Para evitar malentendidos
estableceré claramente mi postura. La violencia es siempre mala, pero
tanto la visible como la invisible. La violencia visible es la causada
por actores bien determinados, en lugares y tiempos bien identificados:
policías en manifestaciones callejeras o rurales, barrabravas en
estadios de fútbol, ladrones y violadores. La violencia invisible es la
que se ejerce en plazos largos de tiempo, sin clara identificación de
las víctimas, de las causas de muerte y de los asesinos. La violencia
invisible se manifiesta sólo en estadísticas anónimas de mortalidad
infantil, mal de Chagas, contaminación de aguas, suelos y aire (cuyo
prototipo es la cuenca Matanza-Riachuelo), desnutrición, falta de
trabajo, analfabetismo funcional (saber leer pero no entender lo que se
lee)... Las leyes organizan las actividades humanas para minimizar los
conflictos, pero —como los valores morales— requieren sistemas de
prioridades: el derecho de propiedad no puede primar sobre el derecho a
la vida; la libertad de hacer buenos negocios de alta tecnología no
puede prevalecer sobre el derecho a trabajar para ganarse artesanalmente
la vida (caso de la expoliación de tierras de las comunidades indígenas
aptas para la soja); el derecho a extraer productos valiosos de la
tierra no puede ejercerse a costa de los derechos de los lugareños a
mantener su forma tradicional de vida (caso de las comunidades de las
zonas mineras cordilleranas)...
La violencia
invisible es usualmente la consecuencia de malas políticas de gobiernos
nacionales, provinciales y municipales; gobiernos que no son sólo la
rama ejecutiva de cada jurisdicción, incluyen también a los
legisladores, a los jueces y a los organismos de contralor. La violencia
invisible es mayoritariamente ejercida por propietarios y empresarios
codiciosos, pero si se formularan bien las leyes, fueran bien aplicadas
por los jueces y estuvieran bien detectadas sus infracciones, esta
violencia podría disminuirse mucho.
En los
últimos años ha habido un explosivo aumento del surgimiento de nuevas
villas miseria y de la población de las preexistentes en la Región
Metropolitana de Buenos Aires (RMBA). Dato que, como las malas noticias
que debiera dar el INDEC, se ocultan cuidadosamente. Las causas son
simples pero poco comprendidas por la mayoría.
Cuando
—entre otros disparates aprobados a libro cerrado— la reforma
constitucional de 1994 eliminó la intermediación del Colegio Electoral,
la RMBA se convirtió en el Gran Elector Nacional, socavando de hecho el
pacto federal que dio origen a la Nación. Las políticas implementadas
desde entonces no han impulsado —frecuentemente han desalentado— la
producción del interior, con escasas excepciones como la
vitivinicultura.
El medio de transporte de
larga distancia más barato, el ferrocarril, fue y permanece
descuartizado. No hay una red de autopistas que conecte a las provincias
de Norte a Sur y de Este a Oeste y se pagan peajes injustificados en
carreteras que a veces ni merecen ese nombre. La energía eléctrica está
subsidiada para megaemprendimientos mineros y residentes de la RMBA,
pero no para el resto de los ciudadanos. Las leyes de promoción minera
favorecen la extracción masiva de minerales en bruto y generan
abundantes puestos de trabajo en los países que los procesan, como
Canadá y Australia. Ha habido una importante reactivación de la pequeña y
mediana industria (pymes) pero sigue estando abrumadoramente radicada
en la RMBA que, con apenas el 1 por mil de la superficie del país,
concentra el 30% de su industria. La elogiada gran industria automotriz
(parte importante de la cual está en Córdoba, lo que es bueno) genera
más puestos de trabajo en Brasil que en Argentina, como ilustra el hecho
de que importa más de lo que exporta. La producción agropecuaria
intensiva en mano de obra (como la fruticultura, la floricultura y la
producción de especias) sigue disminuyendo mientras alcanza niveles
récords la producción de mucho capital y poco empleo que es la soja.
Paradójicamente, la importante producción de maquinaria agrícola
radicada en el interior sufre las consecuencias de las ineficaces
políticas nacionales antisojeras. Hay muchos más ejemplos de la falta de
planificación y comprensión de las necesidades del país profundo, como
las enormes zonas cordilleranas desérticas (sin agua, no infértiles) y
las regiones sin riego artificial que fácilmente podrían tenerlo (como
Chaco, Formosa y las tierras contiguas a El Chocón).
La
resolución de los problemas sociales debe cumplir dos requisitos
esenciales: ser medular y ser estable. La resolución medular de la
pobreza es muy diferente en las ciudades que en las zonas rurales.
En
las primeras se debe crear empleo cuando no existe y dar capacitación
para su buen desempeño, pero —caso de la RMBA— también hay que erradicar
el empleo "en negro" (más del 40% del total), con sus bajísimos
salarios y su falta de cobertura de riesgos de trabajo, de salud y de
jubilación. Muy pocos artesanos del interior pueden vivir de su trabajo
cuando entran en competencia con baratos productos industriales de
vistoso aspecto e invisible mala calidad. Es en las ciudades donde el
capitalismo logró su máximo éxito en la conversión del trabajo humano en
mercancía barata.
En los rincones rurales del
interior del país (excluyendo la Pampa Húmeda, donde el negocio sojero
expulsa a cualquier población marginal) la solución medular de la
pobreza pasa por la autosubsistencia: la capacidad de producir su propia
comida, tener su propio ranchito (por pobre y poco confortable que sea)
y hasta por hilar su propia ropa. Esto se hace imposible cuando las
tierras en que están instalados estos pobladores, mayoritariamente
descendientes de los originarios, adquieren valor comercial agrícola,
ganadero, minero, turístico o hídrico porque las leyes que protegen sus
derechos tradicionales no se cumplen y son expulsados. Tal es el caso de
la ley nacional 26160, que reglamenta el inciso 17 del artículo 75 de
la Constitución nacional (derecho de los pueblos originarios a sus
territorios ancestrales), que no ha tenido la adhesión de todas las
provincias y no es cumplida por la mayoría de las que lo hicieron
(Neuquén es un lamentable ejemplo, Mendoza una loable excepción).
Lo
más difícil de alcanzar es la estabilidad de las soluciones —que
requieren políticas estables de largos horizontes temporales— porque la
regla son los políticos que quieren barrer con todo lo que hayan hecho
sus predecesores y dejar el campo minado a sus sucesores. No es una
solución estable darle un terreno a una persona que no tiene trabajo y
que terminará malvendiéndolo para poder dar de comer o curar a su
familia. O premiar acciones ilegales, fomentando su multiplicación. O
promover premios a unos pocos aventureros, desalentando el trabajo
esforzado y prolongado de muchos. El presidente de Bolivia, Evo Morales,
demostró ser un estadista cuando condenó la violación de las leyes
argentinas por emigrantes bolivianos al tiempo que les ofrecía trabajo y
tierras para que volviesen a su país. Debería ser generalizado el
repudio de los ciudadanos a las políticas de expoliación de las
comunidades aborígenes de gobernadores como el de Formosa, Gildo
Insfrán, y el ejemplo de Morales debería ser imitado por gobernadores de
las provincias argentinas para promover la recolonización del campo.
El
resultado de las malas políticas y de la falta de buenas políticas es
la enorme migración de personas del interior a la RMBA en busca de
trabajo, de educación, de salud y de diversión (la seguridad no figuraba
en la lista de prioridades, pero pronto lo hará). Allí los punteros las
ubicarán en las tierras más contaminadas y sin servicios, para que
dependan de algún plan social a cambio de su voto o tendrán malpagados
trabajos precarios con escasas o nulas oportunidades de capacitación,
aunque siempre mantendrán la esperanza de que sus hijos podrán prosperar
mejor. Serán por primera vez visibles ante el gran público cuando
ejerzan su derecho a peticionar mediante el corte de calles y la
ocupación de tierras públicas o privadas desocupadas exponiendo su
cuerpo a las balas de unos pocos policías brutales, matones y
provocadores. Pocos morirán rápido, como las tres o cuatro víctimas del
Parque Indoamericano. La mayoría morirá lentamente, antes de su tiempo,
sin que sea posible identificar claramente sus nombres y el de sus
asesinos, pero no sin emitir antes un voto agradecido a sus presuntos
"benefactores".
La gran vidriera del Parque
Indoamericano debería forzarnos a la reflexión, pero también debería
hacerlo la pequeña vidriera diaria de las personas durmiendo en zaguanes
o en cajas de cartón. Ernest Hemingway lo señaló magistralmente con la
cita de John Donne en la portada de su profunda obra sobre la Guerra
Civil Española: nadie es una isla, todos estamos conectados; no
preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti.
Vìa :
http://www.argenpress.info/2010/12/el-invisible-genocidio-de-los-pobres.html
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