay que distinguir entre la situación de masa y la situación de conjunto –pide Halfon–: en la situación de masa, todos actuamos como si fuéramos uno; en la situación de conjunto, en cambio, nos podemos diferenciar. Si le preguntamos a un hincha de River qué opina de la barra brava, de ‘Los Borrachos del Tablón’, dirá que está muy mal, que es deplorable, que son delincuentes. Pero si usted va a la cancha de River verá que, cuando la barra brava hace su ingreso, buena parte del estadio empieza a corear ‘Llegaron los Borrachos del Tablón, llegó la hinchada...’: ése es un fenómeno de masa; parece ser que los hinchas comunes, tanto de la tribuna como de la platea, llegan a identificarse con la barra brava. Claro que muchos de estos que corean, puestos en otra situación, pueden diferenciarse y no quedan presos de esa identificación”.
En ese marco, “se ha naturalizado la existencia de las barras bravas –advierte Halfon–; se han naturalizado la violencia y el uso político de las barras bravas como guardias pretorianas. Las violencias que cometió en estos días la barra brava de River, eso se sabía que iba a pasar, y sin embargo pasó”.
Sin embargo, “al mismo tiempo, la caída constituye un baño de realidad. Estamos ante una situación donde a cualquiera le puede tocar, donde ‘los grandes’ ya no son intocables. Para los hinchas de equipos chicos y aun para todos puede resultar un alivio que no existan ya intocables. Cierto que –advirtió Halfon– existe el riesgo de que la fantasía de ‘intocable’ regrese, en el caso de que River no reciba las sanciones que otros equipos sí recibieron por situaciones similares. Ahí volvería a ser ‘el grande’, pero no en el verdadero sentido de la grandeza. La verdadera grandeza de River consistiría en que se saneara como institución, en que lograra un crecimiento auténtico, no en obtener favoritismos”.
Por eso, “esta situación puede llegar a ser una oportunidad para que se saneen las instituciones del fútbol argentino, para salir de las barras bravas, para recuperar la noción misma de deporte. Esto puede parecer una utopía ingenua, pero estas utopías se hacen necesarias para que uno pueda seguir conectado con el fútbol, ese juego que permite vehiculizar las fantasías más creativas de los argentinos”, concluyó Halfon.
Marta Dávila, coordinadora del Departamento de Psicología de las Divisiones Inferiores de Independiente y psicoanalista didacta de la APA, subrayó que “el hincha, estrictamente, es el que pone en el fútbol los conflictos y las angustias personales que no puede resolver de otra manera. Yo atiendo en mi consultorio a hinchas de equipos que descendieron: no sólo River, sino Huracán, Gimnasia. Y todos han sufrido enormemente. Pero detrás de cada hincha hay una persona que sufre no ya por su equipo, sino por una situación particular que ha transferido a ese deporte. Sufre la suerte de su equipo como si fuera una tragedia propia porque, en el fondo, está reviviendo una tragedia que alguna vez fue propia”.
Es que “el fútbol se vincula con el poder, la fama y el dinero, que el hincha tal vez no haya podido obtener, y se liga con el barrio, las tradiciones, la familia, la cultura de pertenencia. También inciden las graves acusaciones contra los dirigentes: ya se sabe que, cuando los padres andan mal, los hijos andan peor. Y esto sucede en relación con los jugadores y con los dirigentes”, advirtió Dávila. Para colmo, “el hincha por sí solo, en tanto individuo, simplemente se va a la casa triste, tal vez se enoje con su mujer; pero, en masa, el hincha es sumamente peligroso, y ya hemos visto que puede llegar a vandalismos y salvajismos insospechados, incluso al asesinato. Su frustración se suma y se potencia en la frustración de muchos otros, y en ese ámbito todo está permitido”.
Finalmente, “en el caso de River, se da la frustración social de que caiga un equipo de tanta jerarquía y linaje. En esto es distinto al descenso de Huracán o de Gimnasia. Los hinchas sienten que es caer muy bajo. Imaginemos todas las frustraciones familiares y personales que ahí se depositan; en esa aristocracia que ya no existe, en ese haber sido lo que ya no se es. Hay un tango que dice algo así...”
–¿“La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”?
–Eso es lo que le pasa al hincha de River.
Fuente, vìa :
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-171381-2011-07-03.html
Imagen: Télam
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