La calle principal está dividida por una cerca y si pasan al lado
judío, los encarcelan; en la calle o en sus propias casas se exponen a
insultos y agresiones por parte delos sionistas; si van a la mezquita
deben pasar por los puestos de control del ejército de Israel. Ser
palestino y vivir en Hebrón significa ser un paria, habitar un gueto en
la propia patria. Cisjordania, el territorio palestino cercado y
asediado por Israel, apenas puede considerarse tierra árabe. Pese a las
prohibiciones de la ONU y las presiones internacionales, Israel sigue
“sembrando” colonos judíos para desplazar a los palestinos.
HEBRÓN, CISJORDANIA, (Proceso).- Son las cuatro de la
tarde y una de las calles de acceso a Hebrón, en el sur de Cisjordania,
es un hervidero de autos desvencijados y ruidos: las balatas de un taxi,
el pregón de un vendedor de dulces, los bocinazos impacientes. En la
casa de Abed Sidr se escucha el insistente golpeteo de un balón. Afuera
unos niños judíos usan su pared como portería.
Hace ocho años Abed fue herido por la bala de un colono judío. Se
abre la camisa para mostrar la cicatriz arriba del corazón. La operación
para sacarle el proyectil sería mortal, dice. El mismo día mataron a su
esposa. Él cargaba un balde con agua mientras su mujer tendía ropa en
la azotea. Un año antes los soldados israelíes habían intentado
incendiar su casa. Señala los rincones manchados de tizne.
Antes los militares entraron a su vivienda y soldaron las ventanas
que dan a las unidades habitacionales judías. Lo mismo hicieron en las
demás casas de palestinos. Adujeron “razones de seguridad”. A veces por
pequeños boquetes por los que se cuela el aire, los árabes avientan
basura y orina al lado judío.
Abed comercia artesanías en Hebrón. También ofrece recorridos por la
ciudad pero los turistas lo ignoran; hoy sólo ha vendido un par de
llaveros y tres keffiyeh (la tradicional prenda de tela a cuadros que
los palestinos usan en la cabeza y los turistas en el cuello). Abed se
casó de nuevo y tuvo dos hijos. En su casa su mujer le da refresco de
naranja en un biberón a Mahmud, el más pequeño de la familia.
Al acabarse su arroz con pollo, Abed mira un video del día en que el
ejército de Israel cerró todos los comercios en la calle Shuhada, en
2002. “Mi hermano se enfrentó con los soldados. Entre seis lo llevaron
detrás de una cortina metálica. Cuando salió estaba sangrando. Desde
aquella vez no lo he visto”, cuenta.
En Shuhada estaba el principal mercado de Hebrón. Pero desde 2002 las
puertas de sus 800 comercios fueron soldadas. Los uniformados
declararon esa calle “zona militar estratégica” y exigieron a los
palestinos desalojar el área en cinco minutos. Quien se opuso fue sacado
con gas lacrimógeno y a golpes.
Ahora sólo quedan algunas banderas palestinas dibujadas en las
puertas selladas. Algunas tienen pintada encima la estrella de David.
Una malla ciclónica y una madeja de alambre de púas dividen la calle. Si
un palestino intenta cruzar lo encarcelan seis meses.
Hebrón es la única localidad cisjordana donde los colonos judíos
viven en el corazón de la ciudad. Lo que fue una primaria palestina es
ahora un centro religioso para judíos. La Tumba de los Patriarcas es
mitad mezquita y mitad sinagoga. Otras calles fueron divididas: por el
lado más amplio caminan los judíos de gabardinas y caireles; por el más
estrecho van los palestinos.
Mezquita vigilada
La Mezquita de Ibrahim (Abraham) está a pocas cuadras de la casa de
Abed. A la entrada hay dos torniquetes que dan paso a un primer punto de
revisión: un pasillo equipado con cámaras y detectores de armas. Abed
intenta sonreírle a los soldados, pero ellos ni siquiera voltean a
verlo.
“¿Católico o musulmán?”, pregunta una joven soldado con un M16
terciado a la espalda. Adopta esa pose dura que emana de todo uniforme
verde olivo; Abed se concreta a sacar de su bolsillo una identificación y
a contestar en hebreo, aunque su idioma es el árabe.
Abed llega a otro punto donde le solicitan de nuevo su
identificación. Saca todo de sus bolsillos y pasa por unos arcos
detectores de metal ajenos a la arquitectura sagrada del lugar.
El palestino tiene una sensación de extravío. “Cuando era niño podía
venir con mi abuelo sin ningún problema. Ahora mucha gente tiene miedo y
prefiere rezar en sus casas”, asegura.
Al final de los puntos de revisión hay una escalera cincelada en
piedra construida por el rey Herodes hace dos mil años. Según el Génesis
Abraham le pagó a Efrén 400 monedas de plata para que construyera en
Hebrón una tumba para su familia. Y allí fue enterrado, según La Biblia,
junto con Isaac, su nieto Jacob y su primera esposa Lea. Herodes
levantó un monumento donde estaba la tumba.
Cuando los israelíes ocuparon la zona en 1967, judíos y musulmanes
rezaban juntos. Pero eso se acabó. En 1994 un radical israelí, Baruch
Goldstein, ametralló a 29 musulmanes que oraban en la tumba. “Por
razones de seguridad” Israel instaló dispositivos de vigilancia del lado
musulmán; pero los judíos entran y salen sin ser molestados.
Luego de rezar ante la tumba del patriarca, Abed debe sortear los
mismos puntos de revisión para volver a su casa. Los alambres de púas
proyectan sus sombras sobre la cara del palestino. “Así es siempre, vaya
o no a orar”, dice resignado.
Según el Comité Israelí contra la Demolición de Casas, la ocupación
de Israel viola todos los convenios de derechos humanos, pero
especialmente la Cuarta Convención de Ginebra, que rechaza la ocupación
permanente.
Su artículo 3 prohíbe los atentados contra la dignidad personal,
especialmente los tratos humillantes y degradantes. El 32 proscribe
cualquier maltrato a la población civil.
En 2007, el Tribunal Supremo de Israel dictaminó que los palestinos
están autorizados a utilizar la calle Shuhada, pero el ejército israelí
se negó a acatar la decisión. Cada noche los militares israelíes llevan a
cabo “operaciones bélicas”: realizan detenciones sin órdenes
judiciales, demuelen viviendas, arrancan olivos y aplican, sin avisar,
toques de queda; los impusieron 377 veces entre 2000 y 2003.
Son las seis y media de la tarde y el centro de Hebrón (Al-Khalil, en
árabe) es una ciudad fantasma. El relevo de los comerciantes lo toman
gatos que mastican restos de comida. Los ladridos de los perros producen
mucho eco. Los rines de los autos se tuercen en cada bache. Todo está
tan quieto que desde la torres de vigilancia parece que los soldados
espían conteniendo la respiración. Torres afiladas que perforan la
neblina.
Un colono en mi casa
Raisah Musa al-Karaki tiene 52 años y es madre de 9 niños. Vive en el
barrio musulmán de Jerusalén. Un testimonio recogido en el documento
Espacio inseguro: el fracaso de Israel en la protección de derechos
humanos, publicado por la Asociación para los Derechos Civiles en Israel
en septiembre de 2010, describe cómo los israelíes se apropian de las
casas palestinas.
“El 4 de febrero de 2009, los colonos (judíos) se instalaron en la
casa de al lado y desde entonces nuestra vida se volvió un infierno.
Compartimos un corredor con ellos, que también parte en dos mi casa. El
pasillo es de aproximadamente un metro de ancho y 10 de largo, a cielo
abierto. En el lado derecho están el cuarto y el sanitario. Esta
habitación está junto a la casa de los colonos y la única entrada a su
casa es por el mismo corredor.
“(Ahí) no vive una familia. Sólo son hombres acompañados por guardias
de seguridad. Siempre están armados. Hacen mucho ruido por las noches
con sus oraciones. No se les puede reclamar porque siempre buscan
confrontación. El día de descanso judío (shabat) no se puede dormir ni
relajarse. Pero cuando escucho el Corán en mi casa siempre me gritan
para que apague la radio.
“Una vez nos cerraron la entrada al edificio. Han roto la chapa
cuatro veces. He denunciado y nunca pasa nada. Ellos buscan el mínimo
pretexto para pelear. Una mañana me senté con mi marido a beber café en
el corredor. Uno de los colonos salió de su casa y caminó por encima de
mí como si yo no estuviera. Le reclamé y en respuesta me arrojó el café a
la cara.
“He presentado más de 20 quejas a la policía. La última vez me
hicieron firmar un compromiso para no hablar con los colonos. Cada vez
que presento una denuncia yo soy el principal sospechoso. Ellos siempre
me gritan y manotean sobre la mesa. Siempre me hacen llorar.”
El proyecto: judaizar Jerusalén
En su reunión del pasado 21 de noviembre el Knesset (el parlamento
israelí) aprobó una ley que prohíbe a los palestinos que viven en los
territorios ocupados por Israel desde 1948 residir en zonas con mayoría
judía.
En Israel viven un millón y medio de árabes no judíos, la quinta
parte de su población. Y Jerusalén es sagrada para las tres religiones
monoteístas más importantes del mundo: la judía, la cristiana y la
musulmana, todas las cuales la reclaman como suya. Sin embargo Israel la
proclamó su capital “única e indivisible” en 1967 e incluso ocupa el
sector oriental, que corresponde a los palestinos.
Arabs to the gas chambers! (¡árabes a las cámaras de gas!) se lee con
letras rojas en una barda del barrio de Sheik Jarrah, en Jerusalén
oriental, donde las hostilidades de los colonos judíos son más visibles.
Están en la misma situación las colonias de Beir Hanina, Olive
Mountain, Jabel Mukaber, Shuafat, Silwan, Al Abaseya y Ras Khames.
El pasado 20 de abril, Abd al-Fatah arreglaba su bicicleta cuando los
niños que jugaban por ahí empezaron a gritar. Colonos judíos le habían
encajado un desarmador en la espalda al adolescente palestino. Se
mofaban de él y le tomaban fotografías.
Su madre, Jamalat Mughrabi, de 33 años, se enteró de que su hijo
había sido arrestado y fue a la estación de policía, donde le impidieron
el paso. Lo acusaban de incitar a la violencia contra los colonos
judíos. Le pidieron testigos para demostrar la inocencia de su hijo. El
arresto se alargó 24 horas hasta que fue liberado por falta de pruebas.
Hasta entonces pudo ir al hospital.
“Lo que realmente duele es que siempre la culpa la tienen los
residentes árabes. Vamos a denunciar y la policía nos detiene. A los
colonos no se les castiga, aunque sean sólo los huéspedes en nuestro
barrio y no los propietarios. Esta es nuestra realidad desde que los
sionistas invadieron Palestina”, asegura Jamalat, madre de cuatro
niños.
Se refiere al episodio conocido como La Catástrofe (Nakba, en árabe).
Cuando se creó el Estado de Israel en 1948, más de la mitad de los
palestinos fueron despojados de sus hogares y se convirtieron en
refugiados. En algunas paredes hay llaves dibujadas. Significan la
esperanza de que algún día los palestinos regresarán a sus antiguas
casas.
La ONU cedió al nuevo Estado 56% del territorio conocido
históricamente como Palestina y dejó a su población original, los
palestinos, con 43%.
El remedio tras la ocupación fueron los campamentos que poco a poco
se convirtieron en colonias sobrepobladas. La región palestina de
Cisjordania está aislada del resto del mundo por una muralla de ocho
metros de alto y 750 kilómetros de largo (seis veces la extensión del
muro de Berlín).
Poco antes de la creación del Estado de Israel el movimiento sionista
había elegido áreas clave de todo el país para la adquisición de
tierras y la colonización. Tras el establecimiento de Israel, una de
esas prioridades era llevar a los judíos a ciudades y pueblos que no
habían sido demolidos para garantizar que los refugiados árabes no
regresaran.
Otra prioridad fue construir nuevos asentamientos judíos en las zonas
que el plan de partición de la ONU habían destinado al Estado
palestino. Asimismo construyeron comunidades judías para rodear y
contener las zonas árabes.
También se interesaron en dirigir la colonización judía a lo largo de
las fronteras. El gobierno israelí ofrece muchos incentivos para este
tipo de iniciativas: préstamos con muy bajas tasas de interés para los
judíos que volvieron a Israel bajo la Ley del Retorno, y beneficios y
subsidios a las familias cuyos miembros han servido a las fuerzas
armadas de Israel.
La Oficina de Administración de Tierras de Jerusalén realiza la
transferencia de propiedades en el barrio de Silwan y la ciudad vieja de
Jerusalén a los grupos de extrema derecha Elad y Ateret Cohanim a bajos
precios y sin una oferta conforme a la ley, según investigación
publicada el pasado 5 de noviembre en el diario israelí Haaretz.
El pasado julio, B’Tselem, grupo israelí defensor de los derechos
humanos, denunció que las colonias judías ya ocupan más de 42% de
Cisjordania.
Fuente, vía :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/86959
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