Los
mexicanos estamos viviendo días, meses, años de temor, indignación,
desasosiego y asco. Nunca había vivido nuestro país tantas calamidades;
nunca habíamos sufrido un gobierno tan inepto, tan sordo al clamor de
la sociedad civil que de muchas maneras, algunas silenciosas, otras a
voz en cuello, exige la revisión de una estrategia equivocada que ha
provocado un clima de violencia, de crueldad inhumana y de inseguridad
permanente.
Todos los días los
medios nos entregan listas de muertos, desaparecidos y levantados. La
mayor parte de ellos manipula la información para servir a los
intereses de la mafia de políticos, empresarios voraces y pseudo
comunicadores que desde hace muchos años explotan, expolian, humillan,
hambrean hasta extremos indecibles y engañan a un país entero, aunque
en el fondo de sus maquinaciones crece el temor de que ese engaño no
pueda mantenerse por mucho tiempo.
La violencia ha llegado
a la saña de la operación Cóndor: decapitados, desmembrados y
enterrados en siniestras fosas que nulifican sus historias personales.
Estamos viviendo una funesta narcoeconomía que se entromete en todos los aspectos de la vida pública y en numerosas vidas privadas.
Me comentaba hace poco mi amigo el Fisgón que
nuestra actual coyuntura es parecida a la que sufrió China durante la
guerra del opio: los cárteles se pelean por las rutas y las zonas de
influencia, y firman pactos con los señores de la guerra, con algunas
autoridades políticas y con muchos sectores policíacos.
La manifestación del 9
de mayo en el Zócalo y en las calles de Ciudad de México nos demostró
un hecho político incontrovertible. En ella se escuchó la voz de un
pueblo aterrorizado, exasperado y lleno de angustia. Padres de hijos
muertos, hijos de padres muertos, hermanos que han perdido a sus
hermanos, viudas, jóvenes que han perdido a sus amigos, a sus novios y
novias en pleno amanecer de sus vidas. Todos los seres muertos a
quienes el gobierno de un partido, que basa una buena parte de su
doctrina en la idea de la eminente dignidad de la persona humana, llama
“daños colaterales”.
Este gobierno no sólo
ha fracasado en el campo de la seguridad pública, también ha fallado en
materia económica y social. Estas fallas vienen de lejos, pero se
inician de manera más clara y terrible en el régimen de Salinas, con la
implantación definitiva del criminal neoliberalismo, culpable del
incremento del proceso deshumanizador que permea todos los campos de la
vida social.
Lo ha dicho Andrés
Manuel López Obrador, recordando la teoría de Gramsci sobre el aparato
de coherencia interna del sistema capitalista: nos gobierna una mafia
compuesta por políticos y por los poderes fácticos, de manera muy
especial los medios de comunicación electrónicos, manipuladores de la
información y que, ante la creciente debilidad del poder político,
quieren ya poner rey, es decir, intervenir abierta y descaradamente en
los procesos electorales. Y no se trata, como pretenden algunos
intelectuales orgánicos impregnados de mala fe, de ir sin matices
contra los empresarios. Nos basta con que paguen sus impuestos como
cualquier ciudadano y cumplan sus obligaciones económicas y sociales.
En esto descansa, desde el punto de vista histórico, el Estado de
bienestar, que no es otro sino el que coordina la vida económica, para
hacer más equitativa la distribución de la riqueza. No olvidemos que
este gobierno ha llegado a una cifra récord de inequidad: 241 mil
inversionistas son dueños del cuarenta y cuatro por ciento de la
riqueza pública. Este hecho, aun para el economista más partidario del
capitalismo, hace de nuestro país una nación inviable. El resto de los
habitantes está hundido en la pobreza que sufren las clases medias, y en
la miseria que degrada y deshumaniza a más de 40 millones de
mexicanos. Y pensar que uno de los alicuijes de Los Pinos ha calculado
que en México a una familia de cuatro miembros le bastan 6 mil pesos
para vivir con holgura, pagar su casa, su coche y tomar vacaciones
veraniegas. Esta imbecilidad sólo fue superada por la declaración del
secretario de Educación Pública, a favor de esos engendros llenos de
vulgaridad, sensiblería, estupidez y pobreza verbal que son las
telenovelas mexicanas. Para este señor esos dañinos desfiguros son
útiles para el mejoramiento de la educación pública. Pienso que la
Minerva de Vasconcelos, y las musas de Montenegro que decoran el
despacho del Secretaría de Educación, salieron huyendo al oír tan
descomunal tontería.
Andrés Manuel López
Obrador ha recorrido la República, ciudad por ciudad, pueblo por
pueblo, ranchería por ranchería. Quienes apoyamos el Movimiento de
Regeneración Nacional en Querétaro lo recibimos con los brazos abiertos,
y con los dones de esa ardua virtud que es la esperanza. Nuestro
México deshumanizado por las funestas acciones de una clase política
corrupta e irresponsable, y por la crueldad sin límites del crimen
organizado, necesita un movimiento de la sociedad civil que aspire a
una completa regeneración.
Todos debemos estar
comprometidos en la urgente tarea de salvar a un país hundido en la
crueldad, en la torpeza y en la ignominia. Debemos luchar todos los
días, pues este compromiso aspira a la regeneración de un país
invertebrado (Ortega y Gasset dixit), a la humanización de un
pueblo que, en estos momentos, sufre bajo el pavoroso manto negro de la
barbarie. Es significativo que Andrés Manuel llegue a Querétaro el 15
de mayo. En el siglo XIX Benito Juárez inició
aquí la refundación de la República. Ahora le toca al Morena y a su
líder iniciar la urgente refundación.
Queremos una verdadera
democracia que sirva al hombre, a la mujer, y sobre todo a los jóvenes y
a los niños, cuyo futuro corre graves peligros. Esta es una tarea de
justicia y de paz. Será en suma, parafraseando a Shakespeare, un
trabajo de amor ganado.
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