No podemos pasar por alto el intervencionismo descaradado de Estados Unidos, que de esta manera demuestra lo que Chomsky ha
denominado como el miedo crónico de este país a la “democracia”, pues
ésta puede producir resultados indeseados. Particularmente, cuando el
pueblo tunecino y los demás pueblos árabes, han decidido ampliar los
estrechos límites de la democracia burguesa y han implementado formas de
democracia directa y participativa en medio de la lucha en contra de
los resabios del régimen dictatorial de Ben Ali. Y más
aún, cuando han decidido que el concepto de “democracia” no puede ser
disociable de la realidad económica de la clase trabajadora y del pueblo
en general. La lucha ha girado, en realidad, desde un primer momento,
en torno a la calidad de vida de las masas, pero esa demanda se hace
cada vez más clara. Todo esto horroriza a los EEUU porque representa el
riesgo de que el pueblo se convierta en el arquitecto de su propio
destino, lo cual es un riesgo evidente para sus intereses económicos y
geopolíticos[2].
EL DICTADOR SE FUE, LA DICTADURA SIGUE
Y es que en Túnez la lucha no ha parado:
se multiplican las manfiestaciones, protestas, huelgas, y adquieren una
gran profundidad. En empresas de telecomunicaciones, minería, servicios
y otras ligadas a la industria petrolera, hemos visto la formación de
comités obreros que comienzan a reclamar control de la empresa y que
mediante la presión, han logrado ciertas cuotas de control en la
práctica, incluso expulsando a ejecutivos –demostrando que el concepto
de “democracia” también debe ser válido en el trabajo. Las implicancias
radicales de este desarrollo son demasiado evidentes.
También la izquierda, aún más que el
islamismo político, ha experimentado un alza notable en su ascendencia
entre las masas y ha comenzado a agitar la demanda de asamblea
constituyente como una de sus principales banderas de lucha. Una
constitución que haga suyas las demandas más sentidas del movimiento
popular, o que institucionalice las formas de poder popular que los
tunecinos han construido espontáneamente, es una posibilidad que quita
el sueño al “desinteresado” benefactor del Norte.
A la luz de estos hechos es que debe ser
entendida la “generosa” oferta yanqui. Es la manera que tienen de
controlar el movimiento, de moldearlo según sus propios intereses
(intereses opuestos a los del grueso del pueblo tunecino) y de llevarlo a
un punto muerto. Así como de influenciar el marco jurídico, político y
económico del nuevo Túnez para que sea lo más parecido posible al viejo
Túnez. Que las cosas cambien cosméticamente, pero que nada cambie de
fondo. La contrarrevolución, representada en el gobierno interino de
“transición”, es la encargada de esta deshonrosa tarea. En Túnez, una
consigna popular resume bien la farsa de la transición y la verdadera
agenda de los EEUU y sus socios tunecinos: “El dictador se fue, la
dictadura sigue”.
LOS INTERESES IMPERIALES COMO DENOMINADOR DEL “BIEN COMÚN”
Los EEUU, como auténticos amos
imperiales del mundo, se reservan el derecho a financiar campañas
presidenciales, redactar constituciones y decidir la política económica
en todo el mundo. Pero al mismo tiempo, ponen el grito en el cielo ante
el menor comentario de Irán sobre las crisis del Medio Oriente… entonces gritan a los cuatro vientos “¡intervencionismo!”. También en América Latina, recordemos que durante la última campaña presidencial colombiana, cuando el presidente venezolano Chávez expresó su antagonismo con el candidato ultra derechista Juan Manuel Santos
(antagonismo rápidamente olvidado apenas ganó las elecciones), tanto
los EEUU como su perrito faldero, el ex presidente colombiano Uribe, se rasgaron las ropas ante este “intervencionismo”. La hipocresía no tiene nombre.
Pero esta hipocresía y este doble
estándar no es nuevo, sino que es precisamente la manera en que piensa y
actúa el imperio, porque se arroga a sí mismo derechos exclusivos que
debe negar al resto para mantener su supremacía absoluta. Y al final de
cuentas, su política no está definida en torno ni a principios ni a
ideales, sino que en base a la crasa venalidad de sus élites económicas.
Por eso es que su política exterior a
menudo parece errática y contradictoria. Mientras entregan 25 millones
de dólares a ciberactivistas en Irán y Siria, hostigan a Wikileaks y hasta amenazan abiertamente de muerte a Julian Assange; mientras bombardean Libia para “liberar” a ese pueblo, hacen la vista gorda a las masacres perpetradas en Yemen y Bahréin por sus lacayos; mientras criticaban a Irán por usar gases lacrimógenos contra los manifestantes, mencionando que Ahmadinejad
debiera aprender de Mubarak que se retiró del poder “pacíficamente”, se
echaron al bolsillo los 400 muertos que su pacífico dictador dejó
regados en las calles de El Cairo; mientras se llenan la boca sobre la democracia en Siria, la niegan en Haití, Honduras, Bahréin o Arabia Saudita; mientras condenan a Teherán por supuestamente intervenir en las protestas árabes, permiten la invasión de Arabia Saudita y de los Emiratos Árabes
en Bahréin, y no solamente eso: siguen adelante con el mayor acuerdo
militar de toda su historia con la monarquía feudal, teocrática,
retrógada y dictatorial de Arabia Saudita -un acuerdo de 60 mil millones
de dólares que serán utilizados para futuras invasiones y masacres en
contra de su propio pueblo.
Pero tales contradicciones son sólo
aparentes: la constante, es que los intereses de esas élites económicas
que capitanean las corporaciones multinacionales norteamericanas no sean
tocados y sean beneficiados lo más posible.
Mientras tanto, el rostro real de las
transiciones a la “democracia” que están patrocinando los EEUU comienza a
revelarse cruelmente: el 23 de este mes, la junta egipcia aprobó una
ley que penaliza la organización de protestas y de huelgas,
prohibiéndolas expresamente. Al mismo tiempo, han reforzado el Estado de
Emergencia en el cual vive el país desde 1981. Medida que atenta contra
los principios democráticos (burgueses) más elementales.
DICTADURAS Y DEMOCRACIAS “MADE IN USA”: LECCIONES DE CHILE
En su paso por América Latina dijo Obama que la “transición a la democracia” de Chile era
un ejemplo a seguir para los países árabes. Cómo no: Chile es un
exitoso ejemplo de intervencionismo norteamericano, exitoso al menos si
se le compara con Haití o con El Salvador. Cuando las cosas se les estaban saliendo de las manos con el experimento social-reformista del gobierno de Allende, impusieron la dictadura de Pinochet a
sangre y fuego. Y cuando las cosas amenazaban nuevamente salirse de las
manos tras el ciclo de luchas populares de masas del 1983-1986, como de
un sombrero de mago, sacaron un proyecto de democracia vigilada para
imponer al pueblo chileno.
Nos impusieron así su dictador, y luego
nos impusieron su democracia –una democracia fundada en su modelo
económico, donde sus intereses están plenamente resguardados a expensas
de los de las grandes mayorías; un modelo con una estabilidad política
fundada en una ley anti terrorista dictatorial y un aparato represivo
con suficientes gases, palos y balas para ahogar el menor asomo de
descontento; un sistema político bipartidista que impide el surgimiento
de alternativas que pongan en cuestión al régimen (los bloques y
alianzas políticas en efecto funcionan como un bipartidismo no muy
diferente al de los gringos). Una democracia formal y sin sustancia, sin
pueblo organizado, sin presión de los de abajo, aséptica. La copia
feliz del Edén.
La experiencia de Chile debería ser
estudiada por los pueblos árabes, pues es el mejor ejemplo de cómo los
EEUU imponen primero sus dictadores, y luego su “democracia” -siempre
con fines altruistas a flor de labios, con los cuales apenas pueden
disimular su egoísmo patológico. Que les sirva de advertencia, para que
no les corten las alas en su impulso histórico hacia la liberación.
¡Fuerza hermanos y hermanas árabes, fuerza!
NOTAS
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