Ilustración de Margot |
Para Amado Manuel Cortés
Hace
más de una década Gabriel García Márquez se pronunciaba a favor de la
abolición de la ortografía. Su propuesta, recibida por muchos como un
embate de senilidad de un genio, ahora ha tomado una seriedad total
ante los cambios radicales que la escritura experimenta en el contexto
de internet. Es muy probable que dichos cambios no se hayan visto desde
la aparición de la imprenta en la segunda mitad del siglo XV,
cuando la invención de Gutenberg generaba nuevas formas de
conservación del conocimiento, dándole a nuestra cultura su objeto más
representativo: el libro. Actualmente, basta navegar por los blogs, las
páginas web, los foros de discusión y las redes sociales para
comprender que la brevedad es una característica indispensable de la
escritura que busca, por sobre todas las cosas, cumplir su función
primaria: comunicar. Esta brevedad implica, muchas veces, la supresión
de toda regla ortográfica y sintáctica. Los correos electrónicos, los
mensajes enviados por twitter o desde un teléfono celular, contrastan
abiertamente con las extensas cartas que todavía hacia finales del
siglo pasado circulaban de manera cotidiana. Ahora la escritura puede
ser emitida desde cualquier computadora y el número de lectores se
multiplica exponencialmente según la repercusión del texto; el canon
literario se estremece frente a semejante circunstancia: todos los que
tengan acceso a internet tienen la posibilidad no sólo de escribir sino
también de publicar.Pero más allá del asombro que generan las nuevas tecnologías, de las posturas fatalistas que vaticinan la desaparición del libro, y de un puritanismo estéril que se niega a aceptar los procesos evolutivos de la lengua, no debemos olvidar que internet no es democrático, y no lo será mientras las condiciones sociales sigan la misma tendencia de desigualdad y rezago. Un cambio de era no es tajante para todos los grupos que conforman una sociedad; en México, por ejemplo, conviven diferentes tiempos y geografías: exclusivos complejos residenciales en oposición a comunidades marginadas o pueblos olvidados a su suerte. Ser testigos del surgimiento de internet supone mirar la punta del iceberg del “progreso”, pero al mismo tiempo exige ser conscientes del basamento que sostiene al poder desde la manipulación que conllevan los medios electrónicos y de comunicación. Alessandro Baricco en su libro Los bárbaros, cuestionaba lo sucedido con “las toneladas de cultura oral, irracional, esotérica” que habían quedado fuera del concepto supremo llamado “libro”, y sentenciaba de manera brutal: “Lo que está en la red, por muy grande que sea la red, no es el saber. O, por lo menos, no es todo el saber. […] Pese a todo, no hemos llorado mucho por ello, y nos hemos acostumbrado a este principio: la imprenta, como la red, no es un inocente receptáculo que cobija el saber, sino una fórmula que modifica el saber a su propia imagen.”
Jair Cortés
jair_cm@hotmail.com
Fuente, vìa :jair_cm@hotmail.com
http://www.jornada.unam.mx/2011/04/17/sem-jair.html
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