Aunque faltan 15 meses para la elección constitucional, Televisa
parece haber consumado su proyecto de construir la figura del presidente
de la República. Ahora pretende algo más ambicioso. Quiere edificar la
república misma. Quiere diseñar la clase de sociedad que Peña Nieto
gobierne, el género de medios de comunicación que lo arropen, los
criterios editoriales con que se transmita la información sobre la
política de seguridad pública y las acciones del crimen organizado. No
se propone trazar una raya, sino erigir un muro que divida a los
participantes de los excluidos. Como si se tratara de un club
gigantesco, Televisa se reserva el derecho de admisión a los territorios
donde habitan los elegidos, el tipo de personas que protagonicen la
vida pública y sean capaces de generar confianza. Nadie que no figure en
el elenco preparado por Televisa tendrá existencia real. Quedará al
margen, en la cuneta de la supercarretera.
Tal desmesurado propósito es el objetivo de Iniciativa México, un
proyecto de propaganda que ya tuvo su primera edición el año pasado. Con
enorme aparato se convocó a la presentación de ideas y tareas que
dieran cuenta de las verdaderas capacidades de los mexicanos. Se
presentaron miles de esos proyectos, en distintos rubros, algunos de los
cuales fueron premiados para denotar que hay una porción de la sociedad
que no pierde su tiempo ni espera auxilio gubernamental para su
realización personal o de grupo.
Ahora se ha lanzado la segunda edición de Iniciativa México. Se alzó
el telón el jueves 24, con una magna reunión ya no en un recinto privado
(el exconvento de San Hipólito), sino en un auditorio público, el Museo
Nacional de Antropología. El contenido de esta nueva edición es más
claramente político que el primero. Televisa lo adopta más temprano que
el año pasado, cuando comenzó en junio. Ahora se lanza en marzo, en
plenos procesos electorales. Se refiere a la comunicación social
relacionada con la violencia que genera la delincuencia organizada. Ya
desde allí, desde la definición del tema, se adopta un punto de vista
afín al del gobierno, que requiere alejar de sí la responsabilidad en la
génesis de la violencia: ésta surge sólo por la actividad criminal, no
porque la practica también el Estado.
La pieza ostensible de la Iniciativa México II es el Acuerdo para la
Cobertura Informativa de la Violencia. Televisa y sus aliados y
dependientes prepararon una suerte de código de ética que parte del
supuesto (que no se presenta como tal, pero es explícito) de que el
manejo de la información colectiva “es esencial para la efectiva
contención de la violencia que genera la delincuencia organizada”. Esto
es, que una política informativa homogénea, uniforme, puede hacer que
disminuya la violencia, como si difundirla fuera su causa. De ese
razonamiento se desprendería fácilmente el corolario de que para
suprimir la violencia no hay más que dejar de hablar de ella, de negarle
a la sociedad la información que le hace falta para regular su vida.
Hay otros supuestos, algunos tácitos, en la formulación de los
objetivos del Acuerdo. Se presume que la cobertura informativa de la
violencia puede servir “para propagar terror entre la población”.
Padecer los efectos directos de la violencia sin duda genera miedo, pero
es difícil probar que la difusión de la violencia lo cause también. Un
indicio de que no hay relación de causa-efecto entre difundir violencia y
provocar miedo acaba de ser observado: hay gran violencia en Acapulco,
de la que se sabe fuera del puerto, y sin embargo esa información no
inhibió al turismo nacional para llegar en los puentes recientes. El del
fin de semana pasado permitió que hubiera más del 90% de ocupación
hotelera.
El Acuerdo enumera 10 criterios editoriales que deben aplicarse “sin
demérito de la independencia editorial de cada medio”. En general, tales
criterios son adecuados y compatibles aun para medios que no suscriben
el Acuerdo. Algunos de ellos son, sin embargo, francamente ridículos.
Los dos primeros están en ese caso. El inicial ordena “tomar postura en
contra”. Instruye a (porque usa el verbo debemos) “condenar y rechazar
la violencia motivada por la delincuencia organizada”, algo por completo
innecesario, pues está “en la naturaleza de las cosas”, como se diría
en el lenguaje de los autores del decálogo. El segundo es francamente
chistoso. Cualquier medio debe evitar “convertirse en vocero
involuntario de la delincuencia organizada”: ¿Cómo evitar un acto
involuntario, puesto que es eso precisamente, algo que se comete sin
querer hacerlo?
En realidad, lo que ese precepto pide a los medios es un sesgo
deliberado que altere el sentido de la información. Ordena “omitir y
desechar la información que provenga de las organizaciones delictivas”.
Se refiere sin duda a los narcomensajes, que en mantas y cartulinas
anuncian acciones o sentencian a personajes. Si se procede como ese
mandamiento prescribe, se corre el riesgo de hacer incomprensible la
información, carente de uno de sus elementos, que puede darle sentido.
Los criterios restantes son en general admisibles, compartibles.
Algunos proceden de manuales elementales de periodismo, como
“dimensionar adecuadamente la información”, o de ordenamientos legales,
como “no prejuzgar culpables” y “cuidar a las víctimas y a los menores
de edad”. Hasta creería que resultaron de un ejercicio de autocrítica de
las televisoras, que presenta como culpables a recién detenidos al
hacerse mera extensión de los interesados e ilegales mensajes de las
autoridades de procuración de justicia o de seguridad pública, las
cuales los condenan aunque tiempo más tarde, ya sin la difusión
adecuada, los jueces los exoneren porque son inocentes o porque sus
responsabilidades no fueron probadas.
El código periodístico de la Iniciativa México, es decir, de
Televisa, manda “proteger a los periodistas” y “solidarizarse ante
cualquier amenaza o acción contra reporteros y medios”. Son palabras
huecas en boca de periodistas que se pusieron con soberbia por encima de
la solidaridad que el gremio quiso mostrarles durante y después de la
crisis de julio pasado, cuando reporteros y camarógrafos de televisión
fueron secuestrados. A la marcha de protesta contra esa acción no
acudieron los involucrados, y hasta rechazaron el gesto de aquellos a
los que no consideran dignos de ser llamados sus compañeros. En casos
más recientes, en vez de solidarizarse con reporteros y medios puestos
en entredicho, las televisoras fueron las autoras del entredicho, al
formular arteras acusaciones que no se sustentan de ninguna manera. Ese
fue el caso de Ricardo Ravelo, el reportero de Proceso, y la revista
misma, así como el del diario Reforma, todos ellos señalados como
perpetradores de delitos, cuando sólo habían cometido el de desnudar
acciones políticas, no informativas, de Televisa.
Independientemente del decálogo, la porción objetable de este Acuerdo
es el aviso de que se creará un “órgano ciudadano de observación” que
examine el apego de los medios a esos criterios editoriales. Se trata de
un amago de exclusión. Los medios suscriptores del Acuerdo formarán el
catálogo de la “buena prensa”, como antaño lo hicieron corporaciones
religiosas. Quedará fulminado todo aquel medio que falte a alguno de
esos mandamientos, a juicio de los ciudadanos observadores. Y no se diga
la situación marginal en que han quedado los medios no invitados o que
no aceptaron participar en este Acuerdo. Se les coloca con esa omisión
en calidad de sospechosos, como quiere hacer el gobierno con este
semanario, al que ya dos veces ofendió colocando ejemplares de la
revista con arsenales decomisados a bandas delictivas. La primera gran
reacción de condena de este sistema inquisitorial ocurrirá, téngalo
usted por seguro, cuando Ismael Zambada, El Mayo, o Joaquín Guzmán
Loera, El Chapo, respondan a los cuestionarios que les presentó Julio
Scherer García, según relata en su libro Historias de muerte y
corrupción, en la parte que en cierto sentido continúa la publicación de
su encuentro con Zambada. En vez de considerar el valor periodístico,
la utilidad social de conocer los móviles de quienes tienen en jaque al
país, los falsos profesores de periodismo, inocuos e inicuos
propagadores de una ética que no conocen ni por los forros, tendrían,
quieren tener, piezas de ese calibre en las cuales cebarse.
Ese es el tipo de periodismo de personas que no tendrán lugar en la república de Televisa.
Fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/89610
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/89610
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