Como un moribundo, sabía que te encontrabas al
final de esa oscuridad, en esa promesa de luz que ya no estaba, pero
que ahora se agrandaba cada vez más y más. Ante tu cercanía, jadeaba
desesperado apartando con dificultad montones de oscuridad. Con un grito
de júbilo alcanzaba el exterior, pero de inmediato y con horror, me
daba cuenta que te había alcanzado en un momento inconveniente: me
había apresurado demasiado, aún eras una niñita con el cabello trenzado
y una muñeca en los brazos, una Daniela de cuatro o cinco años.
Riendo, y ante la mueca de repulsión de las mujeres que te rodeaban,
aproximabas tu zapato, gigantesco para mí, presto para aplastarme y de
paso cegar nuevamente la entrada del agujero que seguramente me servía
como madriguera; sólo porque sí, sólo porque te parecía divertido el
caos que provocabas. Tratando de protegerme con las palmas abiertas,
gritaba: soy Gregorio, ¿no me reconoces? Desperté gritando en la
oscuridad donde no había Danielas ni zapatos amenazantes; nadie me
aplastaría. No obstante, mis patas trataban torpemente de enjugar el
sudor de mi frente, donde un par de enormes antenas se movían
nerviosamente, sin saber si salía o apenas entraba en una pesadilla de
Kafka.
Nadie duerme si yo duermo. El sueño tranquilo debe
parecerse a la muerte, a un anciano que duerme exhausto tras caminar
pesadamente unos pasos. Yo sólo sé de los sueños que caminan sobre el
agua, que trepan paredes, que utilizan pesados zapatos y que se aparean
interminablemente entre extasiados llantos de bebés, escandalizando y
molestando así a todos por las noches. Sueños que roncan,
desenfrenados, con los ojos muy abiertos, y que, buscándote, se
ramifican indiferentes ante la poda, y que transitan en caminos sin
asfaltar; superficies accidentadas que hacen saltar a cada momento y
retan a levantar los brazos cuando se sumergen en una depresión, y
pobre de ti si te sales del carrito pues te despiertas en otro sueño,
con el corazón acelerado, buscando ya sea el interruptor o tu cuerpo,
palpando desesperado en el lado oscuro de la cama, que siempre se
mantiene contra la luz del sol e invisible desde donde duermes. Como es
de prever, no estás en ese lado de la cama, pero si tengo fortuna, y
después de tanto ajetreo, y pese a tanto vaivén, al fin doy contigo en
el umbral de la vigilia. Pese a mis ruidosos sueños, has logrado
dormir. Llego hasta ti, y noto que observas preocupada tu reloj, y antes
que pueda esbozar una disculpa por el insoportable trajín que noche a
noche provocan mis sueños –que han abandonado momentáneamente el
apareamiento y extrañamente, sobre una cerca, han comenzado a entonar, No
quarter, de Led Zeppelin, recibiendo una lluvia de injurias y
zapatazos por su desafinado canto–, me dices que es tardísimo, que ya
se te hace tarde, que tienes que despertar e irte a la escuela; hacer
mil cosas. Prometemos encuentros que nunca se darán, nos citamos en
lugares que aún no existen, y te despides dándome en los labios un
ligero beso que rápidamente se enfría. Y yo me quedo tan triste.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/01/23/sem-alejandro.html
http://www.jornada.unam.mx/2011/01/23/sem-alejandro.html
Ilustración: Pío
César Robla
"Para Rosen"
ResponderEliminarSiempre en los balcones cuando enciendo un cigarrillo y me pregunto si fumas, te espero, justo como el atardecer que hace una pausa para saborearte, te lo juro lo he visto, el atardecer hace una pausa, como mis labios cuando piensan en los tuyos, como mi mano cuando se extiende para alcanzar tu mano y se esfuma todo el mundo por un segundo. Sería injusto pedirte la espera, sería terriblemente injusto, pero te extraño y me dueles como el proceso creativo le duele al poeta, y beberé, me hartaré de todos los viñedos de Baja California, hasta no probar la droga de tu piel; tengo que tener un vicio para no enfermar y no morir de sueños comprimidos.
Atte: Daniela Villarreal Rubio