Entrevista a Gilbert Achcar tras la resolución de la ONU sobre Libia
¿Quién forma la oposición libia? Algunos han señalado la presencia de la antigua bandera de la monarquía en las filas rebeldes.Esta
bandera no se utiliza como símbolo de la monarquía, sino como la
bandera que adoptó el Estado libio cuando se independizó de Italia. La
utilizan los insurrectos para manifestar su rechazo de la bandera verde
impuesta por Gadafi paralelamente a su Libro Verde, cuando imitó a Mao
Zedong y su Pequeño Libro Rojo. La bandera tricolor no expresa en modo
alguno un sentimiento de nostalgia por la monarquía. Según la
interpretación al uso, simboliza las tres regiones históricas de Libia, y
la media luna y la estrella son los mismos símbolos que aparecen en las
banderas de las repúblicas de Argelia, Túnez y Turquía, no son símbolos
monárquicos.
¿Quién constituye la oposición? Su composición, al
igual que en todas las demás revueltas que sacuden la región, es muy
heterogénea. Lo que une a todas las fuerzas dispares es el rechazo de la
dictadura y el ansia de democracia y derechos humanos. Más allá de esto
hay muchos puntos de vista diferentes. En Libia, particularmente, hay
una mezcla de defensores de los derechos humanos, demócratas,
intelectuales, elementos tribales y fuerzas islámicas, en suma: un
abanico muy amplio. La fuerza política más destacada en la revuelta
libia es la Juventud de la Revolución del 17 de Febrero, que defiende
una plataforma democrática y reivindica el Estado de derecho, libertades
políticas y elecciones libres. El movimiento libio incluye además a
sectores de las fuerzas armadas y gubernamentales que han desertado y se
han unido a la oposición, cosa que no ocurrió en Túnez ni en Egipto.
Por
tanto, la oposición libia está formada por un conjunto variopinto de
fuerzas y la conclusión es que no hay motivo para mantener una actitud
distinta ante ellas que ante todas las demás revueltas de masas en la
región.
¿Es o ha sido Gadafi una figura progresista?Cuando
Gadafi llegó al poder en 1969 representó una manifestación tardía de la
ola nacionalista árabe que siguió a la segunda guerra mundial y la
nakba de 1948. Trató de imitar al líder egipcio Gamal Abdel Nasser, a
quien consideraba su modelo y fuente de inspiración. Así, cambió la
monarquía por la república, abanderó la unidad árabe, forzó el cierre de
la base aérea estadounidense de Wheelus en territorio libio y puso en
marcha un programa de cambio social.
Después, el régimen siguió
su propia dinámica en la senda de la radicalización, inspirándose en una
especie de "maoísmo islamizado". A finales de los años setenta hubo
amplias nacionalizaciones, que abarcaron casi todos los sectores. Gadafi
se ufanó de haber instituido la democracia directa y cambió formalmente
el nombre de la república, que pasó a denominarse Estado de las Masas (
Yamahiriya ). Pretendió haber realizado en el país la utopia socialista
con democracia directa, pero fueron pocos los que se dejaron engañar.
Los “comités revolucionarios” actuaban en realidad como un aparato
gubernamental dedicado, junto con los servicios de seguridad, al control
del país. Al mismo tiempo, Gadafi también desempeñó un papel
especialmente reaccionario en la revitalización del tribalismo, para
utilizarlo en beneficio de su propio poder. Su política exterior se
tornó cada vez más temeraria y la mayoría de árabes acabaron tomándolo
por loco.
Con la Unión Soviética en crisis, Gadafi abandonó sus
pretensiones socialistas y volvió a abrir la economía del país a las
empresas occidentales. Afirmó que la liberalización económica vendría
acompañada de una liberalización política, imitando ahora la perestroika
de Gorbachov después de haber imitado la “revolución cultural” de Mao
Zedong, pero fue una promesa vacía. Cuando EE UU invadió Irak en 2003 so
pretexto de buscar las “armas de destrucción masiva”, Gadafi,
preocupado por la posibilidad de que él fuera el siguiente en la lista,
operó un cambio súbito y sorprendente de su política exterior, ganándose
espectacularmente la categoría de estrecho colaborador de los países
occidentales, cuando hasta poco antes era calificado de “Estado
canalla”. Colaboró especialmente con EE UU, prestándole ayuda en la
llamada guerra contra el terrorismo, e Italia, llevando a cabo el
trabajo sucio de repatriar a los inmigrantes potenciales que trataban de
pasar de África a Europa.
A lo largo de todas estas
metamorfosis, el régimen de Gadafi siempre ha sido una dictadura. Aunque
Gadafi hubiera aplicado al comienzo algunas medidas progresistas, en la
última fase no quedaba ni un soplo progresista o antiimperialista en su
régimen. Su carácter dictatorial quedó demostrado por la manera en que
respondió a las protestas populares: tratando de aplastarlas por la
fuerza desde el principio. No hubo ningún intento de ofrecer alguna
salida democrática a la población. Amenazó a los manifestantes con un
discurso tragicómico que se ha hecho famoso: “Avanzaremos centímetro a
centímetro, casa a casa, calle a calle… Os encontraremos en vuestras
madrigueras. No tendremos piedad ni compasión.” No debe extrañar, si
se recuerda que Gadafi fue el único gobernante árabe que criticó
públicamente al pueblo tunecino por haber derrocado a su dictador Ben
Alí, de quien dijo que era el mejor gobernante que podían encontrar los
tunecinos.
Gadafi recurrió a las amenazas y a la represión
violenta, afirmando que los manifestantes se habían vuelto drogadictos
por obra de Al Qaeda, que les introducía sustancias alucinógenas en el
café. Atribuir el levantamiento popular a Al Qaeda fue su manera de
intentar ganarse el apoyo de Occidente. Si hubiera habido cualquier
ofrecimiento de ayuda por parte de Washington o Roma, no cabe duda de
que Gadafi la habría aceptado con los brazos abiertos. De hecho, expresó
su amarga decepción ante la actitud de su compinche Silvio Berlusconi,
el primer ministro italiano, con quien compartía fiestas, y se quejó de
que sus otros “amigos” europeos también le hubieran traicionado. En los
últimos años, Gadafi se había hecho amigo, en efecto, de varios
gobernantes occidentales y otras figuras del sistema que, por un puñado
de dólares, se habían prestado a hacer el ridículo intercambiando
abrazos con él. El propio Anthony Giddens, distinguido teórico de la “tercera vía”
de Tony Blair, siguió los pasos de su discípulo y visitó a Gadafi en
2007; luego describió en el Guardian cómo Libia estaba aplicando las
reformas e iba camino de convertirse en "la Noruega de Oriente Próximo".
¿Cómo valoras la resolución nº 1972 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas del pasado 17 de marzo?La
resolución como tal está redactada de manera que hace suya y
aparentemente responde a la petición de establecer una zona de exclusión
aérea. En efecto, la oposición libia ha solicitado explícitamente esta
medida, con la condición de que no se desplieguen tropas extranjeras en
territorio libio. Gadafi cuenta con el grueso de las fuerzas armadas de
élite, con aviones y tanques, y la exclusión aérea neutralizaría
efectivamente su principal ventaja militar. Esta petición de los
rebeldes está reflejada en el texto de la resolución, que autoriza a los
Estados miembros de la ONU a “tomar todas las medidas necesarias…
para proteger a los civiles y las zonas pobladas por civiles frente a la
amenaza de ataque en la Yamahiriya Árabe Libia, incluida Bengasi,
descartando toda fuerza de ocupación extranjera bajo cualquier forma y
en cualquier parte del territorio libio.” La resolución declara la “prohibición de todos los vuelos en el espacio aéreo de la Yamahiriya Árabe Libia para ayudar a proteger a los civiles.”
Ahora bien, en el texto de la resolución no hay suficientes garantías
que impidan su uso con fines imperialistas. Aunque el objetivo de toda
acción es supuestamente la protección de la población civil, y no un
“cambio de régimen”, la determinación de si una acción cumple este
objetivo o no queda en manos de las potencias que intervienen y no en
las de los insurrectos, ni siquiera en las del Consejo de Seguridad. La
resolución es asombrosamente confusa, pero dada la urgencia de impedir
la masacre que se habría producido si las fuerzas de Gadafi tomaran
Bengasi y ante la ausencia de cualquier medio alternativo para conseguir
el objetivo de protección de los civiles, nadie puede oponerse
razonablemente a ella. Podemos entender las abstenciones; algunos de los
cinco países que se han abstenido en la votación del Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas querían expresar su desconfianza y/o
incomodidad ante la falta de una supervisión adecuada, pero sin asumir
la responsabilidad de permitir una masacre inminente.
La
respuesta occidental, desde luego, tiene sabor a petróleo. Occidente
teme un conflicto prolongado. Si se produjera una masacre importante,
tendría que imponer un embargo sobre el petróleo libio, con lo que el
precio se mantendría en un nivel alto, y esto, tal como está actualmente
la economía mundial, tendría importantes consecuencias adversas.
Algunos países, inclusive Estado Unidos, han actuado con desgana.
Únicamente Francia se ha mostrado decididamente a favor de una acción
contundente, lo que puede tener mucho que ver con el hecho de que este
país –a diferencia de Alemania (que se ha abstenido en la votación del
Consejo de Seguridad), Gran Bretaña y, sobre todo, Italia– no tiene una
participación significativa en el negocio del petróleo libio y sin duda
espera conseguir aumentarla en la Libia de después de Gadafi.
Todos
sabemos qué hay detrás de los pretextos de las potencias occidentales y
del doble rasero que aplica. Por ejemplo, su supuesta preocupación por
los civiles bombardeados desde el aire no pareció aplicarse a la
población de Gaza en 2008-2009, cuando centenares de no combatientes
murieron bajo el fuego de los aviones israelíes. O el hecho de que EE UU
permita que el régimen de Bahrein, donde hay una importante base naval
norteamericana, reprima violentamente la revuelta local con ayuda de
otros vasallos regionales de Washington.
El caso es que si se
deja que Gadafi prosiga con su ofensiva militar y tome Bengasi, habrá
una importante masacre. Estamos en una situación en que la población
corre realmente peligro y no existe ninguna alternativa plausible para
protegerla. El ataque de las fuerzas de Gadafi se habría producido en
cuestión de horas o a lo sumo de un par de días. Uno no puede oponerse,
en nombre de los principios antiimperialistas, a una acción que evitará
la masacre de civiles. De modo parecido, aunque conozcamos muy bien la
naturaleza y el doble rasero de la policía en el Estado burgués, uno no
puede oponerse, en nombre de los principios anticapitalistas, a que
alguien la llame cuando está a punto de ser violada y no hay otra
alternativa para impedirlo.
Dicho esto, y sin estar en contra de
la zona de exclusión aérea, debemos expresar nuestra desconfianza y
defender la necesidad de vigilar muy de cerca las acciones de los países
que intervengan, a fin de asegurar que no vayan más allá de la
protección de los civiles con arreglo al mandato de la resolución del
Consejo de Seguridad. Al ver en la televisión a la muchedumbre en
Bengasi aplaudiendo la aprobación de la resolución, vi un gran cartel
que decía en árabe “No a la intervención extranjera”. Allí la gente distingue entre “intervención extranjera”
–entendiendo por ello la presencia de tropas sobre el terreno– y la
zona de exclusión aérea con fines de protección. No quiere que vayan
tropas extranjeras. Es consciente de los peligros y desconfían
sabiamente de las potencias occidentales.
Así, para resumir,
creo que desde una perspectiva antiimperialista uno no puede ni debe
oponerse a la zona de exclusión aérea, dado que no existe ninguna
alternativa plausible para proteger a la población amenazada. Dicen que
los egipcios están suministrando armas a la oposición libia, cosa que
está muy bien, pero solamente esta ayuda no podía haber salvado Bengasi a
tiempo. No obstante, una vez más, hay que mantener una actitud muy
crítica ante lo que puedan hacer las potencias occidentales.
¿Qué ocurrirá ahora?Es
difícil saber qué va a ocurrir ahora. La resolución del Consejo de
Seguridad no preconiza un cambio de régimen, sino la protección de los
civiles. El futuro del régimen de Gadafi está en la cuerda floja. La
clave está en si asistiremos a la reanudación de la revuelta en la parte
occidental de Libia, incluida Trípoli, provocando así la desintegración
de las fuerzas armadas del régimen. Si esto ocurre, tal vez Gadafi
tenga las horas contadas. Pero si el régimen logra mantener el control
en la parte occidental, entonces se producirá, de hecho, la división del
país, por mucho que la resolución afirme la integridad territorial y la
unidad nacional de Libia. Tal vez sea esto lo que haya decidido el
régimen, que acaba de anunciar su acatamiento de la resolución de las
Naciones Unidas y proclamado un alto el fuego. Entonces habrá
seguramente una prolongada situación de empate, en la que Gadafi
controlará la parte occidental y la oposición, la parte oriental. Está
claro que la oposición necesitará tiempo para sacar provecho de los
suministros de armas que recibe de Egipto y a través de Egipto hasta el
punto de ser capaz de derrotar militarmente a las fuerzas de Gadafi.
Dada la naturaleza del territorio libio, ésto solo podrá ser una guerra
regular, una guerra de movimiento sobre vastas franjas de territorio,
más que una guerra popular,. De ahí que sea difícil predecir el
resultado. La conclusión, en todo caso, es que deberíamos apoyar la
victoria de la revuelta democrática libia. Su derrota a manos de Gadafi
supondría un grave revés que afectaría negativamente a la ola
revolucionaria que recorre actualmente Oriente Próximo y el norte de
África.
Gilbert Achcar es profesor en el School of Oriental
and African Studies, University of London, y autor de Les Arabes et la
Shoah: la guerre israélo-arabe des récits (Actes Sud, coll. Sindbad).
Fuente: http://www.zcommunications.org/libyan-developments-by-gilbert-achcar
Traducción: VIENTO SUR: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=3729 Vìa :
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=124687
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