Son pocos los que recuerdan el profundo contenido que tiene la
Navidad. En medio del consumismo desenfrenado en que vivimos, prevalece
la idea que sólo es época de regalos. Grandes y chicos. Depende del
bolsillo de cada uno y, también, de las convicciones que animen a quien
deben cargar el arbolito. ¿Qué tiene que ver el nacimiento de un avatar
con la locura navideña actual? Pues, nada. Pura presión marketera sobre
una sociedad que la virtualidad tiene ahogada.
Este año, hasta nosotros llega un Viejo Pascuero aggiornado. Con su
bolsa repleta de unos regalos muy especiales. No son para todos. Sólo
algunos podrán sonreír, felices. El gobierno ha resuelto vender la
participación que aún tiene el Estado en las empresas sanitarias.
Este es un cuento que comenzó en 1998. Era el segundo gobierno de la
Concertación. Lo presidía el hoy senador Eduardo Frei Ruiz Tagle. Eran
días en que el progresismo aún no se conocía como término, pero ya
tenía un espacio como centro izquierda. Y quienes así pensaban eran
partidarios de la política de los acuerdos. Por tanto, de hacer mirar la
vida en la medida de lo posible. Era una manera medio gatopardística de
salir del esquema de la dictadura. En palabras claras, de no
entorpecer el sistema estructurado por el general Pinochet. De no
perturbar lo que se hacía en este laboratorio del neoliberalismo en que
se había convertido la economía chilena. Y la historia siguió en los
gobiernos concertacionistas de Ricardo Lagos Escobar y de Michelle
Bachelet. El Estado mantuvo en su poder entre el 35 y el 49% de la
propiedad de las sanitarias. La venta fue justificada por la necesidad
de invertir. Hoy, el Estado percibe por su participación algo más de US$
120 millones anuales. Un negocio redondo, por donde se le mire.
Este es el negocio que se vende. Decisión que, seguramente, un gran
empresario como el presidente Sebastián Piñera rechazaría por absurdo,
si se tratara de su patrimonio. El costo total de la operación es de US$
1.600 millones. Representa los ingresos de menos de diez años, lapso en
el cual el valor de las empresas habrán subido y los ingresos también
serán mayores.
El argumento de que el dinero se necesita para la reconstrucción, no
es válido. La Ley respectiva ya fue aprobada y el erario nacional
cuenta con los recursos. Por lo demás, nunca el fisco chileno había
contado con tanto dinero. Los precios del cobre se mantienen por sobre
niveles históricos. Sólo el gobierno pasado dejó a la administración
actual una nada despreciable suma de US$ 25.000 millones.
Respaldando la decisión de vender, el gobierno ha dicho que esta es
una política impulsada por la Concertación. Y ésta, pese a que hoy se
opone tenazmente, no puede desmentirlo. Tal vez es válido asegurar que
la salida del Estado de la administración de las sanitarias abrirá las
compuertas para alzas desmedidas. También dejará sin fuente de sustento
a numerosos subsidios que reciben en el costo de agua y alcantarillado
los sectores más vulnerables de la sociedad chilena. Finalmente, los
privados tienen como meta única el lucro. La Responsabilidad Social
Empresarial es más un marbete para posicionar mejor la imagen
empresarial, que un compromiso que represente verdadera sensibilidad
social.
Hoy también parecen comenzar a aclararse algunos malentendidos. Hasta
ahora resulta que ser estatista es una especie de anatema entre los
concertacionistas, o sea, en la centro izquierda. En cambio la derecha
no ha cambiado ni discurso ni accionar. Está haciendo lo que todos
esperaban que hiciera. La sorpresa la aportaron los otros. Aquellos que
gerenciaron un régimen neoliberal por 20 años -tal vez el más ortodoxo
del mundo-, cuyo modelo decían no compartir.
En el acto que corresponde a esta Navidad, los chilenos pueden
sentirse perplejos. Pero no debería ser tanto. Y eso el Gobierno lo
sabe. Han transcurrido veinte años de borrar límites. No sólo
ideológico- políticos. También de sembrar confusión entre éxito y
felicidad. Y, por esa vía, ir acostumbrando la mirada a que el norte de
la política debe ser el pragmatismo. Y este comienza por lograr
crecimiento económico, pero termina invariablemente confundiendo el
interés general con los intereses particulares de los grupos o de los
individuos que debieran representar a la ciudadanía.
Es lo que estamos viendo en este acto de la mediocre obra teatral en
que se ha convertido la política chilena. El presidente del Partido
Socialista, el diputado Osvaldo Andrade, sólo ayer hizo posible que los
trabajadores fiscales sufrieran una gran derrota en su lucha salarial.
Pues hoy protesta por la jibarización del Estado. Y lo menciono sólo a
él, porque es el caso más reciente, ocurrió hace sólo algunos días.
Pero como el suyo, hay muchos más. Porque cualquier chileno tiene
derecho a preguntarse ¿cómo se pueden defender los derechos de la
mayoría si quienes debieran ser sus referentes destruyen las
organizaciones sindicales?
Es como para creer que desde que la política la hacen los
economistas, los políticos se han transformado en empresarios. Y ese
travestismo es extremadamente dañino. El empresario busca el beneficio
personal. Y mientras más alcance, mayor es su éxito. El político, en
cambio, está en esa función para defender el interés general. Si olvida
tal misión, su presencia no tiene sentido.
Hasta el Viejito neoliberal ¡Es mucho!
Fuente, vìa :
http://radio.uchile.cl/columnas/96230/
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