Punto Final
Cada día parece hacerse
más compleja la realidad alimentaria del mundo. Mientras en los países
ricos la obesidad se convierte en una plaga, que se extiende incluso a
países de bajo ingreso per cápita debido a distorsiones en la alimentación de los pobres, en la tercera parte de la Humanidad el hambre es un hecho cotidiano. Más
de mil seiscientos millones -de los seis mil millones de habitantes del
planeta- padecen hambre crónica. Y no se trata de un problema de
sobrepoblación en relación con los alimentos disponibles. Según la
Organización para el Fomento de la Agricultura y la Alimentación (FAO),
dependiente de Naciones Unidas, en el mundo se producen alimentos
suficientes para dar de comer a más de doce mil millones de personas, el
doble de la actual población. El hambre está ligado a la desigualdad;
los hambrientos no tienen dinero para comprar comida suficiente y por
otra parte, el precio de los alimentos va en ascenso. A comienzos de
año, el precio internacional del arroz subió bruscamente. El maíz sigue
subiendo de precio estimulado por su utilización para producir
biocombustible: el maíz suficiente para alimentar a un niño durante un
año, sirve apenas para elaborar cinco litros de biocombustible.
Como ha escrito en La Jornada, de México, el columnista Luis Sánchez Navarro refiriéndose a la política del hambre, “esta distorsión proviene, en mucho, de la forma en que se producen, distribuyen y consumen los alimentos. La agricultura industrializada y la monopolización de los mercados, el uso intensivo de maquinaria y agua, la utilización de semillas híbridas patentadas en detrimento de las nativas, la aplicación de agroquímicos y la práctica del monocultivo han creado un monstruo. Este monstruo tiene en la producción industrializada de maíz, soya y carne de res tres de sus principales puntales. Si durante muchos años se confrontaron las civilizaciones del trigo, del arroz y del maíz, hoy es abrumadora la expansión de las siembras de maíz y soya, muchas basadas en el uso de semillas genéticamente modificadas”. (15 de febrero, 2011).
En cuanto al alza del precio de los alimentos, es un fenómeno global, que se expresa en el trigo, maíz, azúcar, arroz y aceite. Pero se agregan también actuaciones especulativas. En Chile, en las últimas semanas ha subido fuertemente la carne de pollo, lo que está siendo investigado por la Fiscalía Nacional Económica.
PF conversó con el académico Luis Sáez, ingeniero agrónomo, director del Departamento de Gestión Agraria de la Facultad de Tecnología de la Universidad de Santiago (Usach), sobre la problemática agrícola y la situación de los pequeños y medianos agricultores.
¿Cómo repercuten en Chile los problemas de la agricultura mundial?
“En un sistema globalizado como el imperante, las consecuencias alcanzan a todos los países, según la realidad de cada cual. Temas como el cambio climático, los biocombustibles, los transgénicos y muchos otros están entre nuestras preocupaciones. La agricultura es un campo muy vasto. Pero las situaciones son distintas. El cambio climático no es, por ejemplo, un tema de extrema urgencia. No hay que confundirlo además con fenómenos naturales de gran intensidad que aparecen a diario y que no se ha demostrado que constituyan científicamente parte del cambio climático, como por ejemplo inundaciones o huracanes.
El cambio climático esencialmente estaría vinculado a un alza global de temperatura, producto del llamado efecto invernadero que acelera el derretimiento de los hielos polares y de los glaciares de las altas montañas. Ese es un hecho en desarrollo. Sus consecuencias, sin embargo, se producirán en un plazo largo, y habría tiempo para hacerle frente con éxito. En Chile, por ejemplo, significaría un aumento de la desertificación en el Norte Grande, que se extendería a las regiones de Atacama y Coquimbo. Pero hasta podría producir beneficios, como la incorporación al cultivo de nuevas especies semitropicales.
La longitud del país nos favorece así como el hecho de estar entre la cordillera y el mar. Pudiera ser factible el traslado de cultivos hacia la costa o al pie de la cordillera y no necesariamente desplazarlos hacia el sur. El problema del agua se acentuará, seguramente, y hay que buscar soluciones tanto a través de embalses como dando al agua un carácter público, destinado al uso común y no motivo de especulación y lucro. En todo caso, el cambio climático debe ser seguido atentamente y desde ya deben comenzar a imaginarse soluciones”.
El consumidor
como eje
¿Y la situación de los transgénicos?
“Es un tema muy importante, que a mi juicio ha sido insuficientemente comprendido. Hay mucha ignorancia al respecto, y por lo mismo es necesaria una amplia campaña de difusión que permita tomar decisiones correctas. Algunos opinan que los transgénicos son muy beneficiosos, porque permitirían aumentar drásticamente producciones indispensables para satisfacer la demanda. Es claro que en esa posición están las transnacionales agroquímicas, pero en ellas impera la lógica del negocio. Otros sostienen que los transgénicos son muy peligrosos, porque no se conocen sus verdaderos efectos en el mediano y largo plazo y porque contribuyen a la eliminación de la biodiversidad.
El debate y la difusión adecuada de los temas involucrados en el uso de transgénicos debe continuar, dejando en suspenso decisiones que pudieran ser irreversibles. Entretanto, hay que informar adecuadamente a los consumidores con un buen etiquetado. No basta con informar que se trata de productos transgénicos si el consumidor no sabe qué significa eso. En cuanto a los biocombustibles, se pueden convertir en un problema muy serio dado que las extensiones que se dedican a su producción se restan a la producción de alimentos”.
Es crucial el precio de los alimentos, especialmente para los sectores más modestos. Tradicionalmente la intermediación encarece fuertemente el precio final, a lo que se agrega ahora al poder de los supermercados. ¿Cómo se puede terminar con esta situación?
“Hay, efectivamente, una ‘asimetría’ que en los hechos es una injusticia que perjudica especialmente a los consumidores, pero también a los productores, que perciben mucho menos de lo que debieran en relación a los precios finales. Los grandes mercados, que son las tiendas de retail y los super o hipermercados, imponen sus condiciones. Una posibilidad de resistencia sería que los productores fueran más eficientes, de este modo podrían ampliar sus márgenes. Eso no es fácil. No solamente por las presiones sino porque los productores pequeños son un sector atrasado, con poco o nulo acceso al crédito, con baja escolaridad. El sector campesino es el último lugar a donde llega la tecnología. Los pequeños y medianos productores representan entre doscientas y trescientas mil familias y abastecen fundamentalmente el mercado interno. Los grandes productores se orientan principalmente a las exportaciones, a las cuales los pequeños no tienen acceso.
Pequeños y medianos productores controlan la producción de verduras y hortalizas y tienen presencia importante en el mercado de cerdos, pollos, cordero y altamente significativa en fruticultura. Esos productores, especialmente los pequeños, tienen grandes carencias en asistencia técnica, líneas de crédito, técnicas de gestión y de organización productiva. Tienen, sin embargo, su principal canal de comercialización a través de las ferias libres o mercados locales. La cadena de comercialización en las ferias libres es claramente más equitativa y se acerca a lo que se entiende por comercio justo.
Sin embargo, son muy poco los mercados locales a los que llegan directamente los productores. La mayoría, en el caso de Santiago, vende en Lo Valledor y reciben mucho más que si llegaran a un solo gran comprador. La conveniencia para el consumidor es clara. Un ejemplo. De acuerdo a un seguimiento de trece productos hortifrutícolas hecho entre el 11 y el 31 de marzo de este año, los precios en las ferias libres fueron en promedio un 67 por ciento más bajos que en los supermercados. La papa Desiré costaba en el supermercado 435 pesos el kilo y 230 pesos en la feria; la cebolla nueva, 147 pesos contra 106 pesos en la feria. Y es una situación que podría mejorar.
La feria libre
Existe un proyecto de la Asociación de Ferias Libres, que tiene apoyo de la FAO, para crear un observatorio que genere información de precios y condiciones de venta que estaría dirigido tanto a los feriantes como a los pequeños y medianos agricultores, para fortalecer la relación entre unos y otros. Mercados locales o ferias libres tienen ventajas evidentes: aseguran productos más frescos, de mejor calidad y más asequibles al consumidor, que aumenta su capacidad de elección. Estas ventajas podrían estimular el consumo de hortalizas y frutas, parte de la alimentación sana, que en Chile no llega ni a la mitad de lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS). Hay ventajas sociales adicionales, como la importancia de las ferias libres en el mejor uso de los espacios públicos y su carácter de lugar de encuentro y sociabilidad barrial.
En el entendido que el país no puede producir toda la variedad de alimentos que necesita, base de lo que se llama soberanía alimentaria, el trabajo de los productores pequeños y medianos debe ser promovido y estimulado. Siempre existirá contradicción entre consumidores que quisieran comprar los productos más baratos y vendedores que pretenden venderlos lo más caro posible. Eso estimula la importación de productos más competitivos, más baratos, como el arroz que llega de Vietnam o el trigo, la carne o el aceite argentinos. Al mismo tiempo, no se puede (o mejor no se debe) dejar morir las producciones chilenas, a las que hay que buscar una salida ya sea aprovechando elementos diferenciadores (calidad, cultivos orgánicos, características específicas derivadas de la biodiversidad, facilidad de entrega, etc.) o en último caso, buscar producciones de reemplazo o combinaciones, como por ejemplo se ha hecho con el pollo. Somos exportadores pero también importadores. O con la carne, hay exportaciones significativas de carne de vacuno de alta calidad, a la vez que se importa carne más barata desde Brasil, Argentina o Paraguay, por ejemplo.
Las diferencias de dinero permiten equilibrios en el mercado. Se trata de conservar la producción nacional, estimulando su calidad, exportando lo mejor para obtener precios más altos y comprando barato productos satisfactorios, aunque no óptimos. En todo caso, la idea de la soberanía alimentaria debe estar siempre presente en la política agraria, que debe estar preparada para emergencias económicas o de otro tipo. Son cosas en las cuales, la responsabilidad del Estado es central e indelegable, como por ejemplo en el caso del agua -que debe estar al servicio de todos- y en la construcción de embalses, de los cuales hay un déficit considerable, porque hay que asegurar el riego. Cada año van a dar al mar, es decir se pierden, 70 mil hectáreas de tierra cultivable, una superficie equivalente a la totalidad del Gran Santiago, por falta de embalses”
HERNAN SOTO
Concentración de la tierra
En Chile, en 2009, de acuerdo a un estudio de la Oficina de Planificación Agrícola del Ministerio de Agricultura, las explotaciones de más de dos mil hectáreas ocupan el 35 por ciento de la superficie productiva -con unas dos millones 500 mil hectáreas-, que están en manos del 0,6 por ciento del total de agricultores. La abrumadora mayoría de los agricultores tiene menos de cien hectáreas y representan el 92 por ciento del total, ocupando alrededor de un millón 500 mil hectáreas, algo más del 20 por ciento de la superficie productiva total. Mientras las explotaciones de menos de cien hectáreas estaban divididas entre 276 mil explotaciones, las propiedades de más de mil hás. estaban divididas apenas en 2.400 explotaciones.
Tamaño Nº explotación Subtotal Há
<100 Há 276.627 1.497.207
101-1.000 Há 19.453 1.884.890
1.001-2.000 Há 1.407 423.777
>2000 Há 1.958 2.035.523
TOTAL 301.269 5.841.397
(Fuente: ODEPA, 2009. Análisis del VII Censo Nacional Agropecuario y Forestal).
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 731, 15 de abril, 2011)
punto@tutopia.com
www.puntofinal.cl
www.pf-memoriahistorica.org
Vìa :
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=126640
Como ha escrito en La Jornada, de México, el columnista Luis Sánchez Navarro refiriéndose a la política del hambre, “esta distorsión proviene, en mucho, de la forma en que se producen, distribuyen y consumen los alimentos. La agricultura industrializada y la monopolización de los mercados, el uso intensivo de maquinaria y agua, la utilización de semillas híbridas patentadas en detrimento de las nativas, la aplicación de agroquímicos y la práctica del monocultivo han creado un monstruo. Este monstruo tiene en la producción industrializada de maíz, soya y carne de res tres de sus principales puntales. Si durante muchos años se confrontaron las civilizaciones del trigo, del arroz y del maíz, hoy es abrumadora la expansión de las siembras de maíz y soya, muchas basadas en el uso de semillas genéticamente modificadas”. (15 de febrero, 2011).
En cuanto al alza del precio de los alimentos, es un fenómeno global, que se expresa en el trigo, maíz, azúcar, arroz y aceite. Pero se agregan también actuaciones especulativas. En Chile, en las últimas semanas ha subido fuertemente la carne de pollo, lo que está siendo investigado por la Fiscalía Nacional Económica.
PF conversó con el académico Luis Sáez, ingeniero agrónomo, director del Departamento de Gestión Agraria de la Facultad de Tecnología de la Universidad de Santiago (Usach), sobre la problemática agrícola y la situación de los pequeños y medianos agricultores.
¿Cómo repercuten en Chile los problemas de la agricultura mundial?
“En un sistema globalizado como el imperante, las consecuencias alcanzan a todos los países, según la realidad de cada cual. Temas como el cambio climático, los biocombustibles, los transgénicos y muchos otros están entre nuestras preocupaciones. La agricultura es un campo muy vasto. Pero las situaciones son distintas. El cambio climático no es, por ejemplo, un tema de extrema urgencia. No hay que confundirlo además con fenómenos naturales de gran intensidad que aparecen a diario y que no se ha demostrado que constituyan científicamente parte del cambio climático, como por ejemplo inundaciones o huracanes.
El cambio climático esencialmente estaría vinculado a un alza global de temperatura, producto del llamado efecto invernadero que acelera el derretimiento de los hielos polares y de los glaciares de las altas montañas. Ese es un hecho en desarrollo. Sus consecuencias, sin embargo, se producirán en un plazo largo, y habría tiempo para hacerle frente con éxito. En Chile, por ejemplo, significaría un aumento de la desertificación en el Norte Grande, que se extendería a las regiones de Atacama y Coquimbo. Pero hasta podría producir beneficios, como la incorporación al cultivo de nuevas especies semitropicales.
La longitud del país nos favorece así como el hecho de estar entre la cordillera y el mar. Pudiera ser factible el traslado de cultivos hacia la costa o al pie de la cordillera y no necesariamente desplazarlos hacia el sur. El problema del agua se acentuará, seguramente, y hay que buscar soluciones tanto a través de embalses como dando al agua un carácter público, destinado al uso común y no motivo de especulación y lucro. En todo caso, el cambio climático debe ser seguido atentamente y desde ya deben comenzar a imaginarse soluciones”.
El consumidor
como eje
¿Y la situación de los transgénicos?
“Es un tema muy importante, que a mi juicio ha sido insuficientemente comprendido. Hay mucha ignorancia al respecto, y por lo mismo es necesaria una amplia campaña de difusión que permita tomar decisiones correctas. Algunos opinan que los transgénicos son muy beneficiosos, porque permitirían aumentar drásticamente producciones indispensables para satisfacer la demanda. Es claro que en esa posición están las transnacionales agroquímicas, pero en ellas impera la lógica del negocio. Otros sostienen que los transgénicos son muy peligrosos, porque no se conocen sus verdaderos efectos en el mediano y largo plazo y porque contribuyen a la eliminación de la biodiversidad.
El debate y la difusión adecuada de los temas involucrados en el uso de transgénicos debe continuar, dejando en suspenso decisiones que pudieran ser irreversibles. Entretanto, hay que informar adecuadamente a los consumidores con un buen etiquetado. No basta con informar que se trata de productos transgénicos si el consumidor no sabe qué significa eso. En cuanto a los biocombustibles, se pueden convertir en un problema muy serio dado que las extensiones que se dedican a su producción se restan a la producción de alimentos”.
Es crucial el precio de los alimentos, especialmente para los sectores más modestos. Tradicionalmente la intermediación encarece fuertemente el precio final, a lo que se agrega ahora al poder de los supermercados. ¿Cómo se puede terminar con esta situación?
“Hay, efectivamente, una ‘asimetría’ que en los hechos es una injusticia que perjudica especialmente a los consumidores, pero también a los productores, que perciben mucho menos de lo que debieran en relación a los precios finales. Los grandes mercados, que son las tiendas de retail y los super o hipermercados, imponen sus condiciones. Una posibilidad de resistencia sería que los productores fueran más eficientes, de este modo podrían ampliar sus márgenes. Eso no es fácil. No solamente por las presiones sino porque los productores pequeños son un sector atrasado, con poco o nulo acceso al crédito, con baja escolaridad. El sector campesino es el último lugar a donde llega la tecnología. Los pequeños y medianos productores representan entre doscientas y trescientas mil familias y abastecen fundamentalmente el mercado interno. Los grandes productores se orientan principalmente a las exportaciones, a las cuales los pequeños no tienen acceso.
Pequeños y medianos productores controlan la producción de verduras y hortalizas y tienen presencia importante en el mercado de cerdos, pollos, cordero y altamente significativa en fruticultura. Esos productores, especialmente los pequeños, tienen grandes carencias en asistencia técnica, líneas de crédito, técnicas de gestión y de organización productiva. Tienen, sin embargo, su principal canal de comercialización a través de las ferias libres o mercados locales. La cadena de comercialización en las ferias libres es claramente más equitativa y se acerca a lo que se entiende por comercio justo.
Sin embargo, son muy poco los mercados locales a los que llegan directamente los productores. La mayoría, en el caso de Santiago, vende en Lo Valledor y reciben mucho más que si llegaran a un solo gran comprador. La conveniencia para el consumidor es clara. Un ejemplo. De acuerdo a un seguimiento de trece productos hortifrutícolas hecho entre el 11 y el 31 de marzo de este año, los precios en las ferias libres fueron en promedio un 67 por ciento más bajos que en los supermercados. La papa Desiré costaba en el supermercado 435 pesos el kilo y 230 pesos en la feria; la cebolla nueva, 147 pesos contra 106 pesos en la feria. Y es una situación que podría mejorar.
La feria libre
Existe un proyecto de la Asociación de Ferias Libres, que tiene apoyo de la FAO, para crear un observatorio que genere información de precios y condiciones de venta que estaría dirigido tanto a los feriantes como a los pequeños y medianos agricultores, para fortalecer la relación entre unos y otros. Mercados locales o ferias libres tienen ventajas evidentes: aseguran productos más frescos, de mejor calidad y más asequibles al consumidor, que aumenta su capacidad de elección. Estas ventajas podrían estimular el consumo de hortalizas y frutas, parte de la alimentación sana, que en Chile no llega ni a la mitad de lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS). Hay ventajas sociales adicionales, como la importancia de las ferias libres en el mejor uso de los espacios públicos y su carácter de lugar de encuentro y sociabilidad barrial.
En el entendido que el país no puede producir toda la variedad de alimentos que necesita, base de lo que se llama soberanía alimentaria, el trabajo de los productores pequeños y medianos debe ser promovido y estimulado. Siempre existirá contradicción entre consumidores que quisieran comprar los productos más baratos y vendedores que pretenden venderlos lo más caro posible. Eso estimula la importación de productos más competitivos, más baratos, como el arroz que llega de Vietnam o el trigo, la carne o el aceite argentinos. Al mismo tiempo, no se puede (o mejor no se debe) dejar morir las producciones chilenas, a las que hay que buscar una salida ya sea aprovechando elementos diferenciadores (calidad, cultivos orgánicos, características específicas derivadas de la biodiversidad, facilidad de entrega, etc.) o en último caso, buscar producciones de reemplazo o combinaciones, como por ejemplo se ha hecho con el pollo. Somos exportadores pero también importadores. O con la carne, hay exportaciones significativas de carne de vacuno de alta calidad, a la vez que se importa carne más barata desde Brasil, Argentina o Paraguay, por ejemplo.
Las diferencias de dinero permiten equilibrios en el mercado. Se trata de conservar la producción nacional, estimulando su calidad, exportando lo mejor para obtener precios más altos y comprando barato productos satisfactorios, aunque no óptimos. En todo caso, la idea de la soberanía alimentaria debe estar siempre presente en la política agraria, que debe estar preparada para emergencias económicas o de otro tipo. Son cosas en las cuales, la responsabilidad del Estado es central e indelegable, como por ejemplo en el caso del agua -que debe estar al servicio de todos- y en la construcción de embalses, de los cuales hay un déficit considerable, porque hay que asegurar el riego. Cada año van a dar al mar, es decir se pierden, 70 mil hectáreas de tierra cultivable, una superficie equivalente a la totalidad del Gran Santiago, por falta de embalses”
HERNAN SOTO
Concentración de la tierra
En Chile, en 2009, de acuerdo a un estudio de la Oficina de Planificación Agrícola del Ministerio de Agricultura, las explotaciones de más de dos mil hectáreas ocupan el 35 por ciento de la superficie productiva -con unas dos millones 500 mil hectáreas-, que están en manos del 0,6 por ciento del total de agricultores. La abrumadora mayoría de los agricultores tiene menos de cien hectáreas y representan el 92 por ciento del total, ocupando alrededor de un millón 500 mil hectáreas, algo más del 20 por ciento de la superficie productiva total. Mientras las explotaciones de menos de cien hectáreas estaban divididas entre 276 mil explotaciones, las propiedades de más de mil hás. estaban divididas apenas en 2.400 explotaciones.
Tamaño Nº explotación Subtotal Há
<100 Há 276.627 1.497.207
101-1.000 Há 19.453 1.884.890
1.001-2.000 Há 1.407 423.777
>2000 Há 1.958 2.035.523
TOTAL 301.269 5.841.397
(Fuente: ODEPA, 2009. Análisis del VII Censo Nacional Agropecuario y Forestal).
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 731, 15 de abril, 2011)
punto@tutopia.com
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www.pf-memoriahistorica.org
Vìa :
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=126640
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