(apro).- Paradojas y entrelíneas de una figura como Diego Fernández
de Cevallos tras su liberación, después de siete meses y seis días de
misterioso cautiverio:
1. En 1994, el entonces candidato presidencial del PAN desapareció de
la escena pública después de ganar el debate televisivo a sus
contendientes del PRI (Ernesto Zedillo) y del PRD (Cuauhtémoc Cárdenas).
Fernández de Cevallos iba al frente de las encuestas. Su partido y
hasta Felipe Calderón Hinojosa describieron con suspicacia la
“desaparición” de Diego.
Dieciséis años después, su reaparición tras un prolongado secuestro
se convierte en un acontecimiento mediático de primer orden y en una
inevitable fuente de especulaciones sobre su posible postulación para el
2012. Este martes declaró: “Yo voy a apoyar al candidato del PAN”, pero
todo su discurso anticipa un proyecto político para combatir la
percepción de un gobierno atenazado por la impunidad, y una sociedad
harta de la inseguridad y la corrupción.
Diego resurge y con él la percepción de que es el político panista
más influyente, ahora con el aura de un sobreviviente, casi místico,
víctima de uno de los delitos más crueles.
2. Asesorado o no, Diego se convirtió en el medio, el mensaje y el
vocero de su propio caso. La PGR enmudeció, las autoridades de Querétaro
también y el presidente Felipe Calderón sólo alcanzó a articular un
lugar común: aplicará “toda la fuerza de la ley” para encontrar a los
secuestradores del exsenador y abogado litigante.
En contraste, Fernández de Cevallos aprovecha la alta exposición
mediática para redefinir su imagen y fama pública. Ante reporteros y
entrevistadores televisivos reiteró: “Parte de la causa de mi secuestro
es esa imagen de un hombre infinitamente rico, no lo soy. Y punto”.
Su mensaje es de perdón a los secuestradores y articula una hipótesis
ante su secuestro que ninguna autoridad ha desmentido: “Un fin
económico, pero con una marcadísima connotación política, supuestamente
por cuestiones ideológicas”.
Perdonó a sus “misteriosos desaparecedores”, pero dejó entrever que
las negociaciones fueron ríspidas y, quizá, los plagiarios no sólo
obtuvieron 30 millones de dólares –la cifra más citada por el pago del
rescate--, sino una fortuna invaluable: información.
Así lo dejó entrever el final del “Boletín-Epílogo” enviado por los plagiarios:
“Diego es un nudo en donde atraviesan historias turbias. Ahora
conocemos de cierto los modos de los trabajos y oficios con los que se
maneja, las personas con las que trata y algunas de las que han sido sus
más logradas empresas.”
3. La insistencia de Diego en la fe y en la creencia religiosa, salpicada de citas de El Quijote, constituye
no sólo un mensaje a las audiencias masivas que lo escucharon o vieron,
sino también a las altas esferas o grupos de la ultraderecha que operan
en la opacidad:
“Como hombre de fe, yo he perdonado el agravio, no quiero contra
ellos ninguna venganza, y sólo le pido al Estado mexicano que trate esto
como un caso más, porque no podemos olvidar tragedias superiores como
la de la señora de Chihuahua (Marisela Escobedo) y muchos otros.”
El propio Diego sabe que el suyo no es un caso más. Si lo fuera, no
hubiera generado el interés mediático y la respuesta y sobreexposición
tan extensa que él mismo protagonizó.
¿A quién perdona específicamente el Jefe Diego? ¿A grupos de
ultraderecha? ¿A una guerrilla que no alcanza a cubrir el perfil ni el
discurso tradicional de la ultraizquierda? ¿A un comando de expolicías
secuestradores, como han sugerido expertos en negociaciones de plagios?
Para algunos especialistas y observadores, el caso de Fernández de
Cevallos coincide con varios puntos de contexto: el perfil de un grupo
secuestrador de la guerrilla no coincide ni en lógica ni en discurso con
los comunicados tradicionales; la revista Proceso fue
utilizada en las “pruebas de vida” como vinculada al grupo criminal,
algo que antes Genaro García Luna utilizó con narcotraficantes
detenidos; el neopanismo no reclamó más acciones por la
desaparición, y Diego reaparece después de las elecciones en el CEN del
PAN y el retorno de figuras vinculadas al Yunque en posiciones clave.
4. El papel de Televisa y de su comentarista estelar, Joaquín López
Dóriga, como ministerios extraoficiales de Información, fue muy claro.
Una llamada telefónica de López Dóriga al noticiario Primero Noticias –sin la conducción de Carlos Loret-- confirmó la liberación de Diego. Semanas antes, El Universal y el periodista José Cárdenas, de Radio Fórmula, adelantaron una liberación que fue desmentida sin aclarar la fuente.
La liberación de Diego fue sincronizada mediáticamente. Milenio Diario, claramente
vinculado a Televisa, dio a conocer el domingo 19 el “Boletín-Epílogo”.
Las autoridades callaron, pero fue la propia víctima quien acreditó la
exclusiva de López Dóriga dando una multitudunaria rueda de prensa, a
las afueras de su domicilio.
El senador priista Francisco Labastida reveló algo, el mismo día de
la liberación, que no ha sido desmentido: una empresa de origen
británico fue la que negoció la liberación. Y una empresa de origen
mexicano, Televisa, fue la que confirmó el fin del secuestro. Las
autoridades ministeriales estuvieron al margen. No hubo héroes
policiacos ni investigaciones puntuales. Al menos, públicamente.
Para otros observadores, el caso Diego confirma también una
tendencia: el Estado se coloca al margen de los grandes secuestros y el
impacto mediático está perfectamente sincronizado.
Email: www.jenarovillamil.wordpress.com
Fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/86591
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