Arabia Saudita
es un gran tiradero de déspotas. ¿Se acuerdan de Idi Amín? Los
británicos lo amábamos en un tiempo, pero cuando se volvió contra
nosotros y empezó a comerse a sus enemigos –y a guardar de cuando en
cuando una cabeza en el refrigerador–, nos alegramos de verlo partir al
exilio en Arabia Saudita. Luego fue Ben Alí de Túnez el que voló este
año hacia el reino con su esposa y gran cantidad de dinero cuando su
pueblo ya no pudo tolerarlo. También Ben Alí nos caía bien –a los
franceses más que a otros– porque era un
Sí, estamos agradecidos de que la casa de Saud nos haya quitado a
esos rufianes de las manos –cuando, claro está, han dejado de ser útiles
para nosotros–, en especial porque nuestra demanda de democracia no
encaja bien con nuestra continua simpatía hacia las dictaduras locales.
Por tanto Siria… no, dejemos eso por ahora.símbolo de estabilidad. Y ahora Alí Abdalá Saleh, quien solía ser nuestro héroe en la
guerra al terror, ha sido enviado a un hospital de Riad con una herida en el pecho.
La embajada estadunidense en Saná podría aún elegir a alguien de la familia de Saleh para continuar su régimen a la vista de todos los sospechosos habituales (Al Qaeda, separatistas, tribus rivales y demás).
No, todavía no nos hemos librado de todos los pequeños Hitlers de Medio Oriente, razón por lo cual seguimos apoyando al mayor depósito de chicos malos, Arabia Saudita.
Cierto, podría haber guerra civil en Yemen. Siempre ha habido allí una especie de guerra civil desde que Colin Mitchell, apodado Mad Mitch, irrumpió en el distrito Crater de Adén y los británicos se retiraron, dejando atrás un Yemen dividido.
Los sauditas se alegrarán de tener a Saleh porque no era muy bueno para combatir a los chiítas, poderosos enemigos (al decir esto miro a través de los anteojos corruptores de los antiguos príncipes del reino) de sus califas y emires sunitas. La misma razón, por cierto, por la cual los sauditas invadieron Bahrein para apuntalar a la minoría de sunitas al Kalifa y ayudar a derribar las antiguas mezquitas pertenecientes a la mayoría chiíta bajo el ridículo pretexto de que fueron invitados para
mantener el orden. Me parece recordar a ciertos europeos que en el siglo XX se valieron de argumentos similares (uno era un italiano gordo, y el otro un ex cabo de bigotito). Y, al igual que allá por la década de 1930, hoy decimos, bueno, que estos tipos podrían ser una fuerza que propicie la estabilidad. Nada de esto vale una guerra abierta. Por eso el valiente y democrático Obama no mencionó a los valerosos sauditas en su ridícula perorata en Washington.
En cuanto a Kadafi, se puede ver por qué continúa luchando. Podría irse a Burkina Faso, supongo, pero se aferrará al poder para demostrar que la OTAN es una partida de inútiles, aunque acabe colgado de una cuerda. Cero y van tres, faltan otros tres (lástima, me refiero a Bahrein). Y hay un séptimo. No, claro que no dije Arabia Saudita.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/06/18/opinion/026a1mun
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