domingo, 1 de mayo de 2011

Iglesia Catòlica Chile : Sacerdotes sin grey . Por Vivian Lavín

Dicen que hace unos días, en mitad de una misa y precisamente en uno de sus momentos centrales como es la eucaristía, uno de los sacerdotes que la celebraba, permaneció durante largos minutos absolutamente solo sin que nadie acudiera hasta donde él se encontraba para recibir la ostia consagrada en la Comunión. Los asistentes a la celebración habrían evitado recibir el Sacramento de manos del obispo auxiliar de Santiago, Andrés Arteaga y en cambio, habrían preferido hacerlo de otros oficiantes o colaboradores del oficio. El ex vice gran Canciller de la Universidad Católica recibía de parte de la grey en un momento íntimo y silencioso un duro castigo para quien lleva la investidura de sacerdote pero cuya carrera en la jerarquía eclesiástica estuvo ligada desde siempre a una de las figuras que mejor reflejan los sensibles momentos que vive hoy la Iglesia Católica chilena. Fernando Karadima que hasta hace unos meses era considerado casi como un santito, como le gustaba lo apodaran, es un nombre emblemático a la hora de retratar una parte de la historia reciente de la Fe católica en nuestro país, que se vio fuertemente comprometida con una dictadura que ejerció el terrorismo de Estado en contra incluso, de sus mismos fieles.
La Unión Sacerdotal creada por Karadima y en la que el obispo Arteaga oficiara por más de una década como director, representa el rostro de una Iglesia que cobija en su interior a verdaderos “lobbystas” y “gerentes”, más que a sacerdotes comprometidos con los valores de Cristo, y cuya evangelización consiste en cómo hacer para que los creyentes más poderosos se sientan apoyados y, ojalá, cubiertos de un velo salvífico, en la medida que sus riquezas son entregadas a ese selecto grupo de administradores celestiales que sin embargo, no se dedican como en la Edad Media a vender indulgencias, sino que acumular una pequeña fortuna cuyos movimientos están aún por ser aclarados. Aún se está a la espera también, del futuro de Karadima, quien ya no cuenta con el apoyo ni la complicidad de antaño, cuyo caso se ha vuelto emblemático para una Iglesia que busca aprender de sus errores. El Protocolo 2011 que elaboró la Conferencia Episcopal con la nueva manera con que la Iglesia Católica enfrentará los casos de abuso sexual en adelante son prueba de ello, sin embargo, aún no es suficiente, cuando Karadima sigue gozando de un estatus privilegiado al estar recluido en un convento, incluso en compañía de una monja por si necesitara consuelo espiritual. Ventajas y miramientos que no merece quien ha violado la ley que rige a todos quienes somos sujetos de derecho.
Y no deja de llamar la atención, cómo la Iglesia que se muestra caritativa con un Karadima, desoye a quienes han clamado por su intervención, como lo son los comuneros mapuche, ante quienes se habría comprometido a ejercer “de puente” cuando se solicitó su mediación.
El juicio de Cañete fue demasiado representativo cuando en su largo proceso, el más extenso en la historia de la Reforma en la Octava Región, permitió que la Ley Antiterrorista se enseñoreara de los medios de prueba como los testigos sin rostro, aunque no fuera aplicada en la sentencia. Un eufemismo, en verdad, ya que si hubo un compromiso de que no sería aplicada, debió invalidarse todo el peso que sus pruebas aportaban y, sin embargo, cuatro comuneros mapuche terminaron siendo condenados a altísimas penas.
La actuación de la Fiscalía necesitó la moderación de los representantes de una Iglesia comprometida en el proceso. El trato despectivo, incluso ofensivo por parte de algunos jóvenes y arrogantes fiscales requirió de la presencia allí, en la Sala, de observadores eclesiásticos, como sí los hubo de tantos organismos de derechos humanos. De la misma manera cómo en el pasado fue la Iglesia la que estuvo junto a los perseguidos políticos en dictadura, debió el carismático entonces obispo y hoy arzobispo de Santiago Ricardo Ezzati, haber designado a una comisión especial que diera cuenta de todos los oscuros pliegues de un proceso corrompido por el lobby de las empresas y los intereses de ciertos sectores que aún creen que estamos en tiempos de la “pacificación de la Araucanía”.
La irrupción en medio de la misa de Pascua de Resurrección de un grupo de adherentes a la causa mapuche a la Catedral de Santiago no es otra cosa que un grito de ayuda, que bien interpretó el arzobispo. Sólo le resta convertirse en el actor relevante que los momentos actuales exigen, para que nunca más un sacerdote, como le sucedió al obispo Arteaga,  se quede con la comunión intacta en medio de una eucaristía.

Vìa :
http://radio.uchile.cl/columnas/111766/

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