Después de cuatro años en España, el jueves pasado Gildardo Hurtado
fue deportado a Bolivia con una sentencia que le prohíbe entrar durante
los próximos diez años. Llevaba esperando dos meses en la cárcel a que
saliera su avión pero, cuando pensaba que con la expulsión todo había
acabado, “llegó lo peor”. Nos cuenta por teléfono desde Bolivia cómo lo
trataron los policías que lo custodiaron desde el aeropuerto hasta su
país.
Gildardo se negó hace más de un año a somerterse a un control de
alcoholemia. Negarse es un delito que habitualmente, si no hay
antecedentes penales, se castiga con meses de cárcel
que son sustituidos por una multa. En su caso, como no tenía papeles,
la pena de cuatro meses que le impusieron fue sustituida por la
expulsión. Antes de ser deportado pasó dos meses en la cárcel, un tiempo que según su abogado no ha estado justificado porque la pena ya la iba a cumplir con la deportación.
El jueves, dos agentes de la comisaría de Huelva lo trasladaron en
coche al aeropuerto madrileño de Barajas. Antes de entrar en prisión,
Gildardo se había roto una pierna y eso le obligó a pasar en el módulo
de enfermería la mayor parte del tiempo que estuvo encarcelado. La
última semana permaneció junto al resto de presos aunque continuaba
yendo todas las mañanas a pornerse una inyección y tomar los
medicamentos. Por eso, ese día los agentes decieron no esposarlo y
dejarle que se desplazara usando las muletas. “Los primeros policías me trataron educadamente,
lo normal. Ni siquiera me esposaron porque vieron en la situación en la
que yo estaba”. Todo cambió, asegura, cuando llegaron al aeropuerto.
“Allí había dos policías jóvenes. Al entrar me dijo uno de ellos:
‘vienes de la cárcel, eres un delincuente y encima eres inmigrante sin
papeles. Aquí estás para hacer lo que yo diga’. El propio policía de
Huelva le dijo que tuvieran en cuenta mi situación a la hora de
tratarme, que ellos me habían traído sin esposas porque no había dado
ningún problema. ‘Aquí tenemos nuestras normas’, dijo el policía y, nada más salir los otros dos, me amarraron“.
Gildardo fue inmovilizado con un cinturón que usa la Policía para
este fin y le amarraron los brazos a la altura del pecho. “Me ataron
como a un caballo al que colocan la silla. Me ataron con los brazos
delante, codo con codo. No podía respirar. Me quitaron
las muletas y me hicieron subir varias escaleras así, con los brazos
amarrados”. Todavía faltaban dos horas para la salida del avión. “Les
pedí que no lo hicieran todavía. Les expliqué que la pierna me dolía
mucho después de tantas horas de coche sin moverme y que, con el
cinturón así, sentía dolor en la barriga pero me dijeron que me callara.
Hoy todavía tengo las marcas del cinturón”.
Según el protocolo de actuación en las repatriaciones y el traslado
de detenidos por vía aérea o marítima de la Policía Nacional y la
Guardia Civil, “se utilizarán elementos de contención (lazos de
seguridad, prendas inmovilizadoras, cascos protectores, esposaso
similares) si se considera necesario en la evaluación del riesgo por
parte de la escolta. En ningún caso la aplicación de las medidas
coercitivas podrá comprometer las funciones vitales del repatriado”,
dice el documento. También asegura que los policías deben se informados
adecuadamente “de las particularidades médicas que puedan presentar los
repatriados, que tuvieran incidencia relevante en la prestación del servicio (aquí pdf)”.
Con lo que se queda ahora Gildardo no es el dolor de la pierna que le
provocaba el tener que subir uno a uno los peldaños de las escaleras en
el aeropuerto sin muletas, es el dolor del haberse sentido humillado,
dice. “La peor sentencia ha sido tener que pasar por eso. Imagínese que
lo metan en un avión de esa manera…que uno no puede ni andar. Imagínese
la impresión que causa en los demás… ¿qué pensarían que habría hecho?
Sentía la mirada de todo el mundo sobre mí y vi a gente a la que se le
cayeron las lágrimas, sin exagerarle”. En el avión era un vuelo regular
en el que además de otros pasajeros también había más inmigrantes que
estaban siendo deportados pero ninguno iba atado.
Gildardo ha defendido en todo momento que él no se mostró nunca
violento y que los policías no tenían motivos para usar la
inmovilización. “Tuve que escuchar al policía decir tonterías durante el
camino. Decía que en Bolivia son todos traficantes y que todos los de
allí a los que nos expulsaban dábamos muchos poblemas por eso nos
llevaban así. Eso no es cierto, mi único delito ha sido negarme a hacer
una prueba de alcoholemia, no soy violento y en ningún momento me mostré
violento con ellos”. Ha habido otros casos como el Gildardo. En verano
del año pasado, un viajero grabó cómo se reducía a un inmigrante senegalés
al pie de un avión con unos métodos que fueron con condenados por
varias organizaciones sociales. Y los mecanismos de inmovilización han
sido también puestos en cuestión por el Defensor del Pueblo,
que el año pasado llegó a pedir que se evitara “obstruir las vías
respiratorias, impedir la visión o la audición de los inmigrantes
durante los procesos de repatriación”.
A pesar de las doce horas de vuelo que le separaban de su familia,
Gildardo dice que se sintió “reconfortado” al llegar a Bolivia. Es ahora
cuando empieza tomar conciencia de la distancia que hay entre él y los
suyos: su mujer, sus hijos y sus nietas. Cuando le preguntan por qué no
quiso hacer la prueba de alcoholemia cuenta que había salido y que cogió
el coche de un amigo para aparcarlo a 300 metros de donde estaban.
Cuando se bajó llegó el policía. “No me gustó cómo se dirigió a mí y le
dije que no la hacía. Es cierto, acepto que cometí el delito pero no me
merezco esto. Me he presentado siempre a los juicios, he pagado las
multas que se me han puesto por ello… he hecho todo lo que me han dicho.
Me han tratado como si fuera un terrorista: deportado y
prohibición de pisar el espacio Schengen durante diez años. Además de
dos meses de cárcel que he cumplido sin tener que hacerlo, imagínese qué
son dos meses de cárcel… Y todo por no tener papeles, sino ahora
estaría pagando lo que hice en España, como el resto. Se han pasado
conmigo. Y la forma en la que he tenido que irme, el cómo me han echado,
ha sido la peor de todas las que uno puede imaginar”.
Fuente, vìa :
http://periodismohumano.com/migracion/me-ataron-como-a-un-caballo.html
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