El cólera, como se sabe, es una infección
aguda que produce diarrea, y que, en algunos casos, causa
deshidratación grave y la muerte del afectado. Algunas personas saben
que una bacteria es la responsable de la enfermedad y otros han oído,
que Vibrio cholerae es su nombre. Hay quienes recuerdan que las
bacterias son microrganismos unicelulares muy pequeños y pocos saben
que miden sólo algunos micrómetros. Me parece pertinente agregar que un
micrómetro es la milésima parte de un milímetro; para visualizarlas y
estudiarlas es necesario hacerlo a través de las lentes de un
microscopio. Para morir, es indispensable ser muy pobre e ingerir agua
contaminada con el Vibrio.
Lo que también me parece pertinente comentar, a pesar de que casi
todas las personas, salvo las pobres, o las muy muy pobres lo saben, es
que el cólera es una infección que casi sólo afecta a quienes ni han
oído de ella, ni de las bacterias, ni de las células, ni de los
micrómetros. Esos pobres saben, precisamente por ser pobres, y porque la
experiencia propia es gran escuela, que las muertes de sus hijos
producidas por diarreas son decesos a destiempo, aunque destiempo,
aclaro, tiene otros significados cuando se vive en la escuela de las
diarreas. Destiempo es fallecer sin causa y sin razón. En esa escuela,
morir por deshidratación, es suceso frecuente e incluso normal dentro de
la normalidad de la pobreza.
La normalidad de la miseria, impuesta por décadas perdidas en el
lenguaje de los políticos, y por siglos de olvido en el lenguaje de la
escuela de las diarreas conduce a un callejón sin salida, cuyo inicio es
Chiapas, Oaxaca, o la sierra de Puebla, y cuyo final es buena parte de
Latinoamérica. Haití es uno de los actores principales de ese callejón.
Lo que ahora sucede en esa nación, castigada, no tanto por el cólera o
por la inadmisible idea acerca de la ira de Dios es el resultado de las
lacras de los políticos latinoamericanos cuyos hurtos han impedido dotar
de agua limpia a sus connacionales.
Como parte de ese impasse, los pobres y sobre todo los muy
muy pobres ignoran, no por brutos, sino por decreto político, que el
cólera se previene tomando agua limpia y se cura ingiriendo también agua
limpia y algunas sales como las que usan los deportistas para
rehidratarse. La bondad de los sueros cuya función es rehidratar es
doble: es sólo agua limpia y su precio, incluyendo las sales, es
infinitamente menor que los costos por enterrar o quemar a las personas
que murieron a destiempo, por carecer de agua limpia y de letrinas donde
defecar para no ensuciar el agua con bacterias y acabar con las
personas que viven río abajo.
No debe olvidarse que en los diccionarios de ideas afines o
parecidas cólera no sólo es infección, peste o plaga; también es furia,
irritación, ira y enojo. Todo eso sucede en Haití. La población, harta
de tanta muerte, harta de tanto engaño y sedienta de agua y de muerte
sumaron furia, irritación, ira y enojo. Por el cólera, y por su cólera
han linchado, desde mediados de octubre, fecha en que se inició el
penúltimo brote infeccioso (el último nunca será el último) a por lo
menos a 45 personas acusadas de propagar la infección. Los linchados
habían sido acusados de brujería y de haber sembrado una sustancia que
propagó la epidemia. Los periódicos reproducen la noticia. Es posible
leerla pero muy difícil imaginarla:
Las víctimas, la mayoría sacerdotes de vudú, la religión popular de Haití, fueron lapidadas o atacadas a machetazos antes de ser quemadas en la calle.
La escuela de las diarreas no perdona. En un artículo reciente, Atracción fecal (El Heraldo de Aguascalientes),
el doctor Luis Muñoz Fernández, repasa la utilidad de los inodoros y
del agua potable como factores determinantes en la salud de la
población. Fernández cita a Donald McMeil: “La diarrea mata 1.6 millones
de niños cada año –más que la malaria–; la contaminación del agua
potable con los desechos es el problema principal. Todos los expertos
coinciden que las dos medidas sanitarias más importantes en el mundo,
medidas que salvan más vidas que las vacunas y los antibióticos, fueron
establecidas desde la época del Imperio Romano; esas medidas son el agua
corriente y los sanitarios. La falta de sanitarios amenaza la vida de
más niños, que, por ejemplo, el calentamiento global”. Mil cien millones
de personas carecen de agua potable y cientos de millones –desconozco
la cifra exacta–, de escusados. ¿Cómo explicar a esos seres humanos el
significado de progreso cuando viven y fallecen de acuerdo con lo que
dicta la escuela de las diarreas?
La escuela de las diarreas no perdona. Aglutina los sinsabores de la
infección con la miseria de la pobreza. El cólera, y otras diarreas,
como se sabe, es una infección que mata a los pobres gracias a la
delgadez intelectual, moral y humana de muchos políticos.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/01/05/index.php?section=opinion&article=014a2pol
http://www.jornada.unam.mx/2011/01/05/index.php?section=opinion&article=014a2pol
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