(APe).- La luna se dibujaba en el cuerpo de Miriam Elizabet Vega, pura
mujer, taller de humanidad naciente. Como una tenue colina había ido
cobijando los ríos de semillas multiplicadas que en breve verían la luz,
asomando a un planeta de trigales y sembradíos arcoiris. Una ronda de
siete niños esperaban a ese fruto germinal como una fiesta porvenir. Y
había que aprender los sonidos dulces de un arroró que sólo a ese nuevo
latido pertenecería.
Miriam Elizabeth Vega amaba a cada uno de
sus retoños. Ellos correteaban entre los pasillos polvorientos de la
barriada, en esa casita del pobrerío de Lules, ahí nomás, cerquita de
San Miguel de Tucumán.
Como tantos, ella y su hombre, Daniel
Peñaflor, pertenecían a ese vasto ejército de los desterrados. Que
debían enrolarse año tras año en las agotadoras batallas para la cosecha
del limón.
Ya no habrá más cosecha para ella ni habrá canto de
sol naciente para esa promesa de purrete. Miriam y su niño que no llegó a
nacer, murieron en el río Lules, cuando el colectivo de los limoneros
cayó de la ruta.
Suele ser así en la vida de los desarrapados.
Hay que viajar, correr, sonreir, mostrar brazos ágiles, agachar la
cabeza, musitar apenas las palabras para que no tengan sonido de
rebeldías feroces y de las otras. Suele ser así también la muerte de
tempranas madrugadas que se clavan en el destino y no dan tregua.
En
las barriadas de la tierra tucumana hombres y mujeres suelen llenar los
tiempos del desempleo en las cosechas del limón. “Vos, vos y vos”,
suelen marcar con su dedo los enganchadores a quienes perciben como
fuertes y hábiles para la cosecha. Llegan temprano en la mañana con un
colectivo o un camión, los hacen subir en una esquina cualquiera y
prueban a los cosecheros más veloces y diestros. "Es un trabajo que no
dura más de cuatro meses, porque cuando empiezan las heladas se acaba.
Además todo depende del tiempo. Si llueve, no se trabaja. Y si no se
trabaja, no se cobra”, cuentan a veces.
A medida que las horas
pasan, el cuerpo se dobla y la espalda hace sentir sus crujidos que no
cesan. Una vez cada tanto, a lo largo de las nueve o diez horas de
cosecha hay escasos diez minutos de descanso. Los ojos arden y se nubla
la vista. La vida pesa como mochila feroz.
Es así para decenas de
miles de limoneros que día tras día viajan en centenares de micros que
recorren la provincia de Tucumán llevando cosecheros a las plantaciones.
Fue durante los últimos 30 ó 40 años que terminó ubicándose en las
grandes estadísticas internacionales de la producción. Hasta concentrar
el 30 por ciento del volumen mundial total, seguido recién después por
Estados Unidos, según datos de la Asociación Tucumana de Citrus que
publica además que “en promedio, el 75% de la producción argentina de
jugo concentrado de limón se exporta”.
La precariedad y el temor
son reina y señor. Y hay figuras que se elevan a la categoría del
control y el disciplinamiento que demandará sumisiones y silencios. “La
figura del enganchador remite generalmente a las fases de constitución
de mercados de trabajos regionales, donde los elementos propios de la
relación salarial aparecen a menudo como una formalidad encubridora de
mecanismos coercitivos, prácticas y orientaciones precapitalistas de
los actores sociales. En este sentido ella resulta representativa del
funcionamiento tradicional de muchos mercados de trabajos en América
Latina”, plantea el trabajo “Modalidades de intermediación en los
mercados de trabajos rurales”. Cualquier atisbo de rebelión de los
cosecheros será observado como peligroso para el sistema y repelido
inmediatamente.
Los compañeros de tragedia de Miriam Vega recién
ahora empiezan a hablar. Y desnudan complicidades que aceitan y
permiten el funcionamiento de ese orden rígido y sometedor. “Yo vi que
pagaban coimas en los controles. Por la misma ventanilla, los choferes
estiraban la mano, y el milico recibía el dinero. No recuerdo los
uniformes; el color podía variar, de verde, azul, de todo”, dijo
Peñaflor.
Para los marioneteros, Peñaflor y su Miriam, como las
decenas de miles como ellos, sólo son mercancía generadora de esa
riqueza que ubicará a Tucumán con el 30 por ciento de la producción
mundial de limón. Piezas reemplazables como fichas de recambio en un
juego de mesa, comodines fácilmente suplantables por otros. Brazos
fuertes y ágiles. Ojos agudos y expertos en reconocer cuál es el momento
exacto de ese fruto y de qué modo hacer rendir las horas junto a la
planta.
Ni los enganchadores ni los gobernantes de miradas
distraídas ni los dueños de fincas sabrán jamás -no podrían- que en
medio de la noche cerrada se cuecen esperanzas para las miriam vega de
este triangulito de tierra. Que amasan ternuras. Que fermentan
rebeliones. Que esconden, aún sin saberlo, en algún lugarcito de su piel
ajada un grito desesperado que algún día se escuchará en medio de las
tormentas. Y amanecerá diáfano, un día nuevo.
Fuente, vìa :
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=5453:cosecheros&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
No hay comentarios:
Publicar un comentario