Israel se empieza a cimbrar con las revueltas de la primavera árabe y
las especulaciones lo inundan mientras cae en una espiral violenta.
Hay quienes suponen que el ejército prepara una nueva ofensiva a gran
escala contra sus vecinos palestinos, mientras el huracán musulmán
amenaza con poner fin a tres décadas de tranquilidad en la nación judía.
TEL AVIV., 18 de abril (Proceso).- El manantial de especulaciones en
Israel es similar a todos los que brotan aquí cuando parece que el país
está a punto de ir a una guerra. Abundan las hipótesis para explicar
qué sentido tiene la serie de hechos sangrientos que empezó el 11 de
marzo, con el asesinato de una familia de colonos judíos en Cisjordania
y que desató bombardeos de represalia en la Franja de Gaza.
Y se discute si el ejército va a reeditar pronto la Operación Plomo
Fundido (con la que atacó y bombardeó Gaza durante 22 días en diciembre
de 2008 y enero de 2009 con saldo fatal de mil 400 palestinos –más de
la mitad eran civiles– y 13 israelíes –soldados, 10 de ellos– en un
esfuerzo por derrotar a la milicia islamista Hamas), cuáles serían los
beneficios y cuáles sus consecuencias negativas.
“Puede ser que tengamos que regresar a esa operación”, dijo Silvan
Shalom, viceprimer ministro israelí, a Radio Israel el 23 de marzo. “Lo
digo a pesar de que sé que tal cosa, por supuesto, pondría a la región
en una situación mucho más peligrosa”.
El martes 12, el ministro judío de Exteriores, Avigdor Lieberman,
aseguró que los intentos de lograr un alto al fuego eran “un grave
error”. Lieberman le daba a la radio Reshet Bet una entrevista que ganó
fama instantánea: “Sabemos con quiénes tratamos”, afirmó y enseguida se
oyó con claridad el sonido del agua que bajaba por el inodoro.
“Ministro habla en vivo… desde el baño”, tituló su nota la agencia AFP.
Todo el mundo tiene claro que la situación geopolítica ha cambiado
drásticamente a raíz de las revoluciones en los países árabes y que se
han alterado las bases de la estrategia de seguridad nacional israelí
con implicaciones que van desde un impacto en el horizonte de progreso
económico hasta el final del periodo más tranquilo que ha vivido esta
nación y que ya dura tres décadas.
Se habla de las insurrecciones de Túnez y de Libia, de Bahréin y de
Yemen, pero sobre todo de las de dos vecinos clave: el enemigo Siria y
el aliado Egipto.
Para los pesimistas la primavera árabe parece equivaler al otoño israelí.
“Algo llamado ciudadanía egipcia”
Despectivo hacia sus vecinos, Israel se presentó durante décadas
como “la única democracia en Medio Oriente”. En su visión, Occidente
tenía que tratar con sus iguales, los defensores de la libertad, en
tanto que los árabes no tenían remedio: eran incapaces de evolucionar
para salir del autoritarismo. Una limitación política de la que el
propio Israel se beneficiaba.
“Nuestro tratado de paz con Egipto ha sido fundamental para nosotros
durante 30 años”, reflexiona Shmuel Bachar, del Instituto Israelí de
Políticas Públicas y Estrategia. “Pero había algo llamado ciudadanía
egipcia que siempre nos esforzamos por ignorar y con lo que de pronto
nos hemos topado”.
En 1948, 1967 y 1973 Israel enfrentó tres guerras contra un conjunto
de enemigos cuyas poblaciones y economías juntas eran mucho mayores que
la suya. Las ganó todas pero persistía la amenaza a su existencia.
Evitar que esas coaliciones se repitieran se convirtió en un objetivo
prioritario.
Gracias a la mediación del presidente estadunidense Jimmy Carter, el
mandatario egipcio Anuar Sadat aceptó en 1977 un acuerdo mediante el
cual reconocía el derecho de Israel a existir, a cambio de obtener una
relación privilegiada con Washington y de la devolución del Sinaí, que
los israelíes habían ocupado cuatro años antes.
Mubarak, sucesor de Sadat, acató ese pacto y dio garantías de
seguridad a la frontera sur de Israel. La colaboración egipcia en la
imposición del bloqueo a la Franja de Gaza (operación no bélica
igualmente destinada a destruir a Hamas) es algo que muchos de sus
críticos han preferido no comentar.
La frontera más larga de Israel, la del río Jordán, quedó igualmente
asegurada cuando empezó el diálogo con los palestinos, a raíz del
proceso de Oslo iniciado en 1993, que facilitó que Jordania también
firmara un tratado. Sólo faltaron el pequeño, fragmentado y débil
Líbano, al norte, y el límite noreste con Siria, cuya región del Golán
está bajo ocupación israelí (lo que le da ventaja militar).
Desde la fallida invasión de Yom Kipur en 1973, Israel no ha vuelto a
padecer ataques militares en su territorio, con la excepción de los
desatinados misiles Scud que lanzó el ejército iraquí durante la primera
guerra del Golfo, en 1991.
Y el periodo de golpes terroristas se acabó a raíz de que la
Autoridad Nacional Palestina (ANP) los detuvo e Israel se cubrió con un
extenso muro “de protección” con el que además se anexa grandes
segmentos de tierra palestina.
La sensación de inestabilidad es algo con lo que los israelíes nacen y
crecen. Dentro de ella, no obstante, la paz y la colaboración con
Egipto y Jordania les dieron un espacio de comodidad de tres décadas que
les permitió desarrollar el país, como explica el general retirado
Giora Eiland, quien antes encabezó la Oficina de Planeación del ejército
israelí:
“Es difícil imaginar la prosperidad económica de Israel sin la baja
en el presupuesto de defensa, que representaba más de 30% del producto
interno bruto antes de 1979. Después del tratado de paz con Egipto bajó a
7%.”
Espiral de violencia
Para la derecha israelí no hay forma de encontrar signos positivos en
la remoción de Mubarak, ocurrida el 11 de febrero. “La revolución
egipcia eliminó un régimen que definía su interés nacional en función de
tener una política contra Hamas”, afirma Barry Rubin, director del
Centro de Investigación Global sobre Asuntos Internacionales.
Las posibles alternativas después de Mubarak, según Rubin, son los
islamistas Hermanos Musulmanes, los nacionalistas y los
liberal-demócratas, pero afirma que es indistinto pues todas favorecerán
a los islamistas:
“Los Hermanos Musulmanes ven a Hamas como su aliado más próximo y
quieren que destruya a la Autoridad Nacional Palestina, así como que
destruya a Israel. Los nacionalistas apoyan a Hamas como parte de la
lucha general de los árabes contra Israel. Y los liberal-demócratas la
apoyan porque saben que es una postura muy popular en la opinión pública
egipcia.”
De manera parecida, los conservadores israelíes no tienen duda de que
los incidentes violentos de marzo son una maniobra para provocar a
Israel y empujarlo a volver a atacar Gaza.
El 11 de marzo, Ehud y Ruti Fogel, un matrimonio del asentamiento
judío de Itamar, cerca de Nablús, en Cisjordania, fue apuñalado en su
casa junto a sus tres hijos, de 11 y 4 años y de tres meses. Ningún
grupo se responsabilizó del ataque. El gobierno israelí prometió que “un
puño de hierro caerá sobre los asesinos” y que se construirían cientos
de casas de colonos en los territorios ocupados.
El 16 de marzo, un cohete lanzado por la Jihad Islámica (facción
cercana a Irán y rival de Hamas) desde Gaza cayó en una zona desierta en
el sur de Israel; de inmediato aviones israelíes bombardearon Gaza y
mataron a dos activistas de Hamas.
Un portavoz de esta milicia dijo al Grupo Internacional de Crisis
(GIC, organización independiente dedicada a prevenir conflictos) que la
respuesta violó “las reglas razonables del juego: que cuando los
proyectiles palestinos golpean áreas abiertas, Israel apunte a áreas
abiertas”.
El 19 de ese mes, más de 50 granadas de mortero cayeron sobre Israel,
el mayor número desde la Operación Plomo Fundido. De inmediato,
disparos israelíes mataron a dos palestinos que, dijo el ejército, se
habían aproximado a una zona prohibida, y otros cinco fueron heridos por
balas de tanque.
Los intercambios de fuego siguieron los días 20 a 23, con saldo de
nueve muertos y 18 heridos palestinos. Esto incluye a un anciano y tres
adolescentes que jugaban futbol afuera de su casa cuando los alcanzó el
proyectil de un tanque. Ese día, una bomba colocada en una cabina
telefónica en Jerusalén mató a una mujer (una predicadora británica) e
hirió a 25 personas. Esta acción no fue reivindicada.
El día 26, Hamas dijo haber logrado que la Jihad Islámica aceptara
suspender el ataque con misiles “mientras Israel mantenga el cese al
fuego”. Pero el 27 un avión israelí mató a dos palestinos en un coche en
el norte de Gaza (el gobierno dijo que planeaban disparar un cohete) y
el día 30 un ataque aéreo ultimó a un palestino e hirió a otro cuando
ambos viajaban en una motocicleta en el sur de la Franja.
Sólo en el pico más reciente de la escalada violenta, entre el jueves
7 y el domingo 10, luego de que un misil palestino impactó un autobús
escolar israelí e hirió de gravedad a un adolescente, las represalias
del ejército mataron al menos a 19 palestinos e hirieron a 70.
“La comunidad internacional entera debería plantarse frente a un
ataque terrorista contra civiles y condenarlo sin ambages”, dijo el
presidente israelí Shimon Peres el martes 12 ante los príncipes de
España.
Tres hipótesis
La prensa israelí desarrollo tres hipótesis:
Que Hamas está envalentonada por la caída de Mubarak y quiere
provocar un ataque contra Gaza que indigne a la opinión pública egipcia,
lo que beneficiaría a los Hermanos Musulmanes en las elecciones que
tendrán lugar en septiembre.
Que una facción de Hamas (con apoyo de la Jihad Islámica) trata de crear tensiones para sabotear el diálogo con la ANP.
Y también que Irán o Siria están utilizando a la Jihad Islámica para provocar una guerra.
Teherán se beneficiaría desestabilizando a Israel y a la cúpula
militar en Egipto, mientras que el régimen de Bashir Assad lograría
debilitar al movimiento opositor sirio con un llamamiento a la unidad
contra Israel y distraería a la comunidad internacional mientras reprime
a sus disidentes.
Pero los periodistas israelíes también han insinuado que el origen del problema podría estar en Israel.
Alex Fishman, del diario derechista Yediot Ahronot, escribió el 24 de
marzo que la insistencia del ejército israelí en que no quiere una
escalada bélica se contradice con los ataques contra sus enemigos: “Un
asesinato selectivo no es sólo otro paso en una espiral descontrolada de
deterioro. Es la evidencia clara de una escalada planificada”.
En el periódico liberal Haaretz, por su lado, Amos Harel y Avi
Issacharoff explican que Hamas “tiene de hecho buenas razones para creer
que Israel es el que está calentando el frente sur.
“Empezó con un bombardeo hace varias semanas que impidió la
transferencia de una gran suma de dinero de Egipto a Gaza, continuó con
el interrogatorio del ingeniero de Hamas Dirar Abu Sisi (quien está a
cargo de la principal estación eléctrica en Gaza y fue secuestrado en
Ucrania) y siguió con el ataque contra un campo de entrenamiento de
Hamas en el que murieron dos militantes.”
Un informe del GIC dice que los cambios en los equilibrios
internacionales hacen que a Israel no le convenga “inflamar la situación
y además sabe que lo último que el gobierno de Estados Unidos quiere
es una guerra palestino-israelí que afecte negativamente otros
desarrollos regionales”, en referencia a las insurrecciones en varios
países aliados y enemigos.
Pero el GIC también señala que en las semanas anteriores a la
Operación Plomo Fundido había reluctancia de Hamas e Israel a entrar en
guerra.
“Ahora como entonces la combinación de bajas civiles, los eventos
regionales y la continuada paralización de la política palestina han
creado las condiciones para un rápido deterioro hacia el tipo de
enfrentamiento que ninguna de las partes busca, para el que ambas se han
preparado con cuidado y del que ninguna se retirará rápidamente”.
Rubin y otros derechistas creen que “la revolución egipcia ha hecho
inevitable otra guerra con Hamas”, mientras líderes políticos como Tzipi
Livni (presidenta del partido centrista Kadima, el principal de la
oposición) llaman a atacar a “Hamas con fuerza, como hizo Israel durante
la Operación Plomo Fundido”.
Es una paradoja que el gobierno ultraderechista del primer ministro
Benjamín Netanyahu sea el que hasta el momento se siga mostrando poco
favorable a la escalada, como señala el analista de izquierda Dimi
Reider: “Sigo prefiriendo un gobierno débil de derecha, que necesita
demostrar que es responsable, a un gobierno fuerte de centro, que
necesita probar que es duro. Livni ya estaría a medio camino demoliendo
Gaza”.
Fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/90375
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