Creador de sueños
Miguel Ángel Muñoz
Las grandes bañistas (de una serie), 1900-05 |
Cézanne entendió bien, entre fracasos e incomprensiones amargas, la trágica verdad del arte y la dificultad de una obra acabada que transmite originalidad perceptiva y, a la vez, nos dejó el testimonio visivo de un singular momento estético a compartir. De Aix, el pequeño puerto de L’Estanque, que avizora el golfo de Marsella, el retorno al interior, al desnudo paisaje de pinos y monte bajo, al macizo reseco de Bidemus y la persistente fascinación por la montaña mágica de St. Victoire.
Cézanne asimila pronto el secreto de la forma: “Una obra de arte es un rincón de la naturaleza visto a través de un temperamento”, como entrevió Zola. Cézanne no es, desde luego, un artista de rupturas y gestos radicales, sino un buscador de la gloria del Salón Oficial, al que su sensibilidad orienta por derivas desusadas. Fue siempre un respetuoso de la tradición clásica, cuya sabiduría y riqueza significativa consideraba inalcanzable. Sin embargo, es el maestro indiscutible de toda novedad artística moderna. Su arte sobrevive al tiempo porque tampoco perteneció al suyo: fue capaz de configurar por sí solo una red de asociaciones formales ideadas que describen con mirada nueva el paisaje y transfiguran los viejos temas con sorprendente actualidad.
La serie Los bañistas es el mejor ejemplo: de Bethsabée a Grands Baigneurs. Arranca de Ingres y se transforma a lo largo de treinta años de variaciones sur le motif hasta llegar a Les Grands Baigneurs, un lento proceso de depuración expresiva cromática, compositiva y por supuesto narrativa. Hay un dibujo, breve apunte en grafito y acuarela sobre papel, que sintetiza en leves impresiones de color y textura el lenguaje visual del paisaje moderno. Les Grands Arbres du Jas du Bouffan, las esquemáticas intuiciones de Braque, Mondrian, y los secos esbozos de Picasso en Gósol… Cézanne total.
Pintura y dibujo hablan de la búsqueda del artista para conseguir unos signos sensibles propios, que son grandes devoradores de su capacidad de comunicación. Cézanne, en ciertos momentos de incertidumbre, es donde mejor descubre la belleza extraña del paisaje, sin impertinentes pretensiones de estilo. Es sabido que Cézanne había renunciado al microcosmos formal impresionista y, con el tiempo, abandonado el brillante colorido fragmentario que captaba el instante de la naturaleza. Sus paisajes maduros no son ya reflejos audaces de una impresión visual, sino lo contrario, arrancan de una escueta reflexión constructiva: convierte la realidad natural en un artificioso complejo uniforme.
Cézanne se impuso una idea viva de la naturaleza como realidad primera que el pintor debe refigurar formalmente sobre el lienzo. De ahí el secreto del “motivo”, ese elemento pictórico diferenciador que permite al artista delimitar un fragmento de naturaleza para trabajarlo, para someterlo a la gramática de su arte.
Cézanne se creía un realista frente a la volátil fiscalidad impresionista: en efecto, su pintura acumula detalles del mundo natural suministrados por un haz de impresiones sensoriales que más tarde deben solidificar en formas sobre la superficie plástica. A esta “práctica sublime” la llamó Cézanne “realizar el motivo”, materializándolo pictóricamente. El tejido de pinceladas que trama la obra final del artista da fe de la certeza de sus indicios. La Route de Provence apunta gradaciones naturales de fuerte cromatismo, captadas desde Les Lauves, como la estructura, casi puntillista, de manchas de calor tardío Le Mont de Cengle.
La verdad artística procede siempre de la verdad de la naturaleza, piensa Cézanne, puesto que constituye la reproducción fiel de las impresiones sensibles en la imaginación del pintor, que las transforma creativamente en formas. Visión natural y visión lógica de las sensaciones.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/03/20/sem-angel.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario