El Jilguero del Huascarán es una figura gigante de la música andina, pese a haber sido un hombre de pequeña estatura. José María Arguedas cuenta en un célebre artículo que el Jilguero entusiasmaba tanto a sus oyentes en los coliseos de los años cuarenta en Lima que éstos lo obligaban a repetir sus canciones innumerables veces, temiendo él que el cantante de endeble figura colapsara en el escenario. Cuando, a finales de los años cuarenta, el Jilguero llegó al disco, su fuerza interpretativa no disminuyó en absoluto. Al oír sus canciones uno puede disfrutar sin reparos su enorme vitalidad artística, en gran parte debido a que grababa sus canciones en directo, sin montajes en pistas como es común en la actualidad.
No hay mejor palabra para definir al Jilguero del Huascarán que la de cronista. Sus canciones encierran todas las facetas de la vida de los pueblos del Ande. Su canto ensalza la alegría, expresa el dolor, llora el amor perdido o la soledad del desamor, canta a los seres queridos, a la amada, a la madre o a los hijos, loa la naturaleza exaltando la majestuosidad de las montañas y los ríos, o la injuria cuando lamenta los desastres naturales que azotan los pagos remotos. Como todo buen cronista, el Jilguero también ha recogido el sufrimiento de su pueblo. Así, muchas de sus canciones están dedicadas a denunciar el maltrato y la injusticia que padece el hombre común de los Andes. Pero su canto no se conforma con ser denuncia, sino que, más allá de ello, se esfuerza por abrir nuevos caminos hacia un mundo nuevo: el canto del Jilguero es también un canto al futuro.
Pero no se crea por ello que el Jilguero fue un tradicionalista. Tal vez mejor que ningún otro miembro de su generación, Ernesto Sánchez Fajardo supo dialogar creativamente con las corrientes musicales más disímiles, tanto con la tradición criolla costeña como con la tradición erudita europea, que aprendió del maestro italiano radicado en Perú, Alejandro de Bianchi; tanto con géneros de moda como el rock o la cumbia como con géneros provenientes de otras regiones del territorio andino. Su defensa del folclor jamás fue por eso una actitud discriminante y excluyente, sino por el contrario una fuerza integradora que, para decirlo en palabras de Arguedas, era capaz de vivir todas las patrias.
José María Arguedas recomendaba a sus lectores ir al Coliseo Nacional a escuchar al Jilguero y conocer el Perú nuevo que él creía se estaba forjando entonces en el país. Abusando de mi escasa autoridad, yo quisiera terminar estas líneas recomendándoles a los lectores escuchar las grabaciones del Jilguero del Huascarán. En ellas encontrarán la misma vitalidad que entusiasmara años atrás al escritor apurimeño en el coliseo limeño. No importa que el Perú nuevo no haya llegado todavía y que el Jilguero ya no esté más físicamente entre nosotros, pues sus canciones siguen sonando alegres y vigorosas como el cauce de los ríos que bajan por las cordilleras andinas y su presencia es tan fuerte como antaño sobre los tabladillos del coliseo. Escuchen las grabaciones del Jilguero del Huascarán y comprobarán que él, como Carlos Gardel, cada día canta mejor.
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