(Proceso).- Proceso es una publicación curtida en su enfrentamiento a
los ataques desde el poder. Nació precisamente debido a una agresión
desde la Presidencia de la República, que acabó con el diario Excélsior
e impulsó a algunos de sus miembros a perseverar en el oficio
periodístico a través de este semanario, que hace 34 años, a la par con
el asentimiento de sus decenas de miles de lectores, suscita la
animadversión de quienes ven aparecer en sus páginas sus malandanzas.
Pero esta vez Proceso ha suscitado la ira simultánea de dos poderes,
que el miércoles 1 lanzaron una campaña, insidiosa y difamatoria, que
busca desprestigiar a esta revista, disminuir por la desconfianza que de
ello resulte el aprecio de sus lectores o, en el peor de los casos,
llevar a juicio a la dirección del semanario y por lo menos a uno de sus
reporteros, Ricardo Ravelo.
A partir de una presunta declaración ministerial montada ex profeso,
el principal noticiario de Televisa, conducido por Joaquín López
Dóriga, dedicó su espacio inicial, y casi seis minutos largos, a dar
voz al testigo estelar de la PGR, Sergio Villarreal Barragán, apodado
El Grande por su talla física. Dijo que había entregado 50 mil dólares a
Ravelo para que dejara de ocuparse de él, ya que publicaba
reiteradamente informaciones sobre sus actividades delincuenciales. El
dinero habría surtido el buscado efecto silenciador, pues el reportero
dejó de referirse al delincuente hasta que el 21 de noviembre pasado
tornó a mencionarlo en un extenso reportaje anunciado en la portada de
la revista, que incluía una foto del delincuente esposado y flanqueado
por dos infantes de marina. Sibilinamente se dejó flotar la impresión
de que también la revista había sido gratificada de esa manera, y se
llegó a la insinuación insidiosa al presentar, entre las “vistas” que
acompañaban a la declaración de El Grande, la portada de un número de
Proceso ya clásico en la historia reciente del periodismo. En ella
aparecen el capo mafioso Ismael Zambada, El Mayo, y el fundador y
presidente de Proceso, Julio Scherer García, como vivo testimonio del
encuentro periodístico que mantuvieron en un lugar ignorado.
El apresuramiento con que Televisa montó la maniobra la condujo a un
desliz: al aire se dijo que la declaración se produjo el 4 de
noviembre. Preocupaba a los perpetradores del engendro fijar una fecha
distante del momento que causó la irritación presidencial canalizada a
través de esa agresión. Pero los autores del engendro hicieron hablar a
Villarreal de su aparición en la portada, que ocurriría ¡17 días
después! del día en que se fechó su infundio. Tardíamente advertidos
de su error, los urdidores de la oprobiosa trama pretendieron
corregirla al día siguiente, alegando que no se dijo “4” sino “24” de
noviembre. Pero la primera fecha consta en infinidad de registros, con
fuerza que desnuda la patraña.
La Presidencia se había encolerizado porque en una parte sustraída al
resumen oficial El Grande narró, en su declaración ministerial (la
inicial y auténtica, no la que se agregó en pegote mal hecho), el saludo
que intercambió con el presidente en 2006, cuando apadrinó a una hija
del senador Guillermo Anaya en Torreón. El delincuente no dijo más, ni
por supuesto Proceso añadió algo. Sólo hizo notar en la portada, para
precisar la importancia de El Grande, que “hasta con Calderón
convivió”.
No la oficina de prensa de Los Pinos, sino el vocero de seguridad del
gobierno federal (Alejandro Poiré, aunque su nombre no figure en ella)
remitió una carta a la revista, en que “rechaza categóricamente que
haya existido algún contacto entre el presidente de México y el
presunto delincuente”, por lo que la información referida es
“totalmente falsa”.
Esa contundencia no responde, no puede responder a los hechos. A
pesar del retraimiento a que lo condena el Estado Mayor, el presidente
de la República ha saludado a lo largo de su gestión a miles de
personas. Como es obvio, no se lleva registro de cada uno de esos breves
intercambios, con los nombres de los interlocutores. De haberlo,
bastaría buscar en el índice el nombre de Villarreal y al no hallarlo
estar en situación de negar el encuentro. Pero en otras circunstancias,
las que realmente prevalecen en el entorno presidencial, es inverosímil
la negativa del vocero, no puede sostenerse más que en su irritada
posición.
En el mismo número de Proceso donde aparece El Grande, Jenaro
Villamil se asoma a La entraña del embate de Televisa contra Cofepris, y
la revista publicó un adelanto de su libro El sexenio de Televisa,
donde Villamil examina los vínculos entre ese consorcio y el gobierno
federal (así como su hechura de Peña Nieto). Esa reiteración hubiera
bastado para que el consorcio de los Emilio Azcárraga lanzara contra
este semanario una andanada como la que dirigió poco antes contra la
Comisión Federal de Prevención de Riesgo Sanitario y contra el IMSS, en
defensa de los intereses de una de sus filiales, que quiere el terreno
llano para recibir un contrato de telecomunicaciones como el que ya se
le adjudicó en el ISSSTE.
Unidas las irritaciones de los dos poderes, el Ejecutivo y el de
Televisa, se produjo la andanada que a la hora de escribir estas líneas
su autor ignora si continuó la noche del jueves y al día siguiente. Es
de temer que así haya sido, y aun se agravaran las acusaciones. En el
mejor de los casos, el gobierno federal pretendería neutralizar el
efecto de que aparezca en la declaración ministerial una referencia a
Calderón y al vínculo que hubo entre su compadre Anaya y Villarreal,
lazo familiar ya deshecho pero indudable y comprobable. Al revertirla
contra el reportero que manejó esa declaración ministerial de un testigo
protegido, se priva de toda credibilidad a lo dicho por El Grande. O
se cree todo lo dicho por los testigos que se agencia la PGR o no se
les cree nada.
Pero el propósito parece ir más lejos. Se trata de un ataque a la
esencia misma del periodismo practicado por este semanario, la búsqueda
de informaciones que se hacen verosímiles a fuerza de investigación y
que suscitan la confianza de los lectores. Ya en julio del año pasado se
intentó la maniobra que ahora se ahonda, la de perversamente proponer
que hay un nexo entre Proceso y el narcotráfico. Al presentar en ese
entonces un arsenal de La Familia Michoacana, la Policía Federal
exhibió, junto con armas, parque y otros pertrechos, ejemplares de
Proceso, leídos por los delincuentes a los que se desposeyó de esas
herramientas de su trabajo.
Si los poderes fácticos, Televisa y el gobierno, lograran imponer la
infamia de que Proceso es una narco-revista y su personal cómplice o
extorsionador de bandoleros, la suerte de este semanario quedaría
sellada. Por fortuna, ese efecto depende en último término de los
lectores, que no se dejarán engañar y defienden con su confianza una
publicación nacida para servirlos…
Fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/86103
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